Desde arriba

Desde arriba, una ciudad es parecida a una colonia de hormigas. Un trasiego de puntos que se mueven en fila, ya sean coches o personas. Me pregunto si las hormigas tendrán conciencia de sí mismas. Yo creo que sí, que todo animal es capaz de defenderse, y eso significa que saben que ellos son ellos. Cada hormiga parece ocupada. Cada persona también. Las hormigas nos parecen idénticas entre sí, pero las personas, vistas con cierta distancia no lo parecen menos. Nuestro funcionamiento no es menos automático.

El dedo

Un día vi a un niño robando el monedero a una señora. Me acerqué a reprenderle y extendi el dedo índice. Mientras le reñía moví amenazadoramente el dedo como si le fuera a golpear con él en la cabeza. Tanta fue la energía que puse en ello, que en una de mis advertencias, eleve el tono de voz, agité el dedo con fuerza y mi dedo se separó de la mano y se cayó al suelo.

El niño se fue corriendo y al escapar casi lo atropelló un coche. Yo me agaché y tome mi dedo y me lo quedé mirando sin entender nada. Casi no salía sangre. Daba una sensación especial tenerlo en la mano, como si fuera de otro. Me acaricié la frente con él, me lo metí un poco en la nariz y me rasqué la quijada. Finalmente lo metí en el bolsillo y me fui corriendo a casa, que estaba cerca, para llamar a urgencias.

Las efes del violín

Las efes del violín

Cuando se es como yo, la hipocresía es un tema de preocupación importante. ¿Y cómo soy yo? Claro y conciso: tengo una tara. Lo digo así de claro porque no soy hipócrita. ¿Y cuál es la tara? Pues esa. No ser hipócrita. En mi caso, no es cosa de presumir. Es que no podría serlo, aunque quisiera. Es como el que nace autista. Es diferente. No es peor, pero es diferente y tiene muchas y evidentes desventajas. Algo así es lo que me pasa a mí. Juro que no presumo de ello. Al contrario.

Cuando alguien me dice eso de: “yo es que soy muy directo”, digo, mira, me anuncia que es un cabrón, que no hay que fiarse de él, que va a ser directo para molestar si puede, y no molestará si no le interesa hacerlo. Será traidor y falso hasta rozar la delincuencia. Los que dicen ser directos no son francos, sino agresivos en la acepción peligrosa del término. Cuidado con esos que se jactan de su claridad, porque son los más tramposos. Esta frase me ha salido como una bienaventuranza al revés, pero es verdad. En cambio, yo no puedo presumir , y nunca he presumido de ser directo. Soy discreto, comedido, educado…  Nadie diría de mí que soy especialmente claro en mis manifestaciones. ¡Pero no soy hipócrita!

El otro día, entré en conversación con un grupo de gente y se pusieron a criticar a un ausente. Lo motejaban, se burlan de él y hasta de sus hijos. No es la primera vez. Le hacen el vacío. Se estaban refiriendo a un tipo que verdaderamente es un plasta de libro, de los que salen en las fotos de los libros de plastas. Este es como para salir en la tapa. Con lo buena que estaba la cena, unos pulpos riquísimos, unos chopitos… En fin, lo típico en nuestro país. Estábamos en una sala reservada, en un sótano. A puerta cerrada. Muy tranquilos y muy bien. Pero me molestó que se pusieran a criticar. Reconozco que no me relaciono con él si puedo evitarlo. Pero la conversación respecto al plasta se iba convirtiendo ya en un monográfico multiautor. Los minutos pasaban y ya estaban ridiculizando a su hija de once años, a su mujer, al chavalín… ¿Quiénes eran ellos? ¿Tan estupendos eran los que tanto criticaban como para realizar aquel linchamiento moral? Empecé a quedarme callado. Las piernas las sentía como si padeciera agujetas. También los brazos y los hombros se me pusieron rígidos. Tenía miedo de ponerme verde. Un reproche pugnaba por salir de mi garganta como una vomitina agazapada, como una náusea, que amaga, pero no se termina de arrojar. No digas nada, no digas nada, Eduardo, no digas nada ¿por qué vas a dar la nota por culpa del plasta ese? Él no haría nada por ti. Realmente es un tipo bien baboso. ¿Eres tú el Justicia o el Llanero Solitario? ¡Cállate! Pero es que no podía aguantar eso. Hay que ver la seguridad que sienten los miembros de un grupo una vez que ya se ha señalado una víctima, cuando ya hay alguien que es oficialmente el “peor”, el eslabón más débil. Pero ellos, seguían, seguían y yo los miraba callado, seguramente con ojos saltones… Se me ponen los ojos así, como pegados a la piel de los párpados, como demasiado abiertos, cuando me entra ese tipo de rabia. Tan distraído estaba que se me cayó el cuchillo al suelo. En aquella sala, como solo estaba nuestra mesa, no podía verse ningún camarero al que llamar para cambiarlo. Pero junto a la puerta había una alacena rústica, de pino, con vinajeras, servilletas de papel, cubiertos, vasos… Lo típico. Me levanté y me dirigí al mueble para reemplazar mis cubiertos por unos limpios. Pero mientras tanto, las carcajadas aumentaban burlándose de aquel hombre tan aburrido y de su familia, y de cómo le habían dado esquinazo un día en el que estaban a punto de salir todos juntos con su mujer, y las risas fueron tan grandes que una de las chicas se echó hacia atrás, como quien toma impulso para lanzar una carcajada mayor aún, y tanto era así que me impedía el paso. Yo intentaba decirle que se apartase, pero ella tenía un verdadero ataque de risa cruel y estúpida. Estas cosas, como digo, me ponen muy tenso. Ya casi podía tocar la alacena cuando vi allí un jamonero vacío, sin su jamón. Pero vi el cuchillo jamonero, largo, delgado, recto, afilado como el arco de  un violín y sin pensármelo, tomé el cuchillo y se lo puse en el cuello a la que tanto se reía.

-¡Pero qué haces, tío!

-Chicos, como lo estamos pasando tan bien lapidando a un amigo, he pensado en tocar el violín. Rosa será el violín.

-¡Eh, déjala, no seas desagradable!

-¿Sabéis que los violines tienen esas aperturas tan bonitas en la caja, a los lados de las cuerdas? Se llaman oídos en efe. Le voy a hacer las efes a Rosa en el cuello.

Todos me dijeron que dejase el cuchillo de inmediato. Pero yo sujeté la cabeza de Rosa y puse el cuchillo con el filo esta vez ya tocando sobre su delicada piel bien hidratada con pringues de mamá criticona.

-¡Deja eso, Eduardo, no tiene ninguna gracia! ¿Estás loco?

-¡Eduardo, qué desagradable! Le puedes hacer daño.

Las risas se habían cortado. Las caras estaban de pronto muy serías. Y yo empecé a notar algo raro. Latidos fuertes, un gran zumbido… Algo cosquilleaba en mis genitales. Y empecé a hablar.

-Lo que hacéis está mal. ¿Por qué os metéis tanto con esa familia de pelmazos a la que luego saludáis tan amablemente? Aunque sean pelmazos, no está bien que habléis a sus espaldas.

Todos me miraban con la boca abierta, como si estuviera loco.

-A lo mejor nosotros también somos unos aburridos, no somos perfectos nadie. Todos somos iguales.

-¡Me estás haciendo daño! -decía Rosa llorando.

-Es mejor que te estés quieta. No miréis hacia la puerta. ¡Que nadie mire a la puerta! Si alguien va hacia la puerta le cortaré el cuello.

Se lo estaban creyendo. Más que eso: ya estaban todos convencidos de que yo hablaba en serio…

-Os voy a decir algo sobre lo que no habéis pensado. Los hipócritas mueren tan fácilmente como los demás humanos. Tan fácilmente o más.

Alberto, el hermano de Rosa decía:

-Tienes razón, Eduardo. Déjala, por favor, te lo ruego.

Qué gracioso. Quería tranquilizarme. Pero yo ya estaba tranquilo y seguí con mi tema:

-Fijaos qué fácil es matar a un hipócrita.

Al rebanar aquel delicado cuello sangró desde el principio de modo abundante, sí, salió bastante, pero resbalando por el cuello. Pero de pronto, cuando el cuchillo jamonero inició su viaje de vuelta profundizando en la raja abierta, perfeccionado la  efe, era como si la sangre estuviera a gran presión y me manchó a mí, al resto de los mal llamados amigos y lo que es peor, mi plato de pulpo, los chopitos, los vasos, manteles… ¡Qué cerda, cómo ensucian los hipócritas al morir! ¡Casi más que en vida! Todo se había salpicado y no quedaba ni un rostro sin sangre. No paraban de chillar. Alberto se levantó y trató de levantar una silla, quizás para tirármela a la cabeza, pero había poco espacio entre la mesa y la pared, y no lograba sacarla de su  sitio por mucho que la zarandeaba nerviosamente, qué ridículo. Y yo dejando caer a Rosa como a un despojo que ya ahogaba sus chillidos de cochino en el día de la matanza, le di un botellazo a Alberto en la cabeza que lo dejó KO, dormidito sobre su silla que tanto le gustaba al hombre. Pese que tuve que darle con la mano izquierda, el golpe había sido uno solo pero bien eficaz. Aparte de mí, ya no quedaban en pie más que chicas en la sala. Las otras dos lloraban juntas en el otro rincón. Fuera de la sala, el bar tenía la música alta y la gente cantaba, creo que había una despedida de soltero. Me subí a la mesa y… Ya os podéis imaginar cómo acabaron aquellas, y no me tengan en cuenta que me jacte y disfrute presumiendo y me ría a carcajadas al recordarlo, pero es que les di una buena lección que, si hubieran sobrevivido, no la habrían olvidado.

Bueno, lo cierto es que éste fue un pensamiento oscuro que tuve mientras escuchaba como despellejaban con críticas a los Plómez, y no, no, tranquilos, no asesiné a mis amigos hipócritas. Sin embargo, sí que me sirvió para tomar una decisión. La de realizar un curso de relatos de psicópatas y thrillers en general en el Taller de Escritura de Enrique Brossa. Los lunes precisamente, que de por sí es un día bastante siniestro.

Solo 5 plazas disponibles:
Nuevo taller online, por videoconferencia:
“De psicópatas y otras pesadillas”.
Taller de escritura guiado por Enrique Brossa con algunos invitados.

Lunes, de 19:15 a 20:45 horas de Madrid.
Empezamos el 10 de septiembre.
85 €/mes. Primer nivel, 8 sesiones.

Además, una sesión individual GRATIS.
Pago por transferencia bancaria o PayPal.
Apúntate y solicita el número de cuenta contactando con Enrique Brossa
• por Messenger de Facebook
• o info@desafiosliterarios.com

NOTA: los de Madrid, avísenme si prefieren el taller presencial en vez de por videoconferencia. Prometo que no los mataré, aunque me critiquen un poco.  Al menos en la primera sesión. 😉

LAS 4 ELEMENTOS ESENCIALES DE LA MATERIA

LAS 4 ELEMENTOS ESENCIALES DE LA MATERIA

Tú pensarás que lo dijo Aristóteles, pero esto que voy a enunciar, esto que estoy a punto de formular solemnemente, es una aportación ontológica mía, para iluminar a mis contemporáneos.

Veréis. Las materias esenciales de las que todo en el universo está compuesto, son solamente de cuatro tipos: el ser, el no ser, el poder ser y el ser tranchete.

Yo, por ejemplo. Hoy, toda mi materia se ha trasmutado y me he convertido una vez más en el ser tranchete. Diréis que ya empiezo a excederme con los tranchetes, que es algo recurrente en mí. Realmente es un SOS. Un mensaje en una botella arrojada al mar de las redes sociales. A punto he estado de decir proceloso mar.

Habréis visto visto una película de las que en blanco y negro llevaron al público la novela de R.L. Stevenson, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Cuando se transforma le sale barba y pelo por toda la cara y por las manos y los dedos. Por eso algunos tenemos un cierto lío entre los hombres lobo y Mr Hyde. Las transformaciones en hombre lobo se caracterizaban en las películas de antes de los sesenta en que se miraban las manos mientras abrían las fauces para lucir la colimillería. Así, acercando las manos convertidas en zarpas al morro del lobo la cámara ya nos mostraba suficiente para demostrar su animalidad. A mí las manos no me cambian como a los licántropos y a Mr. Hyde, pero la barba creo que me crece más rápido cuando me convierto en el ser tranchete. Ya os lo conté hace mucho, y hace poco también, porque yo siempre repito mis chistes, como hacemos todos los pesados. Este mes me quedo solo en casa, es decir, me quedo de Rodríguez, y entonces me alimento de tranchetes, ese elemento tan esencial de la materia.

Pero volvamos al paralelismo con el doctor . La historia empieza con que el doctor Jekyll puede controlar sus transformaciones en el malvado Hyde alternando una fórmula magistral y su antídoto, pero llega un momento en el que las transformaciones operan de modo autónomo, en momentos de ira, por ejemplo, y con trágicas consecuencias. Bien, pues a mí me viene sucediendo igual. Yo ya me convierto en ser tranchete sin comer tranchete ni nada, solo de pensar en lo solito que me voy a quedar en Madrid sin mi familia. Y me da miedo. Al final de la novela, se oculta a la prometida del doctor que él mismo era el terrible Hyde. Se le dice que Hyde ha asesinado a Jekyll, lo cual es un colofón redondo en una novela sobre el bien y el mal. El mal que habita en todo hombre puede llegar a asesinar nuestra personalidad humanizada, civilizada y moralizada. El mal es autodestructivo, parece decirnos Stevenson.

Pues si el doctor comprobó que se convertía en Hyde sin tomar su dosis de la pócima correspondiente, yo ya no necesito tranchete, ni soledad veraniega en la ciudad. Solo el calor, hace que me crezca deprisa la barba de ser tranchete y siento que puedo perder ese porte y esa prestancia que me viene caracterizando. Tengo miedo de que el ser tranchete acabe por asesinar a Brossa.

¿El ser tranchete asesina como Hyde? Sin duda nadie puede dejar de formularse esta misma pregunta, temblando al imaginar qué tipo de estragos puede producir el ser tranchete por ahí suelto.

Responderemos a esta pregunta después de la publicidad a los que quieran apuntarse a mi taller con un 25% de descuento. Pero pienso que Brossa te necesita estos días. Está deseando que le salves del ser tranchete que anida agazapado en su alma.

Todos los crímenes eran idénticos

Todos los crímenes eran idénticos

Era la tercera vez que me llamaban por teléfono y al final, de mal humor, contesté a la llamada. ¡Rarísima era la cosa! Un hombre que decía ser comisario de la policía me contaba que había una oleada de crímenes y que querían hablar conmigo.
-Pues yo no he sido.
-Solo le digo que necesito hablar con usted.
-Pero si es que no he estado para crímenes en toda la mañana, de verdad. No sabe todo lo que tengo que hacer…
Un silencio largo de mi interlocutor me hizo ver que él se lo estaba tomando muy en serio.
-Venga y se lo explicaré todo- me dijo finalmente.
Al llegar a comisaría y preguntar por el comisario Escoriaza me dijeron.
-LLega tarde. Hace rato que le estamos esperando.
Salió el tal Escoriaza, que parecía un tipo muy activo y de expresión severa.
-¡Vamos!
Ese fue su saludo. Le seguian 3 policías de uniforme. Montamos en un coche.
-¿Puedo saber a dónde o es una sorpresa?
-Las dos cosas.
-No entiendo.
El malcarado comisario replicó.
-Puede saber a dónde vamos. A ver un hombre que acaba de ser asesinado. Pero creo que será una sorpresa para usted.
Me clavó su mirada de poli duro de película y yo le respondí arqueando las cejas impasible. Era evidente que no nos haríamos amigos. Las personas que ponen las cejas en diferentes posiciones nunca se llevan bien. Las suyas clavadas en dirección a su nariz, son concentradas, amenazantes y acusadoras. Las mías, abiertas hacia mi frente, son de inocencia, resignación y despiste.

Cruzamos la Gran Vía, que es una calle perfecta para una historia de película. El cielo estaba plomizo y comenzó a gotear lentamente. Mi nariz en lo más parecido a un higrómetro. Mide la proporción de vapor de agua en estornudos, y aquella mañana la atmósfera registraba una humedad diez estruendosos estornudos, lo que equivale a un 90%. El coche dobló algunas calles del centro. Paramos junto a la entrada de una casa. Parecía una vivienda normal, pero estaba llena de policías que iban saludando al malhumorado Escoriaza.

En el ascensor antiguo de madera, yo seguía estornudando y moqueando con gran facilidad y desenvoltura y el comisario me miraba con desprecio, como si pensase <<qué asco de tío, cómo estornuda>>

-Espero que no le maree la sangre- dijo lacónico, y sin esperar comentarios por mi parte abrió la puerta del ascensor. Entramos en una casa donde había policías buscando indicios por todos los rincones. Hasta que por fin, en el salón vi el cadáver. Estaba en un sillón orejero, la boca muy abierta, los ojos mirando al techo, horrorizados. Murió tratando de separar del cuello el cable del ordenador portátil con el que sin duda había sido estrangulado. No solo eso. El portatil lo tenía clavado en la cabeza, como si fuera una de esas grandes crestas que se ponían los punkies.´La sangre cubría su cara y su camisa.

Mientras yo miraba todo eso atónito, Escoriaza me observaba, como tratando de deducir de mi rostro mi reacción involuntaria ante una imagen así de dura.

-¿Qué me dice?
-Que yo conozco a este hombre -le respondí.
-Lo sé. Por eso le he traído.
Y mientras miraba él también el cadáver, añadió.
-Dígame algo más que yo no sepa.
-Creo que es un asesinato, comisario.
Giró lentamente la cabeza para mirarme y decir:

-No me diga…
-Si, sí, seguro. Esto no es un accidente. El era muy cuidadoso siempre con todo lo de la informática.
El policía cerró los ojos y se frotó la frente. Parecía muy estresado.
-Este es el quinto muerto aparecido en tres días con el ordenador clavado en la cabeza. Y hemos detectado que todos estaban leyendo los relatos del desafío espeluznante de su página: desafiosliterarios.com
-Dios mío, ¿eso me convierte en sospechoso? Yo no he sido. Hoy estoy muy liado, ya se lo he dicho, y además con un catarro tremendo. ¡Como para irme por ahí a matar a nadie!

Un hombre que estaba junto a Escoriaza apostilló.
-Por el momento no hemos encontrado ningún moco del sospechoso junto al cadáver, comisario.
Escoriaza parecía no escuchar a su ayudante.
-Brossa, tú sabes algo. ¡Habla!
-Miren, estamos votando estos días para elegir el ganador del Desafío Espeluznante. Hay un yate de no-se-cuantos metros de largo en juego. Lo más seguro es que alguien esté tratando de eliminar a los candidatos mejor situados para obtener el premio. Así que el asesino será un escribidor de relatos de terror.
-Oiga, Brossa. ¿No le parece que esta historia tiene más de novela negra que de terror?

Me quedé pensando un instante.

-¡Vaya! Tienen razón. Eso podría ser un indicio. Mi recomendación es que se registren GRATIS en desafiosliterarios.com y que busquen en el menú el Desafío Espeluznante. Allí encontrarán unos relatos estupendos. Pueden votar también y quizá eso les permita descubrir este terrorífico misterio.

A modo de despedida, Escoriaza sacó una tarjeta y me dijo:

-Bien. Si se le ocurre algo más que nos pueda ayudar aquí tiene mi…

Le interrumpí con una nueva serie de estornudos estruendosos. LLovía como en las monzónicas. Humedad del 100% son más de veinticinco estornudos seguidos, así que me despedí agitando su tarjeta con la mano ya que con la otra estaba buscando un kleen-ex desesperadamente por alguno de mis bolsillos.

El ayudante, mientras me veía salir, preguntó.

-¿No cree que oculta algo, comisario?