Esto parece una mesa, con sus cuatro patas. Sí, sí, lo reconozco, es verdad que tiene toda la pinta de ser eso mismo. Comprendo que a mucha gente le pueda dar esa impresión, tan equivocada, por otra parte. Pero no. Ya te lo he dicho antes: es un mar. Es un mar, pero nadie lo ve. Sí. ¿No es un mar? Si, hombre, claro que sí. Y tú me dirás, Enrique, perdona, amigo, pero yo sé lo que es una mesa, y he visto muchas durante mi vida, y de pequeño, permítete que me remonte a tiempos pretéritos, ya veía mesas en casa, que teníamos bastantes y de distintos tipos: la del comedor, la de la cocina, la que estaba junto al sofá, y otras, así que estoy totalmente familiarizado con el concepto mesa y la estética de una mesa me es muy familiar también. Además he visto el mar mil veces y practico windsurf siempre que puedo, busco mejillones en las rocas… y, créeme, Enrique, jamás haría windsurf sin que hubiera algún mar debajo o sin un lago,quizás. Es por eso que te digo muy en serio, Enrique. Lo que tú dices que es un mar y que la gente confunde con una mesa, no es otra cosa, efectivamente, que una simple mesa, corriente y vulgar, de escritorio. Lo que se llama una mesa desde toda la vida, y no tiene nada, pero nada nada, de mar. Es solo tu mesa. Y yo te diré: ¿Cómo es que tú, (y gesticularé con los brazos como un profeta, un Moisés de Hollywood) tú que me conoces, tú, a quien tanto aprecio y valoro, como es que tú (decía) puedes estar tan, pero tan, equivocado? ¿Cómo puede ser tu vista así de superficial? No esperaba de ti que te quedases en la simple periferia de las cosas. ¡Si es un mar clarísimo! Llevo años bañándome en él; nadando en él; conduciendo mi lancha en este mar; y mi buque de guerra, y mi barco de vapor del Misisipi; persiguiendo contrabandistas; enamorando sirenas y buceando en él, y no voy a enumerar exhaustivamente todas las posibilidades de cosas que se pueden hacer en un mar tan maravilloso como éste, al que tú (y te señalaré acusador) llamas mesa, así, sin más. Tan frívolamente. ¡Pero hombre! ¡Y dice que ha visto mesas y mares, el listo! ¡Dios mío, qué levedad!

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