Perdonadme que os diga algo que os interesa: un día vi un ramillete de flores junto a la barandilla del viaducto de Segovia, en Madrid (no confundir con el acueducto de Soria). Una señora mayor estaba llorando. Le pregunté si podía ayudarle pero me contestó que ya nada ni nadie podría ayudarle nunca . Su hijo se había suicidado la noche anterior (el que estudiaba farmacia no, el que se casó con una médico de Albacete). Al parecer se quitó la vida por no haber tenido el coraje suficiente para presentarse al Desafío Literario 9. Dándose cuenta de la oportunidad que había perdido, dejó una carta al juez y una nota a la de la limpieza para que en su ausencia no dejase los trajes en el tinte. Yo le dije a la señora, ¡qué error tan trágico! ¡¡Si hay un Desafío literario cada semana o dos (o dos semanas)!! Pero la anciana, mirándome a los ojos desde detrás de sus lágrimas sentencio:
– Cada Desafío Literario que dejamos a escapar nunca vuelve. Es como el agua del río.
– O la de los servicios – me dije a mí mismo consciente de haber descubierto una gran verdad de la vida. ¡Cuánta sabiduría en sus mirar y en sus palabras!

No quiero que os pase como a aquel desafortunado. Así que os recomiendo que os presentéis al siguiente Desafío Literario.
Pero ya mismo, porque el plazo acaba exactamente muy pronto, (hora de España, «mayormente» peninsular). Y solo son unas pocas palabras. Y se pueden publicar en un tomo muy tremendo del que os tengo que hablar.
Y recordad estas palabras:
No hay agua debajo del viaducto de Segovia.