Es normal, pensaba con mi tercer o cuarto güisqui en otro bar distinto: en mi colegio de curas fui un ateo precoz, que no tendría más de once años o así cuando me dio la primera venada agnóstica. ¿No era eso un signo de genialidad? ¿No es un niño prodigio el que se plantea dudas existenciales a los once años? Fíjate bien: probablemente fui el primer niño ateo de mi clase. ¿Qué te parece? A mí me parece que no debo dejar de serlo así, tontamente, porque eso, oye, ahí está, aunque luego tú vayas y digas: ¿Ah, sí? ¿Conque sin creer en Mí? ¡Pues caña, por ateo! Desde luego, así por las buenas no pienso ponerme a creer. Hombre, en todo caso podría convertirme en un momento de gran dramatismo, como fruto de una profunda reflexión motivada por el choque emocional de algún hecho trágico o algo así. ¡Ponme un milagro! Por ejemplo, me empiezas a hacer varios milagros que yo intento negar, ¿sabes?, que yo intento no creer de acuerdo con mi naturaleza de hombre escéptico y racionalista, y un segundo y un tercer milagro, y yo diciendo: ¡Si no puede ser! Con el ceño fruncido. Todo el rato, ¡Nada! ¡No puedo creerlo! Y Tú venga, hala milagros todo el rato, milagro va y milagro viene. Y yo: que no, que es mentira. Y Tú: ¡Otro milagro! Y yo que nada. Y entonces Tú.¡Pumba! ¡Milagro! Pero ya milagrazo fuerte de verdad. Y entonces voy yo y digo: ¡Gracias, Señor! Y me caigo de rodillas con las manos juntas. Y lloro sin pestañear, como los muñecos, mirando una luz (no de bombilla, sino una luz divina, se entiende). Rezo. Y así ya, sí que dejo de ser ateo y hasta, si me apuras, dedico mi vida a la religión. Después de tantos milagros, oye… Sin meterme a cura ni en ninguna de esas, porque Tú, Dios… No sé. Creo que te pasas mucho conmigo.
Mira, ¿sabes qué?, no lo veo.
No sé, no lo veo.Y bebo güisqui. Bueno, a lo mejor, a lo mejor, caigo de rodillas ¡Pero a lo de las manos juntas me niego, no sé por qué! Si yo fuera Saulo de Tarso, me caería del caballo y diría: “Estaba ciego, pero ahora veo claro, Señor. Abjuro de mi fe atea”. Pero ahora, que no se usan ya los caballos, o me voy a un picadero y me convierto por allí cerca y tal, o me caigo de la moto, y cuando se acerca el guardia digo que estaba ciego y que ahora sí que veo bien y todo eso. Lo normal en un caso así sería que me hicieran soplar. A ver qué papel hacemos si cuando estoy yo con lo de la luz divina y el coro de ángeles porque tengo el alma recién recuperada, se oye, a ver, sople usted. ¿Usted sopla o no sopla el alcoholimetro?, en medio de los coros celestiales. Casi peor que lo de las manos juntas de antes, ¿no le parece, camarero? El camarero no me escucha. Sigamos.Yo qué sé. La verdad es que ni así lo veo claro, lo de volver a creer. ¡Que fui el primer niño ateo de mi clase, macho! Y sigo siendo un niño ateo. Lo que pasa es que soy un ateo no practicante. Un ateo no practicante. ¡Qué frase, Señor, qué ingenio!Quizás sí que hay un santo dentro de mí, me decía yo a mí mismo paseando otra vez bajo la noche. En estas que… ¡Justo! ¡Aparición! Claro que hay un santo dentro de mí. Un profeta quizás. Mi vecina la modelo. Esto sí que es un milagro. Su abrigo blanco, sus piernas, sus pelos, sus ojos (aunque desde allí no se los distinguiera, pero la imaginación hace mucho). Todo en ella era… no sé. Hasta el perro, casi. Ya sé que me la encontraba mucho paseando su perrazo a esas horas, pero… ¡Supongamos que sea un milagro! Señor, no está del todo bien pedirte estas cosas pero, Señor, haz el segundo milagro. Que se cumpla el resto del sueño y lo haga con la modelo del tercer piso, Señor, y vendo mi alma a Dios. Por favor, Señor, que te implora tu siervo, márcate un detalle y al cuarto, yo, tu cordero, creeré en Ti, le dije, porque es que yo en cuanto bebo un poco más de la cuenta enseguida empiezo a tratar a Dios de Tú. Al cuarto milagro. Al cuarto polvazo, Señor. ¡Que digo! Al segundo empezaré a sentir tu llamada, Señor. Está con su perro. ¡Rápido, qué le digo! ¡Algo ingenioso!– Hola… -lo normal era decir eso.

(Fragmento)