Os he dicho muchas veces que me siento cristiano  cultural y psicológicamente aunque sin demasiada fe. Es decir, que sufro de los condicionantes morales, pero no me reconforta la esperanza que la religión nos puede aportar.Tengo solo los inconvenientes de tener conciencia y ninguna de las ventajas. Eso es ser un «cristiano ateo», y estoy convencido de que somos muchos en el Sur de Europa.

La historia de Jesús me interesa. Un hombre del que nunca se ha dicho que hiciese algo malo, fue maltratado hasta la muerte. Lo normal, sin intoxicaciones ideológicas, es sentir pena por esa historia. Yo sé que se burlarán de mí todos los que se pasan la vida criticando a los obispos. Los obispos son personajes muy peculiares, desde luego. Pero no tienen la culpa de todo. O mejor, digamos que no tienen la culpa de nada o casi de nada hoy día. Criticamos siempre de modo sectario.

La vida de Jesús es enormemente interesante, seas creyente o no. La gente gritaba. ¡Crucifícale, crucifícale! Pilatos, que representaba al cruel y depravado invasor romano, demostró tener una pizca de vergüenza, más que la chusma. Más que la gente «corriente», que de pronto se apuntó a disfrutar con el linchamiento. El malvado Herodes tampoco quiso verse responsable de aquella muerte de cruz. La gentuza de la calle, sí. La gente normal fue decisiva. ¡Crucifícale, crucifícale! La gente normal es así. Le mataron ellos.

Yo creo que el cristianismo, o al menos el que yo entiendo, va sobre eso. Habla de sentir vergüenza de ser humanos por nuestra miseria moral. Aunque no esté de moda, yo quiero decir que estoy en favor de lo bueno frente a lo malo. Yo creo que es mejor el amor y que es una realidad evidente. Pero por desgracia no es lo que domina nuestras acciones, y mucho menos el mundo. Creo en la paz, sin ser pacifista, porque el pacifismo es una majadería ideológica falsa, como todos los mensajes escritos en pancartas. Sí, creo en la paz y creo en la compasión. Esa es religión cristiana. Sin compasión somos monstruosos.

La ignorancia es sádica, porque efectivamente veo en la violencia siempre miseria mental y cultural. La crítica a la Iglesia ahora ha dejado de interesarme. Me parece un tema anecdótico. Lo que me parece verdaderamente horrendo es la gente, o muchísima gente. La misma chusma, más de 2.000 años después nos andamos crucificando unos a otros cada día. A algunas personas no les gusta que hable de mis impresiones negativas respecto a muchas cosas. Quieren vivir en «un mundo feliz», con una sonrisa pintada en la cara, como dice la canción de Amaral. Es la «Nueva Era». El minimalismo neuronal. El pensamiento indoloro… Conmigo que no cuenten.

Otros quieren tener un monigote al que vapulear, ¡Crucificadle! Y convencernos de que el mal está en él en vez de en cada uno de nosotros. Denuncian a ciertos políticos, instituciones, ideas… son el mal… Lo mismo digo otra vez. Conmigo que no cuenten para esos aquelarres. Menos ideas plastificadas, menos críticas de manual. Un poco más de independencia individual, de criterio propio.

El cristianismo sigue hoy día hablando de conciencia, que es algo que necesitamos recuperar, también los no creyentes. Un diálogo interior. No culpabilidad. Conciencia sí. Pues yo creo que está bien que alguien nos la recuerde. Otros pensarán que no hay que ponerse nunca trascendental. Pues a mí sí que me apetece y creo que a muchos les vendría muy bien y que esta manera de pensar es beneficiosa para el mundo. Amor, compasión y conciencia. Dudo que sea posible instaurar eso en nuestras vidas, más que de modo parcial, pero estaría bien.

El anticlericalismo era muy moderno en el siglo XIX. Tiene gracia que yo defienda a la Iglesia actual. Realmente me parece un artefacto anacrónico, pero… a ver si vamos a insultar a los curas y adorar a Maduro. De todos modos yo no pretendo hablar de la Iglesia sino de la jauría humana (gran película) que me parece más importante. Más grave. Más preocupante. Más triste. Más necesario hablar de esto. Los escritores anglosajones miran con cierta superioridad a los católicos. Los protestantes no reconocen el sacramento de la confesión, y creen que uno se salva por la fe y no por las obras. En consecuencia, piensan que ellos no están tan sometidos al sentimiento de culpabilidad como los católicos. Pero tal como veo yo la vida de Jesús, trata precisamente de la culpabilidad. De la crueldad innecesaria de la gente corriente. De como llora Pedro, Judas… por su cobardía, por su traición. Humana, digna de la misericordia, pero triste. Porque la jauría humana abarca a todos. A los invasores, a las autoridades locales, a la chusma y a los propios apóstoles y partidarios. El cristianismo sirve para que efectivamente sintamos culpabilidad, y a mí me parece bien y mal a la vez. Sirve para que reflexionemos acerca del monstruo que todos llevamos dentro y tratemos de purgarlo de modo personal.

Y ahora no podemos hablar de eso, porque algunos presumen de agnósticos y creen que los que no lo son, es porque son idiotas. Todo eso ya me lo sé. Pero está anticuado. Ya he dicho que yo no creo. Ahora vosotros me venís a contar que el  los  papas fueron malos, que la religión mata, que la Iglesia siempre atesora riqueza y poder, que los Reyes Magos no existen, y que Papá Noel tampoco tenía en su trineo un reno volador. Y es verdad. Pero por muy cierto que sea, es una conversación para cuando tenía otros añitos. Somos adultos. Ya lo sabemos todos. Lo cierto es que la Iglesia ahora no es el origen del mal. Y además distingo entre la Iglesia y la filosofía humanista a la cual pertenecemos todos, aunque algunos no lo sepan. No me interesa criticar a los obispos. Puedo respetarlos.

Me interesa hablar de la condición humana y de la necesidad de buscar valores humanos, de los cuales, por cierto, ninguno de nosotros carecemos. Y hablar ahora de la Iglesia, cuando el género humano es lo que es… Dejemos de advertir que los Reyes Magos son los papás, que ya somos mayorcitos. Y seamos capaces de plantearnos también que las normas son imprescindibles, incluidas las morales. ¿De donde deberían emanar? Claramente, de la política no.

Mi conclusión personal. Admito nuestra tradición cultural cristiana. Tampoco puedo evitarlo, pero no lo intento. Con o sin fe. Precisamente la falta de fe, permite una actitud crítica muy útil para separar el grano de la paja.