Seguramente nos hemos despertado los dos al mismo tiempo. He levantado la cabeza y tú has abierto los ojos levemente , porque la habitación no estaba del todo oscura. Tus mejillas estaban calientes en la cama como un pan horneado bajo el edredón. Tus labios hinchados, aún más bonitos. He apretado mi frente a la tuya y tú te has enroscado en mi cuerpo como un perezoso en su rama, como un dormilón a su almohada. Parecías disfrutar de una sensación muy confortable. Te he destapado un poco y he subido la camiseta de tu pijama y han aparecido tus senos llenos de dicha, aunque un poco rezongones, como tu boca. Has protegido uno de tus pechos y he tenido que bebérmelo. Te has tapado más, pero remolonamente: dejándome hacer. He tirado de tu pantalón hacia abajo, hasta tus rodillas, y has vuelto a hacer un vago ademán de evitarlo y de esconder la curva de tu cadera y tu trasero a la vista, descubierto, a la intemperie. He apartado tus manos de tu seno y tu pubis y las he puesto sobre tu cabeza, juntas tus muñecas, como a una cautiva, y has abierto un instante los ojos.

-¿Qué me haces, cochino?- has dicho con una leve sonrisa sin casi despegar los párpados.

-Comerte un poco más, -beso su cuello -,ahora que estás recién hecha, recién salida del horno- y beso tus tentadores labios, y tus pechos tan disponibles, mientras ocultas tus ojos bajo un brazo -. Estás calentita… -y te beso otra vez -. Estás crujiente – y me apodero de tus tetas.

-¿Crujiente? -sonríes.

-Y sabes dulce. Y hueles muy, muy bien -chupándola por todo-…a cruasán… o a pan de leche… o a bollo de azucar, o algo así. -Y empiezo a olfatearte por los rincones. Ahogas una risita y respondes en voz baja, como avergonzada:

-¡Cochino, cochino, cochino, cochino, cochino… !- y me abrazas y lames mi oreja mientras con un pie empujas piernas abajo tu pantoloncito de pijama,  que queda enredado en el otro pie, pequeño, y medio desnudo.

-Con un poco de miel…croissant