Cuando tenía nueve años estaba muy contento conmigo mismo. Había escuchado decir a mi padre que yo era un niño con mucho sentido común para mi edad. Había venido a casa uno de aquellos matrimonios que se reunían con mis padres los martes. Siempre me decían «te conocí cuando eras así» y acercaban la mano al suelo, «en cambio ahora hay que ver lo alto que estás».

Yo casi andaba de puntillas para que viera todo el mundo lo que había crecido y creo que en parte puede deba algún centímetro a tanto estirarme en aquella época. Pero un día, un matrimonio decidió innovar, y quizá por eso dijo: «y qué serio que es. Se le ve muy maduro». A lo que mi padre respondió: «la verdad es que tiene cosas que demuestran mucho sentido común». Eso me gustó.

Yo tenía una caja de zapatos con un montón de soldados y pistoleros del lejano oeste que salían en los pirulís de peseta que vendía «la abuelica de los cromos» a la salida del colegio. Y también en unas cajas de cacao soluble que se llamaban «Toddy». «O Toddy, o nada». En mi casa, toda aquella población de no más de cinco centímetros de altura eran llamados genéricamente indios de plastico. Por ejemplo: «Enrique, recoge de la mesa tus indios de plástico que vamos a comer». Un nombre que ahora parecería racista.También había soldados de ambos bandos de la guerra de Vietnam, y de la Segunda Guerra Mundial, sus nazis, sus americanos… Y mezclados con ellos, personajes del mismo tamaño como Bugs Bunny, el conejo de la suerte, Porky, Elmer, Piolín, Pluto, Gooffy… Y yo inventaba guerras sobre el sofá entre todos esos bandos. Tambien jugaba a derribarlos lanzando canicas.

Un día los metí todos en su caja de zapatos y reflexioné. Mi padre había dicho que yo tenía mucho sentido común. No podía seguir mucho más tiempo imaginando a Porky luchando contra los japoneses. Después de todo… ¡yo tenía mucho sentido común!

Mi padre sí que era serio. LLegaba de trabajar y se ponía a revisar el periódico. Yo me sentaba a su lado y le observaba.

–Papá.
–Dime.
–Me dejas leer el periódico a mi también.
–Lo estoy leyendo yo ahora, pero… Te dejo estas páginas que ya he leído.

Separó las grandes hojas del Heraldo y me dio a mí un par de ellas.

–A ver cómo lees las letras grandes.

Yo leí primero las grandes sin dificultad, y luego las pequeñas.

–¿Entiendes lo que dice?
–Sí.

Mi padre me preguntó quién era Johnson, quién era Kennedy, Y yo le preguntaba cómo podía el hombre llegar a la luna y por qué estaban en guerra en Vietnam y qué tenían que ver los rusos y los americanos. De vez en cuando daba mi opinión, porque yo tenía mucho sentido común, no sé si lo he dicho ya. Y mi padre me acariciaba el cogote.

–¿A que tengo mucho sentido común?
–Mucho, hijo, mucho.

Desde entonces la política me interesa y yo me intereso por ella.

Un día, descubrí que la política era siempre en el fondo un asunto económico. Y aquí empezó una nueva etapa para mí.
El sentido común de la gente que no comprende la economía es un problema. Creen que sus opiniones son perspicaces, pero… no comprenden el funcionamiento de la macroeconomía. Luego no comprenden nada. Son fácilmente manipulables y llaman tener ideas a tragarse un sistema ideológico completo (ideado por otro), pensado para llegar al poder o para mantenerse en él. Por eso creo que todos necesitamos comprender la economía, ciencia que considero que es muy fácilmente comprensible, pero por desgracia está demasiado politizada.

¿Te imaginas que un médico fuera partidario de recetar antibióticos en cualquier situación y otro corticoides tuvieras la enfermedad que tuvieras? ¿Qué alguien dijera que los antihistamínicos son demasiado comunistas y los calmantes muy fachas? ¿Que fueras al oculista a graduarte las gafas y te pusieran un supositorio porque el médico pensase que eso era más progresista que leer las letras o algún caso similar pero al revés?

Si no quieres que te metan un gran supositorio sin venir a cuento, tienes que leer las letras pequeñas, tanto para diagnosticar tus dioptrías como para ejercer tu derecho al voto con sensatez. Especialmente la letras que hablan de economía.

Cíclicamente la gente vota por opciones políticas que van a aplicar medidas que se sabe que van a fracasar. Es seguro. Es cien por cien seguro que van a crear paro y/o inflación. Porque la úlcera no se trata con calmantes, ni extirpando el apéndice. A mí me gustaría que mis prolongados enfriamientos se curasen con güisqui Cardhu, del de quince años. Y seguramente pasaría mis constipados con más alegría, pero no es cierto que cure los enfriamientos, por mucho que a mí me guste la idea. El sectarismo es medieval, irracional, como la superstición.

Hoy la libertad de expresión está en peligro. La libertad de información, también. Son las dos caras de la misma moneda. La gente que quiere el poder juega muy sucio. No piensan en tí, sino en sus comisiones ilegales y sus negocios personales, cada día más obscenos. Necesitas formarte. Urge que te formes. Sin prejuicios. Sin demagogias. Sin sectarismos.

Que alguien te diga que es algo no quiere decir que lo sea. Te puede decir que es liberal y no serlo. Que es de izquierdas y no ser nada de nada, ni lo contrario de nada de nada. Te puede decir que es obispo o que te puede vender la torre Eiffel. Y si a ti no te pasa por la cabeza la posibilidad de ponerlo en duda, te la va a vender.

Si no despiertas, habrá supositorio para todos, nos guste o no. Un enorme supositorio generalizado. Y especialmente para ti. Y cada vez vamos a estar más enfermos. No hablo de algo a largo plazo. Urge que te replantees algunas cosas ya.

Tienes que acostumbrarte a leer a los que te caen bien y a los que te caen mal ya que… ¿esa división no es demasiado pueril para ti? ¿Así vas a dividir el mundo?

Al fin y al cabo, todos creemos tener mucho sentido común. ¿Lo tenemos realmente? ¿Con eso nos basta? Te digo que no.

Ser responsable, te exige tratar de saber más. Ler más, y leer más plural, desconfiar más, tolerar más… Lo que todos sabemos que te mejora a ti y que mejora la democracia.

Claro que siempre puedes recuperar tu caja de zapatos con tus indios de plástico e involucrarte, como un bebé, en la guerra con los japoneses.

Aunque no sea tu guerra, sino la guerra de otros.Y además es una guerra falsa.