Hemos sobrevivido a otras Navidades, a sus maratones gastronómicos y roscones y turrones, y copas y a las nostalgias, a los cotillones… Hemos sobrevivido a la pandereta del sobrinito insoportable, quítale también el matasuegras al otro, bajad la televisión, por favor, niño, deja de tocar las velas. A las lagrimitas de la abuela, a los momentos tirantes con la cuñada, la irritación de la anfitriona, al empacho, a los discursos, a los brindis, a las compras y despilfarros… A las Nocheviejas prolongadas más allá del amanecer,, a los excesos etílicos, a lamentables conversaciones sobre vino y champán evidenciando ridículas pretensiones enológicas, a la cena con los del trabajo, con los del cole, con los de la universidad, con los del equipo, a las llamadas telefónicas con personas con las que solo hablamos en fiestas, a las felicitaciones, a los olvidos imperdonables, ¡no me digas que te has vuelto a olvidar de llamar este año a… , !!! Hemos sobrevivido a las ausencias; a los recuerdos. Hemos sobrevivido a los desplazamientos por carretera, casi todos hemos sobrevivido, y a los atascos. Hemos sobrevivido al estreno de la infernal metralleta de Carlitos en la comida del día de Reyes, ¿pero de qué rey mago cabrón habrá salido ese cacharro? Hemos sobrevivido una vez más al oportunismo de los políticos, al engendro de la Navidad laica y a las muletillas sobre la paz y el amor; a los anuncios de fragancias que transmiten mensajes tan edificantes como la adoración de la pasta gansa y la subyugación sexual. Hemos sobrevivido a los programas musicales de televisión, a las películas navideñas con final estomagante… a las colas para empaquetar regalos, aunque nos falta pechar con los cambios y devoluciones.

Hemos sobrevivido, al menos yo, a los momentos de cierto reblandecimiento al ver a nuestros hijos, y su ilusión… el brillo de sus ojos. Al pequeño que disimula como que si no supiera lo de los Reyes.

Y la conclusión es paradójica. Donde he escrito sobrevivido podría sustituirlo por… sucumbido.