Atornillados al pavimento hay unos baches de goma para que los coches reduzcan la marcha. Mis hijos van en el asiento trasero. Alex en su silla infantil a la derecha clava su mirada en la mía a través del retrovisor. Está serio. Entonces yo grito.

– ¡¡¡Cuidado hijos míos!!! ¡¡¡Nos atacan, bajad la cabeza!!!

Empiezo a dar volantazos de un lado a otro y al pisar los baches a considerable velocidad se oye un ruido tremendo en mi coche como si nos disparasen. Las niñas me siguen la broma y piden socorro entre gritos y risas pero Alex agacha la cabeza y mi mujer trata de hacerse oír más que los ruidos y las chicas diciéndome. 

-¡¡Vale!! ¡¡Para ya!! ¡¡No seas gamberro, que es peligroso!!

Yo no le hago caso y sigo dando golpes de volante y los baches hacen clonc, clonc, clonc, clonc, como si las bombas explotasen cerca del coche y yo las esquivase con mis curvas. Las niñas gritan con todas sus fuerzas y se ríen empujándose hacia los lados con cada curva. Alex está casi llorando pero se da cuenta de que todo es un juego y se ríe con los ojos lacrimosos. Mi mujer me llama al orden con gritos más agudos y todos los demás nos carcajeamos. Llegamos al stop. Me detengo y un coche se pone a nuestro lado. El matrimonio que ocupa un todoterreno nos mira con gesto de censura. Mi mujer les da la razón y aunque el coche está detenido los chicos siguen alborotando. Alex me sonríe desde el retrovisor. Mi mujer sintetiza la escena:

-Qué loco estás.

Alex dice:

– Qué chulo, Papi.

Y sigue mirándome desde el retrovisor.