Un buen diagnóstico. Un diagnóstico evidente, compartido por todo el pueblo cabreado porque le roban. Un diagnóstico perfecto para enardecer a la gente, convertirla en chusma y hacerse con el poder. Y llegar a ser otro tiranillo pseudo revolucionario, que de nuevo haga de un país su corral, y se atreva, encima, a ponerle nombre de democracia, porque cambia la corbata por el chandal o la coleta.

Un buen diagnóstico, un diagnóstico certero de lo que nos están haciendo, es el punto de apoyo y la palanca para que un demagogo turbio goce del trampolín necesario para asaltar el poder.

¿Y el proyecto? Puede que sea un proyecto lamentable, pero seguramente no. Seguramente será más bien falso o inexistente. ¿Y a quién le importa? Lo que la gente quiere es desahogarse detrás de una pancarta y vengarse de los políticos.

Un diagnóstico acertado es lo que permite pasar de una democracia corrupta a una dictadura corrupta y pseudo revolucionaria.

Cuidado.