Sufrimos una epidemia de frases huérfanas muy apreciadas por mujeres de mediana edad y otros humanos en apuros. La gente abandona estas palabras como si fueran globos, esperando verlas elevarse hacia el cielo infinito para que, de paso, tiren del débil espíritu de supervivencia del hombre actual. Y tal como sucede con los globos, que nunca sabe uno dónde y cuándo cayeron de regreso para volver a pisar la tierra, estas pretenciosas declaraciones parecen desintegrarse por el camino, en algún lugar de la atmósfera sin que les oigamos hacer pop. Frases no solo huérfanas, sino de padres desconocidos, manoseadas y hasta prostituidas, muy categóricas todas, y supuestamente motivadoras; enunciadas como si fueran la clave para salvar el mundo. De duración efímera porque nada sabemos de su contexto, ni a qué razonamiento completo pertenecen o qué filosofía exponen. Con la cabecita hueca, el humano más informado e inconsistente de la historia, lanza sus globitos a semejanza de sus cráneos, llenos de aire o de un gas todavía más liviano, de menor peso aun. La única esperanza es recibir la sonrisa de otro humano igual de infeliz que aplauda el color del hinchable. Y obtener el apoyo de una ilusoria lucidez, valga la redundancia, y con ese ánimo, poder pechar con un tiempo al que creemos que le falta algo. En realidad le falta mucho y le sobra casi todo a esta civilización del nuevo patán, tan patán, tan confundido e informado.