En aquel momento quiso flotar. Había estado caminando un rato. Desolado, triste, tratando de encontrar un sentido a las cosas. Sentía una cierta inclinación por la derrota. Se aflojó levemente la corbata y se alejó del coche sabiendo que el día estaba gris y que se pondría más gris aún. Quizá deseaba la lluvia. Quizás deseaba ahogarse. Caminaba, miraba… como quien trata de encontrar algo, pero no descubría nada que fuera suficiente para cambiar ni su humor ni su vida. ¿Dónde aparecería lo que estaba buscando? ¿Era el letrero de alguna tienda? Quizás un perro abandonado. Podría ser una chica que le ayudase a arrancar un capítulo nuevo. Una propuesta inesperada. Un conflicto distinto…

El cielo estaba tan oscuro… Y comenzó a gotear. Pero él siguió cargando sobre su espalda cierta lástima por sí mismo, ya que no veía de qué modo las cosas podrían variar. La cara y el pelo ya estaban mojados. La corbata parecía ser de las que se estropeaban con el agua.¿Que más le daba?

Quizás debería entregarse a la bebida y morir algo más rápidamente… Beber, caminar bajo la lluvia y morir sobre un charco… Se percató de que tal muerte le parecía más dulce que trágica. Lo trágico era seguir viviendo.

Las nubes estaban imponentes al atardecer. Parecían el casco de acero de una flota de submarinos sumergidos en el cielo de Madrid. Pero realmente eran nubes y tan pronto dejaban pasar el sol como le regaban la cabeza. Pero él seguía alejándose del coche, aunque pensando en su paraguas abandonado en el asiento trasero. Allí estaba el paraguas.

La lluvia ya era intensa y le recordaba de modo impertinente que debía volver a la realidad y dejar de volar imaginariamente entre las gotas. Las chicas que salían de un colegio se ponían las carpetas sobre la cabeza para cruzar corriendo las calles. Los viejos se sujetaban el sombrero o la gorra. La gente se agolpaba bajo las marquesinas y se quedaban mirando su andar lento de caballo moribundo. Un camarero recogía los toldos y dejaba sin resguardo a unos peatones allí refugiados. Y cuando el agua ya manaba del cielo con rabia, empezó el verdadero aguacero. De los tejados chorreaban cataratas de un agua gris oscuro que rebotaba con fuera de los aleros. Algunos coches paraban a un lado de la calle, por que se había convertido en un embalse. Los limpiaparabrisas no daban abasto para retirar el agua y dentro de cada auto, los hombres miraban con ojos igualmente intimidados y redondos que las mujeres y los niños por lo que parecía que era el principio de una inundación que llenaría la ciudad como si estuviera edificada dentro de un depósito, y se estaban temiendo llegar a ver el nivel del agua por encima de sus ventanillas. La tormenta era ruidosa por los chasquidos y latigazos que los chorros infligían sobre las aceras y las fachadas, pero de vez en cuando se escuchaba la voz de algún niño gritando, mamá, fíjate cómo llueve. Y mientras el caminante seguía impasible. La lluvia arreció cuando él ya estaba empapado. En consecuencia, optó por decirse a sí mismo que eso no empeoraba dramáticamente las cosas. Se sentía patético y por algún estraño motivo, quería resistir, permanecer patético. El mundo no le prestaba suficiente apoyo, pues el ignoraría al mundo. Su traje y zapatos estaban ya arruinados y su triste figura siguió avanzando hasta que resbaló. Era posible decir que se precipitó en un charco pero casí sería más apropiado contar que cayo sobre un estanque. El golpe le dolió. Se sentó sobre la acera notando el empuje del agua que circulaba cuesta abajo. Un matrimonio con un paraguas acudió a ayudarle. Pero él solo decía, estoy bien, estoy bien, hasta que casi enojado les dijo que podía levantarse solo, que le dejasen en paz.

El matrimonio se fue. Y siguió sentado empapándose.

Notó que lo miraban desde una cafetería extrañados. Se dijo que pensarían que era un loco. Y quizás acertaban.

Cada cierto tiempo alguien pasaba por ahí con un pataguas y le preguntaba si podían ayudarle. Otros tal como estaba decididían que era un marginado. Y a los marginados no se les ayuda nunca, porque se les ve ya instalados en su infortunio. Solo sentimos compasión algunas veces por los no están tan mal.. Quizás debía profundizar en eso… En lo de profundizar en la derrota. De nuevo el alcohol le parecía la mejor idea.

Se hizo de noche y él entre tanto siguió sentado mirando hacia la leve cuesta arriba, como brillaban las luces naranjas de un cruce, sin poder decir en qué pensaba exactamente. Solo mojándose sentado en mitad de la acera.

Le sobresaltó la voz de un policía:
-¿Se encuentra bien?
Levantó la vista y vió al hombre uniformado. Levantó las cejas, pensativo,sin saber que responder.
-Me encuentro como siempre más o menos.
-Levántese, aquí se va a poner malo.
Bajo la cabeza.
-Ya estoy mal.

El policía llamó a su compañero que lo miraba desde el asiento del piloto del coche de policía. Este salió de mala gana Le tomaron por los hombros:

-Venga, haga el favor, que aunque usted se quiera mojar, nosotros no.

Le pusieron de pie a la fuerza y se refugiaron en un portal que había al lado. Comenzaron a preguntarle dónde vivía, qué le había ocurrido, si estaba bien. Él se encogía de hombros…

-Déjenme. No estoy enfermo, ni drogado, y creo que no tanto como loco.
-Entonces, ¿qué le ha pasado?
Giró la cara como buscando hacia dónde seguir antes de responder:
-Nada. Que quiero flotar.

En aquel momento quiso flotar. Había estado caminando un rato. Desolado, triste, tratando de encontrar un sentido a las cosas. Sentía una cierta inclinación por la derrota. Se aflojó levemente la corbata y se alejó del coche sabiendo que el día estaba gris y que se pondría más gris aún. Quizá deseaba la lluvia. Quizás deseaba ahogarse. Caminaba, miraba… como quien trata de encontrar algo, pero no descubría nada que fuera suficiente para cambiar ni su humor ni su vida. ¿Dónde aparecería lo que estaba buscando? ¿Era el letrero de alguna tienda? Quizás un perro abandonado. Podría ser una chica que le ayudase a arrancar un capítulo nuevo. Una propuesta inesperada. Un conflicto distinto… Siguió pensando en eso mientras le interrogaba la policía.