El cariño me hace perder densidad. Lo noto. Estoy empezando a flotar… Recibo continuas demostraciones de amistad. No solo promesas. No solo palabras… Mi cinismo no puede con esto. Y floto… Músicas deliciosas que me regalan en privado están produciendo microgravedad a mi alrededor. Llamadas de personas especiales que comparten sus preocupaciones y quizás más aún las mías. Frases picantes. Consejos maternales, y esto es muy divertido. Dicen verme pese a no ser científicamente posible. Hoy estás mejor. Ayer se te veía cara de sueño. Tenías ojeras. Y anteayer estabas preocupado. Ahora más animado… Menos taciturno. Y lo peor es que tienen razón. Audios con susurros de mujer junto a mis oídos o elogios de nobles amigos. La ironía nos ata a la tierra, y ésta es y debe ser símbolo de realidad para todo terrícola. Pero ya no puedo ser irónico respecto al aprecio de la gente cuando los meses se suceden uno tras otro y lo que pensaba que duraría poco, se refuerza y se consolida. Sin ironía, peso menos que el aire, me elevo. Parece el anticipo de una muerte. Si fuéramos parte de una narración, sólo mi final podría dar sentido a todo esto. Y yo por otro lado estoy ascendiendo a los cielos. ¿Estaré a punto de irme de este mundo, elevándome glorioso y feliz?

Pero una mujer inteligente me lo había advertido.

–Lo que está sucediendo a tu alrededor es tan hermoso, que necesariamente tiene que acabar en tragedia.

Y así fue.

Un buen día, un colectivo de sacerdotisas de la nada, arrogantes, auto-ofendidas y despechadas y algún eunuco lamemanos, conducido cadena y collar de hierro al cuello, me asesinaron, pisotearon mi ilusión y escupieron sobre mi cadáver. Y de mí nada más se supo.

Tras un esfuerzo sostenido y ¿tácitamente? concertado, para roer el casco y las velas, las ratas abandonaron mi barco deambulando desordenadamente de un sitio a otro, en busca de algún flautista de Hamelin cargado con una paciencia y comprensión sobrehumanas, mayores aún que las mías, que ya eran muy importantes. Como psicópatas abertzales, años después aún tratan de lanzarle piedras a mi nave, defecar en mi tumba, y orinar sobre mis restos mortales.

Sin embargo, las cosas son. Las cosas empecinadamente son. Tienden a ser como son. Yo, como buen crucificado, resucité. Lo que pasa es que para mi ascensión a los cielos, aún no tenemos fecha. Al quedar sin lastres, la nave ganó y yo reverdecí como un arbolito, cada dia mas alto y grueso, con raíces en tierra y recuperando densidad. Las cosas son y se empeñan en ser. Yo sigo siendo yo y no me lo han podido arrancar. Y la envidia, la soberbia y la frustración de los mismos y de otros nuevos que vendrán seguirán tratando de impedir que otros crezcan y se eleven. Y así continuará repitiéndose día a día la historia de Caín, que vive indignado permanentemente, ya que nunca podrá aceptar que DIos crease a Abel menos pequeño y miserable. Por mucho que inútilmente se le asesine.