ALGUNAS NOCHES NO PUEDO LEER

ALGUNAS NOCHES NO PUEDO LEER

Algunas noches no puedo leer.
Estoy aquí, sentado en un sillón de orejas, junto a un árbol de Navidad. No tengo más luz que las bombillas que lo adornan y el televisor, a través del cuál escucho Spotify. Suena Moon River, una versión acústica aún más Moon River que la original, que hiere tanto como un dulce recuerdo. La atmósfera es perfecta para leer un e-book en el teléfono móvil, rodeado de oscuridad y brillos navideños, todo untado de esa música suave, perfecta y yo con mi güisqui en la mano. Las ventanas reverberan el resplandor misterioso de la niebla que se ha apoderado de la noche. Un silencio frio me quema el corazón. Y tengo en la mano una novela formidable que quiero terminar.
Pero mi imaginación no me deja leer. Me distrae Mis sueños. Son mis sueños otra vez y siempre igual. Persisten. Me acarician. ¿En quién crees que estoy pensando?
Como en los viejos tiempos le ocurría al legendario estudiante, al soñador que siempre fui y que moriré siendo. Doy gracias a Dios por mi fantasía, por mi ingenuidad, por mi idealismo, por ser un falso frívolo y un sucedáneo de realista, un disfraz de adulto y un enamorado tratando de gestionarlo. Gracias, Dios mío, por estos momentos en los que no puedo leer, en los que la noche me vuelve visionario e improductivo. Por las horas de efímera pero impactante lucidez, por sonreír mirando a una pared, o atisbando un farol desde mi ventana, por hipnotizarme ante una vela encendida. Qué afortunado soy, aunque algunas veces no lo sea tanto. Lo acepto todo. Que me roben, que me maten ¡Qué me importa el mundo! Todos los inconvenientes, los acepto, Señor, si me dejas soñar. Y en algún momento, poder hacerla feliz.
P.D.
Esto… ¿Y si le regalo un Taller de escritura por videoconferencia?
Taller Enrique Brossa de reflexión y escritura.
Infórmate y reserva ahora tu plaza para enero.
Llenarás más tu vida. Sabrás más de ti.
Contacta con Enrique Brossa.
Cuota mensual: 65 euros al mes. Próximamente 69 €/mes Mantenemos los precios a los que lo contraten ahora.
Cuota semestral: De enero a junio, por solo 325 euros. Equivale a 54 euros al mes y te ahorras un mes. (Más popular) Solo para nuevos.
Cuota anual: 540 euros al año. Equivale a solo 45 euros al mes. Te ahorras 4 meses al año. Solo para nuevos. OFERTA SOLO HASTA EL 31 DE DICIEMBRE 2020

GANAR DEBE DE SER TREMENDO

 

Un día asistí en una sala de Barcelona, creo que fue en el mítico pub Ibiza, a un repertorio de chistes del no menos célebre humorista Eugeni, que por aquel entonces todavía no lo era tanto. Yo era un estudiante de primero de carrera y acudí allí con otros tres amiguetes. Yo siempre he tenido dificultad para encontrarle la gracia a los chistes. Siempre me parece que realmente la risa en los chistes se debe a algún fenómeno de autosugestión, al apoyo del alcohol, o quizás a una tendencia a seguir a aquel que primero se ríe, porque la mayoría de los chistes que he oído en mi vida son muy malos, absurdos, zafios y aptos solo para cabezas por debajo de la normalidad. Soy partidario de la sonrisa, partidario entusiasta de la sonrisa, en tanto que la carcajada, cuando se da, me parece una bendición, pero tanto tratar de provocarla continuamente me parece patético. Veo gente, como decimos en España, muerta de risa, o partida de risa, etc. Y lo que creo es que es gente que ríe tan ampulosamente porque quizá estaban a punto de llorar.

Aquel día, Eugeni no me pareció mucho mejor, y que me perdone el hombre, que ya se fue al cielo, pero vi que su personaje era un personaje que hablaba como quien va borracho, siempre con una copa y siempre fumando, continuamente fumando, dando unas caladas largas, profundas… Me parecía triste que tubiese que encontrar una imagen tan suicida. Eugeni murió joven. Mejor habría sido un bombín y un bastón, como Charlot o unas gafas redondas o algo así, menos tóxico y cancerígeno que la copa y el cigarro. Sin embargo, hubo un chiste que se me quedo grabado. Fue el chiste del hombre que disfrutaba perdiendo al póker.

—Pero ¿y ganando?

—¿Ganando? ¡Eso debe de ser la ostia!

La gente prorrumpió en una carcajada unánime, o casi, porque yo me quedé especulando respecto a qué era tan gracioso. Estaba claro, a allí la gente iba a reírse y se reían con lo que les pusieran, por eso, porque para eso habían venido. Y se iban a casa con la tarea hecha y el objetivo logrado.

Al acabar, si no recuerdo mal salimos a tomar copas acompañados de uno de los humoristas, que no podía ser más serio fuera del espectáculo, y tras haber injerido una cantidad de copas notable, me fui a casa. Estuvo bien aquella noche. No había encontrado a la estudiante de mis sueños en ninguno de los pubs visitados y, por lo tanto, no había terminado la noche con ella. Ni con la de mis sueños, ni con ninguna otra. Y al pensar sobre esto, delante de mi cama vacía, tiré de mi jersey de lana para sacármelo por la cabeza y pensé en voz alta:

—Como en el póker: ganando debe de ser tremendo —soy menos rotundo que Eugeni.

Entonces comprendí el sentido de este gran chiste de aquel gran humorista. Porque, quizás la gente que se moría de risa en la sala no lo supiera, pero en esta vida hay muchas cosas así. Qué bien lo pasamos perdiendo, o no logrando lo que deseamos. Si ganásemos… ya sería una cosa tremenda. Por ejemplo, escribir. Estoy convencido de que todos los escribidores comprenden la profundidad de este chiste tan aparentemente simple. Y es porque escribiendo lo pasamos muy bien. Disfrutamos como niños con nuestra imaginación con en el acto de masajear solitariamente una y otra vez nuestras emociones, recuerdos, deseos, sentimientos, frustraciones, pensamientos… todo lo conjuramos repetidamente hasta que la tinta brota a borbotones. Cuánto placer obtenemos en eses instantes de éxtasis, para que no paremos de repetirlo y recrearlo, durante casi toda nuestra vida, pese a que, en realidad, todo esto en general no nos lleve a nadie a ningún lado.

Generalmente no ganamos dinero. Ganado debe de ser la ostia, como diría Eugeni

 

EL LARGO CALLEJÓN OSCURO

En aquella época los atracos callejeros comenzaron a dispararse y nunca mejor dicho. Antes eran muy escasos, pero justo aquel año se habían convertido en un tópico. La gente tenía miedo. Pasear en España ya no era tan seguro. Normalmente eran chavales de quince años, en grupo, que no te enseñaban la navaja, y solo decían que o les dabas la cartera o te meterían el cuchillo en el estómago. Yo no era particularmente miedoso, porque me veía a mí mismo joven, grande… ¿Por qué atracarme a mí en vez de a un jubilado o a una señora mayor? Nada me pasaría.

Por aquellos días, yo tenía que acudir a un curso que empezaba a las 19:30. Desde mi residencia estudiantil hasta el centro de formación había unos veinte minutos en línea recta o bien, cuarenta minutos bordeando las explanadas y campos de fútbol de un polideportivo que había en la zona. ¿Por qué dar semejante rodeo? Porque la línea recta era una larga carretera que tenía a un lado un gran muro de piedra que marcaba los límites de un complejo hotelero. En la otra acera estrecha, te acompañaba una tapia alta y larga para parar los balones que podían escapar de los campos de fútbol de aquel polideportivo. Nadie se atrevía a pasar por ahí de noche, porque no había nada, ni una puerta, ni una tienda… absolutamente nada. Entrabas en ese callejón oscuro en invierno a aquellas horas, y llegabas a un punto en el que tenías siete minutos de andar hacia adelante o hacia atrás para salir de él. Se decía que era el lugar de encuentros turbios. Ni los más chulos de la residencia estudiantil se atrevían a transitar por allí.

-Tío, puede ser que no te pase nada, pero si te metes ahí… te la juegas -decían.

Digamos que la puntualidad no era por aquel entonces lo que más me caracterizaba. Salía tarde y no podía pensar en hacer el trayecto largo. Y me metía por ahí, porque, aun así, acabaría llegando después del inicio de la clase.

Empezaba a andar y cruzaba los dedos. Recuerdo el día sin luna en el que no me veía ni mis piernas, tal era la oscuridad. Las farolas estaban como a doscientos metros unas de otras, casi todas con las lámparas fundidas. ¿Fundidas? Las habrían ido rompiendo los delincuentes… Algunas mostraban una aureola de luminosidad muy leve, como si estuvieran exhaustas. Era difícil saber si daban luz o absorbían la poca que hubiera por la calle y causaban la oscuridad. Y de vez en cuando pasaba un automovil. Y era inevitable pensarlo.

<<Si ahora de ese coche salieran cuatro tíos, me robarían lo que quisieran y podrían pegarme o matarme porque yo estoy totalmente indefenso>>.

El auto se acercaba, parecía ir despacio, no acaba de llegar nunca, cada vez parecía reducir más la velocidad. <<Quieren ir despacio para poder verme y juzgar si les interesa matarme un poco o dejarme andar>>. Y efectivamente, era un Ford Escort, se veía viejo, de quinquis, y dos tíos con mala pinta parecía examinarme… No podía correr, era absurdo, estaba demasiado lejos del principio y del final de aquel tubo. Miré hacia atrás para ver si el Escort se iba. Y sí que se iba, pero muy despacio. Y sus faros alumbraron a un grupo de unos cuatro tipos que venían detrás de mí. Se paró al llegar a su altura. Intercambiaron algunas palabras. Demasiado rápido para preguntar una dirección o algo así. Seguramente se conocían. Pensé en correr, pero no me parecía una buena idea, porque eso sería dar a entender que me sentía vulnerable. Yo, que tenía diecisiete años, también había visto películas, como todo el mundo. Me di media vuelta de modo que, aunque todavía estaban lejos se diera cuenta de que los miraba descaradamente. Retándoles. Y metí mi mano derecha en el bolsillo del abrigo de un modo muy obvio, con la idea de que pensasen que llevaba un arma. Realmente con tan poca luz, quizás no veían nada concreto. Después de lo cual seguí andando. La mano izquierda colgando. La derecha oculta como mi pistola imaginaria. No quería volverme a mirar… Pero ¿Y si estuvieran ya corriendo hacia mí? Se oía ese murmullo que hace el tráfico cuando está lejos, pero apagado. Oía mis pasos y me esforzaba en oír los de mis supuestos perseguidores y… ¡Los oía! Era evidente que habían acelerado el paso para aproximarse a mí. Y quedaba muchísimo callejón por delante… Forcé la vista para ver el final y lo que encontré fue otro tipo que venía por delante. Si era una persona normal, podría convertirse en mi tabla de salvación. ¿Pero y si era otro amigo de ellos, como los del coche? Oí el motor. Estaba dando la vuelta. Aquello no me gustaba nada. En el mejor de los casos, tendría que darles el reloj y el dinero, pero eso no me importaba mucho. Iban a llegar a la vez los de atrás y el hombre que venía por delante. No, no, no valía la pena correr. Hice más ostensible que movía la mano derecha dentro de mi abrigo, pero no sé si lo podrían apreciar con tal oscuridad.

Llegó primero el hombre que venía por delante. Recuerdo que era un calvo prematuro, de unos treinta años. ¡Dios, la pinta no podía ser más turbia! A dos metros de mí, me dijo:

-¿Tiene fuego?
-No, no fumo -contuve la respiración.
-Da un poco de miedo esa gente que viene. Me vuelvo con usted si le parece, porque yo no quiero pasar por al lado de esos tíos solo. Vuelvo por donde he venido y nos acompañaremos mutuamente. ¿De acuerdo?
-Estupendo.
Comenzamos a caminar uno al lado del otro sin hacernos preguntas ni tratar de mantener una conversación convencional. Los dos estábamos pendientes de lo que sucedía a nuestras espaldas.
Pero el Ford Escort matrícula de Barcelona, rebasó a los que nos seguían a pie y pasó lentamente de nuevo por al lado de nosotros, fijándose mucho y nos adelantó. Mi recién conocido compañero miraba con los ojos fuera de las órbitas sin atreverse a decir nada. Y a unos diez metros, subieron las ruedas derechas a la acera que era muy estrecha. Nunca he tenido tanto frío como en ese momento. Tampoco estaba seguro de poderme fiar del hombre que tenía a mi lado, que por fin empezó a decir todo el rato:
-Ostia, ostia, ostia…
-¿Llevas algún tipo de arma? -le pregunté con la voz temblorosa.
-Ojalá llevase una. Una metralleta. Dios, pobres de nosotros.
-Somos dos. ¿Para que se van a complicar? -decía yo tratando de disimular el temblor.
-¡Ellos son siete, no sé cuántos! Yo les doy la pasta antes de que me la pidan -respondía el desconocido.

El conductor y el acompañante salieron del trasto con ruedas a esperarnos. Los que venían de atrás ya casi estaban allí.
-Hola -dijo el conductor-. ¿A dónde vais tan deprisa?
-Yo voy a un taller literario. ¿Os parece bien?
-¿Has oído, Paco? ¡Van a un taller literario!
-¡Oh! ¡Qué bonito debe de ser eso! ¡Un auténtico taller literario! ¿Vais a allí para escribir una poesía?
-No, yo voy a allí para pegarles un tiro en los huevos a todos los del taller -dije yo y en mi bolsillo del abrigo, puse mi dedo estirado como si fuera una pistola de modo que pudieran ver hacia dónde apuntaba. Se quedaron mirando en silencio hasta que el copiloto rompió a reír y le dijo al conductor:

-Solo es un fantasmilla. ¡Vamos! ¿Qué pasa? Estos dos caben juntos en el maletero.
Pero el conductor se me quedó mirando con expresión confusa. Por fin dijo.

-No es eso… ¡Ey, tíos! ¡No son estos, jodidos!
-¿Cómo que jodidos? Si lo has dicho tú.
-Pues sí, es que me he equivocado. ¿Pasa algo?
-Si te has equivocado no digas jodidos, que te has equivocado tú.
-Bueno, pues estos no son. No les hagáis nada.
-Y encima pregunta que si pasa algo. ¿De qué va este capullo?

Y a partir de ese momento los seis tipos siniestros que allí estaban empezaron una discusión en bucle, sobre quién se había equivocado y quienes podían o no llamar «jodíos» a los demás.

-¡Oye, que se van esos dos!
-Claro, claro, que se vayan. ¿No te digo que no son?
-Anda, que…. Anda, que… ¡Ya te vale!
-¡Menos mal que al final te has dado cuenta! -se iba oyendo la discusión cada vez más lejana mientras el desconocido y yo caminábamos cada vez más deprisa.
-Y encima nos llama jodidos, el tío.
-La habríamos cagao.
-No, tío, la habrías cagao tú. Y el jodío eres tú.
-¡Eso!
-¡Sí señor!
-¡Qué va, qué va! Que no, que habría mirado bien antes de disparar.
-¡Anda ya, tío, yo no puedo trabajar con éste! Acabaremos disparando a su puta madre, porque se confunde el cabrón. ¡Se confunde!

Al oír esto último me quedé helado.
-¿Has oído? Nos habían confundido con alguien a quien iban a disparar.
-¡Sí! ¡Vámonos, vámonos! ¡Más deprisa!

Seguimos andando a la velocidad de Meco en pleno maratón.
-¿Tú llevas pistola de verdad? -me preguntó.
-¿Quién yo? Esteee… Sí… Sí, sí.
-Dime la verdad, que no te voy a atracar.
-Llevo, llevo.
-¿Y vas a ir a un sitio literario o no sé qué a matarlos?
-No, voy a aprender a escribir relatos. No voy a matar a nadie, en principio, salvo que escriban «con todo mi ser» y «por todos los poros de su piel», que entonces no podré contenerme.
-Tú no llevas pistola.
-Que sí, que llevo.
-A ver, enséñamela. O dime qué tipo de pistola es.
-Como te pongas pesado te meto un tiro y se la cargan esa panda de idiotas.
-No llevas.
-Vale, ya está bien. Aléjate de mí. No somos amigos.
-¡Coño, si casi nos matan! ¡Eso une mucho! Pero está bien, si no somos amigos, dame el reloj y la pasta.
-¡Vamos, no me fastidies!
-¡La pasta!
-No veo tu arma.
-Ni yo tu pistola.
-¡Qué pesado! Llego tarde al taller de narrativa.
-¿El de Enrique Brossa?
-No, a otro. Pero me han dicho que ese está muy bien. ¿Lo conoces?
-Sí. Es por videoconferencia, desde tu casa. El jueves entraré gratis a una sesión a las 19:30 horas de Madrid. Es lo que deberías hacer tú en vez de atravesar andando este “pasadizo” de la muerte.
-Joder, pues dime cómo me apunto, venga, que sí que somos un poco amigos.
-Contacta con Enrique Brossa, por ejemplo, desde Facebook y le dices que quieres asistir gratis a una sesión. Y ya está.
-¡Qué fácil! ¡Vale tío! ¡Amigos, pues!
-Sí, sí, amigos. Y ahora dame la pasta.
-¡Dámela tú! ¡Que yo llevo pistola!
-¡Venga ya, tío! ¡Tú no llevas ni el boli!
-¡Andá, es verdad! Perdona, oye. ¿Tú me podrías dejar uno?

Taller de Escritura Enrique Brossa
Sesión gratis los jueves a las 19:30
Contáctame primero.

actividades@desafiosliterarios.com

CRÓNICAS DEL FIRMAMENTO. Frito de estar en el cielo.

CRÓNICAS DEL FIRMAMENTO. Frito de estar en el cielo.

 

Bueno, pues estaba yo ya frito de estar en el cielo cuando de pronto se me acerca un tío mayor: barbudo, así como con barba blanca, muy musculado, como de gimnasio. Veo que viene directo hacia mí y me dice:

-¡Buenas!

-Hola, muy buenas.

-Soy tu Padre.

-¿Perdona?

-Dios Padre.

-¡Ah! ¡Bueno! Menos mal que lo has aclarado porque yo con mi Padre… pocas bromas.

-No me habrías podido pegar ningún puñetazo. Soy Dios.

-Como si eres la Virgen. Yo te digo que con mi padre no te metas.

Puso cara de estar así como muy por encima y me dijo.

-Bueno, dejemos eso que ya está aclarado.

-¡Eso! Dejémoslo, que más vale que lo dejemos.

-Bien.

-¡Muy bien! -contesté yo levantando el mentón.

-Como te estaba diciendo, yo soy Dios Padre.

-¡Me alegro! Encantado.

-Bien, como sabes yo conozco hasta tus más ocultos pensamientos. Y la verdad, todo lo que me llega de ti es que estás muy descontento con todo. Y claro, estar aquí y poder verme es un premio, pero si prefieres ir a otro sitio.

-Pues mira ya que lo dices, es así. A mí el cielo me ha decepcionado bastante.

-No tienes pelos en la lengua para decir las cosas sin rodeos.

-Es que no hay que tenerlos.

-Ya, pues hombre, sabiendo que todo esto lo he creado yo, podías plantearlo de otra forma, con un poco más de tacto, ¿no te parece?

-Yo es que soy muy directo.

-Bueno, y qué es lo que tanto te molesta del cielo.

-Pues es que… a ver: tú eres el que has creado esto, dices, ¿no?

-Si, claro, yo soy el que lo crea todo, ¿Quién si no?

-Y la Tierra, ahí abajo donde estaba yo cuando estaba vivo. ¿También la has creado tú?

-Claro. Todo. No ves que yo soy el alfa y el omega y…

-¡Ya, ya ya! Ya me lo sé, lo del alfa, el omega y no sé qué más. Pues no me lo explico.

-Qué es lo que no te explicas.

-Parece que lo haya hecho una persona completamente distinta. No me entra en la cabeza que quien ha hecho la tierra haya hecho el cielo.

-Vaya.

-Pues sí, la verdad. El mundo mola. Puede ser un poco fastidiado a veces, pero el mundo está chulo, la verdad. Vamos, yo algunas cosas las habría hecho de otra forma, pero vamos, está bien. En general, está bien.

-En general…

-Sí, en general. Está bien, sin entrar en detalles. ¡Porque hay cosas que no están bien! Pero te estoy diciendo que el mundo mola. Pero ¿esto? ¿Este cielo? Parece que el cielo se lo hayas encargado a algún inglés.

-No he encargado nada a nadie, ni a un inglés ni a alguien de ningún otro lado.

-Pues fíjate, que yo pensaba que sí.

-¿Por qué un inglés?

-Porque me recuerda mucho a las patatas esas cocidas que se comen con mantequilla, como tontos.

-Ay, Virgen Santa. Desde luego, todo en mí es infinito. Mi paciencia por ejemplo es infinita.

-Esto del cielo es sosisimo. Pero si no sabes aceptar las críticas no te digo nada y ya está.

-Pues eres el primero que se queja. Está todo el mundo contento y feliz, mirándome.

-¡Pero por favor! ¿Y tú dices que lo sabes todo? Lo que pasa es que no te dicen la verdad, por no molestarte, Dios, pero esto es un rollo. Una patata cocida, pero además sin sal. Solo con la mantequilla inglesa.

-Vale, pues te mando al infierno si lo prefieres.

-No me parece muy democrática esa actitud tuya, Dios. La verdad -dije yo bajando el tono.

-La verdad soy yo. Y la vida.

-Pues hala, lo que tu digas siempre, no se te pueden decir las cosas. Solo cuando todo es bonito y adorarte y eso, bien. Ahora, como digas que algo no te gusta te mandan a las calderas. Pues mal, qué quieres que te diga, mal, mal, mal. No es lo que se espera uno al venir aquí. Lo suyo es escuchar a tu cliente. ¿Quién es el usuario? Si no sabemos escuchar la opinión del usuario, vamos mal.

-Vale, pues dime que es lo que no te gusta.

-Hombre, te vas a la Tierra y te encuentras de todo. Leopardos, tigres, colores, chicas, olores, playas, frutas, motos, mascotas puedes esquiar…

-¿Me lo dices o me lo cuentas? ¡Que lo he hecho yo todo!

-¿Esquiar también lo has inventado tú?

-Bueno, la nieve.

-Pero no es lo mismo. ¡Y aquí qué hay! Esto es muy feo, todos aquí suspendidos es una nube, y no se ve más que todo blanco, no hay ni esquinas. Te dejas en algún sitio los kleen-Ex y ya los puedes dar por perdidos porque no sabes si vienes de aquí o de allá, yo aquí no me oriento. No me gusta nada. ¡Es soso y feo!

-¡Es decoración minimalista!

-Pues a mí no me va el minimalismo éste de las narices.

Se me quedó mirando Dios sin decir nada por un tiempo, que me pareció una eternidad, claro. Que ese es otro tema del que también le podría haber hablado…

-¿Sabes qué? -me dijo Dios Padre- Tú has tenido que ser algún error administrativo.

-¡A ver si al final va a ser verdad que eres mi padre!

MUERTE EN LA LUNA

MUERTE EN LA LUNA

MUERTE EN LA LUNA

Yacer en la superficie lunar y abandonarse a la muerte era ya su única perspectiva. Estaba muy debilitado. Se había dejado caer sobre aquella superficie polvorienta y se levantó una nube de partículas que iban depositándose paulatinamente sobre su escafandra. El relieve lunar era paradójicamente una vasta planicie en aquella zona, por lo que Dobrovolsky solo podía ver el firmamento negro con estrellas, cada vez más difuminado, debido a las motas de arena que iban poco a poco cayendo sobre su visor. Le dolía la espalda, sentía el cuello incapaz de sostener el peso de su cabeza. Notaba las rodillas como si fueran de mayonesa. Su respiración resonaba agitada dentro de su traje espacial. Y el corazón latía tan fuerte que recordó cuando se mareó un día de niño al tomar café. Decidió dormirse y morir, no tenía fuerzas para otra cosa. Estaba seguro de que la nave que esperaba jamás vendría a buscarle. Y cerró los ojos. Pensó en su mujer y en sus hijos y dijo en voz alta:

-Adiós.

Fue su despedida lanzada al vacío.

Minutos después, abrió los ojos. Se sentía colgado en el firmamento y dio gracias por el privilegio de irse del mundo de los vivos en un escenario tan espectacular en vez de en una simple cama de hospital. Sin embargo, notó una molestia nueva, que probablemente le habría despertado. Una prosaica sensación que parecía contradecir lo mucho que tenía de solemne y sobrecogedor aquel momento de su partida. Tenía una gran necesidad de orinar. Pero qué más daba. Lo haría dentro de su traje. Es algo que estaba previsto, pero que él trataba siempre de evitar. Incluso el propio uniforme reciclaba el calor; y el agua en ciertas condiciones y era reintroducida en su cuerpo como un suero mediante el sistema de microcatéteres de la ropa interior, sin pedirle permiso. El ácido úrico prolongaba la duración de las baterías. Esto realmente podría darle algún rato más de vida, aunque eso le daba igual. Hora más, hora menos… ¿Qué cambiaba eso? Siempre evitaba evacuar en los depósitos flexibles previstos en el traje. Pero esta vez no lo dudó, y pronto notó el avance de un cálido y delicado recorrido junto a su muslo izquierdo. Y no pudo evitar sonreír al destruirse totalmente la magia del momento. Irse riéndose de sí mismo le pareció lo más adecuado. Había estado bien. Una última holganza, si se podía llamar así. Una liberación postrera.
Sintió que sus dolores se atenuaban. Trató de tranquilizar su corazón para reducir el consumo de oxígeno.

-Mensaje a la Tierra -dijo. Y una pequeña luz verde brilló en su visor confirmando que la computadora de su traje estaba lista para grabar y emitir-. Soy el comandante Mijail Dobrovolsky. Hoy es el día… ¡Decir día! -y la voz automática del traje se intercaló: «12 de agosto del año 2191 del calendario terrestre occidental. Son las 15:07.»

-Estoy esperando la muerte ya que nuestra nave principal ha explotado por motivos desconocidos cuando yo estaba fuera. Mis compañeros han salido en una subnave exploradora hacia la zona a investigar y supongo que al perder la señal están teniendo problemas para encontrarme, si bien la subnave tiene sus propios sistemas guía. Sea como sea, entiendo que si llegan tampoco podremos regresar a la Tierra con la subnave. Por lo tanto, solo puedo pedir que vengan a rescatarnos. Realmente no creo que me quede mucho tiempo a mí, pero ellos dentro del vehículo podrían sobrevivir bastante más tiempo. Por tanto, les solicito una acción para rescatarles urgentemente. Digan a mi familia que mis últimos pensamientos han sido para cada uno de ellos. Ruego a las autoridades que favorezcan su bienestar económico. Viva la Unión de Países. Fin del mensaje.

Dobrovolsky miró su mano gruesamente enguantada y la pasó por su visor para poder ver mejor las estrellas mientras se extinguía su aliento. A su izquierda pudo ver lo que imaginó que sería una lluvia de perseidas. Asintió tres veces con la cabeza, como si agradeciera esa oportuna visión de estrellas fugaces como un homenaje de fuegos artificiales a su persona en el momento de su final.
-¡Mi comandante, mi comandante!
La voz de uno de sus tripulantes se oía con una calidad tan perfecta que por un momento creyó que lo tenía a su lado. Se quedó tan aturdido que tan solo dijo.
-¡Qué! ¡Qué pasa!
-Mi comandante, su radio no está emitiendo por nuestro canal y deduzco que tampoco nos ha recibido. Sin embargo, hemos detectado su mensaje a la Tierra.
-¡Dios mío! ¿Dónde estáis?
-Aquí en la nave. Hemos apagado fácilmente el fuego y extraído los humos. Hemos logrado entrar y hemos comprobado que usted no estaba dentro como nos temíamos. Mi comandante, no nos dijo que fuera salir.
-Tienes razón, Guerásimov. Lo siento.
-¿Por qué lo hizo, Comandante?
-No soporto ir a la Luna y no pisarla. Es como esos ejecutivos que viajan a reunirse en distintas ciudades de la Tierra y no tienen tiempo de darse un paseo en ellas. Ahora, venid a buscarme.
-¡Dios, mi comandante, perdone que se lo diga, pero ha arriesgado usted nuestras vidas!
Un silencio fue la respuesta. Decidió que no podía reconocer demasiado claramente su negligencia.
-¿Cómo ha quedado la nave?
-No ha sido grave. Más espectáculo que otra cosa. Creemos que podremos regresar y en todo caso, aquí cabe esperar una operación de rescate.
-Debería echarme a llorar. Ya estaba convencido de que moriría.
-Mi comandante, somos militares.
-¿Cómo se atreve a recordármelo? Además de insensible es usted irrespetuoso.
– ¿Quiere que le dejemos morir aquí, comandante? ¿Le abandonamos?
-¿Cómo dice, capitán?
-Mi comandante, desde que le ha dado por escribir se ha convertido usted en una especie de sonámbulo. Todo lo hace mal. Parece usted drogado. Nos ha puesto en peligro. La nave ha explotado porque usted lo permitió al configurar erróneamente su salida. ¿Qué tal si le abandonamos aquí y usted se queda mirando las estrellas? ¿Le abandonamos? Tenemos parejas e hijos, proyectos y emociones tan importantes como las suyas. Mi comandante, es usted un irresponsable. ¡Quédese aquí!
-Si me abandonan acabarán en la cárcel todos. Y yo no podré escribir más.
-¿No podrá escribir más? ¿Es eso lo único que le importa?

Dobrovolsky guardó silencio.
Dentro de la nave, los otros tres tripulantes estaban tan irritados como Guerásimov o más aún y se miraron a los ojos como preguntándose unos a otros: ¿nos vamos?

Taller de escritura narrativa Enrique Brossa
Por videoconferencia, en grupo, en vivo y en directo.
Disfruta una sesión gratis el próximo jueves a las 19:30 horas de Madrid.
Contacta con Enrique Brossa para solicitarla

Basándome en ti

Muchos individuos tratan de crearse una personalidad sobre las ruinas de los demás.

Esos que intentan siempre estropear el brillo de los otros: o los que se alegran del fracaso de los que valen más; los profesores que se ponen displicentes dando lecciones a los niños, se sienten geniales ante su audiencia favorecidos por la tarima; otro se crecen ridiculizando a su mujer; luego está la gente que pretende hablarte continuamente como si te diera instrucciones, consejos y hasta órdenes; el abogadillo que mantiene distancias y da la mano alargando el brazo como si alguien tuviera algún interés en abrazarlo; los amigos que ridiculizan siempre a un tercero; el hermano que trata de anular a otro hermano; las colegialas cool que amedrentan a sus compañeras; el patán que cree que lidera algo monopolizando las conversaciones en el restaurante y únicamente logra estropear todas las veladas; el empleado que genera críticas respecto a los compañeros con los que rivaliza; la vecina que cotillea de todo el mundo, trata de ser escuchada a base de desvelar vidas que no le pertenecen; las mamás que confunden la intimidad de sus niños con la suya y cuentan cualquier cosa de ellos cuando están con los papás de los amigos de sus hijos; el grupito de clasistas y nacionalistas que presume de tener prejuicios respecto de los foráneos o los pobres porque creen que eso les aporta un nivel social; el conservador que parece ser un ejemplo de moral pero desprecia a casi todo el mundo: los bobos que presumen de la gente a la que conocen, luego no ven nada interesante en sí mismos; el opinador cuya propaganda consiste en ironizar de manera tramposa, porque sabe que burlarse es más mucho más fácil que argumentar; los amigos competitivos que no pueden evitar portarse mal contigo en determinados momentos; los que toman tu educación por una debilidad; aquellos que intentan que se valore más su carácter que tu inteligencia; esos a los que les molesta tu personalidad; los que dicen eso de “quién se cree que es”.

Hay miles de ejemplos de indeseables que apenas hacen algo en su vida en favor de sí mismos que no vaya en contra de las personas concretas que les rodean, Tratan de generarse un espacio en el que dominar. Su seguridad tiene que manifestarse de modo molesto o dañino para los otros. Su autoconfianza se construye tratando de menguar la tuya.

Dan pena, porque eso es otra manera de manifestar su impotencia y sus limitaciones. Pero no merecen nuestra atención.

Que otros no se basen en ti. Básate tú en ti. Crea tu mundo. Hay otro tipo de seguridad que no tiene relación con la de los otros. Apoyada en tu pensamiento, y en ti. Se puede dejar de competir en ligas que no son del deporte que te gusta. Vete de las fiestas a las que no te interesa asistir. De hábitats que no corresponden a tu especie. Tú eres otra cosa. Como Desafíos Literarios.

Escribe. Entra en otros mundos. Inicia un viaje al centro de ti mismo.

 

Ven a nuestro taller de escritura por videoconferencia.

Escribir, pensar, crecer, disfrutar… Más vida en tu vida.

Nuevo taller: VIAJE AL CENTRO DE TI MISMO

https://desafiosliterarios.com/nuevos-talleres/