Os gustan las frases positivas, ¿Verdad? El pesimismo os hiere. Os contagia. Hace aflorar vuestras propias dudas. Vuestros miedos. Vuestro pánico ante la vida, la soledad, la decepción y la muerte. Y la mirada oscura no os resuelve nada. No queréis oír, ni saber, ni pensar… Sois como niñas que se tapan las orejas cuando discuten con su hermana: «bla, bla, bla, no te oigo, no te oigo…». Ahora, ya mayores, conserváis esa misma estrategia ante la vida. Tapar con la mano la información que no queréis ver ni oir. Sois frágiles. Pensáis que las dudas son como vibraciones que pueden fracturar ese espíritu de fino cristal; agrietar esos ánimos tan quebradizos. Sois débiles: como yo.

Os comprendo. Quiero deciros que en realidad no soy tan pesimista. Me flagelo por simple modestia cartuja, como si tuviera que compensar el exceso de dones que la naturaleza hubiese derramado sobre mí… pero que tampoco son tantos en realidad, y de los que la vida me viene despojando, de uno en uno, y ya estoy casi desnudo. Me flagelo en exceso, sí. A veces siento que me lo estáis advirtiendo. Os doy la razón. Se agota mi pose descarnada. Ya no me aporta nada nuevo. Es por eso que…
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Hace tiempo que he iniciado la preparación de una expedición importante, al menos para mí. He estado planificando esta aventura toda mi vida sin saberlo. Os diré de qué se trata: de la búsqueda de un optimismo no estúpido. Voy a salir a hacer un largo viaje intelectual no exento de peligros. Estoy listo. Salgo mañana. Quiero convertirme en geógrafo de la existencia y recorrer el mundo con el pensamiento. Atravesar las selvas. Visitar los desiertos de momento no, que no me hace falta, porque ya los conozco bastante. Obviaremos lo de surcar los mares, escalar cordilleras y cruzar los cielos, por ser una retórica muy manida y a mi la selva es lo que más me mola en realidad. Voy a salir en busca de un optimismo que no sea blandengue. Sin fotos de cachorritos y sin frases cursis. Un optimismo más fuerte. A ver si lo encuentro, aunque sea en el centro de la Tierra.

Me gustaría mucho que me acompañaseis, pero si os quedáis en casa, espero que estemos en contacto. Os iré contando mi camino, mis hallazgos, dificultades y sobresaltos.
Cierto es que necesitaría financiación, para tan larga empresa, pero, con o sin ella, parto ya en mi carabela, a por El Dorado.

Seguid mis pasos a partir de ahora, como hasta ahora. Y si algún día se pierde el contacto, si mis cartas ya no os llegan y me dan por desaparecido, que los más valientes me busquen cerca de algún Amazonas o en las fuentes de posibles nilos, fértiles y caudalosos, y al encontrarme, que me pregunten:
—Taller de Relatos, supongo.

Un nuevo día. Una nueva oportunidad.

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