Es otra vez ese mismo sueño recurrente y apaciguador: vuelvo a pensar en el gran río de aguas verdes. Veo mi canoa rudimentaria deslizarse a favor de un curso desbordante y pletórico. Con mi remo, no sé si doy impulso o convoco suaves cosquillas en la corriente que me conducirá a desembocar y perderme en el mar.

Estoy en paz. Formo parte del caudal. No hay nadie conmigo pero me siento acompañado y completo. No importan los hombres, porque soy los hombres. No importan las plantas que se enredan en mi barca porque soy la vegetación y las algas. No me afecta el torrente, porque el torrente está en mí y yo formo parte minúscula en él. Estoy feliz.

La tarde cae mientras miro las ondas del agua. Me dejo llevar. Me tumbo en mi barca, cierro los ojos y entonces sé que sigues ahí. Me miras y sonríes. Y el sueño vuelve a empezar.

Vuelve a ser ayer y mañana. Siempre ayer y mañana.

El sueño vuelve a empezar.