SALMOS CONTEMPORÁNEOS. EPÍLOGO DE NINGUNA HISTORIA.

SALMOS CONTEMPORÁNEOS. EPÍLOGO DE NINGUNA HISTORIA.

Has vuelto a hacer lo mismo.
A poner luto en mis ojos.
A dejar un eco de abatimiento y tristeza.
Sin respeto, ni por ti ni por mí.
Ni por los tesoros que debemos cuidar.

Ha soplado de nuevo
un vendaval de insolencia
de amargura y violencia.
De cólera egoísta, irracional.
Has dado un nuevo empujón..
Para convertir lo que pudo tener sentido
en una chapuza trivial.
Y no diste un solo paso hacia mí
para hablar, para escuchar.
Nuestra vida se he convertido
en un episodio suelto

Comprendo que eres así.
Lo acepto. Es tu realidad.
¿Pero qué comprendes tú?
Si no diste un solo paso hacia mí.
Para compartir, para cambiar.

Has vuelto a cerrar los ojos.
En tu cabeza no penetra una visión
que a ti te cueste asumir.
Tu explicación es un artefacto.
Con tu cólera fuera de cuadro.

Has vuelto a tapar tus oidos.
En tu mente solo se jalean
conveniencias y deseos
Mis palabras son serenas
Pero solo son ruido para ti.
Para mí lo son tus gritos.

No diste un solo paso hacia mí
Para la paz, para aceptar.
.
Nuestra habitación luce tus logros.
Tapizando suelos y paredes
Ocultando muchos vacíos.
Y el vació que te envuelve.

Y ahora sé que nada importa.
No importa de quién es la razón.
De quién el dolor.
De quien la traición y la culpa.
Ahora sé que no importa nada.
Porque no diste un solo paso hacia mí
por superar, para avanzar.

Te falta un sentimiento.
Una cuerda vocal
no te vibra al hablar
Un músculo tuyo no está
donde debería estar.
Gestionas situaciones.
no emociones.
Con estallidos.
Sin miramientos.

No se puede amar sin amar.
Sin escuchar, ni querer.
Sin valorar, ni valer.

Útil para acompañarte al llegar
y para seguirte al volver
hallarás un nuevo idiota
al que tendrás que comprar.

Porque no diste un solo paso real.
Lo tuyo es perder o ganar

Aquí no acaba un relato
que guardar en la memoria
Cuando te oigo, percibo
el final de un simulacro.
Epílogo de una no-historia.

Miedo a tambores lejanos

Miedo a tambores lejanos

Hay un estado que podemos llamar serenidad. Suena muy bien. Se asocia a un tipo de plenitud espiritual y sabiduría. Es eso que hay que mantener en momento de peligro. Lo que nos previene de los cambios de estado de ánimo que pueden provocarnos otras personas o factores externos. Existe otro estado parecido llamado tranquilidad, que sin embargo tiene mala prensa. Cuando lo referimos a una persona, frecuentemente lo asociamos a una cierta falta de interés, o de capacidad de reacción, como si estuviera cerca de la abulia o de la apatía. Hay un estado de alerta, que puede ser interesante, ya que implica un grado alto de atención. No obstante las personas que viven en permanente estado de alerta bordean el estrés y lo transmiten otros. En el lado opuesto están el temor y el miedo. El miedo es imprescindible para la supervivencia. No me refiero para reaccionar ante el enemigo, no. El miedo es imprescindible para la supervivencia de todos los cantamañanas que dan consejos a los demás sobre el miedo por un módico precio. Esos que te dicen, que debes vencer el miedo, que el miedo es tu enemigo, tienes que vivir sin miedo… Esos rollos baratos son toda una industria, porque aproximadamente el 50% de la población actual de los países desarrollados pretende vivir de dar consejos al otro 50% y solo se saben lo de los miedos y lo de la zona de confort. LLevan con eso unos veinte años y ya nos lo sabemos todos, pero por lo visto sigue funcionando. Por lo demás, el miedo es una sensación de peligro que te hace generar estados de alarma necesarios o útiles para superar los peligros, cuando los peligros son reales y concretos. De alarma, no de alerta. Si estos estados de alarma no son respecto a peligros concretos como un león, o una reunión de copropietarios, sino sobre algo inconcreto y continuo, como el futuro, se califica como algo patológico: estrés y ansiedad. A todos los tipos de miedo que superen un alto nivel de alarma tenemos que llamarles pánico. El pánico está al extremo de este gradiente o escala que hemos descrito. No tiene sentido hablar redundantemente de enorme pánico, en general, aunque lo digamos con frecuencia, porque si es pánico, es ya enorme. En principio, tampoco tiene sentido hablar de pánico pequeño, por el mismo motivo. Si es pánico,no es pequeño. El terror es algo que está presente en realidades y relatos presididos por expectativas inmediatas de muerte no producidas por la enfermedad sino en circunstancias difíciles de aceptar como normales, ya sea por la acción de un monstruo o de un aserradero.
Bueno. ¿Y qué? ¿A dónde quiero llegar con todo esto?
He vuelto a sentirlo. Estoy tranquilo. Estoy sereno. Pero he vuelto a oír tambores de guerra muy distantes. Siento como un pánico ligero, casi nimio, remoto. Sí, ya sé que estoy contradiciendo lo que acabo de explicar pero es lo que siento. Un pánico alejado y leve… Como el anuncio de una guerra en un territorio vecino, distante, pero que parece querer traspasar la frontera y dirigirse hacia mí. Lo presiento. El mal me acecha. El infortunio me está rastreando y sus tropas de infantería vienen despacio, a pie. Andan buscándome para cercarme antes de hacerme preso o hasta eliminarme. Creo que no es miedo, sino pánico… pero muy pequeño. Amortiguado. Un pánico más pequeño aún que el propio miedo leve. Yo estoy tan pancho, porque realmente no me pasa nada. Están perfectas mis funciones gástricas e intestinales. Acaso mi corazón ande agitado por eso, pero no lo creo: será por mis cuatro cafés diarios. Estoy muy bien. Pero lo que sí que tengo es un pánico chiquitín, de nada. Un terror del tamaño de una anchoa o menor. Como media anchoilla, o un tercio de anchoilla esmirriada. Eso no es miedo ni es nada. Pero lo oigo… Ese redoble de tambores que lleva años persiguiéndome. Creí haberme acostumbrado a él y puedo ignorarlo, ningunearlo, seguir siendo feliz no haciéndole caso, pero yo diría que ahora lo acuso más que otras veces… Precisamente ahora. Y hoy, domingo, ¿dónde encuentro yo algún charlatán de guardia que me explique cómo superar un pánico leve? Antes de que la lombriz se convierta en tiburón o en boa constrictor gigante, necesito un rearme mental y eso solo se consigue remunerando con cien euros a algún gilipollas.
Y lo trágico es saber que en el fondo, mi peculiar acúfeno de tambores y arcabuceros lejanos desaparecería si pudiera darte ese abrazo que quizás tú necesites más que yo. Si cabe.
Sumérgete, o por qué la yerba es sagrada

Sumérgete, o por qué la yerba es sagrada

La yerba es sagrada. El mar también. Y la lombriz.

La piedra y tú sois sagrados. Sí, tú eres sagrado. Hasta yo lo soy, aquí donde me ves.

La niebla es sagrada, como el balón de mi hijo, o su goma de borrar.

El pan, el vacío, y la luz.

Mi pensamiento y su risa; las carreteras, la hoja, los perros, la pena, y el sol.

Hay una absoluta sacralidad en cada cosa, ya sea viva o inanimada. En todo átomo, en las cumbres, en el magma, y en el peine de una prima del hombre que cruzó la calle.

Y en el agua, tanto la de la nieve, como la del charco que pisamos ayer.

Hay un explosión gigantesca de belleza en las piezas y en el todo. En tu inquietud, en su indiferencia, y en mi ira. En el barro y en la cal.


Escucha el silencio. Sumérgete. Maréate con él. Disuélvete en él.

Y no me digas más, te lo ruego, lo profundo que es el mar, ni qué hermosa es esa niña, o qué preciosa su mirada.

No exclames más, te lo pido por favor, qué grande es la luz o el color de las rosas.

Te han enseñado que la flor es bonita, y solo repites lo aprendido. Eso no tiene valor. No lo percibes de verdad y por eso no lo puedes transmitir.

Antes de escribir, siéntelo con atención. Respíralo. Has de parar el tiempo. .
Vuelve a descubrir la belleza de las cosas. Partiendo de la soledad. Partiendo de ti.
Enrique Brossa, Taller de Relatos.
Juntos aprendemos modestamente a escribir y a vivir.
Nuevos grupos.

La hipocresía continua

La hipocresía continua

La falta de autenticidad jamás me ha sorprendido, Sin embargo, me produce un muermo existencial profundo, un aburrimiento espeso, narcotizante.

Convivir con la hipocresía continua y generalizada es como estar preso y tener que sentarte a almorzar cada día irremediablemente con una banda de groseros y maleducados, que comen con los dedos y no les molesta embadurnarse la cara y las manos de grasa o pringar los vasos al beber. Uno no querría estar allí. Al cabo del tiempo de convivir con esto, si ya logras dominar la aprensión, siempre permanece el hastío.

Y la pregunta que te sobreviene es: ¿por qué se degradan? ¿tan difícil es hacer las cosas de otro modo?

El sentido común y el bien

El sentido común y el bien

El año pasado por estas fechas escribí la siguiente frase:

“Este año, os deseo sentido común. Es lo que voy a pedir para mí. Con eso podremos tener todo. Paz, amor, justicia y hasta crear riqueza”.

Para mí el sentido común es lo que evita problemas y encuentra soluciones, y facilita la ecuanimidad.

Este año no sé si volver a desear lo mismo o mejor pedir algo que no sea tan difícil, como que me toque la lotería. Ha sido el año en el que más claro he visto que la falta de sentido común es galopante y que tiene una incidencia tremenda en la paz interior de las personas, en su felicidad, e incluso en sus proyectos. Nos ha faltado sabiduría, equilibrio, humildad, sensibilidad, sensatez, autenticidad, compasión, indulgencia, mano izquierda, saber contemporizar… Yo todo eso me lo perdono a mi y a los demás. Son errores y limitaciones importantes, sí. Pero somos todos tan limitados… No pasa nada.

Luego está la falta de lealtad, que es algo que llevo peor porque mancha mucho todo. Y, por último, lo peor de lo peor, para mí es la vulgaridad. La vulgaridad que a mí me preocupa no tiene relación con una mala elección de calcetines, ni con ninguna norma de comportamiento social o manual de buenas maneras. Yo no me muevo por esas memeces. Me refiero a la vulgaridad de pensar en corto. Con miopía, trivializando lo importante y exaltando lo anecdótico. Vulgar es entrar al trapo con las miserias. Retirar confianzas. Vulgar es devaluarse. Venderse barato o regalarse a la primera conveniencia sin caer en que entregamos así un mundo peor a nuestros hijos.

Yo soy el último idiota que queda. El último ingenuo que piensa que todavía puede encontrarse con gente que se mueve por criterios de honor, ética, lealtad y moralidad. Soy el Quijote, en versión humilde, sin pretensiones caballerescas. Eso no quiere decir que yo piense que soy mejor que los demás, porque luego a la hora de la verdad, soy también humano. Pero soy el último que se plantea que deberíamos ser de otra manera, cuando creo que a los demás estas ideas del Bien les produce una mezcla de condescendencia y risa floja con mirada maternal.

Sinceramente, yo soy así porque por un lado no me parece imprescindible, ni necesario, ni conveniente ser de otro modo. Creo que es generalmente torpe ser así. Es estropear cosas. La falta de continuidad nos debilita, y esa continuidad necesita confianza. Nos condenamos al paripé, a la hipocresía, al sostenimiento de relaciones falsas, meramente formales. En segundo lugar, porque hay muchas ocasiones en las que no es tan difícil hacer lo que se debe. Uno no está sometido a gravísimos dilemas morales por tener un mínimo sentido del honor personal y de la lealtad. No es para tanto. Da bien por bien, paga lo que debes, no decepciones a quien te aprecia… ¿Tan difícil es? No, no lo es. Hay algo para mí de tipo estético. Ser miserable, aunque sea un poco, es de mal gusto. Sin duda, es vulgar, como decía antes. Mucho más que los calcetines blancos, que tanto denigran algunas personas que creen que la educación tiene que ver con conjuntar colores de ropa. Fallar es de mala educación. Es de gente que queda mal, que no es solvente, porque no son de confiar. Es gente que va dejando al andar por la vida un rastro de suciedad evitable, innecesario. Yo veo suciedad en provocar en otros la desilusión, el desencanto, la burla, el chasco, el engaño, el descontento, la contrariedad, el fallo, la frustración… Al final, es gente que quita alegría al mundo y la cambia por tristeza en aquellos con los que se relacionan, como quien va a una piscina climatizada y echa agua fría y sucia, que finalmente baña a todos. Es simple falta de civilización, de educación. Es una animalidad. Nada tan primitivo y atávico como el egoísmo, esa versión chata y taruga de la ambición.

Así que, heme aquí que, aunque ando muy escaso de fe, me encuentro con que estoy por la difusión de ciertos valores cristianos, que muy pocos -cristianos y no cristianos- poseen.

Este año deseo no fallar tanto. No fallar yo. No ser patoso. Respecto a los demás… No. No pediré nada respecto a los demás. Soy una micropartícula en un océano de humanos, transitado por corrientes que me superan como la ola a la cáscara de nuez. Algunas veces, ni siquiera me importa mucho flotar o no. No voy a predicar. Mi deseo para esos otros es que lo disfruten juntos y alejados de la gente de calidad. Trataré de disfrutar yo solo de mi propio sentido de la vida, con las muy escasas personas que yo conozco que parecen poseer esa famosa madera del árbol que nunca existió.

Nos queda la esperanza.

esperanzasCuando perdemos la rabia, queda la esperanza.

Cuando perdemos la paz, queda la esperanza.

Cuando el rayo nos señala, queda la esperanza.

Si perdemos la suerte, queda la esperanza.

Si lo perdemos todo, queda la esperanza.

Si la muerte acecha, queda la esperanza.

Si sufrimos lo insoportable, queda la esperanza.

Si la gratitud se olvida, si la traición se extiende,

Si la pasión se pierde, si la desolación cunde,

Si los pájaros mueren en sus ramas, si las islas se hunden,

Si la vida se pierde y el cielo está en llamas…

queda la esperanza.

Y si la esperanza se pierde, entonces…

queda la esperanza.