Huerto de los Olivos

Huerto de los Olivos

Hoy he subido al monte con la piedra más grande de todas.
Un día Jesús dijo que nos sacrificásemos y que subiéramos piedras al monte de los olivos o a no sé cuál. Yo llevaba una piedra muy pequeña, porque a mí estás historias no me entusiasmaban. Total: que subí el primero y muy descansado a la cima. Cunado llegaron todos, Jesús se puso en plan hijo de Dios como hace siempre y la verdad es que hizo un milagro, las cosas como son. Convirtió las piedras en panes. ¿Qué pasó entonces? Pues que todos se hartaron de comer y yo me quedé con hambre. Lo hace a mala idea… Algunos dirán que no, pero yo sé que lo hace a mala idea. Desde entonces mi piedra siempre es la más grande. La subo haciendo esos sacrificios que Jesús nos pide, que no sé para qué sirven. Siempre llego el último a la cima, exhausto, molido de cansancio, con la esperanza de que Jesús convierta mi gran piedra en un súperbocadillo de chorizo de los que dejan asomar las rodajas por todos los lados. Pero desde entonces, oye, qué casualidad: ya no ha hecho más trucos.
Hoy ya no he podido remediarlo. Como decía, he pillado una piedra enorme, que casi no podía con ella. Esperaba que ya se marcase un detalle… Pero Él se ha sentado en la cima del monte contemplando «todo lo que ha hecho mi Padre», como Él dice siempre. Y es que siempre se está chuleando con lo de su papá. ¡Ya está bien, Dios mío, ya está bien de tanto presumir! ¿No quedábamos en que todos éramos hijos de Dios?  Me he acercado y le he dicho:
– Jesús, oye… – Él ni caso

– Jesús, una cosa… -y Jesús como si nada.

– ¡Jesús! -le digo ya levantando la voz. Hasta que poniendo mala cara me dice:
– ¿Por qué me interrumpes, apóstol? ¿Es que no ves que estoy hablando con mi Padre? ¿No ves que estoy orando? ¿Qué quieres?
– Nada Jesús, nada… Sigue, sigue, de charleta con tu Padre si quieres…
– ¡Pero tú qué te has creído! No, venga, dime. Ya nos has interrumpido. ¿Qué quieres?
– Que es que… que tengo hambre… – Y señalé mi pedrusco haciendo un gesto de mi nariz judía y barba canosa, como diciéndole al hijo del Creador, que, bueno, que qué pasaba con lo de los bocatas.
Entonces sube las cejas Jesús, con unos aires… unos humos, como si fuera la esposa de un fariseo y dice con una leve sonrisilla:
– No. Ya ves. Hoy no hay milagro…
– ¡Pues tócame las narices!

Me levanté y me senté apartado de Él y de todos. Además, bien cabreao. Entonces se me acercó Juan. Me puso la mano en el hombro y me dijo:
– Desde luego, Judas, no me extraña que lo quieras matar. El tío no hace más que joderte todo el rato.

(Es una versión de un chiste)

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beso de judas