¿Tienes los ojos abiertos? Eso se preguntaba constantemente. Era el momento de mantenerlos así. Lo notaba, podía percibirlo al callar. Nada crujía, no se notaba zumbido alguno en el aire. El silencio le provocaba una gran excitación. El corazón aumentaba JOVEN-REZANDO-SENTADO[1]su ritmo. Cerraba los párpados apretando con fuerza y se decía que esta vez iba a ganar. Cuanto más los fruncía, más llenaba los pulmones. Y entonces podía ver. Podía ver más. Sus ojos cerrados eran sus ojos abiertos. Se preparaba para ganar la carrera. Su mente y su cuerpo se colocaban en una línea imaginaria de salida. Se tapó los oídos y empezó a escuchar su respiración. A través de los pulgares, que ocultaban los orificios de sus orejas, escuchaba el golpear de los latidos. Comenzó a hablar. Muy bajito, para que nadie le oyera. «Quiero lograrlo», susurró. «Quiero lograrlo», se repetía una y otra vez. «Señor, déjame lograrlo».

Casi creyó que en ese instante su madre le decía que se fuera a la cama. Como de pequeño. En aquella época, cuando era un niño, todo acaba bien y su truco era hacer eso: rezar así. Ganaba todas las carreras. Ahora necesitaba creer que todo podía seguir funcionando igual. «Señor, permíteme ganar. Quiero ganar este desafío». Pero su infancia había desaparecido ya. Ahora que ya era mayor sentía la duda de que Dios le siguiera escuchando. Dios no escucharía a los que dudaban de Él, se dijo.

Aquella mañana,comprendió que ya no bastaría con cerrar los párpados con fuerza, porque ya era mayor. Por eso apretó los puños también, hinchó los pulmones y volvió a ver