Él era de ese tipo de personas a las que les gustaba la frase esa tan gastada: «hoy es el primer día del resto de mi vida». Vivía instalado en esa filosofía y eso era lo peor para él. El síntoma más evidente de su proyecto vital enfermo. Siempre a punto de empezar una nueva manera de ver las cosas, con otro enfoque, otra lucidez, otra visión. Inaugurando un nuevo talante. Siempre abriendo un nuevo camino.

Sin embargo, cuando llegaba la noche, sabía que nada había cambiado.Los caminos habían desaparecido, tanto el último como todos los anteriores.  No había ninguno para la siguiente mañana, y él no había avanzado nada. Estaba en el mismo lugar, pero con menos vida por delante.