AYER TUVE UN MOMENTO DE ESCRITURA EXPERIMENTAL

He salido de casa andando. Me pregunto por qué, si yo voy a todos los sitios en coche. Pero esta vez no. El día estaba gris. Hay un insistente golpeteo lejano. Seguramente alguna obra en un piso de la calle. Luego casi me ha atropellado un niño con un patinete. Me caen bien los niños, pero este no se ha disculpado. Se embalan cuesta abajo y algún día…

Y me pregunto que si todo estaba tan gris, ¿por qué saldría yo andando? Amenazaba la lluvia… No sé, me dio por andar.

Y anduve. Cuesta arriba. Tampoco cansa tanto.
Esos críos… Qué poco respeto.

El día estaba tan oscuro… Y de fondo ese repiqueteo, como de tablones chocando, sin un ritmo determinado. Sin un sentido. Como yo. Caminando cuesta arriba. Qué raro.

Avanzaba hacia mí un señor con un perro. Me quedé pensando en lo que ensucian los perros. Detesto esa zona de los muros, cuando se encuentran con el pavimento de la acera. Realmente mugriento, asqueroso. Qué cantidad de bacterias habrá por allí. Un niño que baje en patinete se cae y si se hace sangre junto a esos recovecos… Mejor levantar la vista. Mirar el cielo.

Aunque realmente el cielo…

Está muy gris. Da miedo. Tenía que haber salido en coche. Mejor no mirar el cielo, con semejante día. Siento que se apoya sobre mi espalda. El cielo puede ser una carga muy pesada. Además si miro al cielo, puedo tropezar y caer. Sobre esa zona donde más manchan los perros. Y si un chaval baja corriendo en patinete y yo estoy mirando el cielo o el suelo…. Me atropellará. Van tan rápidos… Podría tirarme al suelo. Junto a esa zona infecta. ¿Se disculparía?

¡Qué más da!

Me crucé con aquel señor y con su animal. El ruido ese irregular de maderas chocando parece seguirme, por mucho que me aleje de la casa, se oye igual, con idéntica insistencia. No es estridente, pero sí molesto. Porque no tiene sentido. Se supone que con todo lo que ya llevaba andado no debería seguir oyendo eso. Todo el tiempo, toc toc. Toc toc. Y ese chico con el patinete…

Por fin llegué al parque. Quiero sentarme en un banco. Nunca lo hago. Por algún motivo no me doy permiso para sentarme en un banco. No me siento legitimado para sentarme en un banco. ¡Cuando me jubile! La cuesta arriba se acaba al llegar al parque. Hay un hombre tumbado en el banco. ¡No es posible! ¿Qué hace ese tipo ahí? Está sucio. Como los muros regados por los chuchos. Desconsideradamente.

Hay una gran ausencia general de consideración. Yo quería sentarme allí. Y estaba ese vagabundo. Ese impostor. Yo soy el verdadero vagabundo. No puedo sentarme en el columpio. Sería peor aún que sentarse en un banco sin estar jubilado. Sería absurdo. No puedo sentarme en un columpio.

Tanto andar para no llegar a ningún sitio. Para eso, mejor habría sido venir conduciendo. Aunque me da miedo atropellar a algún crío de esos que cruzan la calle en patinete.

Cómo estorba ese ruidito lejano. Toctoc, toctoc… Es desconsiderado hacer continuamente estos ruidos. Hay tantas cosas así… Comprendo que no puede haber en cada calle una zona para patinetes. Lo malo no son los patinetes. Lo malo es que no se disculpen por abalanzarse sobre ti… Toctoc, toctoc.

Tiene que haber otro banco.
Allí creo que está…

Me pregunto si realmente todo está cuesta arriba… O es por este día tan gris. Todo te cansa. Andas y andas y andas, y no recibes más que algún empujón que otro.

Veo otro banco y otro vagabundo. Qué mala suerte.

Quizás soy yo mismo, que me veo en todos los bancos, como falso vagabundo, como falso impostor…

No sé dónde estoy, no sé si hay banco, no sé si hay impostor. NO sé si hay pendiente o es el día gris. Lo único seguro es ese extraño ruido. Suave, remoto, que me sigue desde lejos como un ave carroñera al animal moribundo. Ese ruido que no está en ningún lugar.

Ahí sigue como un péndulo el pequeño asiento para que los párvulos se balanceen. Está oscilando de un modo extraño. Como si hubiera sentado sobre él un niño invisible. Miro por los alrededores creo ver junto a un seto un patinete, como ese del niño desconsiderado. Me acerco, pero me distraigo pensando en el ruido y luego ya no lo veo más.

Toctoc, toctoc.

Aveces quiero que realmente la energía fluya como antes en mí. Que el viento no me diluya. Que el agua no me hunda. Que el ruido no me lleve.Que mi conciencia no se llegue a desleir en el borrón gris del cielo. Que mis recuerdos no se confundan con mis pensamientos. En esos momentos de rebeldía contra la fuerza inercial de mis derrotas, quiero salir de la oscuridad y busco a tientas la vida. Y en esos momentos emerges tú ante mí, como mi única esperanza. Para conservar mi cordura y mi fuerza mental, tú, mujer, eres la luz de un puerto amigo. Cando tu imagen se abre paso en el desorden de mis ideas, olvido el ruido, y los cielos oscuros, y trato de atravesar la membrana viscosa que separa a la realidad de mi mundo sin voluntad y en disolución.

No es fácil. Todo está cuesta arriba. Pero si hablo mentalmente contigo, me olvido del cansancio y de la mancha gris en la que estoy sumergido.

Por fin me despierto.

No estaba caminando. Estoy sentado con desidia sobre un sillón en mi casa. Tengo un teléfono móvil haciendo un ruido irregular, toctoc, toctoc. Y siento una tristeza espesa.

Prefiero la peor pesadilla a un sueño extraño. Hasta en sueños me sé defender de los monstruos. Pero cómo defenderse del absurdo… si no lo es.

La tristeza está prohibida. Me la prohibo yo mismo. No me concedo el derecho a estar triste, hasta que me jubile, es como lo de sentarme en un banco. Lo mejor será salir a andar. Iré cuesta arriba. El esfuerzo me sacará de la apatía. Eso y pensar otra vez en ti.