Queridos amigos y amigas. Hoy tengo que contaros algo serio de verdad. Espero que los errores del corrector del móvil unidos a los míos, de por sí frecuentes y bochornosos, os hagan sonreír ante mi grave comunicación. Creo que lo mejor que podéis hacer es tomaros esto con una sonrisa y como lo que es: una fase más de la vida. Sí, amigos y amigas, lo cierto es que me he muerto. El otro día empezó a dolerme la cabeza de un modo brutal. Tardé varios días en atribuir peligro a mi dolor, que no se atenuaba ni con medicinas, ni con cama. Cuando decidí ir al médico de urgencias, ya era demasiado tarde. Nunca regresé a mi casa y de mí nada más se ha sabido.
Por favor, no lloreis por mí. Todos tenemos que morir, así que igual podría yo llorar por vosotros.
Qué más decir…
Por ahora es prematuro decir qué tal es estar muerto. No hay nada muy distinto de lo quue siempre imaginé. Como ya suponía, al morirme yo se ha acabado el mundo. Espero no molestaros al haceroslo notar. En cierto modo, eso me incomoda, como si hubiera estropeado la tarde a todos los reunidos. No es mi intención. También he perdido la memoria (bueno, ya en vida fui un despistado, desde pequeño, para qué engañarme) y claro no recuerdo si me morí por decisión propia o por extinción del periodo previsto. Qué cabeza tengo. Pero al menos, no quería partir sin despedirme. No siento desconsuelo. Miro a las tinieblas de frente, con serenidad. Aunque ahora sé que en estas nubes sobre las que flota mi espíritu me seguiré encontrando con esas tías buenas con alas que me mandabais en facebook las autoras de «miseres» (te quiero con todo «miser», me abrazaba con todo «miser»… ). Y bueno… Tampoco es,una mala manera de pasar la eternidad. A ver si las veo.
Hasta siempre.