Estábamos entrando al concierto de Brahms en el Auditorio Nacional de Música, uno de los lugares que mejoran Madrid. Ellas se habían parado a hablar con unas amigas. Paco y yo las esperábamos en una de las puertas del patio de butacas.

A mí me gusta mucho todo el diseño del Auditorio Nacional, severo y funcional por fuera, y de una gran amplitud. Hasta que llegas a su corazón, la Sala Sinfónica:

¡Deslumbrante! Presidida por un impresionante órgano de 5.700 tubos. Casi 300 metros cuadrados para una orquesta completa y un coro de 130 voces. Me sé estos datos de la Wikipedia de memoria. ¡Yo estoy orgulloso del Auditorio!

Yo lo estaba contemplando sin mirar a Paco que presentaba una verborrea incontenible. Me explicaba, gesticulando con el programa en la mano, que asistir a un concierto de un compositor que no fuera tan archiconocido como por ejemplo Beethoven, Chopin o Mozart, le gustaba especialmente. Se sentía más identificado con el público que acudía a la llamada de su música, porque reunía muchas menos de esas señoras mayores que hacen como si les gustase la música clásica, aunque jamás han escuchado un solo disco en su casa, y van a los conciertos para arreglarse -lo que no tiene arreglo, puntualizaba Paco desconsideradamente- y para poder decir que han estado allí.

-La verdad es que a mí el público me importa poco. Vengo a escuchar.

Pero él seguía con el tema:

-Mira, Luis. Si cuentas con señoras de esas en tu familia y tienes confianza como para decirles eso, que realmente jamás escuchan música en su casa, te dicen algo como: <<es que a mí la música me gusta en directo, no en un disco>>. Y se quedan tan frescas.
-Lo que se llama decir una buena «absurdez» -le dije riéndome.
-Exacto. Que te guste asistir a un concierto no te quita de disfrutar oyendo música en tu casa. Esas respuestas son para salir del apuro. Los que van a un concierto de Brahms suele ser porque ya les gusta o quieren conocerlo mejor.
-Bueno, te puede apetecer asistir a algún concierto y apuntarte simplemente a lo que haya.

Pero Paco no me hacía caso y seguía hablando:

-Porque en general muchas de esas personas que van a escuchar a Beethoven porque está más popularizado, no se sabe ni un estribillo de otros compositores -me dijo-, aunque todo el mundo haya oído que existe Brahms, no les pidas que entonen nada suyo. Necesitan aferrarse a esa parte de la novena sinfonía para poder decirle a una amiga suya: <<Hija, qué bonito todo y qué bien tocaban. Qué bien que estuvo el concierto. Tenías que haber venido. ¡Hay que ver, este Beethoven! ¡Qué genio era!>>. Pero si quitaras esos minutos que les resultan familiares, el resto del concierto les parecería muy pesado.

Yo me reía con los comentarios críticos de Paco, pero desmarcándome para ser diplomático, ya que su mujer era precisamente así.

La Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música me seguía pareciendo brillante, magnífica. Como una gran vitrina llena de objetos preciosos, porque cada instrumento es una joya y cada intérprete también es una joya viviente. Admiro los años de dedicación, voluntad y sensibilidad de los músicos. Admiro su entrega y la modestia que les atribuyo.

-Bueno, eso del «estribillo» tampoco te ha quedado muy docto a ti -le dije riéndome-. Ese tipo de personas de las que hablas se sienten adornadas dentro de una catedral de la música como esta, igual que si se pusieran un abrigo de visón. Aunque sea por pura pamplina, ellas financian la orquesta al comprar la entrada. ¿No? Y también están los bobos de vanguardia -le dije-. ¿Los prefieres? Porque esas señoras o señores no tengan tu cultura no hay que despreciarlas. Está bien que vengan al Auditorio en vez de ver basura en la tele. Yo estoy a favor de todo el que viene. Son presumidas, ¿Y qué? Perdónales la vida, hombre -le dije bromeando mientras le llevaba hacia el interior de la sala poniéndole la mano en la espalda -, que hoy has venido muy cáustico.
-Pues no, claro que no tienen cultura. No tienen otra cosa que una cabeza hueca. Solo tontería. Me da pena. Un concierto es una maravilla y siento que tantos aplausos vengan de gente necia.¿Qué valor tienen esas palmadas? Con ellas tratan de alagarse a sí mismos. Quizás si la gente escuchara buena música diría y haría menos simplezas.
-Hala, pues luego brindaremos por eso. Anda, vamos. No sé lo que te habrá pasado para que quieras arreglar el mundo antes de haber tomado dos copas.Te estás saltando el programa. Son solo las siete, y estos grandes pronunciamientos tuyos son para la sobremesa de la cena, como a las doce de la noche.
-Quizás sea que he presentado la declaración de la renta.
-¡Ah, vaya! No me digas más. Desahógate si quieres.

Seguimos buscando nuestro número de butaca. Una vez acomodados decidí darle un poco mas de cuerda a mi amigo:

¿Y Sara? -le pregunté-¿Crees que siente la música?
-Sara es buena chica y vale un montón. Tiene su punto de esnobismo, pero a ella se le puede consentir. Un día nos salimos de un concierto en el descanso, cuando todavía no nos habíamos ni besado. La barrera era enorme porque había otras personas en juego. Y aquel día sin decir nada, los dos salimos del concierto y le hice la mayor canallada a un buen amigo.
-Lo sé. Y verdaderamente le hiciste mucho daño.
-He tardado años en darme cuenta de que realmente lo hizo él.
-¡Vaya! Le quitas la novia a tu amigo y encima la culpa es suya -le dije riéndome.
-Siempre lo pensé y no lo entendía. Durante un tiempo me sentí culpable y me daba lástima nuestro común amigo. Nunca me burlé de él, ni delante de ella. Pero ahora sé más.. Él tuvo la culpa de que ella y yo fuéramos solos a aquel concierto y pasase lo que tenía que pasar.
-¿Con qué objetivo él podría querer eso?
-No sé si es una cuestión de objetivos o de algo menos consciente que un propósito claro. Pero debes creerme, la culpa la tuvo él.
-Va, tío, cuenta.
-Es una película un poco triste. Se mezclan un montón de cosas. ¿Qué hacemos nosotros hablando de esto? ¡Cambiemos de tema!