Ella tenía una mirada de ojos hambrientos. Ni al sonreír o conversar dejaban de parecerlo . Algunas veces, cuando yo le hablaba, se ponía muy seria y me enfocaba con ese par de círculos transparentes de sus iris, tan llenos de significados y de preguntas, y resultaba imposible no vibrar con ellos y contemplarla de la misma manera. Con la cabeza inclinada, parecía observarme y al mismo tiempo verse las cejas, mandándo pensamientos desde su frente a la mía. Coincidir con su mirada era entrar en algo etéreo y azul, atisbar y ser atisbado. Convertirme en vapor y volar lento y suave desde mi asiento hasta sus pupilas. Aproximarme mucho a sus labios. Sus ojos intensos fueron lo más interesante de aquel invierno y la tensión entre nosotros era tal que llegué a pensar que resolverla, dar un paso real hacia ella, nos llevaría a una normalidad que jamás podría igualar el extraño, el intenso placer de sentirnos, de mirarnos. Contagiarme el hambre de sus ojos, a veces tristes, otras profundos, otras sonrientes, pero siempre, siempre, necesitados, hambrientos de capturar una mirada igual. Me dije que quizás la melancolía fijaría más ese recuerdo dulce y triste de deseos de adolescente, que convertirlos en realidad.
fragmento, borrador
Gracias por vuestros selfies. 😉