Hablé con mi amigo Jorge en un bar. Estaba mal. Anímicamente hundido en sus problemas. Muy dolorido. Una pertinaz derrota.Un continuo fracaso. Decepción tras decepción. Traté de animarle y debió de notarme que no sabía qué decir, porque me cortó:
-¡Déjalo! Anda… déjalo. No te lo estoy contando para que me consueles ni para que me arengues. Déjalo estar.

Me quedé callado. Fueron unos segundos un poco patéticos.
Por fin, fue él quien rompió el silencio y continuó con su confesión encorvando la espalda:

-Yo querría que las cosas no me afectasen. La gente me dice que sea «más zen»; que sea como el junco que nunca se parte; que sea como el agua, y todo eso que decía Bruce Lee entre patada y patada en los huevos. Todas las frases majaderas que polucionan intenet, todos los consejos terapéuticos amateurs que nunca he pedido, toda la basura emoliente de autoayuda, todas esas tonterías positivas, toda esa mierda…. Todo eso me cuentan siempre. Pero yo… no puedo. ¡Ojalá! ¡Ojalá pudiera! Pero no. Ni agua, ni zen, ni juncos, ni nada, Taller. Yo querría ser un chino, pero… no puedo, Taller. No puedo ser un chino. ¿Me comprendes? No puedo ser un chino.
-Está claro: que no puedes ser un chino.- y me reí.

Jorge tiene los ojos diminutos y la mirada de mascota abandonada, aunque con gafas. No se sabe si ríe, llora o tirita.
-Amigo Jorge- le dije -, qué risas más tristes estamos echando. Mira: mañana ven a montar en bicicleta con nosotros. No hará mucho calor.
-¿Ese es tu sistema? ¿Es una receta?
-No, qué va. Eso no arreglará tu vida- se me quedó mirando como preguntándose si yo era otro hijo de perra -. Pero ir en bici está bien.

Pagamos la cervezas y nos fuimos como si ya tuviéramos que prepararnos para pedalear.

 

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El sábado por la mañana Jorge vino a dar una vuelta en bicicleta con mi familia. Bajamos todos y allí estaba él, en la puerta del jardín esperando. Con su bici, perfectamente equipado como para hacer el Tour de France. Mi mujer salía a mi lado andando con la bicicleta y al verlo, pequeño, paticorto y con unas mallas y casco deslumbrantes, me dijo casi al oído que mi amigo parecía salir de El Señor de los Anillos. Mi hijo lo oyó y dijo eso de «parece la Hormiga Atómica». Su bicicleta le iba grande.
Al juntarnos todos comencé las presentaciones:
– Os presento a Jorge, un buen amigo mío que querría ser chino.
– Qué graciosillo es vuestro papá -dijo Jorge sonriendo.
Mi mujer me echó una pequeña regañina hipócritamente y Jorge dio la mano a mi hijo y un beso a las niñas.
– Venga, chicos, Iremos en fila- dije yo. Mi mujer me cortó:
– Los mayores al principio y al final, los pequeños en medio.
Mi hijo Rafa le dió una palmada en la espalda a Jorge y le dijo:
-Tú y yo en medio…
-¿Pero te vas a callar? -dijo Carmen.
-Dejad a Jorge en paz -tercié-. Aunque sea pequeño irá conmigo.
-Papá, ¿vamos a ir a China?