Yo mantengo una amable conversación gris con este compañero. Qué mal está todo. Y cuánto trabaja él, según dice. Y qué fiel es a la Compañía, me dice. ¡Claro, claro, y yo! -le digo. Me explica lo que me quiere explicar. Lo que le interesa divulgar. Algo dirigido contra algún compañero que está entre la realidad y sus aspiraciones. Alguien ha dicho que, te pongas donde te pongas, siempre estás en el camino de alguien. Mezquindad es la palabra que mancha su nariz cuando la mete en el vaso de plástico. El café está envenenado. Pagamos cinco duros cada vez que queremos ser un poco más enanos y nos manchamos la nariz de color café de tanto lamerle el culo a la empresa. En inglés existe la palabra brownosing, compuesta de marrón y de nariz. Mancharse la nariz en el culo de alguien. Eso es lo que pasa.
Mientras me habla y me cuenta lo mucho que hace y lo que en su día hizo, su labor, largamente superior a la realizada por sus compañeros, yo me llevo la mano a la nariz, quizás porque es mi manera de decirle que se ha manchado sin obligarle a parar de aburrir con su plática. A lo mejor es que mientras habla siento que también mi nariz se está manchado en el culo de la Dirección.
Me he distraído pensando en Anabel y me voy al lavabo. Al entrar me pregunto: ¿Me he despedido de Luis? No me acuerdo. Entonces debería tomar más café con leche. A lo mejor Anabel no es la causa de que piense en ella. Quizás es este mundo ramplón, por el que no puedo sentir apego, el que hace que me enamore de Anabel. Anabel es realidad, libertad y un montón de cosas así, que suenan así, que se gozan así. Y todo esto es falso. Es mentira, me digo. Todo esto no ocurre. No es nada. Es la nada.
Con estos pensamientos en la cabeza, llego y me inclino sobre el lavabo de la oficina, me miro la nariz y efectivamente, también la veo manchada. Gracias a Dios se disuelve con unas gotas de mi saliva que llevo con los dedos. Veo mi mirada vacía. Detrás de mí entra Luis, se lava las manos a mi lado y me sigue contando. Luego entra un compañero y saluda con energía y cordialidad postizas. Se pone a mear. Luis mete las manos en el grifo y se lava la cara. Le miro y me miro. Tengo la cara roja. Me seco. Entra otro tío, uno de ventas, y también se pone a mear. Luis bebe del agua del grifo, sin agacharse, como los soldados que escogió el profeta.
Tengo que ser capaz de dejar esta empresa.