*De su hermano habría sido imposible esperar otra cosa. Jamás hizo concesión alguna que no fuera a su propio egoísmo. Pero ella… Ella sí que nos defraudó. Parecía todo cariño e ilusión. Parecía feliz. Eso nos hizo pensar que comprendía este mundo, que era sabia y buena. Es cierto que presentaba esa tendencia a dar lecciones de vida no solicitadas que afecta a algunas mujeres y también a muchos hombres. Te miraba con una sonrisa, como quien sabe desentrañar la alegría o el llanto de unos cachorritos de gato, es decir, que te comprende a ti: tú eres para ella el cachorrito, tal parecía ser su condescendencia y su ilusión de lucidez, cosa de la que no éramos conscientes. Era una persona convincente, al principio.
 
Hasta que un día sus padres empezaron a experimentar una honda preocupación. Ni su marido ni ella parecían tener una idea muy clara del valor del dinero y temían que esto les llevase a la ruina. Comenzaron a destacar sus caprichos y el hábito de pedir pasta a sus padres. Ella iba, en algunos aspectos, de moderna por la vida. Era muy presumida, hablaba algunas veces como una chica avanzada a su época, pero luego le encantaba la ropa de lujo, y relacionarse con gente de alguna relevancia abrazando también cierta mentalidad clásica y hasta anticuada. Se hizo vegetariana a su manera, es decir, algún día, de vez en cuando, era vegetariana, cuando no comía carne. Pero sin dogmatismos, decía ella. Sin maximalismos. Era en general inconstante en casi todo. Y lo más característico de ella es que se animaba a tomar cuantos trenes que pasasen cerca de ella, dicho sea en sentido metafórico. Mientras su marido trataba de medrar en clubes de distintos tipos de seudomasonerías que les hacían pagar onerosos peajes y cuotas, se convirtió en una víctima de todo tipo de terapias alternativas, mejores cuanto más ocultas fueran. Después abrazó teorías sobre el control de la mente, y todos los esoterismos empezaron a desfilar por su cabeza. La veíamos como a una niña que se dejaba impresionar por cualquier compañía, o cualquier lectura. Siempre con esa mirada propia de quien capta no sé qué quintaesencia, ese aire de iniciada en no sé qué bobada. Era la ratita presumida en versión «nueva era». En vez de asomarse con un lacito para que los otros animales le dijeran lo bonita que estaba en su balcón, ella, nuestra ratita, sin descuidar los lacitos de lujo, de lo que presumía era ante todo de iniciarse en un conocimiento profundo de las relaciones entre el más allá y el más para acá. Bueno, la verdad es que tampoco sería exactamente eso. Ella tenía una ensalada de ideas tópicas contradictorias de componente medio fantástico. Se rodeó de timadores y timadoras. Le cobraban por frascos de agua imantada, o por charlas sobre pirámides de cartón que se ponía en la cabeza para captar energía. Realmente se lo regalaban primero, pero ella acababa pagando si no había empezado por allí, y practicó todo tipo de nuevas curas, bien fuera para aliviar algo concreto o para todo y nada en general. Qué tiempos. El aparente racionalismo del siglo XX acabó en una corriente social de gente deseosa de volver a la superstición y ella era un ejemplo supino. No creen en la religión. ¡Están muy por encima de eso, por Dios! Pero sí que confían en otro Dios, en la energía positiva, en el aloe vera y las semillas de moda. Su etiqueta favorita: «cartesiano». Ejemplos: Fermín es demasiado cartesiano; en ese grupo, todos tienen una mentalidad muy cartesiana, etc. Todos éramos demasiado cartesianos, excesivamente cerrados, mientras que ella sabía que había un lado profundo e invisible, una vertiente insondable para todos, excepto para ella, claro, que abría los ojos de la mente y del corazón y progresaba día a día en aquella realidad oculta a la que se asomaba y que no nos podía revelar del todo, por… bueno, por lo cartesianos que éramos todos a su lado.
Si le dolía una articulación, alguien le ponía unos celofanes de colores en el sujetador. Y le cobraba, claro. Otro la sentaba ante un muestrario de frasquitos con todo tipo de perfumes. Respira éste que te dará mucha paz, pero no tanto, porque tienes que oler este otro que te permitirá resolver problemas familiares, y el verde hará que tu marido te consienta.
-¿Pero cómo? ¿Oliéndolo yo o dándoselo a beber a él?
No hay un solo término del diccionario que no pueda convertirse en mina de oro pegándole la palabra terapia al final. Colorterapia, aromaterapia, hidroterapia, cafeterapia, chocolaterapia, pepinoterapia, quizás exista la patadaenlasinglesterapia, y si no, ya se inventará enseguida y además sobrarán clientes. Ella probó todas esas curas falsas con fruición y entusiasmo verdaderos. Aparentemente, tenía algo en común con Cristo: su reino no era de este mundo. Ella quería encontrar algo en lo que estar por encima de todos y, ya puestos, por arriba también de lo terrenal. Yo conjeturé que alguien quizás se había resistido a admitirla de pequeña en su grupo de amigas y al final, de mayor, creyó encontrar un universo distinto en el que sentirse aupada sobre quienes la ignoraban cuando paseaba por la capital de la provincia. Aquí voy yo, con mi clarividencia… comprendiendo la relación entre nuestra alma, la energía y la materia. ¿He dicho comprendiendo? Habrá sido un error.  ¡Sintiendo! Aquí llego yo, que no sé si en cierto modo soy católica, o panteísta, o si creo en la reencarnación, o en las constelaciones familiares, no profundizo en nada y me lo creo todo con mi intuición, y mi capacidad para sentir, que se estira como un chicle gracias a mi autosugestión tutorizada por los más piratas embaucadores de esta ciudad y otros conocidos que se fueron animando a hacer de aprovechones también. Sus amigos eran echadoras de cartas, acupuntores sin licencia, médicos pasados al lado oscuro, terapéutas emocionales en un piso de tapadillo, vendedores de potencia sexual, imantadores del agua del grifo, patéticos aficionados al swinger, fabricantes en su cocina de zumos de extraordinarios poderes curativos para rentabilizar la batidora de casa y supuestamente tenían cura para la menopausia, el cáncer, el pie de atleta y todas las otras enfermedades cutáneas, alergias, dolencias todas ellas en el fondo emocionales. De sobras lo sabía ella, que lo que había que curar primero siempre era el alma, que el cuerpo era mucho menos importante. Ni ella ni su marido eran calvos y por eso no les vendieron crecepelos, si no, también. Si tienes leucemia, necesitas reconciliarte con tu madre. A ver: reconozcámoslo, puede ser también por una hermana, un primo, o una tía carnal, o un marido en segundas nupcias, no es imposible, pero en general, será tu madre. Si te reconcilias con tu madre se te pasa todo, y si no se te pasa todo es que no has logrado reconciliarte profundamente con tu madre. Anda, reconcíliate más, que te has reconciliado poco. Lo que le recetaban pagando, ella lo aconsejaba gratis. Sabias palabras de experta en manipular a su madre, ya mayor, para sacarle el dinero que luego malgastaban. «Tienes que perdonarla y perdonarte». Algo hemos progresado, corazón, desde tus últimas visitas, eso es seguro, pero debes perdonarla más. Tómate este té especial, paga y vuelve el jueves a ver cómo vamos, corazón. A esto se dedicaban algunos de sus contactos iniciáticos de no sé qué rollos. Ella no tenía leucemia, pero tenía otras dolencias y a toda esa chusma le fue pidiendo y admitiendo consejo. Empezaron las frases para el mármol a trascender de su círculo mágico y se las soltaba a la mínima oportunidad tanto a familiares como a amigos de cualquier ámbito. Ese pólipo… disculpa que te diga, te ha salido de no perdonar, se animaba ella misma también a diagnosticara sus amigas. Si perdonaras no te habría salido. «Tienes que perdonar y perdonarte». Y la atmósfera quedaba como si vibrasen los sonidos de la campana de un templo budista. La gente la miraba elevando las cejas hasta el pelo. Y otra de sus amigas raras le decía: ¿Por qué no vienes a mi taller de autoestima, donde, no vas a encontrarte a un psicólogo titulado ni de casualidad, pero puede que lleguemos a enseñarte a amarte bien a ti misma, pero bien, lo que se dice bien de verdad. ¿Y a masturbarte delante de un grupo y te cobraremos un pastón además? Bueno, esto ya me lo invento yo, la verdad, porque estoy haciendo literatura, pero… no es totalmente inverosímil. Estas cosas eran la solución. Pero es que la medicina oficial trata siempre de ocultarlo todo, porque tiene unos intereses espurios de control de la sociedad y de venderte unos medicamentos que sólo ellos pueden fabricar y te generan nuevas enfermedades para curarte luego con más medicamentos. La medicina oficial… La ciencia oficial… Eran la fuente de de toda ignorancia. La ciencia oficial, o sea… ¡La ciencia! La ciencia no valía gran cosa. La verdad estaba en su amiga la vidente, o en el adivino que le echaba los tejos casi delante de su marido, aquel que trabajaba en una oficina del banco local y por la tarde ejercía de arúspice. Es demasiado pronto, cariño, es muy prematuro y no te quiero iniciar en la nigromancia, porque no está exenta de peligros y yo soy muy responsable para estas cosas. Poco a poco, le decía. Leía libros sobre la sabidurías perdidas de la civilizaciones extintas, los misterios de las culturas desaparecidas, y los conocimientos  de Asia ocultos durante milenios , que la cultura occidental, con su engañoso progreso, había arrasado… «no sin motivos, y yo ahí lo dejo, que no me quiero atravesar ese jardín, porque nos llevaría demasiado lejos… » Yo también subía las cejas hasta el pelo. Todo eso lo sabían esa pandilla de aprovechados, entre los que destacaba una adivina, una señora con una pinta horrenda de salir en las crónicas negras. Y aquel brujo con acento cazurro, que siempre parecía estar a punto de descorrer una cortina y mostrar el mayor de los secretos de los espíritus domésticos. Sin embargo, al otro lado del telón solo había una camilla donde  practicaba el intrusismo en un puñado de delicadas especialidades profesionales y nuevas disciplinas inventadas por él sobre la marcha. Ella, de la mano de estos personajes, exploró algunas prácticas abiertas con escasa prudencia y discreción; se familiarizó así con algunos bandarras y supervivientes, y en fin, se convirtió en carne de cañón para todo tipo de sectas y estafadores de mala facha.
La desconexión con la realidad siempre tiene efectos económicos devastadores. Lo de pedir dinero fue continuo. Chesterton habría descrito a ella y a su marido, como una pareja ideal, y muy complementarios, ya que ella tenía un padre rico y él un agujero en el bolsillo. No sé qué ocurre en la infancia de alguien que se empeña en gastar más de lo que gana, nunca comprenderé, porque con mi mente, también cartesiana, no comprendo nada. Qué les pasó de pequeñitos. No sé si sufren estrés por estar toda su vida estúpidamente al  borde del desastre o si su jeta les permite alegrarse de lo que consiguen dando pena y abusando de los demás sin necesidad. Si su marido hubiera sido inteligente se habría hecho rico legítimamente y su suegro habría sido el primero en apoyarle con entusiasmo. Pero eran un par de cabezas de chorlito que demostraron no tener una idea de cómo ganar dinero y mucho menos de cómo valorarlo y conservarlo. Preocupados por aparentar, como si alguien se interesase por ellos, paseaban algunas veces coches más lujosos que los de sus suegros, aunque comprado con sus préstamos, conseguidos de modo emotivo, yendo ella a contarle a sus padres como una combinación de circunstancias desafortunadas les tenía sumidos en un apuro que sería momentáneo porque pronto superarían el bache. Él, cuando venían a comer a casa, llevaba colgando del cuello cada día una nueva cámara fotográfica de alta gama de la que jamás surgió una foto digna de recordar. ¿Qué complejo tendría? Y frecuentemente con unos teleobjetivos gruesos y largos   que podrían ser un motivo adicional de preocupación. Del bolsillo de su camisa solían brotar tantos lápices estilográficos, rotrings, rotuladores, plumas y bolígrafos que nos recordaban las insignias y medallas militares que tapizaban la ridícula chaqueta del soviético Leonidas Breznev. Todos aquellos útiles de escritura con los que visitaba a sus suegros y cuñados digo yo que serían por si entre que la asistenta se llevaba los platos de los macarrones y llegaban los del pescado, podía aprovechar ese tiempo muerto para diseñar un nuevo proyecto, algún complejo de viviendas, o dibujar algún algún edificio singular.
La desconexión con la realidad, es algo que parece cómico pero es un vendaval que trae trágicas consecuencias. Y así pasó lo que pasó.