Buenas noches.

Antes de irme a dormir quiero deciros que hoy me interesa mucho una palabra y me voy a acostar sin quitármela de la cabeza. Es la palabra «planetario». No me refiero al sitio donde te cobran la entrada para ver un montaje con los planetas del sistema solar. Tampoco me refiero a la acepción de planetario como sinónimo de global o mundial. Me refiero a algo que me evoca eso de lo que no somos conscientes. Que somos habitantes de un planeta. Que orbitamos alrededor de un astro que parece que va a acabar por encendernos.

images (51)Unos de mis primeros recuerdos de infancia son un suelo de cemento bajo el sol de agosto, una hormiga y una lupa. Un estío pesado como el plomo. Con la lupa aumentaba los rayos solares y los proyectaba sobre la espalda de la hormiga que andaba despistada sobre un cemento casi blanco. Me costó paciencia, pero al final la hormiga prendió como una cerilla, haciendo el mismo ruidito característico, pobre bestezuela, y un hilo de humo que olía de un modo especial, a pollo socarrado, entró por mi nariz. Aspiré la hormiga sin querer. A los pocos minutos me metí en la casa y la encontré muy fría, como una nevera. Empecé a tiritar.

Mi madre enseguida notó algo raro y me toco la frente. Mientras pensaba en convertir la hormiga en humo con el peculiar sistema de la lupa, yo había sido víctima de una insolación. Tenía cuarenta grados de fiebre. Tiene moraleja la cosa. Yo creía que si me encontraba mal  era por respirar el humo de la hormiga quemada, pero en realidad el quemado era yo.

¡Ah, bueno, lo de la palabra planetario! El cemento era de una rugosidad planetaria. El calor era planetario. La soledad de la hormiga en el cemento, era una soledad planetaria. Los haces de luz concentrados por el cristal de la lente, eran planetarios. En un día de calor, como aquella vez de mi infancia, todo es muy planetario. Hay un ambiente planetario… en todo el planeta. Y si te parece que estoy diciendo simplezas, suscribiré totalmente tu punto de vista.

Quiero poner la palma de mi mano derecha sobre mi pecho, junto al corazón, y así, como un presidente norteamericano, o mejor, un presidente planetario, rendir un homenaje a aquella hormiga de cuyos antecedentes ni sabía ni supe jamás, pero que involuntariamente entregó su vida para que yo pudiera aumentar mis conocimientos demostrando científicamente lo que había oído decir a niños mayores que yo. Que con una lupa se podía hacer fuego. ¡Cuánto aspiré de la sustancia de aquella hormiga! Esnifar esas microparticulas de ácido fórmico que flotaron por un segundo en el aire quizá me convirtieron en el hormiga solitario que soy. ¿Era una hormiga explorador? Algo de eso tengo yo. ¿Era una hormiga perdida en el hormigón? ¿Era una adelantada, la vanguardia de la marabunta que se acercaba rugiendo como en la película de Charlton Heston y la tentadora Eleanor Parker? ¿Un himenóptero inadaptado y despistado? ¿Se trataba de un formícido existencialista? ¡Cuánto me ha marcado esa luz, aquel calor, ese espacio vacío… esta soledad! El niño que jugaba con las hormigas. Algo en mí me lleva a regresar siempre al recuerdo de ese día, sofocante, angustioso, magnífico… ¡Y planetario!

Cuando-ruge-la-marabunta (18)CuandoRugeLaMarabunta