Lo que él sentía cuando hablaba con ella le despeja la nariz y le cortaba la rinitis. Podía prescindir de sus Kleen-Ex. El aire pasaba fresco, fresco. Sus pulmones se llenaban de aire y sanísimos, oxigenaban su cerebro. Sus ideas se aclaraban. Prodigaba mayor atención y más sonrisas. Pensaba que aunque no creyera en Dios, Éste le ayudaría, porque se sentía bueno. Lo peor era eso: lo de sentirse bueno. Semejante estado de cosas era casi repugnante, y tenía que evitarlo a toda costa. Aquello no podía continuar así. ¡Con la cantidad de paquetes de Kleen-Ex de oferta que había acaparado! Sabía que si volvía a sentirse bueno, todo acabaría mal. Tenía que producir muchos más mocos urgentemente.