En la década de los setenta empezó a crecer en España cierto interés por tipos de espiritualidad diferentes a la religión, como complemento, claro, no como alternativa al catolicismo. Otra idea no habría sido posible en tiempos de Franco. Y una de las cosas sobre las que escribían los columnistas era la idea del regreso a  casa, de la vuelta a las fuentes, a los orígenes. Recuperar la identidad, las esencias perdidas. La idea era que los españoles antes éramos agricultores y ahora nos habíamos convertido en gente de ciudad. La ciudad era mala. Los de la capital eran demasiado engreídos e ignorantes mientras que el palurdo era sabio. Aquí quien daba lecciones era Paco Martínez Soria y Gila decía que debajo de cada boina había un filósofo. John Dember cantaba «Country road, take me home, to the place I belong». Y lejos de West Virginia, unos artistas de mayor relieve cantaban: «muy bien Tomás, muy bien Tomás, te vas al campo y abandonas la ciudad». Los curas españoles se apuntaban a esta corriente mística del flash back y todo renacía: la fe renacía, el amor renacía, las vocaciones se decía que renacían también (se decía eso porque desaparecían), y todo venga a renacer, y Dios era el primer afectado por la corriente y renacía en todos nosotros, hombres de buena voluntad, con la Navidad, con la Eucaristía, con los otros sacramentos, con la oración y hasta sin ninguna excusa, siempre estaba renaciendo.

Volver a la casa del padre, o bien a la del Padre, sería volver a tu identidad, tendría un efecto terapéutico respecto a no se sabe bien qué tipo de enfermedad. Nos aclararía las ideas, nos curaría la ansiedad.

 

Pues bien. Me ha tocado volver a las fuentes a mí, cuando no solo las fuentes quedan lejos, sino que el tema ya ha dejado de estar de moda. ¿Y qué tengo que decir de mi vuelta a las fuentes? Permítanme la ordinariez, pero me cago en las fuentes.

Mis amigos de la infancia y yo no nos reconocemos por la calle, en gran medida porque no nos recordamos, y ya no estoy seguro de haber tenido de eso, y además por lo ajados que seguramente estaremos todos. Mis hermanos están viejos. Algunos, de un egoísmo enfermizo, débil, han corrido a vender a los otros. Hasta decidieron convertirse en ladrones y estafar a su madre, aquejada de Alzheimer. Cada uno encubre lo que le interesa.  He sentido una desagradable vuelta a la infancia. Al llegar a mi tierra pierdo la poca madurez que me cubre y, en este viaje regresivo, me convierto en un niño desprotegido respecto a los dientes sucios de gente decepcionante y embustera que debería haberme querido, porque yo nunca les hice nada, como hermano mucho menor que era, y ellos me han robado la túnica, como a José, y me han tirado al pozo. A la mierda las putas fuentes. Son aguas fecales. Gente podrida. ¿Volver a ver…?  ¡Volver a perder!

canteraruscpedreres21Se siente por todos los lados la ausencia de mi padre. Su muerte deja la casa como una cantera expoliada, con el filón exhausto. Han roto la gran montaña y con su piedra, más destruída que aprovechada, no han sabido hacerse ni la vida hortera que hubieran deseado tener para aliviarse de no sé qué complejo. Robaron por mezquindad y la mezquindad nunca le dio mucho a nadie. He sentido deseos de gritar ¡Papá! como de pequeño, pero la gran montaña, descarnada en un gran tajo vertical, el vacío que ha dejado mi padre, 

al chocar con una pared indiferente, solo me ha devuelto el eco de mi voz y no la suya.  No queda nada ni nadie. Al hablar junto a los restos del desfalco suena a hueco, como pasa con las cajas fuertes vacías. Solo han dejado un abismo. El único proyecto vital de algunos hijos hueros y enanos de mente es destruir la imagen de un padre cuya grandeza les acompleja, y con claros motivos. Creen haberlo logrado. Pero eso ha sido imposible. No se consigue vendiendo a la familia por conducir una mierda con ruedas. Papá jamás lo habría hecho. Él era mucho más. No habéis entendido nada. Os habéis puesto en evidencia. Golfos, avariciosos, egoístas, amargados, sinvergüenzas. Inmaduros. Torpes. Creéis que somos idiotas porque no os metemos en la cárcel. Estúpidos. Lo peor que os puede pasar es que algún día vuestros hijos os conozcan bien.

Mi padre fue un hombre que producía riqueza y bienestar a raudales, y sin embargo era bueno. Bueno, generoso, lúcido, sencillo, equilibrado, austero, pragmático, optimista, trabajador, querido, reconocido… Vosotros de eso, nada de nada. Tenía un sentido profundo de la vida que empapaba sus cartas, muchas cartas, a la familia y más exactamente a sus hijos, en las que se mezclaban sus valoraciones patrimoniales con su deseo de igualdad y su amor, que creo que no merecíamos. Allí quedó patente todo lo que sufrió por vuestra culpa. Pudo haber sido un gran ejemplo en muchos aspectos, es imposible no reconocerlo, desgraciados. ¿Por qué no lo fue? ¿Porque hemos aprendido tan poco?

 

Vuelvo a mi vida y al tiempo actual. Y de las fuentes… ya hablaremos otro día.