Eran esos trenes de antes, los legendarios, los que estaban divididos en compartimentos para 8 personas. Entré con mi cara de adolescente en uno de ellos con una bolsa de viaje de lona negra y mis cabellos largos de aquellos años setenta. Había un viejo con boina, una señora de aspecto también pueblerino, un árabe, o como decíamos entonces, un moro y una mujer guapa de unos 30 años. Y yo cinco. Traqueteo, ruido. Vaivén. El árabe era un tipo cuya presencia en principio intimidaba a todos por su aspecto sucio y algo salvaje. Encajé mi macuto en la bandeja que había sobre los asientos.