Algunas veces llega la rabia. La siento venir. Noto cómo me va enfureciendo. Sé que acabaré enviando un mensaje afilado y puntiagudo a alguien que quedará lacerado por mis respuestas punzantes. Como siempre en estos casos, haré tanto daño porque tenía la razón cuando empecé a discutir y la tendré también al final de la disputa. Pero luego sentiré haberme portado mal siendo así: certero, brillante, riguroso, verdadero, lógico, honesto, Es una vergüenza ser así. No es civilizado con los mezquinos que hay alrededor. Hago daño acorralando a la gente despreciable ante sí misma. ¿Es que no me doy cuenta?

Algunas personas no son lógicas, es un hecho, pero no tienen la culpa. Otras son estúpidas, aparentemente incluso más que yo, pero no lo pueden evitar. Otras mezquinas, o malvadas, o simplemente falsas. Es su manera de ser, y yo no tengo derecho a cambiarlos. Yo no tengo derecho a nada. Solo a aguantar. Soy el que tiene que comprender a los otros, y amortiguar sus molestias con mis propias tripas, porque comprender y valorar está en mis posibilidades. Otros no pueden o no quieren. Y con razón me odian. Les molesto, estorbo sus movimientos.
Algunas veces llega la rabia, la siento entrar por los brazos y salir por mi cara. Esa rabia que es a menudo el preludio de la tristeza. Porque con rabia me impongo y luego me siento mal ya que, aunque sé que debo hacerlo, aunque sé que es lo justo para conmigo mismo, obro mal. Los otros piensan que no admito el legítimo derecho que tienen a molestar y a estropear el mundo, a estar allí presentes, insatisfechos consigo mismos, sufriendo por ser así, y entorpeciendo vida de los demás.
BORRADOR