BORRADOR Y FRAGMENTO

 

Aerialist-Pinito-del-Oro-1953Es dura la vida de un trapecista espeleólogo porque implica muchas contradicciones y paradojas.

Mi madre era una mujer rumana muy alta y muy fuerte. Trabajaba en el circo y era la mejor sobre el trapecio. Un trapecio es eso que sale en los circos que parece el palico de la jaula de un periquito. Pues desde ahí daba unas volteretas increibles en el aire. Era capaz de sujetar a un hombre que llegase volando desde otro trapecio y estando bocabajo los dos, lanzarlo cuando su columpio estaba de vuelta. Se la veía muy guapa desde lejos, quizás más que de cerca, y no es que fuera fea, no, pero claro, con esa especie de bañadores morados con lentejuelas que llevaba, se subía al trapecio y doblaba una rodilla, y quedaba muy así, la mujer, meciendo sus formas desde aquellas alturas tan peligrosas.
Como cuando se columpiaba sin manos ni pies, apoyada tan solo por el torso. ¡Vaya torso! En cambio, si te acercabas mucho, mi madre ya tenía un poco más cara de gorila, solo que con un moño rubio y alto. Era guapa, pero muy a su estilo. Como de carcelera en la Rumanía comunista, la imaginaba yo.irma02

Trapecista Erica de la Vega.Un día mi padre, estaba haciendo la mili y fue con un compañero de regimiento al circo aprovechando que estaba de permiso en una ciudad que no era la suya y no sabía qué hacer. El primer día libre en cuatro meses, según contaba mi padre. Cuando su amigo y él vieron a mi madre saludar al público desde arriba se les disparó algún resorte y decidieron ir a verla a su camerino. Bueno, a su carromato. Su amigo le dijo que no tenía cojones de meterse23926 allí, y mi padre -que era muy valiente-, pues… ¡Para dentro! ¡Menudo era! La cogió medio en pelotas, pero no hizo más que verla y ella empezó a chillar, y un gitano que por allí andaba le pego, por la espalda, el muy desgraciado, un puñetazo en la cabeza a mi papá y otro en el ojo y luego, tras apearle del carro a hostias, lo dejó tirado junto a un remolque, bajo la mirada impertérrita de un león que, con aire aristocrático,  movió el rabo y arqueó una ceja desde su jaula, mientras miraba el pateo propianado a mi padre. Mi madre se tapó un poco el pechamen con un trapo brillante que había por ahí, y protestó porque, aunque se soldado se hubiera metido en su furgón cuando se estaba desnudando, a lo mejor su intención era buena… Y salió a ver al recluta. El crío tendría dieciocho años y ella unos quince más. Le dió pena. Le hizo subir al furgón así como estaba ella, con el traje a medio poner y una especie de chal por encima. Mientras le curaba el ojo, empezaron a charlar. Le quitó la camisa para verle las patadas recién recibidas. A mi madre los musculitos no le impresionaban ya. Había mucho músculo en el circo. Pero se ve que le hizo gracia el crío.descarga (12)

-¡Ay qué locos sois los chicos! ¡Quién te mandaba a ti meterte aquí! -dijo mientras le limpiaba la ceja partida con la punta de un pañuelo mojado con saliva.

-Es que yo me meto por todo. ¿Sabe? Por eso voy a ser espeleólogo cuando acabe la mili. Me gusta penetrar en las cuevas y en todos los lados. ¡Y usted, qué carnes más prietas que tiene!

-¡Ahí va este! ¡Descarado! – y le apretó fuerte en la ceja como represalia.

Aquella noche mi mamá, con todo lo grande que era, se enamoró locamente, impresionada por la capacidad penetrativa de papá, el cuál, acabó metiéndome a mí en su tripa. Se casarón al cabo de tres meses, lo que no le valió para conseguir muchos permisos como recluta como pensaba él, pero es lo que hizo. Y antes de que acabase la mili, nací yo.

Trapeze Artist Practicing her ActMi madre, que no quería dejar el circo, le dijo a mi padre que podía hacer, por ejemplo, números de escapismo de esos en los que uno se mete en un cofre cargado de cadenas y camisas de fuerza y luego te tiran al agua con todo, pero al final sales vivo por lo general… Porque esos números pegaban más con el circo que la espeleología esa rara… Pero a mi padre, aunque lo probó un par de veces, eso no le gusto. Lo suyo era más meterse que sacarse, solía decir mi madre mirándome a mí, no sé por qué.  Y él mismo se colocó de ayudante de un catedrático con el afán de arrastrase por todas las cuevas de la zona que le dejaran, que era lo suyo.

Mis papás, aunque luego fueron muy felices, estuvieron toda su vida discutiendo por mi culpa.

-Te digo que el chico va a ser espeleólogo como yo. No hay más que verlo.

-Qué va. ¡Es un artista, como su mamá! ¿No lo ves, que parece un mono? A salido a mí.

-En la cara sí. Pero su mente…

-¡Chorradas, Abelino! Éste en el trapecio hará filigranas con su madre -decía ella orgullosa.

Y a resultas de esto, yo salí como salí. Seguramente el único trapecista espeleólogo que haya existido hasta nuestros días. Ese soy yo.

Y bueno, pues lo que decía. Es dura la vida de un trapecista espeleólogo. Implica contradicciones y paradojas. Sí, ya lo creo: es difícil ser trapecista y espeleólogo a la vez. Siempre hay una cosa que te gusta más y otra que te exige más trabajo. Una te pide sacrificio y la otra quizá más entrega. En fin… Yo ya he explicado en algún sitio, que las líneas de la vida aveces son paralelas. Será porque yo también seré un poco lelo -¿lo captan?-.  Pero he comprendido que todo es cuestión de fuerza de voluntad.

Todo el mundo necesita mucha fuerza de voluntad para tirar del carromato de su vida. Y yo necesito el doble de mucha. Y ya está. Esto es lo que hay. Y como lo he comprendido, me he puesto manos a la obra.

Debo unificar mis vocaciones, y hacer de ellas una sola, aunque con distintas facetas. Tratar de compaginar las dos cosas: el trapecio y las cuevas; los columpios y las grutas.

No necesité meterme en una gruta subterránea para darme cuenta de que, si casi no me podía mover ahí dentro, menos podía dar un doble salto mortal. De hecho, en las cuevas es raro encontrar dónde situar un trapecio. Frecuentemente me tengo que quitar el casco para poder meter la cabeza. Una vez lo hice y llegué a desesperarme, dado que estaba solo y luego no podía sacarla. Empecé a probar todo tipo de movimientos y giros, pero mi cabeza no salía de ahí. Estuve a punto de partirme el cuello. Recordé a mi padre. «Más de meterse que de sacarse». Fue muy agobiante el primer minuto, pero los noventa y tantos restantes que estuve allí, fueron mucho peores. ¡Cómo lo pasé de mal! Llegó un momento en el que decidí dejar de luchar y prepararme para una muerte horrenda. Sería de sed seguramente. O devorado por algún tipo de alimaña que me comería vivo. Me esforcé en no llorar para no desaprovechar el agua de mi cuerpo. Y e00080287d0960b7b37e810mpecé a reflexionar. Nadie podría rescatarme. No cabía especulación posible sobre ese tema.  El cerebro consume energía, sobre todo el mío, que tengo mucho, así que era mejor no pensar. Traté de dormir. Y hasta soñé, no sé si dormido o despierto. En mis onirismos estaba yo con mi chandal blanco recién lavado por mi mamá con detergente del bueno. Como era rumana, le gustaban estos atuendos como de patinador artístico de países del Este. Y me lanzaba desde mi trapecio a dar la vuelta en el aire quedando por un momento suspendido, entre los aplausos cerrados del público que chillaba al ver cómo, de pronto, me lanzaba contra una montaña, con cueva incluida, que había por allí y en la que nadie se había fijado aún. Me metía en la cueva volando ante el asombro del público que pensaba que me iba a romper mi nariz de gitano contra la roca. Luego soñé que al avanzar por la roca, poco a poco pero con esfuerzo, lograría alcanzar un bonito lago subterráneo dentro de una gran cavidad kárstica, iluminada con antorchas cuyas luces deDOCU_GRUPO RESCATA ESPELEOLOGA EN SIMA DE ISABA ocres y anaranjadas titilarían por todas las bóvedas y se reflejarían en las aguas tranquilas sobre las que volaría yo como Tarzán, de liana en liana. Sorteando estalactitas y estalagmitas traslúcidas, hasta dejarme caer de cabeza a  aquel estanque, al mismo tiempo brillante y oscuro, donde reduciría a un cocodrilo, y, luego ya, me daría un bañito tan tranquilo. Me despertó el dolor de mis miembros entumecidos. Empecé a meditar y a hacer relajación, pero me mareaba, porque la postura era muy incómoda. Me rendí. Me tranquilicé. Después de todo, al meterme en esos vericuetos, yo había crecido. Mi intelecto se había desarrollado. A consecuencia de eso probablemente mi cabeza habría crecido en aquel momento y, claro, ahora ya no había Cristo que la sacase de ahí. espeleologia2Pero debía enorgullecerme de que mi mente se hubiera desarrollado tanto… ¡La de inteligencia que demostraba tener al morir así, con tanta cabeza! Me tranquilicé. Y milagrosamente al notar que se me dormían todas las extremidades, y hasta los genitales, hice un gesto torpe, propio de quien ya no controla sus movimientos y de pronto noté que mi cabeza se había liberado. Entonces ya sí que lloré de alegría y di gracias a Dios todo el rato.

Luego el problema era retroceder arrastras con las extremidades frías y sin circulación sanguínea. sentía un hormigueo doloroso y no notaba si mis pies topaban con alguna pared de roca o no. Requirió mucha paciencia y mucha capacidad para sufrir. Al moverme percibí que me había hecho en mis pantalones. Si hubiera querido dejar la espeleología y dedicarme al trapecio, no me habrían pasado estas cosas. Al final, logré salir. ¡Y hasta recuperé mi casco, que era practicamente nuevo! Eso fue casi lo mejor.

Pero bueno, es lo que quería decir: que en las cuevas no se puede hacer funambulismo, ni doble salto mortal, ni acrobacias, ni nada. ¿Cómo podría algún día unificar mis dos profesiones?

Volví al circo y hablé precisamente con el mismo gitano que le zurró a mi padre de jovenzano, que era totalmente imparcial para estas cosas. Los años le habían blanqueado el cabello y lo habían asentado. Siempre estaba asentado en una silla, con una vara y un sombrero, en plan patriarca, sin hacer nada más.  Le conté mis apuros allí metido y me dijo:

-Hijo mío, solo te pareces a mí en la nariz. Está claro que no podría ser nunca tu padre, más que nada por las tonterías que dices. Tienes que ser una cosa u otra. O vas a husmear madrigueras de esas o te haces un hombre de circo como Dios manda. No las dos cosas.

Pero eso era lo fácil. Demasiado fácil. No era el consejo que buscaba y hablé con el manager del circo, que aunque decían que era un cantamañanas, a mí me parecía muy listo.

-Muchacho, es una cuestión de mentalización. Tienes que aprender a pensar realmente como un espeleólogo trapecista. Ven pacá.

Le seguí hasta el remolque que él llamaba «la oficina», donde su hija- qué fea era la jodida -, tenía un ordenador viejo y una impresora ruidosa que despertaba a los elefantes.

images (42)-Josefa. Hazle al chico unas tarjetas, como esas que me hiciste a mí. Ya verás, muchacho, lo que sabe hacer mi chica.

-¿Y qué le pongo? ¿Felisín, manager circense?

-No hija. Manager yo. Ponle: Don Félix Montoya López. Espeleólogo y trapecista. Y le pones el teléfono del circo.

En poco tiempo la chica- cuidao que era  fea, la puñetera -hizo salir de la impresora una página de cartón con hendiduras, con esos mismos datos. Separamos el cartón en tarjetas idénticas, oye, qué ideas tan buenas tiene la gente, y me las dieron atadas con una goma de pelo de la chica del manager.

-Tú mira tu tarjeta con frecuencia. Hasta que realmente asumas que eres un espeleólogo trapecista, que es lo que eres, y así triunfarás. Y si un día quieres ofrecer tus servicios de espeleólogo trapecista, le das a alguien tu tarjeta, para que vea que eres un profesional. ¡Pero me avisas antes, a mí y a tus padres! ¿no nos dejes sin función de un día para el otro!

-¿Usted cree que habrá demanda de mucho espeleólogo trapecista por ahí?

-Es la oferta la que crea la demanda, muchacho, te lo digo yo. No lo dudes. Y si hubiera demanda, como serás el único, pues toda para ti. ¡Pero tienes que asumirlo!

Pero yo ya no le oía. Salía de su oficina releyendo continuamente mi título, en mi primera y flamante tarjeta.

88c392408e094cd8fac9a9b76f1fcf2e-Don Félix Montoya López. Espeleólogo y trapecista. Don Félix Montoya López. Espeleólogo y trapecista.Don Félix Montoya López. Espeleólogo y trapecista.  Don Félix Montoya López. Espeleólogo y trapecista. ¡Ya lo asumo, ya lo asumo! Gracias, manager. Te debo un favor. -y en voz baja yo seguía y seguía -Don Félix Montoya López. Espeleólogo y trapecista.  Don Félix Montoya…

-¡No te preocupes, figura! ¡Nada de gracias! ¡Venga! ¡A triunfar!