Ricardito era un niño muy muy muy bueno y más cantor que Joselito. Siempre estaba alegre y siempre cantaba. Respondía cantando gorgoritos a todas las preguntas que le hacía su mamá, o su maestra. Ya fuera buenos días, o me voy a dormir, o puedo ir al lavabo, Ricardito, el niño cantor, siempre lo decía todo cantando y derrochando una gracia… que no se podía aguantar. Tipo «tralalá, tralalá, ay mi maestra del alma, tralalí tralalá, déjeme «usté» ir a orinar.
Un día, Ricardito, corrió a por una pelota que se le escapaba a otro niño de su clase al que quiso ayudar (siempre tan generoso y buen compañero), con tan mala fortuna, que pasó un coche y trágicamente atropelló a Ricardito.
Ricardito quedó tendido en la calle y muy mal herido. A su alrededor se amontonaron llorando los transeúntes. Todos en el barrio querían mucho a Ricardito. llamaron corriendo a su madre y ésta, al verle agonizar, besole, abrazole, y rogole entre sollozos:
– ¡¡¡Ricardito, hijo mío, no te vayas, no me dejes!!! ¡¡¡Dime algo, Ricardito!!!
Y Ricardo mirando con amor a su madre, aunque casi no podía respirar, hizo un esfuerzo por alzar la cabeza y decir::
– ¡Chimpuuuuún!
Y se murió.
Fin