Una frase española que se está perdiendo es aquella de: «Ay, si las paredes hablaran». Nunca me ha gustado, la verdad. Estoy en favor de que se siga perdiendo, y para tal fin, ni siquiera debería haberla evocado. La sentencia, además de ser una cursilería rancia, denota mucha ignorancia, o quizás una gran maldad, dado que, como todo el mundo sabe o debería saber, las paredes oyen. No están sordas como tapias. Y hablar, hablan mucho también. Por tanto, me parece muy feo referirse a ellas como si no estuvieran delante. Delante, detrás, a los lados… Lo que no te gustaría que te hicieran a ti, no se lo hagas tú al tabique. ¿no te parece?

cecilia-paredes-1Yo no siempre he simpatizado con las paredes. De pequeño, uno no sabe comunicarse bien con ellas. Son muy paradas, y no se logra un buen entendimiento por lo general hasta mucho después de obtenida la edad para votar. En la treintena o puede que ya en la vejez. Actualmente paso una parte significativa de mi tiempo entre paredes, como todo el mundo, y me llevo muy bien con ellas. Si a mí me introdujeran por unos cuantos años en un presidio, mi tortura serían claramente los presos, y no los muros. Sé que hay mucha gente que se va de este mundo sin haber dedicado un poco de tiempo a escuchar lo que hablan las tapias. Me resulta difícil describir con claridad mis sentimientos hacia ellas puesto que se mezclan la indignación y la lástima. La lástima es por la ignorancia, claro.

Todo parece indicar que he atravesado ya, como diría un comentarista deportivo, «el Ecuador del partido». Durante estas décadas en las que camino por la calle disfrazado de adulto, puedo decir que he sido curioso y que he tratado de aprender algunas cosas. Pero las más importantes me las han contado las paredes. Mis hijos son todavía demasiado jóvenes. Están en esa edad en la que parece que haya que orientarles mucho, pero que no es así. images (48)Realmente viven el tiempo apasionante en el que uno aprende por sí mismo y casi no hace falta nadie más. La función del padre está en lograr que aprendan más despacio, para que cuando salten del nido no se los coma el gato. Sé que aún me quedan algunos secretos que contarles para su mejor vivir. No les explicaré todo por ahora. Esperaré a que yo ya esté en mi lecho, haciendo esperar a la muerte. Ay, procrastinador, me dirá la muerte,siempre lo has dejado todo para el último minuto. Entonces… pediré que me pongan un almohadón para incorporarme y apoyar la espalda y les pediré que se sienten en la cama a mi alrededor. Tomaré sus manos con las mías, probablemente ya huesudas y frías, y veré sus caras serias e incómodas, porque la juventud siempre apremia. Entonces… Entonces tampoco les diré esos secretos. Solo aconsejaré solemnemente que escuchen a las paredes de vez en cuando. Que hablen con ellas de verdad. Con el primer café del amanecer de invierno. O unos segundos mientras se secan junto a la ducha. O mientras esperan en el recibidor del dentista, o antes de una entrevista de trabajo. Que escuchen a las paredes, sobre todo a aquellas que estén más vacías. Que conversen con ellas cuando la gente duerme. Con sinceridad. Nadie puede engañar a las que están pintadas de blanco, por ejemplo. Ellas lo saben todo y se lo contarán todo. Algún día. No hay prisa. Tiempo habrá. Más tarde o más temprano, en las paredes vacías mis hijos encontrarán el sentido de la vida. Entonces… cuando yo no esté, quiero creer que se acordarán de mí y comprenderán mirando los muros desnudos y lisos, el porqué de tanto amor.Y el porqué de cierta pena. Y entonces… Entonces serán indulgentes con todos los rollos y los necios discursos que, como esta misma perorata, les haya podido transmitir su padre antes de poder dejarles vivir en relativa paz.