SALMOS ATEOS. De los simples

SALMOS ATEOS. De los simples

De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

OREMOS TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

Que nos proteja el Señor
de quienes necesitan creerse más listos,
porque no lo son.
Que no nos hagan impacientarnos,
ni perder los modales.
Que no nos guarden rencor
por darnos cuenta a nuestro pesar,
de cómo son.
Que no nos calumnien para justificar
su comportamiento impresentable

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

Señor,´Tu que reinas en los valles,
Tu cuidas de los peces y los ríos,
Tú que cruzas junto a nosotros el desierto.
Tú que velas por nuestros rebaños,
Aléjanos, Señor, de todos los listos
Auséntalos de nuestros desafíos.

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

Que nos proteja Dios,
o el Estado central,
o la administración local.
Allá cada cual con su credo.
Pero que nos protejan a todos,
que todos estamos expuestos,

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.
.
Apárta. Señor, a esta gente que no rectifica
Solo descansaré de ellos
cuando salgan de mi vida o mi camino.
Los detectaré deprisa y huiré corriendo,
Cerraré la puerta de mi casa
clavando tableros
como si esperase al huracán Katrina.

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

No es cierto que un malo listo sea más peligroso.
Un simple que va de listo es mucho peor.
Te vas a exasperar preguntándote
¿Pero cómo se puede ser así?
Cualquier indulgencia por tu parte,
no la verá como una oportunidad regalada,
sino como una debilidad tuya.

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

Como un mosquito,
o lo aplastas, o te pincha,
no se le ocurre más.
Estorbar les alimenta.
La ínfima sangre que te quitan
a ti te sobra.
Tú les darías más.
Pero con razón se la niegas
porque te la quiere hurtar.

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

Con más información que cultura.
Mucha autoestima y poco respeto a los demás
Demasiado orgullo y escasa dignidad.
Con más determinación que inteligencia.
Mucha cabezonería pero poca cabeza
En vez de ambición, avaricia.
Y menos educación que afán.
Todo lo arruinan para si mismos
y para los demás.
Su pasado es tierra quemada.
No les mueve la lógica,
sino la pequeña ventaja.

El fracaso continuo  no les hará cambiar.

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.

Que nos proteja el Señor
de quienes necesitan creerse más listos,
porque no lo son.
Que Yahvé nos arme de paciencia,
o mejor… que nos la quite de golpe,
Y así les mandemos a todos a tomar
Y ya que nos dejen en paz..

TODOS: De los simples que van de listos, que Dios nos proteja.
Amén.

Salmos laicos. Te oigo pensar.

Salmos laicos. Te oigo pensar.

Salmos laicos

Te noto.
Te oigo pensar,
claro como si hablaras junto a mí.

Eres el ave que alegra al cielo.
las alas que abanican mi frente.
Una sonrisa que alivia la sed

Sé lo que sientes.

Tengo la vista puesta en una nube.
Siempre se va.
Siempre muda y reaparece.

Se lo que sientes.

Hoy he corrido sobre tierra seca
con los brazos abiertos al sol.
Gracias es todo lo que puedo decir.

Hoy he paseado con mis amigos,
la serpiente y el escorpión.
Junto a las colinas vi un riachuelo
que me orientó para volver.

Pero sé lo que sientes
No quiero volver.

No busco el frescor del arroyo.
Busco el calor y la fiebre.

Algún día me alejaré más.
En la explanada inabarcable
te soñaré mejor.
Volveré a correr sobre tierra de azafrán
Hasta donde tu voz, por fin,
ya no pueda imaginarse.

Cómo te sientes.

Hoy he mordido piedras y viento.
He vuelto a oírte pensar.
Se lo que estás sintiendo.
Persistes en hacerme vivir.
Y esperas que te lleve una flor
que no crece en el desierto.

Salmos ateos. Más fuerte

Salmos ateos. Más fuerte

La fuerza del afán
te impide descifrarme.
El deseo de ganar
te mantiene insensible
Y los hechos te premian;
confirman tu verdad.
Pero te diré que mi pasión sobrevive.
Y la tuya no.
Que mi fe sobrevive.
Mi dolor sobrevive.
Mi amor sobrevive.
Y el tuyo jamás prendió.
Sobreviven mi palabra,

mi razón y mis penas.
Mis esperanzas y mis sueños.
Son más fuertes que tu afán,

Momentos de paz y de guerra

Momentos de paz y de guerra

Hay momentos de paz y de guerra.

De voluntad, de tesón, tristeza, de odio o de amor…

Para recordar, para soñar, para imaginar, para prever o desear.
Estados propicios a la queja, o al anhelo, y el sentimiento.

Instantes para reconocer y confesar.

Tiempos de mentir, de fingir, de callar, de ocultarse o mostrarse… Está la hora de temer, o la de ser un héroe. Tiendes a chillar, o a cantar. A veces hay que ser histriónico, teatral, exuberante, brillante, abundante, omnipresente… O tal vez toca contenerse, disimular, esconder, distraer… O se trata de merecer, atesorar, ganar, o de ceder, dejar, abandonar, permitir, concluir, defender.

Hay miseria y gloria. Interrogantes y síntesis. Hay trascendencia o hay frivolidad. Morbo y ascetismo. Sensualidad o firmeza. Concentración, diversión o dispersión.

Hay situaciones de fatiga. De ruptura, de descanso, descenso y recuperación…

Yo hoy percibo muy cerca ya los vientos de cambio.
Estoy sintiendo el cambio y la energía.
Tiempos de ultimar más proyectos e iniciar otros aún más importantes. Tiempos de culminar.

El nombre del perro (fragmento)

El nombre del perro (fragmento)

Aquel día de abril Juan estaba rabioso. Se había propuesto cambiar su vida de una vez por todas, pero no tenía la sensación de que su camino se estuviera aclarando lo suficiente. Tenía todos los frentes abiertos. Su mujer le amargaba la vida continuamente. Se sentía abocado al divorcio a corto plazo. Las amistades ya no le interesaban, o quizás no le habían interesado nunca. No soportaba relacionarse en la vida entre matrimonios, porque eso le parecía más un paripé que verdadera amistad. Sin embargo, tras años y años de indecisión entre hacer las cosas por el medio más convencional o por el propio, tenía que admitir que había sido incapaz de crearse un mundo, un estilo de vida que le abrigase.

(…)

Agobiado por aquellos pensamientos, decidió ponerse un chándal y salir a correr por el parque cercano al barrio. Salió de modo casi furtivo, porque le pareció preferible que su familia no le viera realizar ese pequeño acto de independencia o de confusión. De independencia, porque no solía hacer nada que no estuviera en función de lo que mejor fuera para todos los suyos. Si alguien le pedía que le ayudase, les ayudaba. Si necesitaban que papá les llevase en coche, les llevaba de inmediato. Si su mujer le pedía que la acompañase a una tediosa revisión de tiendas de ropa de mujer, él lo hacía. Había entendido durante un tiempo que aquello era parte del papel reservado a cualquier marido. Y esa iniciativa personal e independiente de salir a correr, denotaba también cierta confusión, puesto que cuidar su forma física no era lo que más necesitaba en aquella fase de su vida. Sentía que postergaba otras acciones más importantes. Y al sentirse culpable, creía que todos podían advertirlo, tanto su esposa como los niños y hasta el perro podían percibir que estaba confuso y perdido. Es más, se sintió radiografiado por el conserje al atravesar la puerta y por los vecinos con los que se cruzó intercambiando una sonrisa de forzada cortesía.

Comenzó a trotar pero a los diez o doce pasos dejó de hacerlo y siguió caminando. ¿A quién pretendía engañar? A él mismo, claro, pero le resultaba imposible. Estaba deprimido y su fuerza de voluntad no aportaba el suficiente impulso como para comenzar en serio con ese plan deportivo. Se limitó a caminar. Y se sintió ridículo. ¡Ponerse el chándal para caminar un rato!

Cuando él veía a otro señor paseando solo por el parque, le parecía raro. Hacía falta algo, una excusa, para hacer lo mejor que se podía hacer en la vida, que muchas veces no era otra cosa que pasear y disfrutar del día. ¿No era eso absurdo? Llegó a la conclusión de que algunos compraban perros a sus hijos por tener una excusa para salir a pasear a solas, llevando al animal. Juan tenía perro también, pero le molestaba el empeño con el que se ponía a olfatear los rincones más sucios de la calle. Lo que le faltaba para animarse, era salir y quedarse con las imágenes de todas las inmundicias que tanto interés provocaban a la mascota loca de sus hijos. No se llevaba bien con aquel animal desobediente y tenía importantes motivos. El primero es que era un perro pequeñajo y ridículo. Era un perrillo para viejas, de esos que caben en el bolso. En segundo lugar, parecía no estar en sus cabales. De pronto se frenaba y había que tirar de él. Aunque pesaba poco, el perro enano aplastaba la tripa contra la acera y parecía quedarse pegado. La gente le miraba como si fuera un criminal cuando lo llevaba a rastras de la correa. Una señora mayor le recriminó en cierta ocasión y le dijo: “hay gente que no debería tener animales”.  Y otra le hizo una oferta por el animalejo, como quien trata de salvar a la perrita desesperadamente de su amo maltratador. Al final no le quedaba más remedio que cogerlo con sus manos y atenerse a las alérgicas consecuencias de tocarle. Picores y estornudos. Ese era el tercer problema. ¿Qué importaba eso? Como decía su mujer: ¿acaso les quitaría a los niños aquel animalito tan inocente y mono, al que realmente sus hijos jamás hacían algún caso? Solo de pensarlo ya le estaban entrando ganas de estornudar. Pero había un cuarto inconveniente en el bicho. Era el nombre. ¡El nombrecito! Dios, él no podía salir a la calle a pensar en los problemas de su vida con una perrita que se llamaba Jasmín.

Entonces vio a dos de sus vecinos en el parque con sus respectivos perros. Vaya lata. Se sintió obligado a acercarse un momento.

-Hola, Juan. Aquí paseando a los animales. ¿No has traído a tu micro perro? -le preguntó uno de ellos.

-No, no me gusta mucho, la verdad. Es de las niñas… Pero me gustan los vuestros…

Uno de ellos era un caniche y el otro un gran danés.

-¿Cómo se llama el perro de tus niñas? -le preguntaron.

-Pienso.

-No entiendo. ¿Dices que se llama así o que estás tratando de recordarlo?

-Se llama Pienso.

-Pienso… ¡Qué nombre tan raro!

-Inspirado en Descartes. ¿Verdad? Cogito ergo sum. Pienso luego existo. Realmente esa frase procede de españoles como Gómez Pereira y  Agustín de Hipona -dijo el vecino catedrático.

-Puede ser, puede ser… Pero mi perro se llama así porque cuando le hecho de comer me niego a nombrarlo con el nombre que le puso mi mujer. Así que solo sacudo el saco de comida para perros como si fueran maracas y digo: ¡Pienso! ¡Pienso! Y entonces el bichillo viene a comerse su pienso, corriendo con sus lacitos, sus cascabeles y con su corte de pelo, mucho más caro que el de nosotros tres juntos.

Los vecinos rieron y en ese sentido todo iba bien hasta que uno de ellos, que era padre de un niño amigo de sus hijos le dijo:

-Tu hija estuvo el otro día en nuestra casa y estuvimos hablando… Y sé cómo se llama tu micro perro. Se llama Jasmina.

El dueño del gran danés estalló en una gran carcajada y Juan hizo un gesto como reconociendo cómicamente su frustración, pero cuando vio que el dueño del caniche, el que le había delatado, también se burlaba, le miró con mala cara. Éste le dijo:

-No te ofendas, Juan. Te comprendemos. La verdad es que es una “chochez” de nombre.

-Sí que lo es. Lo sé y lo reconozco. No debí consentirlo. ¿Y el tuyo cómo se llama?

-Es una perrita. Se llama Melody.

-¡Melody! ¿Melody? ¡Vaya mariconada también!

Y los tres vecinos se doblaron de risa a la vez y se sintieron por un instante amigos, hasta que el gran danés empezó a ladrar con una voz más propia de un león que de un perro. ¡Aquello sí que imponía respeto!

-¿Cómo se llama este monstruo tuyo?

-¡Déjanos adivinarlo! -dijo Juan- ¿Scooby Doo?

-No.

-¿No?

-No, no, de verdad. No se llama Scooby.

-¡Qué raro! ¿Y cómo se llama entonces?

-Se llama “Sobras”

Juan y el propietario del caniche se miraron afirmando con la cabeza, como diciendo, ese sí que tiene suerte… y lo que hay que tener: un gran danés, ahí está,  y se llama Sobras.

-De mayor quiero ser cómo tú. Tienes un perrazo de verdad, y su nombre… nada que ver con películas de Walt Disney u otros dibujos para niñas. ¡Tú sí que llevas los pantalones en tu casa!

-En el fondo es como el falso nombre de tu perrita Jasmín. Tú le das pienso y yo le doy sobras,

-Ah, Sobras… ¡De las sobras! -dijo Juan sorprendido.

-Sí, claro, Sobras, por las sobras. ¿Por qué iba a ser si no?

-Creía que era un nombre griego.

De nuevo empezaron a reírse de la tontería…

-Pues no. Más bien se refiere a restos de pollo y ensalada, mezclados con pan duro -explicaba el otro como revolviendo la mezcla con la mano.

Cuando los tres convecinos terminaron de reírse, Juan se despidió diciendo que debía seguir corriendo.

-¡Pero si no estabas corriendo! -y volvieron a carcajearse los tres.

Juan se despidió riendo y se alejó haciendo como si fuera un veterano del running mientras los otros le decían.

-¡Juan, estás disimulando! ¡Se nota que no quieres correr! Que te vas a asfixiar.

Y era verdad. Pero siguió sin parar hasta que creyó que los troncos de los árboles y el atardecer ya ocultaban su chándal.

Un tipo espeluznante

Un tipo espeluznante

Es cierto que te encuentro espeluznante.  Una palabra que puede descubrir muchas cosas y encubrir otras. Hay algo terrible en ti. Tu mediocridad, por ejemplo. Unida a tu afán vano por sobrevivir, puede llevarte a hacer cosas tremendas, como dar la nota cuando deberías callar. Y no digamos tu deseo de prevalecer sobre los demás. Es la rabia que te da ser en el fondo pequeño. Eres un quiero y no llego. ¿A qué no puedes llegar? ¿Cuál es tu fantasía? Acepta que eres un ser prescindible, Todos lo somos, pero unos más que otros, claro. ¿Por qué no te calmas? La quietud, la serenidad, podría ser tu aliada. Así aprenderías a no despreciar a todos. A los que son mejores y a los que son peores que tú, pero sobre todo a los mejores. Ellos son para ti un latigazo en los testículos. Y hay tantos que te superan… Crees que puedes tapar el talento de otros estirando el cuello. Trata de comprenderme. Sé razonable, como creo que yo lo estoy siendo contigo. No estoy dispuesto a dejar que sigas estropeando el mundo con tu memez y con tu agresividad. No puedo. Tu soberbia nos molesta cuando charlamos sobre física en el club, con nuestro café o té en la mano y nuestros periódicos. Nos apreciamos unos a otros y nos respetamos. Y tú vienes a imponer tu voz desafinada, tus registros disonantes y tus malos modales. ¡Cómo estropeas la armonía de fondo de música clásica! Pisas la voz del científico de Badajoz, Martínez-Trecho, que es el que más sabe de todo lo que hablamos, exceptuándome a mí. Su cerebro está muy por encima del tuyo, que es un órgano amazacotado. Ignoras lo que te cuenta López Albor. Ese hombre tiene algo que decir, y puede enseñarte lo mucho que ignoras. El otro día dijiste que se te había ocurrido una teoría que conocemos hace décadas. Eres un pésimo diletante. Tú interrumpes con lo baladí, hablando de cosas que ya damos por triviales. No descubres nada, ni nada aportas salvo necias interrupciones. Cuanto más liderazgo reclamas, mayor rechazo nos generas, y te aíslas más. Las conversaciones agudas sobre ciencia y filosofía que mantenemos un día por semana en el edificio modernista del Casino, mientras escuchamos a Haydn, entre esas columnas de piedra que imitan formas vegetales, y esas vidrieras de colores, son para mí la mayor gratificación que obtengo por observar el mundo. No estás a nuestra altura. Óyeme bien: no voy a prescindir de tan gratos momentos por tu insolencia. Solo pretendo darte una lección de buen comportamiento y de respeto. Si te mutilo es por tu bien. Comprendo que no me entendieras cuando te corté el primer dedo. Estuviste rabioso e indignado. y te agitabas dentro de tus mordazas y ataduras. Te advertí: cuando me veas llegar y me sonrías, será que has aprendido y te perdonaré. Pero no me escuchaste. Tu narcisismo te mantuvo como siempre ajeno a todo lo que no fueras tú, y en este caso, tu dolor era lo único que contemplabas, como si nada más importase en el mundo. Lloraste, te retorciste… Solo pensando en tu martirio y en tu tormento, pero no tuviste la generosidad ni la humildad de escucharme. Te vuelvo a repetir: trata de comprenderme y sé razonable, como creo que yo lo estoy siendo contigo. Esto parará cuando aprendas a sonreír cuando yo llegue, ya te lo dije. Te voy a adiestrar en cordialidad. Después de todo, soy tu anfitrión. Mío es el jergón sobre el que yaces, y mías son las vendas y trincas con las que por tu bien te mantengo trabado; de mi propiedad es este sótano que compartes con mi coche antiguo, mi moto y mis herramientas de bricolaje, que tanta ayuda me prestan para poderte mortificar. Tan solo te pido una sonrisa… No creo que sea para tanto. ¿Hasta cuándo pretendes que te siga cercenando? Muchas molestias me tomo por ti, ¿sabes? Cada día debo seccionar y separar de tu cuerpo alguna parte sobrante, aligerarte, dejarte en lo esencial. Me deberías pagar por eso. Te estoy purificando. Cuando menos, agradécemelo. Has emprendido un viaje a tu alma, mientras te voy despojando de lo accesorio, de tu periferia corporal; deshojándote cual margarita del amor. ¿Crees que esto me gusta? Estoy verdaderamente enojado con tu comportamiento. Esos lloriqueos de maricona me parecen de todo punto insoportables. Si pensaras un poco en los demás, digamos en mí, dado lo reducido de tu actual universo, no gemirías tanto. Presentas un espectáculo penoso con tanta lágrima. Yo me he tenido que molestar en curarte cada vez, desinfectar tus muñones con alcohol, vendarte, cauterizar tus heridas y darte a beber agua con antibióticos y antitérmicos… Tienes que vivir lo suficiente para aprender a sonreír mientras te amputo un miembro u otro. Todas estas tareas roban mi tiempo. ¿Crees que mis obligaciones se resuelven solas mientras me ocupo de ti? Ese egocentrismo tuyo… Yo te lo estoy arreglando. Rebanarte es como podar un seto para hacerlo más bello, sin ramitas que tengan la petulancia y la osadía de sobresalir sin haber acreditado antes méritos suficientes. Así es como quedarás a medida que pasen los días: yo no diría amorfo, sino redondeado y bien recortado.

Tu fragilidad mental me irrita en algunos momentos, pero en otros me produce una gran condescendencia, y aunque me burle, logras que me compadezca. Sé que te has vuelto loco. No creo que venga de las últimas semanas en las que has perdido el rastro de tus extremidades. Quizás fue ya el segundo día, cuando te arranqué otra falange del segundo dedo. Te manchaste, puerco, eso no te lo perdonaré. Tuve que preparar tu camastro para que tus heces cayeran directamente a un cubo con agua y lejía, e introducir tu birrioso y ridículo apéndice en una manguera para drenar tus secreciones. ¡Cómo te asustaste! Pareces un niño. Y si te lo hubiera cortado también, ¿qué? ¿Qué te importa? ¿Acaso estás en situación de pensar en esas cosas? Sí, amigo, sí. Te has vuelto majara. De no ser así, no habrías permitido que tuviera que ir haciendo rodajas de ti, como si fueras uno de esos vulgares embutidos artesanales de tu pueblo. He tenido que secuestrar también a esta pobre mujer encadenada que se encarga de administrar por mí los recipientes fecales, así como de ayudarme a curarte. Y lo hace muy bien… No sé por qué parece tan aterrada… ¡Si yo estoy muy contento con ella! Aunque es la culpable de que, gracias a sus cuidados, tu sufrimiento se prolongue. Sabe que, si tu faltases, Dios no lo quiera, ella sobraría en este sótano…Y parece que en el fondo le encanta sentirse imprescindible, ya sabes cómo son las mujeres. Así que te he conseguido la enfermera perfecta. Lástima que no os hayáis podido conocer en mejores momentos. Los dos parecéis buenos chicos, ahora que te has vuelto más discreto.

Conste que guardo todos tus trocitos en el congelador, envueltos en papel de aluminio. Más que nada para que no te preocupes. Si un día los necesitas, sabes que ahí los tienes. Ya son más de 90 piezas de cochino arrogante. Todas numeradas como las fotos que he ido tomando para registrar mi actividad quirúrgica. Si hiciera falta, podría recomponerte otra vez entero, aunque no sé si estarías muy guapo cosido a tantos despojos. Quizás sea mejor idea que te los haga comer el día de tu cumpleaños. Tendremos que celebrarlo.

Respirabas mal por la nariz. Te ahogabas con las mordazas y claro, no podía verte sufrir así. Tuve que quitarte las mordazas, pero no me gustan los chillidos de socorro ni tus sollozos desesperados, así que te tumbé con tranquilizantes y te corté la lengua. Después de todo, siempre fuiste un deslenguado. Luego, desde el cuello, aprendí a seccionar cuerdas vocales. No sabes lo que sufrí porque creía que te morías. ¡Qué cantidad de sangre! Puede que no lo ejecutase muy bien, no soy cirujano, pero lo hice solo por ti, para que pudieras respirar sin mordazas. Incluso te corté la nariz, era para ti otro ornamento sin utilidad práctica. ¡Fuera estorbos!

He decidido no límpiarte más las hormigas. Que ellas recorran lo que queda de ti, que entren por tus heridas y tomen todo aquello que no necesitas ya. La naturaleza les ha otorgado una gran función de reciclaje que debemos respetar, ¿no crees?

¿Te cuento una cosa? Esta mañana me ha parecido que al verme llegar sonreías por fin y saludabas con la cabeza. He sentido la satisfacción de un mentor al saber de tus progresos. Ya sabes que, cuando trates de ser agradable y correcto, he prometido dejar de ¿recortarte? ¿abreviarte? ¿esculpirte? Y sí, efectivamente, me ha parecido que esas muecas eran un saludo de buenos días… Pero voy a seguir con mi arte, dado que no puede averiguarse de modo preciso lo que son tales gestos. Puede que ya sonrías como un buen vecino en el ascensor, pero, la verdad: no veo ya tus dientes. Están todos en el congelador, donde he tenido que colocarlos por tenerlo todo junto. Bueno, “junto”, no es la palabra adecuada. En el mismo lugar. Ya sabes que lamentablemente los has ido perdiendo…Ni labios te quedan ya. ¿Cómo voy a saber si sonríes? Quizás llorabas, no lo sé. Tú trata mañana de que esas supuestas muestras de alegría al verme llegar sean un poco más notorias. Más expresivas de tu simpatía y respeto hacia mi persona. Convénceme, y veré lo que hago.

Siempre me parece que ya va a ser imposible seguir, pero al final, uno encuentra algunos pequeños salientes en tu cuerpo y en tu personalidad que deben ser corregidos por tu bien. Así que hoy seguiré con lo mío, extirpando de entre tus intersticios cualquier foco de espeluznante mediocridad, hasta dejarte liviano, totalmente limpio, como un pescado antes de hornear; aliviado del peso de lo superfluo, que tanto te lastraba para razonar con lucidez.

Photo by My Buffo