Nada une tanto a dos desconocidos como la sala de espera de urgencias de pediatría de un hospital. Miras a otro padre y sabes exactamente lo que piensa él y él sabe cómo lo estás pasando tú. Nada que decir. Todo está dicho ya. Esperemos que no sea nada importante. Los dos estamos muy concentrados, como si pudiéramos cambiar los hechos con nuestros pensamientos. Quizás rezando. Enviando fuerza, cada uno a su hijo. Quizás tratando de sobornar al destino con promesas. «Si al final no pasa nada juro que haré por este crío… » ¡Lo que sea! Esos momentos en que no piensas en ti mismo, sino en otro, y si el otro es nada menos que tu hijo, deberían dejarnos suficiente huella como para, resuelto el problema, salir transformados. Como personas que han recordado qué era lo que de verdad les importaba: el amor de verdad. ¡Resulta que era eso! Ese momento de los padres y madres, o de hijos; ese silencio preocupado, lleno de significado, debería merecer el mayor respeto. Más aun que los fallecidos. Son seres humanos tropezándose, cara a cara, con las verdades de la vida.
Urgencias
por enriquebrossa | 23 23+00:00 Abr 23+00:00 2015 | LIBROSSIANO | 2 Comentarios
Y con las miradas nos decimos todo…esto me recordó unos años atrás cuando me pidieron que me saliera de esa sala de urgencias porque no me podía controlar, lleve a mi hijo de 3 años intoxicado y estaba convulsionando, yo estaba histérica, jamás he sentido tremenda impotencia…bueno se de lo que se vive ahí! Muy buena publicación, merecen no solo nuestro respeto, nuestra empatía y amor.
Una vez me dijeron que mi hija tenía meningitis. Resultó ser falso, gracias a Dios. Yo creo que estos avisos van bien.
Gracias, Flor.