Su cara de niño inteligente está más seria de lo normal. Ha salido del coche con su mochila al hombro y al cerrar la puerta no me ha mirado sonriendo bajo el flequillo como otros días. Esta vez ha bajado la cabeza y ha seguido hacia la puerta de su colegio.

Nada me importa tanto como lo que te pueda pasar a ti. Nada.

Mira: mañana es sábado, y si Papá ya está recuperado de su lumbalgia, te propondrá una excursión en bici. Pararemos en el campo a descansar un poco sobre la hierba.Tendremos que escoger bien el calzado, porque podríamos caminar un poco cerca del canal, como aquel día, ¿te acuerdas? Junto con unos buenos calcetines, llevaremos algo ligero pero que te sujete bien los tobillos para que durante la aventura, sintamos abrigados y seguros nuestros pasos sobre los pedregales de la orilla, el barro y las ramas secas. Te gustará tirar piedras desde el puente de madera, para asustar a los peces del río; hacernos sendos bastones con los mejores palos que encontremos. Sacaremos las chuches y las repartiremos como colegas. Nos pasaremos el bote del agua. ¡A ver cuánto lo puedes separar de la boca sin mojarte el pecho! Y llevaremos alguna fruta que esté muy rica. Descubriremos hormigueros y arañas. Piñas y culebras. ¡Y setas venenosas! ¿Sabes que hay lagartos muy grandes por esa zona? Pero no salen con el frío. Te enseñaré los nombres de los pocos árboles que me sé. Tengo un árbol favorito. Junto a su tronco, una partidita rápida de cartas está dentro de las posibilidades. No olvidemos el chubasquero, la cámara, y pilas para el faro que te fijé en el manillar, por si se nos hacía tarde. Te atornillaré el cuentakilómetros ese que compramos en un chino, porque sé que al llegar a casa, te gusta chulearte y contarle a Mamá la distancia exacta que hemos recorrido juntos. Ella, lógicamente horrorizada por la magnitud de nuestra proeza, me preguntará si no era demasiada paliza para un niño tan pequeño. Pero ya le diré yo que de «tan pequeño» nada, que ya casi me ganas.

Hijo mío, dar la vuelta al mundo no tendría ni la mitad de gracia de una excursión contigo. Pero, macho, el lunes, al dejarte en la puerta de tu colegio, sonríe como siempre al bajar del coche, hazme el favor. Y así yo, cuando me vaya de allí y mientras algunos haces de luz de sol suave se estén colando entre los árboles y brillen las motas de polvo sobre el parabrisas, notaré un calor tenue sobre el volante y, a través del espejo retrovisor, alejándome, te miraré entrar, y ya sabré, que tú flequillo y tú andáis bien. ¡Que todo anda bien! Y podré seguir conduciendo satisfecho entre guiños de los rayos ligeros de este otoño.