LA BRECHA EN LA NIEBLA
Durante todos estos últimos días he estado añorando mucho el tabaco. Estoy acostumbrado a una vida tan sana que me resulta muy perjudicial. No fumo y tampoco bebo casi nunca. He eliminado estos hábitos nocivos, siempre fui moderado en esto, y empiezo a creer que ha sido un error. Debería regresar a aquellas antiguas costumbres levemente autodestructivas para que mis pensamientos y mis decisiones no lo fueran. Me pregunto si no necesitamos todos un rito de desprecio por la vida. Arriesgarla un poco, ya sea corriendo en Sanfermines, emborrachándonos, o haciendo puenting. Da igual. Sentir que la muerte nos pertenece en vez de estar tratando de que no se acuerde de nosotros. Me estoy planteando una vuelta a aquellos tiempos de música, cigarrillos y copas, con sus momentos de claridad febril que seguramente siempre fueron falsos. Cuando se vive la realidad, como hay luz, no se destacan los destellos. Desaparecen los estados de lucidez. Desaparece la melancolía también. Desapareces tú.
Ahora que ni bebo, ni fumo, ni voy contigo, vivo la realidad pero soy ex-soñador anónimo, siempre deseando recaer en ti y en otros vicios.
He salido a pasear solitario muchos días. He caminado con mi perro. Mi perro elimina en parte ese sufrimiento en el que creo poder congregarte como con un conjuro. Con mi perro es menos profunda mi soledad, menos inspirada también, pero más llevadera. Le permito ir delante de mí casi siempre, porque no me gusta militarizar al pobre bicho, quiero verlo disfrutar. No necesitamos que yo sea un matón, así que va delante de mí, en la vanguardia del imaginario comando explorador formado por él y por mí, abriendo una brecha en la niebla de las ocho de la mañana; tirando de mí como de un trineo, me fuerza a acelerar mi paso y a alegrarme; me provoca sonrisas al verle tan eufórico pisando las hierbas, brincando barandillas, poyetes y setos. Me río. Mi perro también me fastidia el rito del responso por ti, de extrañarte como si hubieras fallecido. Así ya no tiene sentido fumar ni envenenarme de ningún modo. Me quita la tristeza y el duelo al que pretendía convocar.
Hicimos un viaje juntos una vez. Unos cinco días. Me acompañaba en el coche, y miraba por la ventanilla con sumo interés. Ha sido uno de los momentos más plenos de mi vida. Vimos ciudades, cruzamos puentes de piedra, descubrimos terrazas, comimos y cenamos a los pies de murallas y avistando espléndidas panorámicas rurales, majestuosas riberas, y mares de olivos. Recorrimos más de un pueblo en el trenecillo de los turistas, él con sus orejas columpiándose al viento. Me esperó a la puerta de las iglesias que quise ver. Le dejé dormir a los pies de mi cama. Lo bañe en una gasolinera, compartimos una pizza…. Fuimos a una playa donde admitían perros… Lo pasamos muy bien. Esconde algo cómico en su mirada. Ahora estamos preparando otro viaje entre los dos, pero esta vez será un viaje más largo, a pie y en dirección a Santiago.
Entre tanto, sigo caminando. Nos estaos preparando físicamente. Unas veces con él, otras solo. Me gusta vagar y pensar. Tener ideas nuevas. Nuevas reflexiones. Unir el pensamiento y la emoción, ponerlos a la par, sin someter a una cosa de las dos al dominio de la otra, es una sensación muy especial. Surgen nuevos momentos de claridad, no sé si falsa o engañosa, pero muy profunda e intensa. Real o equivocadamente profunda. Seguramente ficticia. Y de ahí surgirán probablemente las historias. De la ficción viene la ficción. De esa ficción previamente vivida en un sueño. De esos momentos en los que pareces haber entrado en comunicación con un yo que no siempre quiere venir.
No sé si tengo una condena o un privilegio. Creo haber gozado como nadie y también me he sentido linchado y crucificado de un modo desconocido por la mayoría de las personas que he podido tratar. Ocurre que mucha gente quiere enseñarte a escribir, y lanza artículos de estos titulados con un número, como «Siete tips para que tu novela enganche» o «Cinco maneras de evitar el bloqueo del escritor». O «Nueve claves imprescindibles para describir a un malo malísimo». ¡Puaj! Estas memeces me provocan repugnancia. Artículos a mitad de camino entre la optimización para el SEO y los trucos de las revistas de modas: «Tres frutas que te quitarán las arrugas» o «Cinco maneras de mejorar la vida sexual con tu pareja». Pues igual, pero para escribir. Yo esas basuritas ni me molesto en leerlas ni en contarlas. ¿No te das cuenta, escribidor incauto, de que te están tratando como si fueras una nena tonta? ¿Qué tiene que ver escribir con todos esos «truquis»? No dudo que para esos autores tales consejitos puedan tener sentido pero… ¡Falso! Corrijo: realmente estoy convencido de que ni ellos mismos creen en esos trucos tontos. Siento pena por esos escritores o escritoras. Su mundo interior desapareció un buen día. Han convertido la escritura en un trabajo. ¿Valió la pena? Quizás tras el segundo o tercer amor frustrado perdieron la ilusión, ya no encontraron mucho más que les hiciese temblar o palpitar. Quizás abolieron la fantasía con la llegada de los hijos, que comen realidad a cucharadas hasta cinco o seis veces al día. Les comprendo. Pero no deberían aconsejar memeces. Hay que respetar más al escribidor, porque se lo merece. Tiene la ilusión que a ellos les falta; el brillo en la mirada que otros han perdido. Yo respeto eso.
Escribir es pasear entre la niebla, como mi perro y yo. Es sobre todo, pensar. Es salir a caminar y no estar seguro de conocer el camino de vuelta. Es meterte el mar y el cielo en los ojos. Es dejarte acompañar por el demonio y otras veces tratar a Dios de tú. Es como experimentar un trance íntimo y sincero, sin teatralizar ante terceros. Escribir… Escribir es una mística. Es pensar por ti mismo, porque pensar… pensar es pensar por ti mismo, o no es nada. Escribir es tener algo que decir. No es llenar páginas ni de sensaciones, ni de emociones, ni acumular sucesivas formas retóricas sin sentido, ni describir correcta y pormenorizadamente. La escritura a la que yo me refiero trata de cuando rasgas el telón de fondo que hay en el escenario del mundo y miras por el agujero. Es una puerta a otra dimensión del universo o de tu vida. Asómate a mirar. Si no logras divisar más que los demás… ¿Qué sentido tiene publicar? No corras. Yo no corro. Disfruta, siente, piensa. Sal a encontrar todo esto. Haz como Lázaro: levántate y anda. Abre una brecha en la niebla. Y saca tu mente a explorar.
Enrique Brossa
Taller de reflexión y escritura.
Ven a pensar y a escribir con nosotros.
También puedes suscribirte a mis reflexiones y consejos sobre escribir.