Se juntan unas adversidades con otras, igual que se amontonan las letras para escribir. Ya lo dice nuestro refranero, siempre influenciado por ese pesimismo tan castellano: las desgracias nunca vienen solas. Y es cierto. La situación nos exige poca cosa. Solo paciencia, que es una virtud que hoy día es admirada con mucha moderación. Paciencia, ante todo, para mantener una cierta estabilidad psicológica. Hablar de la prudencia, se puede, claro que sí, es importante, pero tampoco hace falta una gran sabiduría para lavarse a menudo y respetar dos o tres normas lógicas. La paciencia va a ir evolucionando, cambiará de color. Se tornará en entereza. Porque algunas malas noticias llegarán, debemos hacernos a la idea. Necesitaremos entereza, no lo dudes. Yo ya estoy mirando con gesto de tipo duro, porque soy de los tiempos en los que amábamos las películas del Oeste. Espero que estos días de entereza mantenida en el tiempo se incorporen a mi carácter, como los anticuerpos del coronavirus a mi sangre. Algunas personas me van a confundir con otro que no soy. Me verán frío, o inexpresivo, o simplemente insensible. Nada más lejos de la realidad. Es entereza muy adelantada, porque por ahora no tengo a mi alrededor ningún asunto al que hacer frente. Solo la reclusión. Se trata de un ejercicio anticipado de estolidez, y hieratismo. Hay quien acude a mí, por medios telemáticos, claro está, a encontrar el consuelo en compartir sufrimiento y a mi me ve relativamente impasible. ¿Qué quieres que haga? Esto no ha hecho más que empezar. Hay una zona colindante entre la solidez emocional a la que aspiro y una extraña falta de emociones que empiezo a acusar.

Queridos agobiados y agobiadas. Queridas desconsoladas y depresivos. Temerosos, hipocondríacos. Amantes separados por el confinamiento. Familias partidas… O forzadas a convivir más de la cuenta. Soy uno más. Igual que vosotros.El virus nos obliga a vivir bajo techo. Como en todas las películas pos-cataclismo, la civilización se refugia en lugares sin luz. Si el virus nos obliga a estar sumergidos, no sabemos cuánto tiempo, es mejor no consumir el oxígeno en aspavientos. Ahorra energía. Es mejor que no lloremos. No hay más remedio que empezar a administrar las emociones.

Tampoco me siento inclinado a lo de los aplausos. Es admirable la actitud de los sanitarios y envidiable, porque muchos querríamos poder hacer algo… Yo no aplaudo, Lo siento, no me esperéis. No he podido ir. No contéis conmigo. ¡Que no! A los sanitarios y a mucha gente les sobran méritos. Pero los humanos en general me empachan. No necesito resquebrajar mi actitud inalterable con una emotividad grupal. Los humanos en general somos muy estúpidos. Yo no quiero compartir mi estupidez con nadie que no considere de mi familia. El virus es la cerilla, pero la estupidez es aquí la estopa sobre la que ha prendido el fuego. No estaríamos así si la gente tuviera un poco de sentido común. Si no defendiera a personajes vacíos. Si no fuera tan aficionado al folclore de lo emocional. Manifestaciones inaplazables, apoyos políticos insólitos a personajes de tercera, insensatez supina de quien se va a comprar unas fresas a Mercadona, que es un momento, que no pasa nada y hay que seguir viviendo. El pensamiento tonto, hipócrita, inconsistente y malvado ha favorecido esta situación. Pues ahora no me pidáis que cante con vosotros el «We are the world, we are the children» desde el balcón. Somos una especie de idiotas. Y lo que me gustaría no es sentirme unido a todos los idiotas de la Tierra,

Solo quiero trabajar. Qué gran refugio es el trabajo. Trabajar y esperar a que escampe.