Ese día me recomendé algo para superar el aburrimiento: desayunar un café , unos huevos fritos, unas gafas de sol y una bicicleta . Me prescribí, resumiendo, mucho pedaleo y una buena dosis de soledad. Buscar un lugar donde no hubiera nadie, ni nada y permanecer allí buen rato, hasta necesitar de nuevo el paisaje sonoro de ruidos y voces inútiles.
Qué mal soporto que lo innecesario sea tan imprescindible. Que lo molesto tenga que ser tan saludable.
Saldré con mi bicicleta a encontrarme con el deseo perdido de oírte. Mi equilibrio se recuperará quizás cuando vuelva a confundir la estupidez con la alegría.
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