Hoy es domingo. Lo habréis notado porque el aire huele a tibio a las 9 de la mañana. El café está brotando con puntualidad y las tostadas también. Todos los domingos a las 10:00 voy a comprar fruta a un mercadillo al aire libre, cerca de casa. A las 9:30 debo haber desayunado, estar afeitado, duchado, vestido y listo para salir a las paradas.

A la vuelta iré con mi hijo pequeño y su perrillo a comprar el periódico y unos sobres de cromos de la liga de fútbol. El quiosquero tripón y bigotudo tiene una sonrisa y un nombre redundantes con el día. Se llama Domingo. Después, vamos a salir en coche. Celebramos el cumpleaños de alguien de la familia, a unos 50 Km. de Madrid, en dirección a la Sierra. Volveré al final de la tarde. Cansado, porque los cumpleaños familiares generalmente narcotizan mi voluntad. El día me habrá vencido ya. Pero ahora estoy amaneciendo fuerte. Tengo 30 minutos libres. Voy a ver si cambio un poco el mundo en este rato, como tenía apuntado en mi agenda. No puedo seguir escribiendo, o al final no me va a dar tiempo de modificar el rumbo de la historia.