En la Castellana

32499.1217cb9dVeo un aeroplano aterrizando inesperadamente en el Paseo de la Castellana. Varios hombres se lanzan con cuerdas desde las torres de oficinas que flanquean la amplia avenida. Veo el río de la ciudad convertido en el Amazonas, surcado por mi lancha motora, alargada como un enorme lápiz, que casi vuela mientras los monos miran asombrados desde los árboles de las orillas. Los nativos me disparan lanzas, flechas, dardos…, ¡de todo!. Los cocodrilos acechan, el motor ruge y hay una enorme estela de agua que salpica casi con mayor profusión que las bombas que me disparan desde un cielo intenso, lluvioso, tropical.

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Veo a un héroe, que podría ser yo mismo, que tira a puñetazos uno a uno a todos los que abordan mi barco desde otras lanchas enemigas. Hasta que finalmente, justo antes de que explote mi planeadora, salto hasta agarrarme a un helicóptero conducido por una hermosa y sofisticada mujer con gafas de sol. 

Al terminar de trepar, mientras esquivo las balas, entro en la cabina y la atractiva piloto se sube las gafas de sol hasta el cabello, sonríe enigmática y se baja la cremallera de su mono mimetizado mostrando rotundas bombas de considerable calibre. Cierra los ojos, profundos como el mar y todo eso. La beso.

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Y luego ella me pone una escafandra. Tras desprenderse de su mono, se queda en una delicada ropa interior y me dice: «¡Rápido!, tenemos solo unos segundos para vestirnos de astronauta». Nuestro helicóptero convertido en el Apolo XXII se dirige a la conquista del espacio. Yo aprecio el imponente cuerpo de mi compañera mientras se pone un traje espacial que le queda tan sexy que noto inmediatamente en cierta parte de mi cuerpo claros síntomas de la pérdida de la atracción de la gravedad. Nuestra cohete se aleja. La Tierra se ve más pequeña cada vez por los visores del cohete y la nave se recorta ya contra la majestuosa estampa de Júpiter que con sus anillos brillantes nos aguarda adornado de verbena, como un planeta en fiestas que nos diera la bienvenida.

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Soy un soñador. Cuando estoy parado desarrollo una actividad frenética. El niño que hay en mí domina mi mente.Un privilegio y una desgracia.

Pienso en 3D, Dolby y sensorround y todas esas cosas que se quedan tan cortas siempre. Disfruto de realidad virtual sin dispositivo alguno. Alucino sin necesidad de narcóticos ni sustancias tóxicas.

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Comprendo que me envidiéis, lo comprendo tanto como que os burléis de mí. Yo lo haría también. Siento que soy el primero del mundo al que le pasa lo que me pasa. Que nadie antes que yo lloró, ni río, ni besó, ni corrió contra el viento, ni comió pipas con sal. Vivo una aventura que no cesa. Y tengo que contárosla toda entera, para que tengáis la suerte de poder imaginar una existencia casi tan apasionante como la mía
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Un escritor

escritor_en_mesa (1)Un escritor no es un sabio, no es un erudito. Un escritor que publica mucho no es más escritor que aquel que no publica. Un escritor no es un vanidoso, ni un humilde escribiente. No es el que hace best sellers, ni el que sorprende y epata, ni el que se adorna con bastardilla inglesa, bucles y bucles de retórica literaria. Escritor es el que vive una historia de amor con un papel y un bolígrafo, sin metérselos por ningún sitio. No es el que sueña con idilios, sino el que goza con el pensamiento aunque no piense en nada gozoso. Ser escritor es vivir la sensación de un desbordante universo interior. Nadie más que uno mismo puede saber si es escritor o no, porque ni escribir bien demuestra nada. Solo él lo sabe. Ser escritor no es profesión ni es oficio.

Resumen del año http://ow.ly/rAhFX

Convivencia y naturalidad

Hay personas desagradables por naturaleza. Sin educación. No hace falta describirlos, todos les conocemos. Se auto afirman con frases como las siguientes: yo soy muy directo. Yo soy muy clara. Yo no me ando con rodeos. Es que yo tengo mucho carácter. Yo no tengo horchata en la sangre.Yo tengo sangre en las venas, etc.
están convencidos de que los que tenemos que convivir con ellos por ejemplo en el trabajo tenemos que asumir la mala suerte, porque ellos no tienen por qué cambiar ya que son así, y creen tener derecho a ser como son, aunque molesten.
Otros son los informalistas radicales. Pueden comer como puercos a tu lado (y tratar de no pagar, claro). Se sienten «muy sanos» y les da igual lo que te parezca todo lo que a ellos les apetece hacer.
En otro extremo están los cursis que creen que saben unas supuestas normas muy determinadas para hacerlo todo. Saben como se combinan los colores de la ropa, por ejemplo, y es opinión de muchísimas mujeres y no pocos hombres, que un determinado color no se debe poner nunca al lado algún otro que «no pega». Pelan la fruta con cubiertos, cosa que me parece de agradecer, pero según ellos hay una sola forma de pelar una naranja que sea «correcta» y las demás maneras de mondar esa fruta con cuchillo y tenedor son «incorrectas». Alguien les dijo una vez que comer espárragos con los dedos era «correcto» y me molesta ver que se mojan la mano con el caldillo convencidos de estar dando lecciones de elegancia y clase. Tienen unas frases y actitudes «correctas» para recibir un regalo, para saludar, para invitar, etc. Me irrita la gente así, que extiende como mensaje a la sociedad la imbecilidad, la pérdida total de la naturalidad y que se escandalizan cuando alguien no sigue «correctamente» alguna de sus tonterías. detrás de estas cosas hay dos carencias que quizá van unidas. Mi diagnóstico es falta de seguridad en sí mismos y de personalidad.
Entre medios de estos y otros grupos, aprecio a a gente que trata de no molestar y que no sigue normas sino su propio sentido común, sin tratar de imponer su comportamiento a otros ni dejar que los otros le afecten. Simplemente tienen deseos de convivir.

Para escribir, quiero creer que hay que hacer lo mismo. No todas las normas deben ser respetadas, ni tampoco deben ser transgredidas para demostrar nuestra soberbia. Supongo que deberíamos tratar de sujetarnos al deseo de ser benevolente y de convivir con el posible lector. Y eso implica poner como objetivo la eficacia de tus palabras.

Para mí, la eficacia de un escrito o discurso hablado es el modo en que realmente logra asegurar sus objetivos. Objetivos que en general deberá marcar su autor.

Convivencia y naturalidad.

naranja

Hay personas desagradables por naturaleza. Sin educación. No hace falta describirlos, todos les conocemos. Se auto afirman con frases como las siguientes: yo soy muy directo. Yo soy muy clara. Yo no me ando con rodeos. Es que yo tengo mucho carácter. Yo no tengo horchata en la sangre. Me corre  sangre en las venas, etc. Con eso se dan permiso para soltarte impertinencias, ya que están sin civilizar. Están convencidos de que aquellos que tenemos que convivir con ellos, por ejemplo en el trabajo, tenemos que asumir esa mala suerte, porque ellos no tienen por qué cambiar ya que son así, y creen tener derecho a ser como son, aunque nos molesten.
Otros son los informalistas radicales. Pueden comer como puercos a tu lado (y tratar de no pagar, claro). Se sienten «muy sanos» y les da igual lo que te parezca todo lo que a ellos les apetece hacer.
En otro extremo están los cursis que creen que saben unas supuestas normas muy determinadas para hacerlo todo. Saben como se combinan los colores de la ropa, por ejemplo, y es opinión de muchísimas mujeres y no pocos hombres, que un determinado color no se debe poner nunca al lado algún otro porque «no pega». Pelan la fruta con cubiertos, cosa que me parece de agradecer, pero según ellos hay una sola forma de pelar una naranja que sea «correcta» y las demás maneras de mondar esa fruta con cuchillo y tenedor son «incorrectas». Alguien les dijo una vez que comer espárragos con los dedos era «correcto» y me da asco ver que se mojan la mano con el caldillo convencidos de estar dando lecciones de elegancia y clase a todos los comensales. Tienen unas frases y actitudes «correctas» para recibir un regalo, para saludar, para invitar, etc. Me irrita la gente así, que extiende el mensaje a la sociedad de la tontería y la pérdida total de la naturalidad y que se escandalizan cuando alguien no sigue «correctamente» alguna de sus bobadas. Detrás de estas cosas hay dos carencias que quizá vayan unidas. Mi diagnóstico es falta de seguridad en sí mismos y de personalidad. Siguiendo normas se sienten seguras. Y generando inseguridad a los otros también se encuentran a salvo.

Entre medios de estos y otros grupos, aprecio a la gente que solo  trata de no molestar y que no sigue normas sino su propio sentido común,  sin tratar de imponer su comportamiento a otros ni dejar que los otros le afecten.  Simplemente tienen deseos de convivir. El resultado es una comunicación franca, clara con los demás, una relación buena, adecuada, que funciona bien.

Para escribir, quiero creer que hay que hacer lo mismo. No todas las normas deben ser respetadas para demostrar su conocimiento, porque escribir no es una actividad que trate de eso, o sería poco más que caligrafía. Escribir es mucho más que eso. Ni tampoco deben ser transgredidas todas las posibles normas para demostrar nuestra soberbia y nuestras pueriles ansias de epatar. Naturalmente, demostrar tu ignorancia tampoco es motivo de orgullo. Supongo que deberíamos tratar de sujetarnos al deseo de ser benevolente y de convivir con el paciente y sufrido lector. Y eso implica poner como objetivo la eficacia de tus palabras. Tu lector tiene derecho a esperarlo de ti.

Para mí, la eficacia de un escrito o discurso hablado viene dada por el grado en que logra sus objetivos. Objetivos que en general deberá marcar su autor.

¿Normas? No hay ni que pensar en ellas. Ni a favor, ni en contra. Las que te hacen falta las usarás sin pensar y las que te estorben, las dejarás al margen también inadvertidamente. Yo que soy el número  cero a la izquierda en un mundo que no es siquiera de números, sino de letras, con estas opiniones no trato de sentar cátedra, que no soy quién para semejante cosa, sino de aclarar mis ideas.