por enriquebrossa | 27 27+00:00 Jul 27+00:00 2023 | LIBROSSIANO
Este año el viento será fuerte y me tirará la casa. Se llevará más de un calendario que arrancará de sus ruinas y veré correr alguna que otra rata y algún pequeño ratón. El sol hará que brillen las piedras y yo partiré a caminar sin rumbo. En un prado junto al río, saldrás a mi encuentro. Me besarás las manos; me curarás los pies. Beberemos agua y nadaremos con la corriente a favor. Abandonaremos el valle porque él nos abandonó primero. Nadaremos, nadaremos solo con una flor en tu boca. Y al final encontraremos el inmenso mar o una casa en el verde.
Y el viento se alejará volando de nosotros, sin poder evitar romper otras casas, que esta vez serán las de otros..
por enriquebrossa | 5 05+00:00 Ago 05+00:00 2022 | Reflexiones
No sabes lo importante que es tener un buen lector o lectora. Mejor un centenar, o varios centenares de millares, es evidente. Pero al menos uno.
Un buen lector tiene la virtud de inspirarte. He dicho la virtud porque como hace muy buen día en Madrid con un sol brillante y una temperatura civilizada y acabo de recibir una noticia medio buena… estoy en plan positivo. Un buen lector puede poseer ese don de inspirarte pero también puede contar con el poder de infundirte ocurrencias y mimbres para trenzar la escritura de bodrios, o, lo que podría ser incluso peor, quitarte las ganas de escribir.
A la gente le gusta mucho escribir en redes sociales y comprobar cuántos amigos y amigas va amasando. Eso les genera una satisfacción un poco avarienta, de contar amigos como quien acumula doblones de oro. Pero mucho más afecta recibir comentarios positivos.
Yo un día puse una parrafada de uno de mis escritores favoritos. Un texto que a mí me parecía sensacional, pero en las redes sociales pasó sin pena ni gloria. Otro día puse algo como «buenos días, ¿a quién le apetece un café?» junto con una de esas fotos de desayunos, y en el instante en que no pude evitar cerrar los ojos por causa de un estornudo obtuve 67 megusta, 42 meencanta, 23 mesorprende, 40 meimporta, 9 mepone,, 12 mesientoberraca, y un numero que no me anoté de comentarios de entusiasmo, tipo, ¡campeón! ¡guapo! ¡español ¡bonito! ¡precioso! ¡torero! Alguno rozando la procacidad. Y dos textos que solicitaron mi colaboración para poder ser madres, (uno de ellos era de un calvo). Yo, como soy muy alérgico, un campeón en la categoría olímpica de rinitis, tiendo a medir el tiempo en estornudos, y al cabo de tres espasmos más, ya había batido mi record de reacciones de apoyo. ¡Por decir que quiero un café!
El mensaje que las redes te mandan es claro. No trates de parecerte escribiendo a Alejo Carpentier. Mejor comunica bobadas y serás popular en este barrio. No quieren literatura, sino relacionarse. Para eso es una red social. Para hacer amigos. No dudo de que puedas lograr el tipo de seguidores a los que les interese tu literatura y el día de mañana les apetezca comprarte tú última obra, o hasta la trilogía vampírica esa que siempre andas planeando. Pero para eso tienes que tener claro a qué público vas. Si tus lectores favoritos, aquellos a los que les podría cuadrar lo que tú escribes, deberían ser amantes de la ciencia ficción que tú escribes, encontrar el aplauso día tras día, durante años, de lectores de romances históricos imaginarios, de cleopatras despechadas o de atilas enamoradizos… puede acabar pasándote factura. Tú acabarás incluyendo marcianas tan despechadas como las cleopatras, y tus habitantes de Vulcano recibirán de las marcianas calificativos como «embriagador», y dirán que se sienten «poseídas por el deseo en todo su ser» y aquello serán las 400 sombras más oscuras todavía, pero de Júpiter. En definitiva, provocarás graves acontecimientos intestinales en los verdaderos amantes de la ciencia ficción y como respuesta a tales trastornos, te perseguirán por la calle, pero no para que les dediques tu libro, sino para metértelo abierto por la cabeza con derroche de violencia, más que de cariñitos.
Para mí es importante que opine aquel cuya opinión valoro. Pero claro, no podemos abusar. No está siempre ahí con ventisiete horas libres para leerte a ti.
Lo mejor es tener algunos lectores imaginarios. Alguien como Fulano. ¿Qué pensaría de lo que escribo? Pero eso… ¿No es un poco alienante? ¿Quién se ha creído que es Fulano para que yo intente agradarle con mis escritos? De pronto, ése cuya opinión te parecía valiosa casi es despreciado. ¡Que me dejen en paz todos los supuestos opinantes de alta categoría!
Hasta que por fin tengo un punto de vista nuevo. Hago sonar un chasquido con los nudillos, qué costumbre tan fea, y de modo triunfal muestro mis biceps como si fuera un forzudo… cosa que… Bueno, que de modo triunfal, muestro mis biceps a nadie, ya que estoy solo, como debe estar un escribidor, y con un brillo especial en la mirada me digo: ¡Eureka! La pregunta es: ¿Qué opinaría yo de lo que yo he escrito si no supiera yo que he sido yo el que lo ha escrito?
Repito mucho yo, porque he experimentado una epifanía y sé que solo debo atenerme a mi propio juicio. Entonces releo el texto esforzándome en analizarlo como si fuera el texto de otro, pero esta vez leído no por otro sino por mí.
Es muy fácil. Dejas tus escritos encima de una mesa como por descuido y a la mañana siguiente te los encuentras y dices:
–Vaya. ¿Quién se habrá dejado esto aquí? Voy a leerlo a ver qué opino, aunque seguro que no lo he escrito yo…
Tras unas cuantas líneas de revisión objetiva, me pregunto yo a mí:
–¿Y bien?
–¿Qué pasa? –me contesto yo.
–Que qué tal me ha parecido mi texto a mí –me respondo.
–Pueesss…
–¡Vamos, con sinceridad!
–Mejor… Mejor pregúntale a otro yo, si no te importa. No quiero tener que ser precisamente yo cruel conmigo.
por enriquebrossa | 5 05+00:00 Ago 05+00:00 2022 | Reflexiones
Estoy sufriendo con una dignidad moderada el llamado ocaso de los tranchetes.
Nadie sabe lo dura que es la vida de un Rodríguez. Le entran deseos de comer helado, y el pobre, hala, se pone morado, que además, rima con helado. Es por la falta de cariño… Poco a poco el caos gastronómico se aproxima amenazante a unirse con otros desórdenes, como el del horario. Pero los peores momentos guardan relación con la escasez de los tranchetes. El el principio del fin. Esa es la señal de que lo peor está por llegar, pero apunto de llegar. Has comido jamón cocido con pan y tranchetes. Has encontrado en la nevera espinacas congeladas y te has inventado el churro de espinaca envuelta en tranchete. ¡Un asco! Cociste unos espagueti y les añadiste abundantes tranchetes, Pusiste tranchetes sobre los filetes de lomo, incluso has desayunado galletas con tranchete. Todavía recuerdas los trozos de tranchete en el gazpacho de bote, flotando como los restos de un naufragio, que no es otro que el tuyo, precisamente. ¿Y ahora qué? ¿Que va a ser de ti sin estas láminas insípidas de queso industrial?
No es que sean deliciosos, saben como el PVC, digamos las cosas como son, ni tampoco demasiado nutritivos. Pero eran el tabique maestro en la estructura de mi arte culinario. El punto de apoyo. Lo que sé hacer para alimentarme es esto: sacar cosas de la nevera y calentarlas en el microondas con un tranchete o cuatro encima. A partir de ahora, ¿cómo subsistiré si no me decido a salir a comprar más? ¿O es que voy interrumpir el tiempo de mi Imperio de la soledad y la tranquilidad para pasear el carrito por Mercadona? ¡Ni hablar! ¡Yo sí que tengo principios! Antes me voy a la playa con mi familia, que por cierto habrán comido hoy una paellita excelente. No. ¡Jamás! ¡Debo saborear cada segundo de mi libertad! Nada ni nadie socavará mis ideales, ni sofocará mi rebeldía. Pero además… ¡Me quedan nueces! ¡Y bastantes! Salsa de tomate; una lechuga pocha, dos pechugas de pollo muerto, normal es que sean de pollo muerto, claro, pero yo sé por qué lo digo. Las cebollas estas… apestan, pero los ajos, aunque reblandecidos, yo creo que valen. Sal, vinagre… Este puerro seco parece que lo haya empleado ya el verdulero ese tan finito para no quiero saber qué. Aún queda leche, que es un alimento muy completo. Podría sobrevivir mucho tiempo tomando leche. Esta noche quizás cene pimientos del piquillo de lata, que como plato único es perfecto. Y leche. Lo que viene sucediendo en mis intestinos puede tener un efecto positivo en mi aspecto físico a medio plazo.
Luego te ven en un restaurante y dicen: ¡Mira cómo se lo monta cuando está solo! Y realmente has salido solo para comprar tranchetes, básicos para poder subsistir.
Cuando veas un Rodríguez en la calle, o en algún bar, que seguro que lo vas a reconocer a distancia… ponle un pulgar hacia arriba, anímale, oye, que lo está pasando muy mal, el pobre tío, que está subiendo las cejas y mirando su cerveza y se están riendo de él los jóvenes del fondo. Dale un abrazo de amistad con palmadas en la espalda, muéstrale tu solidaridad y apoyo si eres un hombre.
Y si eres una mujer… pues, anda, mira a ver…
Ver menos
por enriquebrossa | 12 12+00:00 Jun 12+00:00 2022 | Los nuevos salmos
MIS SALMOS PROFANOS. Ausencia
A veces no hay respuesta.
Tampoco equilibrios.
No hay turnos ni compensaciones.
No hay juicio, ni justicia.
Ni devoluciones.
No hay mensaje, ni sentido.
Ninguna explicación.
Ni espera, ni esperanza.
Faltan culpas y motivos.
A veces no hay respuesta.
A veces Dios se ha ido.
La casa está vacía
y la ciudad desierta
Si sabes llorar,
Lloras y andas.
Si no sabes
Solo andas
Zumba el silencio en los oídos.
Y silva entre los montes.
Mi rabia no encuentra el camino.
Mi rencor esta huero de odio.
Las voces ya no preguntan.
Dame tu mano
Que tu risa oculte el silencio.
Que tu caricia parezca significado.
Que tu boca me alivie o me cure.
No hay respuestas
Ni habrá.
Haz que lo olvide.
por enriquebrossa | 23 23+00:00 Dic 23+00:00 2021 | Reflexiones
Pronto ya otra Navidad. Distinta para todos y distinta también para mí.
Las Navidades miden el paso del tiempo. Un día tu mamá te acaricia el flequillo y te dice, que ya verás qué bien se pasa en Navidades. Son días en los que todo es para los niños. Y tus ojos se abren para que un caudal de ilusión entre por ellos.
Otro día te dicen que los Reyes Magos son los papás. Vaya.
Después se te puebla la cara de granos y te aparece un bigotillo y con aire de qué-mayor-que-soy le dices a una chica que, efectivamente, son fiestas para los niños, no para ti. Ella te contesta que son para toda la familia y que a ella si que le gustan mucho.
La Nochevieja es una locura, que comienza en realidad en el nuevo año, después de las uvas, y con el deseo-superstición de que este año sea mejor, comienza un noche llena de desenfreno con sabores a alcohol, a triunfos y a decepciones.
No mucho después, tienes tus propios niños. La Navidad, la Nochevieja y el día de Reyes te vuelven a pertenecer, porque son para los tuyos. El día de Reyes, con la entrega de regalos a los niños, simboliza todo aquello en lo que instintivamente, ¿estúpidamente? te has ido involucrando… Traer dinero a casa y generar un entorno en el que crezcan los cachorros sobre la alfombra de confort que deseas proporcionar a sus vidas.
Los chavales crecen… Ya no son tan pequeños. Te preguntas si es posible seguir sintiendo lo mismo. Alrededor hay mucha gente nueva, como suegros, suegras, cuñados, cuñadas, yernos, ¿yernas? ¡Nueras! La familia es a veces algo a lo que hay que rendir un tributo. Un tributo que acaso hoy en día nadie quiere recibir en realidad, pero… Así son las cosas.
Y llegan los nuevos tiempos. Antes, cada año aumentaban las caras y caritas de cada cena. Ahora, a partir de cierta edad, es al contrario. Personas que van faltando. Que están en otros sitios. O que ya no están ni estarán más.
Tenemos en el alma unos cuantas heridas cicatrizadas o casi, casi, cicatrizadas, que no falta más que sacar el cuchillo para curar la puñalada y ya estaría. Y si no hay niños cerca a los que mirar… ¿Qué narices es todo esto?
Personalmente, veo algunas cosas positivas en el paso del tiempo. He perdido capacidad de sufrir fácilmente. Me gusta cada día más el café, la cerveza, la tónica… Con los años se toleran mejor los sabores amargos. Estoy más curtido. A lo mejor sigo tratando de parecer mayor, como el de los granos, eso sería sin darme cuenta de que ya lo soy, claro, pero, hombre, algo más curtido sí que estoy, sin duda. Eso está bien. En cambio, mantengo intacta la capacidad de ilusionarme. Eso está mejor aún.
Creo que la ilusión es eso que ejercito muchas veces al margen de la realidad. Es en mi vida oculta, donde suceden las cosas que imagino y que escribo. En ese paraje, yo convoco a los Reyes Magos incluso varias veces al día, pero ellos, siempre tan fantásticos, no comparecen: solo dejan los regalos y desaparecen, cosa que yo les agradezco doblemente, porque… los imagino un poco ñoños. Así de ingratos somos. Al instante, nada más pedirlas, me regalan cosas increíbles, que son, por lo general, mundos. ¡O universos! ¡Gigantescos, infinitos… ! Pero fáciles de guardar como los sueños. Ambientes hechos para los humanos. Este mundo real es demasiado pequeño para todos nosotros. Por eso nos movemos en él a dentelladas como ratas enjauladas. O como torpes aves llenas de barro en las patas, O como amedrentadas tortugas, o inadaptados ornitorrincos, huidizos seres portadores de veneno que se mueren antes de llegar a responderse: ¿Y yo qué hago aquí?
Pero escribir no es la puerta de salida de nuestro mundo chato. No es la puerta, no. ¡Es la ventana! Los cuartos de los niños suelen ser pequeños pero sus ventanas dan a mundos gigantescos y espectaculares. Es por la ventana, por donde a los niños les apetece realmente escapar. Por donde salen los Reyes Magos después de haber entrado por la chimenea, o no sé por dónde. Por la ventana se marcha uno, como Peter Pan. Los niños quieren fugarse siempre por la ventana y no se puede. Solo algunos adultos desesperados lo logran. Los demás volamos por la ventana montados en la imaginación, pero dejando el cuerpo dentro de casa. Escribir es la ventana. También a tu interior.
Terminar este artículo se presta a decir que si escribes, todos los días serán Navidad en tu vida. Pero eso no puede ser cierto, ni habría quien pudiese aguantarlo. Me asfixiaría algo así.
Enrique Brossa
enriquebrossa.com
por enriquebrossa | 15 15+00:00 Dic 15+00:00 2021 | Reflexiones
Escribir me obliga a ser riguroso. Organiza mi cerebro. Me obliga a aprender. A ser responsable de mis palabras. Me enseña a ser consistente. Escribir bien me enseña a pensar correctamente. A tratar de ser sutil un día y bruto otro, que puede venir bien también. Unas veces me pone trascendente y serio y otras me convierte en frívolo o descubre mi propio concepto del humor. Me enseña a observar, a escuchar, a comunicarme y a hablar. A conocer a los demás. A descubrir sensaciones. Me introduce en el maravilloso camino de dejar a un lado lo que para mi vida es superfluo, ya sean cosas o personas. Me enseña lo que sabía, lo que sospechaba que sabía y lo que realmente no sabía que sabía. Me hace crecer. Escribir hace mi vida más intensa. Escribir es, al menos en mi caso, una religión personal, llena de algo parecido a la oración y la meditación. Escribir es un culto personal a algo que está dentro de mí, salga o no en mis papeles, nazcan o no mis escritos.
Escribir puede ser efecto y causa de acción y de aventuras. Escribir aporta momentos de clímax. No te aleja de la vida, sino que la amplifica. Si quieres superar una etapa, no hace falta que sea traumática, ponte a escribir y la cerrarás. Si te sientes estancado, corre, ven y ponte a escribir. Si quieres aportar algo más a tu vida, ven a escribir. Escribir es un poderoso detonante que te impulsará por los caminos que siempre has querido transitar.
Taller de Escritura de Enrique Brossa
Directo por videoconferencia
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
Las personas nos pasamos la vida culpando a los demás de no darse cuenta de lo que no les decimos. La esposa que no se da cuenta de lo cansado que está su marido o viceversa. ¡Pues díselo! El hijo que no se da cuenta de lo que le quieren sus padres. Cuéntaselo y házselo ver. Los padres que no se dan cuenta de la evolución de los hijos. Demuéstralo y díselo. El hombre que no se da cuenta de que le gusta a una mujer, el muy ceporro… ¡Díselo al ceporro o ceporra! Y así sucesivamente. Con lo fácil que es decir las cosas. Pero no. No se dicen. Algunas personas tienen a mi juicio una idea equivocada de lo que es la discreción o la educación. Creen que denota clase, que «da nivel», eludir todo lo que no sean mensajes muy convencionales. Los silencios, los cambios de tema… son molestos y generan malentendidos evitables y problemas absurdos que se disuelven con una ligera explicación.
¿Qué ejemplo podría poner? Ah, sí: Imagínate que has oído hablar del Taller de Enrique Brossa. Seguramente te gustaría asistir a su sesión de los miércoles o los jueves. Pero claro, Brossa no se puede enterar si no se lo dices. Si al menos pones un «megusta» por aquí y por allá, y comentas algo, tipo, «Enrique, has hecho una cumbre con tu última entrada, he estado llorando de emoción debido a la belleza incomparable de tus palabras…» Algo así, discreto, como quien no quiere la cosa… pues al menos sabré de tu existencia. Porque nadie ofrece una sesión, ni ninguna otra cosa a alguien cuya identidad desconoce. La próxima vez que veas que he escrito algo nuevo, tú me pones un comentario tipo, «qué sabias y oportunas son siempre tus palabras, oh, amado Brossa». Y si no reacciono a tiempo pones: «ejem» un par de veces:, Por ejemplo, así: «ejem, ejem» y añades: «que digo yo que qué sabias y oportunas… etcétera». Y yo seguro que caigo y te explico que podrías venir a la sesión del miércoles o el jueves a las 19:30, porque puede entrar una persona. Tú no te decidías a dar el paso, pero, mira, ya que yo insisto, vienes con nosotros un miércoles o jueves.
Y dentro de un año igual presentaremos tu libro.
¡¡¡Pero hay que decirlo!!!
.Taller de escrituraEnrique Brossa
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Miércoles o jueves a las 19:30 de Madrid.
Por videoconferencia (vivo y directo) para cualquier parte del mundo.
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
Durante todos estos últimos días he estado añorando mucho el tabaco. Estoy acostumbrado a una vida tan sana que me resulta muy perjudicial. No fumo y tampoco bebo casi nunca. He eliminado estos hábitos nocivos, siempre fui moderado en esto, y empiezo a creer que ha sido un error. Debería regresar a aquellas antiguas costumbres levemente autodestructivas para que mis pensamientos y mis decisiones no lo fueran. Me pregunto si no necesitamos todos un rito de desprecio por la vida. Arriesgarla un poco, ya sea corriendo en Sanfermines, emborrachándonos, o haciendo puenting. Da igual. Sentir que la muerte nos pertenece en vez de estar tratando de que no se acuerde de nosotros. Me estoy planteando una vuelta a aquellos tiempos de música, cigarrillos y copas, con sus momentos de claridad febril que seguramente siempre fueron falsos. Cuando se vive la realidad, como hay luz, no se destacan los destellos. Desaparecen los estados de lucidez. Desaparece la melancolía también. Desapareces tú.
Ahora que ni bebo, ni fumo, ni voy contigo, vivo la realidad pero soy ex-soñador anónimo, siempre deseando recaer en ti y en otros vicios.
He salido a pasear solitario muchos días. He caminado con mi perro. Mi perro elimina en parte ese sufrimiento en el que creo poder congregarte como con un conjuro. Con mi perro es menos profunda mi soledad, menos inspirada también, pero más llevadera. Le permito ir delante de mí casi siempre, porque no me gusta militarizar al pobre bicho, quiero verlo disfrutar. No necesitamos que yo sea un matón, así que va delante de mí, en la vanguardia del imaginario comando explorador formado por él y por mí, abriendo una brecha en la niebla de las ocho de la mañana; tirando de mí como de un trineo, me fuerza a acelerar mi paso y a alegrarme; me provoca sonrisas al verle tan eufórico pisando las hierbas, brincando barandillas, poyetes y setos. Me río. Mi perro también me fastidia el rito del responso por ti, de extrañarte como si hubieras fallecido. Así ya no tiene sentido fumar ni envenenarme de ningún modo. Me quita la tristeza y el duelo al que pretendía convocar.
Hicimos un viaje juntos una vez. Unos cinco días. Me acompañaba en el coche, y miraba por la ventanilla con sumo interés. Ha sido uno de los momentos más plenos de mi vida. Vimos ciudades, cruzamos puentes de piedra, descubrimos terrazas, comimos y cenamos a los pies de murallas y avistando espléndidas panorámicas rurales, majestuosas riberas, y mares de olivos. Recorrimos más de un pueblo en el trenecillo de los turistas, él con sus orejas columpiándose al viento. Me esperó a la puerta de las iglesias que quise ver. Le dejé dormir a los pies de mi cama. Lo bañe en una gasolinera, compartimos una pizza…. Fuimos a una playa donde admitían perros… Lo pasamos muy bien. Esconde algo cómico en su mirada. Ahora estamos preparando otro viaje entre los dos, pero esta vez será un viaje más largo, a pie y en dirección a Santiago.
Entre tanto, sigo caminando. Nos estaos preparando físicamente. Unas veces con él, otras solo. Me gusta vagar y pensar. Tener ideas nuevas. Nuevas reflexiones. Unir el pensamiento y la emoción, ponerlos a la par, sin someter a una cosa de las dos al dominio de la otra, es una sensación muy especial. Surgen nuevos momentos de claridad, no sé si falsa o engañosa, pero muy profunda e intensa. Real o equivocadamente profunda. Seguramente ficticia. Y de ahí surgirán probablemente las historias. De la ficción viene la ficción. De esa ficción previamente vivida en un sueño. De esos momentos en los que pareces haber entrado en comunicación con un yo que no siempre quiere venir.
No sé si tengo una condena o un privilegio. Creo haber gozado como nadie y también me he sentido linchado y crucificado de un modo desconocido por la mayoría de las personas que he podido tratar. Ocurre que mucha gente quiere enseñarte a escribir, y lanza artículos de estos titulados con un número, como «Siete tips para que tu novela enganche» o «Cinco maneras de evitar el bloqueo del escritor». O «Nueve claves imprescindibles para describir a un malo malísimo». ¡Puaj! Estas memeces me provocan repugnancia. Artículos a mitad de camino entre la optimización para el SEO y los trucos de las revistas de modas: «Tres frutas que te quitarán las arrugas» o «Cinco maneras de mejorar la vida sexual con tu pareja». Pues igual, pero para escribir. Yo esas basuritas ni me molesto en leerlas ni en contarlas. ¿No te das cuenta, escribidor incauto, de que te están tratando como si fueras una nena tonta? ¿Qué tiene que ver escribir con todos esos «truquis»? No dudo que para esos autores tales consejitos puedan tener sentido pero… ¡Falso! Corrijo: realmente estoy convencido de que ni ellos mismos creen en esos trucos tontos. Siento pena por esos escritores o escritoras. Su mundo interior desapareció un buen día. Han convertido la escritura en un trabajo. ¿Valió la pena? Quizás tras el segundo o tercer amor frustrado perdieron la ilusión, ya no encontraron mucho más que les hiciese temblar o palpitar. Quizás abolieron la fantasía con la llegada de los hijos, que comen realidad a cucharadas hasta cinco o seis veces al día. Les comprendo. Pero no deberían aconsejar memeces. Hay que respetar más al escribidor, porque se lo merece. Tiene la ilusión que a ellos les falta; el brillo en la mirada que otros han perdido. Yo respeto eso.
Escribir es pasear entre la niebla, como mi perro y yo. Es sobre todo, pensar. Es salir a caminar y no estar seguro de conocer el camino de vuelta. Es meterte el mar y el cielo en los ojos. Es dejarte acompañar por el demonio y otras veces tratar a Dios de tú. Es como experimentar un trance íntimo y sincero, sin teatralizar ante terceros. Escribir… Escribir es una mística. Es pensar por ti mismo, porque pensar… pensar es pensar por ti mismo, o no es nada. Escribir es tener algo que decir. No es llenar páginas ni de sensaciones, ni de emociones, ni acumular sucesivas formas retóricas sin sentido, ni describir correcta y pormenorizadamente. La escritura a la que yo me refiero trata de cuando rasgas el telón de fondo que hay en el escenario del mundo y miras por el agujero. Es una puerta a otra dimensión del universo o de tu vida. Asómate a mirar. Si no logras divisar más que los demás… ¿Qué sentido tiene publicar? No corras. Yo no corro. Disfruta, siente, piensa. Sal a encontrar todo esto. Haz como Lázaro: levántate y anda. Abre una brecha en la niebla. Y saca tu mente a explorar.
Enrique Brossa
Taller de reflexión y escritura.
Ven a pensar y a escribir con nosotros.
También puedes suscribirte a mis reflexiones y consejos sobre escribir.
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
No es como cruzar el Amazonas por un puente colgante. Tampoco te pido que te conviertas en un héroe o heroína de película. Esto es mucho más fácil. Solo debes atravesar un pequeño arroyo. Es el que te separa a ti de tus sueños. No es un abismo. Solo puedes mojarte un poco los pies si te caes. Nada más. Y afortunadamente tienes este precioso y pequeño puente artesanal para apoyarte.
Quieres soñar. Quieres pensar. Quieres escribir.
No lo aplaces más.
Atrévete a dar dos simples pasos. Te estamos ofreciendo nuestras manos al otro lado.
Taller Enrique Brossa de Escritura y Reflexión
actividades@desafiosliterarios.com
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
He topado con una editorial que habla de que sus libros tienen una «perspectiva crítica». Ya nos imaginamos todos que sale en las tapas de sus libros un señor con las barbas muy crecidas, famoso por su manifiesto, al cual, por cierto, me precio de haber estudiado (disfrutando) bien, quizá más que muchos que lo usan como un santón, y lo sacan a colación como a la Virgen en Semana Santa, pero todo el puñetero año.
¿Por qué le llaman crítico a ese tipo de discurso que es el cooficial desde hace décadas? Tenemos el planteamiento cooficial de la derecha y el planteamiento cooficial de la izquierda,, que es actualmente aún más dogmático, más rígido, más inamovible, excluyente, más intolerante aún que el de la derecha. Vivimos una época con dos discursos oficiales y el de la izquierda pretende hacerse pasar por crítico, cuando forma parte de la oficialidad del sistema en Europa. Pretende engañar de modo sistemático y agresivo. ¿Por qué le llaman crítico al discurso que simpatiza con las dictaduras que quedan en el mundo? ¿Qué critica ese discurso que respeta las narcodictaduras? ¿Qué critica si acepta el terrorismo mejor que la democracia? ¿Qué critica, si le parece razonable excluir a la mitad de la población o más que no comulga con sus planteamientos? ¿Qué critica intelectual puede consistir en llamar fascista a todo lo que se menea? ¿Critican al ministerio de la verdad? ¿Qué espíritu crítico hay en apuntarse a capitalizar todas las banderas que van surgiendo, a todas las tendencias nuevas en bloque, sin la menor capacidad de filtrar o matizar un solo enunciado? ¿Cómo se atreven a llamarse críticos si son los mismos que tienen el oligopolio de bufones mediáticos al servicio del político de turno? ¿O es al contrario y y el político de turno está al servicio de los bufones mediáticos y de sus accionistas? ¿Cómo se atreven a llamar texto crítico a vivir del refrito continuo de doctrinas decimonónicas que han ocasionado fracasos tan trágicos? ¿Cómo se atreven a llamar crítico a lo financiado por partidos y poderes políticos? ¡Es que hasta tiene gracia! ¿Hasta cuando van a vendernos la misma moto vieja, averiada y sin repuestos? Realmente, ¿no tienen nada nuevo que decir ni que ofrecer?
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
Nadie como los partidarios del optimismo para demostrar que vivimos desprovistos de motivos reales para sustentar la esperanza. Su mensaje es tan simple como decir, «es mejor estar bien que estar mal». Seguramente esperan que los incautos digan rascándose el cogote que, bien mirado, a ese enfoque no le falta razón y salgan de allí ya como iluminados corriendo felices y en pelotas por un campo de girasoles.
En realidad, percatarse de la vacuidad de la psicología positiva genera conclusiones que podrían llevarte al suicidio. Si los catedráticos de la felicidad no tienen nada solvente que aportar quizá debamos dar por perdida toda ilusión…
Sin embargo, a los que viven de dar charlas sobre ella, les funciona de maravilla. Es normal que la fomenten mientras no tengan nada mejor que administrar.
por enriquebrossa | 22 22+00:00 Dic 22+00:00 2020 | LIBROSSIANO, Mis autorretratos, Reflexiones, Relatos
Algunas noches no puedo leer.
Estoy aquí, sentado en un sillón de orejas, junto a un árbol de Navidad. No tengo más luz que las bombillas que lo adornan y el televisor, a través del cuál escucho Spotify. Suena Moon River, una versión acústica aún más Moon River que la original, que hiere tanto como un dulce recuerdo. La atmósfera es perfecta para leer un e-book en el teléfono móvil, rodeado de oscuridad y brillos navideños, todo untado de esa música suave, perfecta y yo con mi güisqui en la mano. Las ventanas reverberan el resplandor misterioso de la niebla que se ha apoderado de la noche. Un silencio frio me quema el corazón. Y tengo en la mano una novela formidable que quiero terminar.
Pero mi imaginación no me deja leer. Me distrae Mis sueños. Son mis sueños otra vez y siempre igual. Persisten. Me acarician. ¿En quién crees que estoy pensando?
Como en los viejos tiempos le ocurría al legendario estudiante, al soñador que siempre fui y que moriré siendo. Doy gracias a Dios por mi fantasía, por mi ingenuidad, por mi idealismo, por ser un falso frívolo y un sucedáneo de realista, un disfraz de adulto y un enamorado tratando de gestionarlo. Gracias, Dios mío, por estos momentos en los que no puedo leer, en los que la noche me vuelve visionario e improductivo. Por las horas de efímera pero impactante lucidez, por sonreír mirando a una pared, o atisbando un farol desde mi ventana, por hipnotizarme ante una vela encendida. Qué afortunado soy, aunque algunas veces no lo sea tanto. Lo acepto todo. Que me roben, que me maten ¡Qué me importa el mundo! Todos los inconvenientes, los acepto, Señor, si me dejas soñar. Y en algún momento, poder hacerla feliz.
P.D.
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por enriquebrossa | 26 26+00:00 Nov 26+00:00 2020 | Reflexiones
Yo he pasado muchos años, pero muchos, muchos años, no siendo. Así: sin ser. Eso siempre te afecta.
La época de no ser es de mucho silencio, por eso la mayoría de la gente no se entera. No sabe nada de ti. Generalmente, cuando se quiere saber de tu experiencia piensan en todos los años que llevas siendo. La gente nunca pregunta qué fue de mí durante aquella larga época en la que no fui. Teniendo en cuenta todo lo que duró, que fue una eternidad, no comprendo cómo es que se obvia algo tan importante. Porque una eternidad, desde luego, es un tiempo suficiente para dejarte marcado.
Claro, he pensado mientras estaba en la oficina de correos esperando mi turno, que es básicamente cuando pienso yo, que si la gente no quiere saber nada de la época de no ser… seguro que será por algo. Eso mismo me he dicho yo en correos y hasta ahí ha llegado mi pensamiento: será por algo. Y eso que tenía unos quince ciudadanos por delante esperando para enviar algún paquete. Tiene que ser por algo.
Lo he comentado con un amigo con más claridad que yo en cuanto a pensamiento deductivo y me ha dado una pista, con esa lucidez que le viene caracterizando:
-Desde luego, si no es por una cosa, será por otra.
Al oírlo, me he dicho: ¡Justo! Que sí, que así tenía que ser.
Lo cierto es que la gente no recuerda la época en la que no eran. Como no habían nacido, ni habían sido concebidos aún, pues eran, casi nada. Una nada disgregada en causas futuras de causas futuras, de causas futuras… Es decir, sus bisabuelos, sus abuelos…. qué se yo. Todos sus antecesores se habrían de convertir en causas. Cuando eres una nada disgregada en miríadas y miríadas de precausas no te acuerdas de nada. y es que eres demasiado pequeño. Un polvillo disperso de nimias posibilidades. Un resquicio de hipótesis remotas. Partículas provenientes de las limaduras de una eventual contingencia insondable, esparcidas en el universo por los soplidos de un huracán de tiempo y espacio relativos y revueltos.
Yo sí que me acuerdo de todo, y no es difícil en realidad, porque era, pues eso: no ser nada. Si en realidad, era todo el tiempo igual. Recuerdo perfectamente esa sensación de estar ahí todo el rato sin existir ni nada. Y también me acuerdo de cuando mis no-ser precausales empezaron a confabularse contra mí, hasta que fui engendrado. Y al ser concebido, pues, claro, entonces fui. Ya sé que hay quien dice que el que sólo está concebido no es nada. Yo sé que durante una glaciación desconocida, muy anterior a cualquier otra descrita en libros, mis precausas ya pensaban en ser yo y en conocerte a ti. ¡Amiga, claro que sé esperar! Antes de ser algún algo, yo ya te presentía. Eso es seguro.
Al nacer, estuve un tiempo a la expectativa… Miraba una especie de noria con pececitos que daban vueltas sobre mi cuna con una música para dormir. Si llevas una eternidad sin ser y te ponen un sonajero a pilas de esos, pues… al principio bien, que te lo enseñen es normal. Tiene su gracia. Pero que te tengan tiempo y tiempo con eso… Después de tanta glaciación y tanto tardar en formarse todos los mundos y tal… para eso… Pero luego, poco a poco, fui sacando mi personalidad, mi carácter, y me fui expresando. Había una madre y un padre que me sonreían de vez en cuando. Y luego, hubo una chica que me cuidaba. Mis papás la hacían servir en casa con uniforme. Solía llevar sobre él un delantalito blanco, con un bolsillo en el que asomaba siempre una biografía de Chesterton. La llamábamos Chacha. Me vio crecer, en todos los aspectos. Me había desarrollado mucho, mucho, una barbaridad tanto en conocimientos, mentalmente, en memoria, en madurez, en sabiduría, en estatura, genitalmente…. Tremendos los cambios, una barbaridad. La criada se lo hizo notar a mis padres, porque los dos eran algo despistados. Mi madre dijo, a mi padre: «por cierto, que a ver si le cambiaba las pilas a los pececitos, que llevan años sin funcionar.»
Hasta que un día mi padre, me preguntó:
–Hijo mío. ¿De mayor, que querrás ser?
–Pero, papá –le contesté yo–. ¿Acaso el verbo ser es transitivo?
Mi padre, fijó su mirada en mí. Una mirada propia de un entomólogo a través de una lupa imaginaria. Tras examinarme bien me dijo:
–Hijo mío, tú me matas.
Se levantó y se fue a decirle a mi madre.
–Tu hijo me mata. Vaya tío raro que hemos tenido.
Aquel día comprendí que ser, al parecer, era un verbo transitivo, pero sobre todo ser es un verbo restrictivo. No se puede ser muchas cosas a la vez. De hecho es complicado ser de verdad y enteramente alguna. Como mucho se pueden cultivar media docena de facetas, pero mal y de aquellas maneras, como hijo, futbolista, conductor, padre, raro y pesado.
Esto no pasa con lo de no ser. Cuando no eres, puedes no ser cantidad de cosas a la vez. No eres listo, no eres tonto, no eres humano, no eres alpinista, ni guarda jurado, no eres algo, no eres todo… Puedes no ser millones de cosas a la vez, las que quieras. Pero… como te pongas a ser… ¡Ay, amigo! Si te pones a ser, la cosa cambia.
–Sí, hijo mío. Tarde o temprano, tendrás que decantarte por algo. Nadie puede ser todo a la vez, como pequeño y grande, día y noche. Debes encauzar tu vida. Que ya tienes veinticuatro años.
–A mí me vale con ser yo, papi –le contesté años después, cuando ya tenía treinta y cinco.
¿Crees que mi padre me obligó a ser algo? No. ¿Por qué? Me lo explicó la Chacha, mientras acostada en mi cuna admiraba una vez más todos mis cambios, y me hacía rin-rín en mi ombliguito al apoyar en mi cuerpo la biografía de Chesterton.
–Tendrás que elegir, tal como te están diciendo. Pero al final verás que la autoridad que te doblegará no será la de tu padre, ni tu trabajo, ni el Estado, ni la Iglesia…
–¿Quién me doblegará a mí, Chacha bonita y cochina?
–Los convencionalismos, Felipín. Los que nos mandan siempre son los convencionalismos. Estos evolucionan, se renuevan, aparentemente cambian, pero siempre son convencionalismos. Hay una manera convencional de ser y otra manera convencional de no ser convencional. Nadie se salva.
Así que al final de una eternidad de años no siendo, luego la gente cuando podría ser, tampoco es casi. Solo es convencional, que en el fondo es descartar casi todo lo que podrías ser. Es casi como no ser, pero pudiendo hablar, ir y venir… Estas cosas. Hasta que llega tu hora y dejas de ser. Otra vez a no ser durante otra eternidad.. Eso dicen, vaya, no lo sabemos. Si te mueres, dejas de ser según la mayoría de los pronósticos.
Pues esta es la cuestión. como decía Chesterton.
por enriquebrossa | 10 10+00:00 Ago 10+00:00 2020 | Reflexiones
Lo importante no es leer mucho sino leer bien. Qué haces tú con lo que lees, qué sucede en tu cabeza, eso es lo relevante. Estoy en contra de un concepto de cultura que solo es una acumulacion de conocimientos que poder exhibir. La cultura es algo si genera cambios en nosotros. Si la vivimos de un modo personal y profundo. No se trata de la cantidad de libros leídos o museos visitados, sino de la huella que han dejado en ti. De cómo has vivido tú esa experiencia.
por enriquebrossa | 10 10+00:00 Ago 10+00:00 2020 | Reflexiones
El odio te impide disfrutar lo que te queda de vida. Es un hecho indiscutible.
La torpeza del odio genera en nuestro espíritu la necesidad de un relato que nos justifique. Relato, que cuando no sea totalmente falso, será como mínimo visceral y parcial, y que ayudará a reforzar el rencor.
El odio necesita alimentarse de más odio, porque todo aquello que sabemos que no es bueno, lo emprendemos sobrecargados de razones falsas. Es decir, que cuando odiamos nos alimentamos de nuevos y más profundos motivos para odiar. Lo cual nos amargará más y por más tiempo.
El odio es obsesivo.
El placer de supuestas venganzas como sublimación de otras carencias emocionales es algo que no funciona. Quien odia se engaña a sí mismo con racionalizaciones mentirosas y bucles neuróticos.
Odiar es autodestructivo.
Odiar perjudica la salud y la inteligencia, ya que prepara la mente y el cuerpo para la lucha generando un estrés latente que a medio plazo tendrá consecuencias negativas.
El odio altera la salud mental.
El odio te convierte en falso.
El odio no se oculta bien. Tu aversión siempre te delata.
El odio es uno de los puntos de partida de la maldad.
Como sabemos que el veneno no se puede enseñar, el odiador lo oculta tras una pose. Es decir, pierde naturalidad y cambia de personalidad por influencia de aquel a quien detesta, tal es el poder que le otorga, a un tercero, sobre su modo de ser, su humor y su vida.
El odio repugna al 100% de las religiones y sistemas morales, excepto a las filosofías totalitarias.
El odio puede generar catástrofes y tragedias.
Un instinto atávico nos protege: todos sentimos aversión de quien porta inquina, como de los reptiles. Todos nos alejamos de quien aborrece, porque percibimos algo que nos desagrada. Algunas veces lo descubrimos demasiado tarde.
El odio degrada. Convierte a los humanos en más torpes defecantes, que todo lo pisan y lo estropean. No quieren disfrutar de las cosas más valiosas de la vida. El odio es cobarde y necesita protegerse con un aguijón.
No es posible encapsular la rabia en la conexión con una solo persona. Modifica nuestra percepción del mundo y nuestra relación con el resto de los humanos.
Quien odia frecuentemente exagera. Y casi siempre pierde.
Quién odia se rodea de infelices a los que trata de involucrar, sin que lo adviertan, en una guerra que no es la suya y que no les favorece. Que solo le pertenece a la mente atormentada del odiador. Los amigos del que odia siempre están expuestos a la manipulación y sus amistades se verán condicionadas por la maldad de un falso amigo. Les enemistará con quien nada les ha hecho ni sabe de ellos.
Generalmente, quien te odia injustamente demuestra lo mucho que te valora y lo importante que eres para él.
Quien te odia vive empeñado en que formes parte de su vida o, lo que es peor, quiere ser parte de tu vida a toda costa. No acierta a vivir sin ti.
No vale la pena tratar de razonar con alguien visceral. Solo se reafirmará en su postura, porque en su obsesión, piensa que perdonar o ser perdonado es ser vencido. Nada puedes hacer. Alejarte, ignorar, esperar que pase el tiempo Con paciencia, resignación y VERDAD.
En el momento en que empieces a amar a tu enemigo, ya empezarás a estar un poco por encima de él. Demostrarás inteligencia y valores.
En España existe el delito de odio, pero está enfocado a proteger a grupos especiales. Sin embargo, muchos delitos tienen como origen el odio. Y, como hemos dicho, el odio te traiciona, ya que primero te impulsa al delito e inmediatamente te delata.
por enriquebrossa | 27 27+00:00 Jul 27+00:00 2020 | Reflexiones
Cuando tenía nueve años estaba muy contento conmigo mismo. Había escuchado decir a mi padre que yo era un niño con mucho sentido común para mi edad. Había venido a casa uno de aquellos matrimonios que se reunían con mis padres los martes. Siempre me decían «te conocí cuando eras así» y acercaban la mano al suelo, «en cambio ahora hay que ver lo alto que estás».
Yo casi andaba de puntillas para que viera todo el mundo lo que había crecido y creo que en parte puede deba algún centímetro a tanto estirarme en aquella época. Pero un día, un matrimonio decidió innovar, y quizá por eso dijo: «y qué serio que es. Se le ve muy maduro». A lo que mi padre respondió: «la verdad es que tiene cosas que demuestran mucho sentido común». Eso me gustó.
Yo tenía una caja de zapatos con un montón de soldados y pistoleros del lejano oeste que salían en los pirulís de peseta que vendía «la abuelica de los cromos» a la salida del colegio. Y también en unas cajas de cacao soluble que se llamaban «Toddy». «O Toddy, o nada». En mi casa, toda aquella población de no más de cinco centímetros de altura eran llamados genéricamente indios de plastico. Por ejemplo: «Enrique, recoge de la mesa tus indios de plástico que vamos a comer». Un nombre que ahora parecería racista.También había soldados de ambos bandos de la guerra de Vietnam, y de la Segunda Guerra Mundial, sus nazis, sus americanos… Y mezclados con ellos, personajes del mismo tamaño como Bugs Bunny, el conejo de la suerte, Porky, Elmer, Piolín, Pluto, Gooffy… Y yo inventaba guerras sobre el sofá entre todos esos bandos. Tambien jugaba a derribarlos lanzando canicas.
Un día los metí todos en su caja de zapatos y reflexioné. Mi padre había dicho que yo tenía mucho sentido común. No podía seguir mucho más tiempo imaginando a Porky luchando contra los japoneses. Después de todo… ¡yo tenía mucho sentido común!
Mi padre sí que era serio. LLegaba de trabajar y se ponía a revisar el periódico. Yo me sentaba a su lado y le observaba.
–Papá.
–Dime.
–Me dejas leer el periódico a mi también.
–Lo estoy leyendo yo ahora, pero… Te dejo estas páginas que ya he leído.
Separó las grandes hojas del Heraldo y me dio a mí un par de ellas.
–A ver cómo lees las letras grandes.
Yo leí primero las grandes sin dificultad, y luego las pequeñas.
–¿Entiendes lo que dice?
–Sí.
Mi padre me preguntó quién era Johnson, quién era Kennedy, Y yo le preguntaba cómo podía el hombre llegar a la luna y por qué estaban en guerra en Vietnam y qué tenían que ver los rusos y los americanos. De vez en cuando daba mi opinión, porque yo tenía mucho sentido común, no sé si lo he dicho ya. Y mi padre me acariciaba el cogote.
–¿A que tengo mucho sentido común?
–Mucho, hijo, mucho.
Desde entonces la política me interesa y yo me intereso por ella.
Un día, descubrí que la política era siempre en el fondo un asunto económico. Y aquí empezó una nueva etapa para mí.
El sentido común de la gente que no comprende la economía es un problema. Creen que sus opiniones son perspicaces, pero… no comprenden el funcionamiento de la macroeconomía. Luego no comprenden nada. Son fácilmente manipulables y llaman tener ideas a tragarse un sistema ideológico completo (ideado por otro), pensado para llegar al poder o para mantenerse en él. Por eso creo que todos necesitamos comprender la economía, ciencia que considero que es muy fácilmente comprensible, pero por desgracia está demasiado politizada.
¿Te imaginas que un médico fuera partidario de recetar antibióticos en cualquier situación y otro corticoides tuvieras la enfermedad que tuvieras? ¿Qué alguien dijera que los antihistamínicos son demasiado comunistas y los calmantes muy fachas? ¿Que fueras al oculista a graduarte las gafas y te pusieran un supositorio porque el médico pensase que eso era más progresista que leer las letras o algún caso similar pero al revés?
Si no quieres que te metan un gran supositorio sin venir a cuento, tienes que leer las letras pequeñas, tanto para diagnosticar tus dioptrías como para ejercer tu derecho al voto con sensatez. Especialmente la letras que hablan de economía.
Cíclicamente la gente vota por opciones políticas que van a aplicar medidas que se sabe que van a fracasar. Es seguro. Es cien por cien seguro que van a crear paro y/o inflación. Porque la úlcera no se trata con calmantes, ni extirpando el apéndice. A mí me gustaría que mis prolongados enfriamientos se curasen con güisqui Cardhu, del de quince años. Y seguramente pasaría mis constipados con más alegría, pero no es cierto que cure los enfriamientos, por mucho que a mí me guste la idea. El sectarismo es medieval, irracional, como la superstición.
Hoy la libertad de expresión está en peligro. La libertad de información, también. Son las dos caras de la misma moneda. La gente que quiere el poder juega muy sucio. No piensan en tí, sino en sus comisiones ilegales y sus negocios personales, cada día más obscenos. Necesitas formarte. Urge que te formes. Sin prejuicios. Sin demagogias. Sin sectarismos.
Que alguien te diga que es algo no quiere decir que lo sea. Te puede decir que es liberal y no serlo. Que es de izquierdas y no ser nada de nada, ni lo contrario de nada de nada. Te puede decir que es obispo o que te puede vender la torre Eiffel. Y si a ti no te pasa por la cabeza la posibilidad de ponerlo en duda, te la va a vender.
Si no despiertas, habrá supositorio para todos, nos guste o no. Un enorme supositorio generalizado. Y especialmente para ti. Y cada vez vamos a estar más enfermos. No hablo de algo a largo plazo. Urge que te replantees algunas cosas ya.
Tienes que acostumbrarte a leer a los que te caen bien y a los que te caen mal ya que… ¿esa división no es demasiado pueril para ti? ¿Así vas a dividir el mundo?
Al fin y al cabo, todos creemos tener mucho sentido común. ¿Lo tenemos realmente? ¿Con eso nos basta? Te digo que no.
Ser responsable, te exige tratar de saber más. Ler más, y leer más plural, desconfiar más, tolerar más… Lo que todos sabemos que te mejora a ti y que mejora la democracia.
Claro que siempre puedes recuperar tu caja de zapatos con tus indios de plástico e involucrarte, como un bebé, en la guerra con los japoneses.
Aunque no sea tu guerra, sino la guerra de otros.Y además es una guerra falsa.
por enriquebrossa | 14 14+00:00 Jul 14+00:00 2020 | Reflexiones
El cariño me hace perder densidad. Lo noto. Estoy empezando a flotar… Recibo continuas demostraciones de amistad. No solo promesas. No solo palabras… Mi cinismo no puede con esto. Y floto… Músicas deliciosas que me regalan en privado están produciendo microgravedad a mi alrededor. Llamadas de personas especiales que comparten sus preocupaciones y quizás más aún las mías. Frases picantes. Consejos maternales, y esto es muy divertido. Dicen verme pese a no ser científicamente posible. Hoy estás mejor. Ayer se te veía cara de sueño. Tenías ojeras. Y anteayer estabas preocupado. Ahora más animado… Menos taciturno. Y lo peor es que tienen razón. Audios con susurros de mujer junto a mis oídos o elogios de nobles amigos. La ironía nos ata a la tierra, y ésta es y debe ser símbolo de realidad para todo terrícola. Pero ya no puedo ser irónico respecto al aprecio de la gente cuando los meses se suceden uno tras otro y lo que pensaba que duraría poco, se refuerza y se consolida. Sin ironía, peso menos que el aire, me elevo. Parece el anticipo de una muerte. Si fuéramos parte de una narración, sólo mi final podría dar sentido a todo esto. Y yo por otro lado estoy ascendiendo a los cielos. ¿Estaré a punto de irme de este mundo, elevándome glorioso y feliz?
Pero una mujer inteligente me lo había advertido.
–Lo que está sucediendo a tu alrededor es tan hermoso, que necesariamente tiene que acabar en tragedia.
Y así fue.
Un buen día, un colectivo de sacerdotisas de la nada, arrogantes, auto-ofendidas y despechadas y algún eunuco lamemanos, conducido cadena y collar de hierro al cuello, me asesinaron, pisotearon mi ilusión y escupieron sobre mi cadáver. Y de mí nada más se supo.
Tras un esfuerzo sostenido y ¿tácitamente? concertado, para roer el casco y las velas, las ratas abandonaron mi barco deambulando desordenadamente de un sitio a otro, en busca de algún flautista de Hamelin cargado con una paciencia y comprensión sobrehumanas, mayores aún que las mías, que ya eran muy importantes. Como psicópatas abertzales, años después aún tratan de lanzarle piedras a mi nave, defecar en mi tumba, y orinar sobre mis restos mortales.
Sin embargo, las cosas son. Las cosas empecinadamente son. Tienden a ser como son. Yo, como buen crucificado, resucité. Lo que pasa es que para mi ascensión a los cielos, aún no tenemos fecha. Al quedar sin lastres, la nave ganó y yo reverdecí como un arbolito, cada dia mas alto y grueso, con raíces en tierra y recuperando densidad. Las cosas son y se empeñan en ser. Yo sigo siendo yo y no me lo han podido arrancar. Y la envidia, la soberbia y la frustración de los mismos y de otros nuevos que vendrán seguirán tratando de impedir que otros crezcan y se eleven. Y así continuará repitiéndose día a día la historia de Caín, que vive indignado permanentemente, ya que nunca podrá aceptar que DIos crease a Abel menos pequeño y miserable. Por mucho que inútilmente se le asesine.
por enriquebrossa | 4 04+00:00 Jul 04+00:00 2020 | Reflexiones
Estábamos entrando al concierto de Brahms en el Auditorio Nacional de Música, uno de los lugares que mejoran Madrid. Ellas se habían parado a hablar con unas amigas. Paco y yo las esperábamos en una de las puertas del patio de butacas.
A mí me gusta mucho todo el diseño del Auditorio Nacional, severo y funcional por fuera, y de una gran amplitud. Hasta que llegas a su corazón, la Sala Sinfónica:
¡Deslumbrante! Presidida por un impresionante órgano de 5.700 tubos. Casi 300 metros cuadrados para una orquesta completa y un coro de 130 voces. Me sé estos datos de la Wikipedia de memoria. ¡Yo estoy orgulloso del Auditorio!
Yo lo estaba contemplando sin mirar a Paco que presentaba una verborrea incontenible. Me explicaba, gesticulando con el programa en la mano, que asistir a un concierto de un compositor que no fuera tan archiconocido como por ejemplo Beethoven, Chopin o Mozart, le gustaba especialmente. Se sentía más identificado con el público que acudía a la llamada de su música, porque reunía muchas menos de esas señoras mayores que hacen como si les gustase la música clásica, aunque jamás han escuchado un solo disco en su casa, y van a los conciertos para arreglarse -lo que no tiene arreglo, puntualizaba Paco desconsideradamente- y para poder decir que han estado allí.
-La verdad es que a mí el público me importa poco. Vengo a escuchar.
Pero él seguía con el tema:
-Mira, Luis. Si cuentas con señoras de esas en tu familia y tienes confianza como para decirles eso, que realmente jamás escuchan música en su casa, te dicen algo como: <<es que a mí la música me gusta en directo, no en un disco>>. Y se quedan tan frescas.
-Lo que se llama decir una buena «absurdez» -le dije riéndome.
-Exacto. Que te guste asistir a un concierto no te quita de disfrutar oyendo música en tu casa. Esas respuestas son para salir del apuro. Los que van a un concierto de Brahms suele ser porque ya les gusta o quieren conocerlo mejor.
-Bueno, te puede apetecer asistir a algún concierto y apuntarte simplemente a lo que haya.
Pero Paco no me hacía caso y seguía hablando:
-Porque en general muchas de esas personas que van a escuchar a Beethoven porque está más popularizado, no se sabe ni un estribillo de otros compositores -me dijo-, aunque todo el mundo haya oído que existe Brahms, no les pidas que entonen nada suyo. Necesitan aferrarse a esa parte de la novena sinfonía para poder decirle a una amiga suya: <<Hija, qué bonito todo y qué bien tocaban. Qué bien que estuvo el concierto. Tenías que haber venido. ¡Hay que ver, este Beethoven! ¡Qué genio era!>>. Pero si quitaras esos minutos que les resultan familiares, el resto del concierto les parecería muy pesado.
Yo me reía con los comentarios críticos de Paco, pero desmarcándome para ser diplomático, ya que su mujer era precisamente así.
La Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música me seguía pareciendo brillante, magnífica. Como una gran vitrina llena de objetos preciosos, porque cada instrumento es una joya y cada intérprete también es una joya viviente. Admiro los años de dedicación, voluntad y sensibilidad de los músicos. Admiro su entrega y la modestia que les atribuyo.
-Bueno, eso del «estribillo» tampoco te ha quedado muy docto a ti -le dije riéndome-. Ese tipo de personas de las que hablas se sienten adornadas dentro de una catedral de la música como esta, igual que si se pusieran un abrigo de visón. Aunque sea por pura pamplina, ellas financian la orquesta al comprar la entrada. ¿No? Y también están los bobos de vanguardia -le dije-. ¿Los prefieres? Porque esas señoras o señores no tengan tu cultura no hay que despreciarlas. Está bien que vengan al Auditorio en vez de ver basura en la tele. Yo estoy a favor de todo el que viene. Son presumidas, ¿Y qué? Perdónales la vida, hombre -le dije bromeando mientras le llevaba hacia el interior de la sala poniéndole la mano en la espalda -, que hoy has venido muy cáustico.
-Pues no, claro que no tienen cultura. No tienen otra cosa que una cabeza hueca. Solo tontería. Me da pena. Un concierto es una maravilla y siento que tantos aplausos vengan de gente necia.¿Qué valor tienen esas palmadas? Con ellas tratan de alagarse a sí mismos. Quizás si la gente escuchara buena música diría y haría menos simplezas.
-Hala, pues luego brindaremos por eso. Anda, vamos. No sé lo que te habrá pasado para que quieras arreglar el mundo antes de haber tomado dos copas.Te estás saltando el programa. Son solo las siete, y estos grandes pronunciamientos tuyos son para la sobremesa de la cena, como a las doce de la noche.
-Quizás sea que he presentado la declaración de la renta.
-¡Ah, vaya! No me digas más. Desahógate si quieres.
Seguimos buscando nuestro número de butaca. Una vez acomodados decidí darle un poco mas de cuerda a mi amigo:
¿Y Sara? -le pregunté-¿Crees que siente la música?
-Sara es buena chica y vale un montón. Tiene su punto de esnobismo, pero a ella se le puede consentir. Un día nos salimos de un concierto en el descanso, cuando todavía no nos habíamos ni besado. La barrera era enorme porque había otras personas en juego. Y aquel día sin decir nada, los dos salimos del concierto y le hice la mayor canallada a un buen amigo.
-Lo sé. Y verdaderamente le hiciste mucho daño.
-He tardado años en darme cuenta de que realmente lo hizo él.
-¡Vaya! Le quitas la novia a tu amigo y encima la culpa es suya -le dije riéndome.
-Siempre lo pensé y no lo entendía. Durante un tiempo me sentí culpable y me daba lástima nuestro común amigo. Nunca me burlé de él, ni delante de ella. Pero ahora sé más.. Él tuvo la culpa de que ella y yo fuéramos solos a aquel concierto y pasase lo que tenía que pasar.
-¿Con qué objetivo él podría querer eso?
-No sé si es una cuestión de objetivos o de algo menos consciente que un propósito claro. Pero debes creerme, la culpa la tuvo él.
-Va, tío, cuenta.
-Es una película un poco triste. Se mezclan un montón de cosas. ¿Qué hacemos nosotros hablando de esto? ¡Cambiemos de tema!
por enriquebrossa | 17 17+00:00 Jun 17+00:00 2020 | Reflexiones
Hay un espacio situado entre la imaginación de hoy y el futuro. Ambas cosas parecen intangibles, aunque una no lo es, y la otra no lo será. Ambas cosas son etéreas. Me pregunto si existe un lugar para todas las realidades inasibles. ¿Son como dos gases que coexisten más o menos mezclados? ¿O es la misma materia antes y después de un proceso de transformación?
por enriquebrossa | 4 04+00:00 Jun 04+00:00 2020 | Reflexiones
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Por lo general, el turista es un humano que visita lugares desconocidos para él en temporada alta y, por lo tanto, en tropel. Lo patea todo sin profundizar en nada. Solo es un corredor en un circuito. Se divierte, pero paga también por poderlo contar a otros. Yo prefiero hacer turismo que quedarme en casa y no viajar, lo reconozco, pero a la vuelta me siento culpable. Hay una descortesía y un insulto en repartirse el tiempo para ver los sitios, tomar las fotos y largarse. Falta respeto por la ciudad y por su cultura. Es como si has estado en casa de alguien haciendo notar que te interesa solo superficialmente. El padre quiere que veas su colección de relojes y plumas; el niño la de sus gormitis o quiere mostrarte cómo mata enemigos en su videoconsola; y la madre aspira arrancarte vítores por su cocido, pero tú les vas cortando el rollo a todos. “Otro día, ya si vuelvo… “. Es humillante. Me recuerda un tipo grosero que conozco que pregunta a sus compañeros, ¿cómo está tu padre? Y como se le ocurra decir más de cuatro palabras, algo que no sea, “pues ahí va el hombre”, te corta, no quiere pormenores, y además le gusta ser el único que hable. Finalmente le ha demostrado que ni le interesa lo más mínimo su padre enfermo, ni tampoco pretendía parecer cortés. Fallecieron las folclóricas, exponente de una faceta de España anacrónica y que nunca me interesó, pero quedan individuos que parecen heredar la mentalidad de la familia de Pascual Duarte y que, en vez de presumir de educados, presumen de burros. El turistero común, da igual que sea nacional o extranjero, que en eso no hay diferentes adeenes, durante su función maratoniana en camiseta y pantalón corto no presume de burro: simplemente lo pone en evidencia recorriendo estúpidamente los museos a la velocidad del inolvidable Correcaminos. ¿Para qué?
Aunque el turismo compense el déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente, perjudica seriamente a la autoestima de la ciudad visitada y la propia del visitante. En el fondo sabemos que hemos sido unos paletos al someternos a ese estrés sin sentido. Yo, después de hacer turismo volvería para vivir realmente la ciudad. A observar lo que hace la gente. Cómo son allí las camareras, o los mensajeros o las hormigas. Descubrir si les inspiro interés o desconfianza. Encontrar algo que aprender de su mentalidad. Modificar sus prejuicios y los míos tras una conversación inesperada. Me quedaría a respirar en una terraza, o para saber si tiene animación o no el domingo por la tarde; a comprender el sentido del humor de los nativos. Pero eso significa viajar solo, o bien, compartir el camino con alguien que sienta la misma filosofía curiosa, y por tanto, contemplativa. La amistad significa tiempo. Y a mí me gusta llevarme bien con los sitios, más que con las personas. Las ciudades son consistentes con el paso de los siglos. Cambian mucho menos que los humanos y de modo más lógico, por lo general. Lo hacen a mejor. En cambio, con los años, los hombres detestables solo cambiamos a peor.
En los días de confinamiento, lo que ya se practicaba en las redes sociales ahora se está exacerbando más aún. Con esto de la amistad virtual, alguien cuyo perfil acabas de descubrir te formula tres confesiones en menos de quince minutos de chat, y te pregunta sobre tu vida lo justo para saber si eventualmente, según el género, podría haber rollo, es decir, fantasía de rollo, en próximos ciberencuentros. Entonces lo deja para que quede el tema listo para siguientes embates. Ya dice que te conoce, que es amiga o amigo. Que os habéis comprendido, que habéis descubierto lo mucho que hay en común en vuestras respectivas visiones del cosmos, tras este sucedáneo para turistas de intimidad.
Yo estoy cada vez más retirado del mundo y desde mucho antes del coronavirus, vivo permanentemente confinado en la Ciudad de las Aventuras, que es la capital y el puerto de mar de La Isla de los Escritos. En ella hay libros en el suelo, formando torres más largas que rascacielos. Hay un barrio entero con columnas de novelas y ensayos que se pierden en las nubes, como ese hombre que pasea entre ellos, pero camina mirando al suelo, que soy precisamente yo, encantado de perderme en las nubes también. Si te subes a esos ejemplares me verás pequeñito desde semejante altura.
Cuando la marea está baja, es una isla sin mar. Solo es una casa sobre una colina rodeada de sal y algas rotas. Las pocas barcas ancladas parecen estar tiradas alrededor de la isla sobre un suelo árido poblado solo por unos animales de los que me alimento. Los como vivos, sin saber si son crustáceos o son arácnidos: me saben a ricos cangrejos, pero sospecho que envenenan mi alma como escorpiones, y que me han matado ya un montón de veces. Cuando la mar crece y las olas regresan, llegas tú, la primera, sonriente, mi consuelo imaginario, en un bañador de los años veinte, me gustaría saber el porqué de este vintage onírico, saliendo de las profundidades, como una hija de Poseidón, junto con montones de personas que, a diferencia de ti, son tan molestas, que parecen de verdad. Se pasean por la isla sin respeto. Son turistas de mi intimidad. Lo invaden todo, lo pisan todo, hasta que se convierten en aguas agitadas y alcanzan la pleamar justo por encima de mi nariz. Estoy harto de tener que nadar contra la resaca o de contener la respiración cuando esta corriente entra por las ventanas de mi casa y lo inunda todo. Mi casa carece de techo, pero el agua solo entra cuando la presión abre violentamente las ventanas. Pero la marea vuelve a bajar y mi fortín de relatos, ya son ruinas de textos por los suelos tras el sunami, que se vuelven a quedar secos bajo un cielo húmedo, cálido y gris. Miro la mano con la que sujetaba la tuya, pero solo tengo ya arena seca.
De nuevo la isla es un desierto de sal hasta donde alcanza mi vista. Pero me queda el mal recuerdo de la gente a la que intereso demasiado o demasiado poco, que ha invadido mis reflexiones. Para mí son sagradas. Yo no pido que se santigüen, ni que hinquen la rodilla al entrar sobre el felpudo donde pone BIENVENIDO. Pueden pasear junto a mi casa sin genuflexiones, pero quiero que no traspasen el umbral de mi puerta, que no hagan ruido, que sean cordiales y correctos, y que me quieran solo por lo único por lo que yo querría ser querido. Y por nada más. No quiero que me quieran por nada más. Que profundicen más sobre mi isla si les interesa, pero con tiempo y sin importunar.
Y que no digan que me han conocido. Mírame mientras te lo digo, excursionista: nunca me has comprendido. Entras a la galería de los Uffizi corriendo y ya te crees que conoces todo de Florencia. No sabes nada. Ni de mí. Y tampoco de tus otros amigos virtuales.
Las mareas vuelven y se van. Te traen y te llevan. Pero nunca cambia el color del cielo, excepto cuando tú saltas corriendo del mar, regalando tu sonrisa. Y tras de ti un grupo de lectores cabales, a los que de verdad les importe mi isla y sus brumas. En definitiva: uno más de mis sueños.
por enriquebrossa | 2 02+00:00 Jun 02+00:00 2020 | Reflexiones
Se oyen los pájaros adornando el silencio de la mañana. Mas de diez tipos de trinos, píos y gorjeos transmiten una sensación de amanecer exuberante. Sueño despierto con un recuerdo recurrente una y mil veces transitado y recreado de un vergel desbocado. Estiro mi espalda y mis brazos, desnudo, como quien exhibe un despertar en el paraíso a la derecha de una cascada. La puerta de la terraza está entreabierta. Corre un aire leve, un levante suave que se despereza indeciso entre el calor y el frío. Hay una balaustrada blanca y al fondo un bosque con los olivos más altos y grandes que haya visto nunca. También pinos, eucaliptos y palmeras. Quizás por eso algunas aves insisten en un ulular tropical y colorido. Al fondo, el mar, muy cerca. No se ve, pero contagia un brillo de olas a las hojas de los árboles, y flota en el aire el pronóstico de un descubrimiento azulado, especial y profundo. Cerca del mar algo importante puede ocurrir. La yerba junto a la casa refresca la zona. Mi perro me sonríe con la lengua fuera desde un rincón más umbrío, entre el murete y el seto. Una mujer descubre un asiento perfecto para tomar el sol, deposita besos en sus manos y los lleva con los dedos al borde de su tumbona sonriendo como una niña.
Aún estoy contaminado por la ansiedad de Madrid, lo sé. Lo noto al sentir que ante tanta paz, querría poder leer y escribir a la vez. Las ramas de los olivos se bandean. El café me incita a ponerme en marcha. Un eco de juventud y de irrealidad va conmigo. Le doy las gracias por acompañarme. Soy el primer hombre que pisa un continente nuevo. La vida debería ser siempre asi.
por enriquebrossa | 21 21+00:00 May 21+00:00 2020 | Reflexiones
Creo, lo presiento, lo noto venir. Como a un tren lejano, si apoyas la oreja en la vía: vuelve la filosofía. Vuelve con fuerza echando vapor como una nostálgica locomotora. Está a punto de llegar. Viene a llenar las cabezas vacías que vamos paseando sobre los hombros sin sentir pudor ni vergüenza, ofendiéndonos porque nos lo recuerden. Contestando sin educación: yo llevo mi cabeza tan estúpida como me da la gana, me gusta así. ¿Qué pasa?.
Ahora que hay escritores que hasta presumen de no leer. Ahora que está más reconocido el derecho a producir y consumir basura literaria, que el de tener la pretensión, -¿quién se creerá éste que es?- de intentar hacer algo bueno, de pensar y de hacer pensar, de escribir bien. Hace falta mucha humildad para tratar de pensar, para tratar de filosofar, y para intentar escribir bien, porque es inevitable que casi nunca llegues a donde querrías. Te vas a quedar sin tocar el sol, seguro. Para colmo, si lo haces bien, aburres a la mayoría . ¿A quién le importa?
Tiene que volver la filosofía, tiene que volver la cultura, la profundidad, porque si no, al agacharnos para atarnos las botas, nuestros cráneos suenan huecos como sonajeros, ya que no hay en ellos casi nada sólido, Solo cuatro sentencias aprendidas de facebook y muchas horas de telebasura.
En fin, solo me has hecho un comentario de seis palabras y yo he empezado a pontificar a borbotones. Como ves, sintetizando mi respuesta: sí, tienes razón: me gusta filosofar. Y lo practico con esa libertad que solo tiene el diletante. O el estudiante.
por enriquebrossa | 10 10+00:00 May 10+00:00 2020 | Escribir, Relatos
Un día asistí en una sala de Barcelona, creo que fue en el mítico pub Ibiza, a un repertorio de chistes del no menos célebre humorista Eugeni, que por aquel entonces todavía no lo era tanto. Yo era un estudiante de primero de carrera y acudí allí con otros tres amiguetes. Yo siempre he tenido dificultad para encontrarle la gracia a los chistes. Siempre me parece que realmente la risa en los chistes se debe a algún fenómeno de autosugestión, al apoyo del alcohol, o quizás a una tendencia a seguir a aquel que primero se ríe, porque la mayoría de los chistes que he oído en mi vida son muy malos, absurdos, zafios y aptos solo para cabezas por debajo de la normalidad. Soy partidario de la sonrisa, partidario entusiasta de la sonrisa, en tanto que la carcajada, cuando se da, me parece una bendición, pero tanto tratar de provocarla continuamente me parece patético. Veo gente, como decimos en España, muerta de risa, o partida de risa, etc. Y lo que creo es que es gente que ríe tan ampulosamente porque quizá estaban a punto de llorar.
Aquel día, Eugeni no me pareció mucho mejor, y que me perdone el hombre, que ya se fue al cielo, pero vi que su personaje era un personaje que hablaba como quien va borracho, siempre con una copa y siempre fumando, continuamente fumando, dando unas caladas largas, profundas… Me parecía triste que tubiese que encontrar una imagen tan suicida. Eugeni murió joven. Mejor habría sido un bombín y un bastón, como Charlot o unas gafas redondas o algo así, menos tóxico y cancerígeno que la copa y el cigarro. Sin embargo, hubo un chiste que se me quedo grabado. Fue el chiste del hombre que disfrutaba perdiendo al póker.
—Pero ¿y ganando?
—¿Ganando? ¡Eso debe de ser la ostia!
La gente prorrumpió en una carcajada unánime, o casi, porque yo me quedé especulando respecto a qué era tan gracioso. Estaba claro, a allí la gente iba a reírse y se reían con lo que les pusieran, por eso, porque para eso habían venido. Y se iban a casa con la tarea hecha y el objetivo logrado.
Al acabar, si no recuerdo mal salimos a tomar copas acompañados de uno de los humoristas, que no podía ser más serio fuera del espectáculo, y tras haber injerido una cantidad de copas notable, me fui a casa. Estuvo bien aquella noche. No había encontrado a la estudiante de mis sueños en ninguno de los pubs visitados y, por lo tanto, no había terminado la noche con ella. Ni con la de mis sueños, ni con ninguna otra. Y al pensar sobre esto, delante de mi cama vacía, tiré de mi jersey de lana para sacármelo por la cabeza y pensé en voz alta:
—Como en el póker: ganando debe de ser tremendo —soy menos rotundo que Eugeni.
Entonces comprendí el sentido de este gran chiste de aquel gran humorista. Porque, quizás la gente que se moría de risa en la sala no lo supiera, pero en esta vida hay muchas cosas así. Qué bien lo pasamos perdiendo, o no logrando lo que deseamos. Si ganásemos… ya sería una cosa tremenda. Por ejemplo, escribir. Estoy convencido de que todos los escribidores comprenden la profundidad de este chiste tan aparentemente simple. Y es porque escribiendo lo pasamos muy bien. Disfrutamos como niños con nuestra imaginación con en el acto de masajear solitariamente una y otra vez nuestras emociones, recuerdos, deseos, sentimientos, frustraciones, pensamientos… todo lo conjuramos repetidamente hasta que la tinta brota a borbotones. Cuánto placer obtenemos en eses instantes de éxtasis, para que no paremos de repetirlo y recrearlo, durante casi toda nuestra vida, pese a que, en realidad, todo esto en general no nos lleve a nadie a ningún lado.
Generalmente no ganamos dinero. Ganado debe de ser la ostia, como diría Eugeni
por enriquebrossa | 10 10+00:00 May 10+00:00 2020 | Reflexiones
Se juntan unas adversidades con otras, igual que se amontonan las letras para escribir. Ya lo dice nuestro refranero, siempre influenciado por ese pesimismo tan castellano: las desgracias nunca vienen solas. Y es cierto. La situación nos exige poca cosa. Solo paciencia, que es una virtud que hoy día es admirada con mucha moderación. Paciencia, ante todo, para mantener una cierta estabilidad psicológica. Hablar de la prudencia, se puede, claro que sí, es importante, pero tampoco hace falta una gran sabiduría para lavarse a menudo y respetar dos o tres normas lógicas. La paciencia va a ir evolucionando, cambiará de color. Se tornará en entereza. Porque algunas malas noticias llegarán, debemos hacernos a la idea. Necesitaremos entereza, no lo dudes. Yo ya estoy mirando con gesto de tipo duro, porque soy de los tiempos en los que amábamos las películas del Oeste. Espero que estos días de entereza mantenida en el tiempo se incorporen a mi carácter, como los anticuerpos del coronavirus a mi sangre. Algunas personas me van a confundir con otro que no soy. Me verán frío, o inexpresivo, o simplemente insensible. Nada más lejos de la realidad. Es entereza muy adelantada, porque por ahora no tengo a mi alrededor ningún asunto al que hacer frente. Solo la reclusión. Se trata de un ejercicio anticipado de estolidez, y hieratismo. Hay quien acude a mí, por medios telemáticos, claro está, a encontrar el consuelo en compartir sufrimiento y a mi me ve relativamente impasible. ¿Qué quieres que haga? Esto no ha hecho más que empezar. Hay una zona colindante entre la solidez emocional a la que aspiro y una extraña falta de emociones que empiezo a acusar.
Queridos agobiados y agobiadas. Queridas desconsoladas y depresivos. Temerosos, hipocondríacos. Amantes separados por el confinamiento. Familias partidas… O forzadas a convivir más de la cuenta. Soy uno más. Igual que vosotros.El virus nos obliga a vivir bajo techo. Como en todas las películas pos-cataclismo, la civilización se refugia en lugares sin luz. Si el virus nos obliga a estar sumergidos, no sabemos cuánto tiempo, es mejor no consumir el oxígeno en aspavientos. Ahorra energía. Es mejor que no lloremos. No hay más remedio que empezar a administrar las emociones.
Tampoco me siento inclinado a lo de los aplausos. Es admirable la actitud de los sanitarios y envidiable, porque muchos querríamos poder hacer algo… Yo no aplaudo, Lo siento, no me esperéis. No he podido ir. No contéis conmigo. ¡Que no! A los sanitarios y a mucha gente les sobran méritos. Pero los humanos en general me empachan. No necesito resquebrajar mi actitud inalterable con una emotividad grupal. Los humanos en general somos muy estúpidos. Yo no quiero compartir mi estupidez con nadie que no considere de mi familia. El virus es la cerilla, pero la estupidez es aquí la estopa sobre la que ha prendido el fuego. No estaríamos así si la gente tuviera un poco de sentido común. Si no defendiera a personajes vacíos. Si no fuera tan aficionado al folclore de lo emocional. Manifestaciones inaplazables, apoyos políticos insólitos a personajes de tercera, insensatez supina de quien se va a comprar unas fresas a Mercadona, que es un momento, que no pasa nada y hay que seguir viviendo. El pensamiento tonto, hipócrita, inconsistente y malvado ha favorecido esta situación. Pues ahora no me pidáis que cante con vosotros el «We are the world, we are the children» desde el balcón. Somos una especie de idiotas. Y lo que me gustaría no es sentirme unido a todos los idiotas de la Tierra,
Solo quiero trabajar. Qué gran refugio es el trabajo. Trabajar y esperar a que escampe.
por enriquebrossa | 10 10+00:00 May 10+00:00 2020 | PUBLIRRELATO
—Tus anhelos me matan, mujer.
–Ay, qué romántico suena eso… Nunca me habías dicho cosas así.
–Me parece que me has entendido mal.
–¿Qué quieres decir?
—Lo de los anhelos. No puedo más con eso de los anhelos. No escribes una sola historia en la que no salga lo de los anhelos. «Él era el hombre de sus anhelos… » «Ella le habló de sus anhelos… » Siempre estás con los anhelos. Entre los anhelos, el rocío, la escarcha en las sienes del caballero… Madre mía, madre mía, no puedo más.
–¡Oye!
–Dime.
–¿Pretendes llamarme cursi?
–Al contrario. Me estoy esforzando por no hacerlo.
–Eres un grosero.
–Ya. Pero no digo anhelos.
–¿Pero quién eres tú para prohibir palabras?
–¿Yo? ¡Nadie! Solo digo que me matas. Estas ñoñeces son laxantes. Esta noche tendré que cenar arroz hervido.
—¿Ñoñeces? ¿Y eso qué es? ¿Qué palabra es esa para un escribidor?
—Lo de los anhelos. Eso son ñoñeces.
—Pues no lo voy a quitar.
—Mujer, piensa en tus hijos. Son pequeños aún…
—No lo voy a quitar.
—Pues, hala, deja lo de los anhelos, que es precioso.
—Ya me has hecho quitar lo de: «él la miraba embelesado»
—Bueno, es que eso ya… Lo de los anhelos embelesados… Tú te crees que yo puedo con todo, pero no soy tan fuerte como piensas. No puedo con ese tipo de textos. Y todas tus amigas escribidoras escriben con todo pringado de anhelos y embelesados. No lo soporto. Si mezclaseis vuestros folios sería imposible volverlos a ordenar.
–Te gustará más como escribe mi hija de veinte abriles.
–¿Tu hija? ¡Ja! ¿Tu hija? ¡Por favor!
–¿Qué pasa con mi hija?
—Tu hija no tiene veinte abriles. Tu hija lo que tiene son veinte coces.
–¡Oye, que no te lo consiento!
–Veinte coces de burra que es. Veinte coces en las partes blandas. Tu hija no escribe. Solo da patadas. Todo son escupitajos, tacos, blasfemias, mocos, vomitinas, heridas purulentas… caca, pedo, pis y culo. J****, **ño, f****, l**** y p***a. Tu hija es como tú. Lo tuyo es romanticismo del barato y lo de ella rebeldía sin imaginación.
–Entonces no nos parecemos.
–Sois idénticas en insolvencia. En inconsistencia. Usáis palabras a granel. Es como si tú fueras por la calle con un tocado de señora del siglo XVIII y tu hija se pusiera imperdibles de punky hasta en las muelas. Donde tú colocas un perifollo, ella se tira un cuesco. En el fondo es lo mismo traducido a otra lengua. Cada una tiene su diccionario de referencia. El tuyo tiene los anhelos, lo del «con todo mi ser», lo de «todos los poros de mi piel», «el rocío de la mañana», «la paz en el alma»… y tu hija acude a un listado de procacidades y pedradas, que seguramente se va apuntando cuando está de litrona, y parece soltarlas como una heroína, como si esperase que le aplaudieran con cada obscenidad. ¡Oh! ¡Ha dicho polla! ¡Qué valiente! ¡Qué carácter! ¡Qué indómita! ¡Qué iconoclasta!
–No, eso de iconoclasta mi hija no sabe lo que es. Mi hija y sus amigos dirían algo como rompedora.
–¿Y tú sabes lo que es iconoclasta?
–Pues sí, unos que rompían estatuas…
–¿Unos? ¿Quiénes? ¿Cuándo? ¿Dónde?
–De eso ya no me acuerdo.
–Pues tú has puesto esa palabra en una reseña. ¿Por qué dices eso si no lo conoces? ¿Ves cómo eres inconsistente?
–Pues tanto ella como yo vamos vendiendo libros…
—Y esas incursiones en el porno… ¿Las dos vais a confluir en lo mismo? Porque tú, entre anhelo y anhelo, vas metiendo cada día más carne con tus príncipes guapos de las finanzas… y ella, con esos lances sexuales que son como para tenerle miedo, porque de ahí los hombres salen a trozos… Lo tuyo es más horizontal, más en sábanas de raso rodeados de velas. Lo de tu hija, en cambio, es más en vertical, detrás de las puertas, o a cuatro patas sobre un váter de un bar, siempre bien asqueroso lleno de orines rancios y con desconocidos con los dientes sucios de comer pan con chorizo y fumar al mismo tiempo que fornican. ¿A quién pretende asustar tu hija? Como si fuera fácil escandalizar a alguien hoy día.
—Pues reconoce que nuestro erotismo no se parece en nada.
—Vuestro erotismo se parece en que no es erótico. En que es tópico. El tuyo, es evidentemente tópico, pero el suyo también es ya un cliché dentro del gusto por el mal gusto.
—Me estás deprimiendo.
—Y vosotras a mí.
—Por eso le digo yo a mi hija que escriba cosas normales como yo.
—No sé qué sería peor… Anda, déjala, deja a la chica…
—Pero ¿Y tú? ¿Quién te crees que eres?
— Pues no te creas que no me preocupa… Ayer leí un texto mío a unos compañeros del taller y…
— ¿Estaba todo lleno de anhelos?
—De anhelos no.
— ¿Ponía “por todos los poros de mi piel”?
— Los poros tampoco.
—¿El rocío? ¿La escarcha?
—No.
—Ya sé. Te diste cuenta de que habías escrito “con todo su ser” ¡Has caído en lo del todo su ser!
—No, no he incurrido en nada de eso, gracias a Dios.
—¿Entonces?
—A pesar de todo, al leerlo me di cuenta de que, sin decir esas ñoñeces… también era cursi.
—¡Ay, hijo! ¡Qué ideal! ¡Qué alegría me das! Me lo tienes que dejar enseguida. ¡En mi vida tantas ganas de leerte! ¡Es que en mi vida! ¿Y escupitajos?
—¿Escupitajos?
—¡Sí, sí, escupitajos!
—Uno. O dos.
—Ay, qué divertido. ¡Qué divertido! ¡Es que en…
—Es que en tu vida.
—Pues sí. ¡En mi vida tan contenta!
—Mira, lo mejor es que vayamos al taller de Enrique Brossa. Los jueves te dejan entrar gratis. Creo que te enseñan a quitarte esos tópicos tan ridículos. Mandemos un email solicitándolo a actividades@desafiosliterarios.com y en el asunto hay que poner QUIERO TALLER VIDEOCONFERENCIA GRATIS JUEVES 19:30
—¿Y si soy de Pernambuco? ¿O de Monrovia?
—Da igual. A las 19:30 horas de Madrid, miras qué hora será en tu pueblo. Fíjate que por pronto que sea ya no habrá ni rocío, ni escarchas, ni anhelos, ni…
—¡Ya vale! Que te va a oír mi hija.
—¡¡¡Ay, Dios!!! ¡Qué miedo!!!!
por enriquebrossa | 10 10+00:00 May 10+00:00 2020 | Relatos
En aquella época los atracos callejeros comenzaron a dispararse y nunca mejor dicho. Antes eran muy escasos, pero justo aquel año se habían convertido en un tópico. La gente tenía miedo. Pasear en España ya no era tan seguro. Normalmente eran chavales de quince años, en grupo, que no te enseñaban la navaja, y solo decían que o les dabas la cartera o te meterían el cuchillo en el estómago. Yo no era particularmente miedoso, porque me veía a mí mismo joven, grande… ¿Por qué atracarme a mí en vez de a un jubilado o a una señora mayor? Nada me pasaría.
Por aquellos días, yo tenía que acudir a un curso que empezaba a las 19:30. Desde mi residencia estudiantil hasta el centro de formación había unos veinte minutos en línea recta o bien, cuarenta minutos bordeando las explanadas y campos de fútbol de un polideportivo que había en la zona. ¿Por qué dar semejante rodeo? Porque la línea recta era una larga carretera que tenía a un lado un gran muro de piedra que marcaba los límites de un complejo hotelero. En la otra acera estrecha, te acompañaba una tapia alta y larga para parar los balones que podían escapar de los campos de fútbol de aquel polideportivo. Nadie se atrevía a pasar por ahí de noche, porque no había nada, ni una puerta, ni una tienda… absolutamente nada. Entrabas en ese callejón oscuro en invierno a aquellas horas, y llegabas a un punto en el que tenías siete minutos de andar hacia adelante o hacia atrás para salir de él. Se decía que era el lugar de encuentros turbios. Ni los más chulos de la residencia estudiantil se atrevían a transitar por allí.
-Tío, puede ser que no te pase nada, pero si te metes ahí… te la juegas -decían.
Digamos que la puntualidad no era por aquel entonces lo que más me caracterizaba. Salía tarde y no podía pensar en hacer el trayecto largo. Y me metía por ahí, porque, aun así, acabaría llegando después del inicio de la clase.
Empezaba a andar y cruzaba los dedos. Recuerdo el día sin luna en el que no me veía ni mis piernas, tal era la oscuridad. Las farolas estaban como a doscientos metros unas de otras, casi todas con las lámparas fundidas. ¿Fundidas? Las habrían ido rompiendo los delincuentes… Algunas mostraban una aureola de luminosidad muy leve, como si estuvieran exhaustas. Era difícil saber si daban luz o absorbían la poca que hubiera por la calle y causaban la oscuridad. Y de vez en cuando pasaba un automovil. Y era inevitable pensarlo.
<<Si ahora de ese coche salieran cuatro tíos, me robarían lo que quisieran y podrían pegarme o matarme porque yo estoy totalmente indefenso>>.
El auto se acercaba, parecía ir despacio, no acaba de llegar nunca, cada vez parecía reducir más la velocidad. <<Quieren ir despacio para poder verme y juzgar si les interesa matarme un poco o dejarme andar>>. Y efectivamente, era un Ford Escort, se veía viejo, de quinquis, y dos tíos con mala pinta parecía examinarme… No podía correr, era absurdo, estaba demasiado lejos del principio y del final de aquel tubo. Miré hacia atrás para ver si el Escort se iba. Y sí que se iba, pero muy despacio. Y sus faros alumbraron a un grupo de unos cuatro tipos que venían detrás de mí. Se paró al llegar a su altura. Intercambiaron algunas palabras. Demasiado rápido para preguntar una dirección o algo así. Seguramente se conocían. Pensé en correr, pero no me parecía una buena idea, porque eso sería dar a entender que me sentía vulnerable. Yo, que tenía diecisiete años, también había visto películas, como todo el mundo. Me di media vuelta de modo que, aunque todavía estaban lejos se diera cuenta de que los miraba descaradamente. Retándoles. Y metí mi mano derecha en el bolsillo del abrigo de un modo muy obvio, con la idea de que pensasen que llevaba un arma. Realmente con tan poca luz, quizás no veían nada concreto. Después de lo cual seguí andando. La mano izquierda colgando. La derecha oculta como mi pistola imaginaria. No quería volverme a mirar… Pero ¿Y si estuvieran ya corriendo hacia mí? Se oía ese murmullo que hace el tráfico cuando está lejos, pero apagado. Oía mis pasos y me esforzaba en oír los de mis supuestos perseguidores y… ¡Los oía! Era evidente que habían acelerado el paso para aproximarse a mí. Y quedaba muchísimo callejón por delante… Forcé la vista para ver el final y lo que encontré fue otro tipo que venía por delante. Si era una persona normal, podría convertirse en mi tabla de salvación. ¿Pero y si era otro amigo de ellos, como los del coche? Oí el motor. Estaba dando la vuelta. Aquello no me gustaba nada. En el mejor de los casos, tendría que darles el reloj y el dinero, pero eso no me importaba mucho. Iban a llegar a la vez los de atrás y el hombre que venía por delante. No, no, no valía la pena correr. Hice más ostensible que movía la mano derecha dentro de mi abrigo, pero no sé si lo podrían apreciar con tal oscuridad.
Llegó primero el hombre que venía por delante. Recuerdo que era un calvo prematuro, de unos treinta años. ¡Dios, la pinta no podía ser más turbia! A dos metros de mí, me dijo:
-¿Tiene fuego?
-No, no fumo -contuve la respiración.
-Da un poco de miedo esa gente que viene. Me vuelvo con usted si le parece, porque yo no quiero pasar por al lado de esos tíos solo. Vuelvo por donde he venido y nos acompañaremos mutuamente. ¿De acuerdo?
-Estupendo.
Comenzamos a caminar uno al lado del otro sin hacernos preguntas ni tratar de mantener una conversación convencional. Los dos estábamos pendientes de lo que sucedía a nuestras espaldas.
Pero el Ford Escort matrícula de Barcelona, rebasó a los que nos seguían a pie y pasó lentamente de nuevo por al lado de nosotros, fijándose mucho y nos adelantó. Mi recién conocido compañero miraba con los ojos fuera de las órbitas sin atreverse a decir nada. Y a unos diez metros, subieron las ruedas derechas a la acera que era muy estrecha. Nunca he tenido tanto frío como en ese momento. Tampoco estaba seguro de poderme fiar del hombre que tenía a mi lado, que por fin empezó a decir todo el rato:
-Ostia, ostia, ostia…
-¿Llevas algún tipo de arma? -le pregunté con la voz temblorosa.
-Ojalá llevase una. Una metralleta. Dios, pobres de nosotros.
-Somos dos. ¿Para que se van a complicar? -decía yo tratando de disimular el temblor.
-¡Ellos son siete, no sé cuántos! Yo les doy la pasta antes de que me la pidan -respondía el desconocido.
El conductor y el acompañante salieron del trasto con ruedas a esperarnos. Los que venían de atrás ya casi estaban allí.
-Hola -dijo el conductor-. ¿A dónde vais tan deprisa?
-Yo voy a un taller literario. ¿Os parece bien?
-¿Has oído, Paco? ¡Van a un taller literario!
-¡Oh! ¡Qué bonito debe de ser eso! ¡Un auténtico taller literario! ¿Vais a allí para escribir una poesía?
-No, yo voy a allí para pegarles un tiro en los huevos a todos los del taller -dije yo y en mi bolsillo del abrigo, puse mi dedo estirado como si fuera una pistola de modo que pudieran ver hacia dónde apuntaba. Se quedaron mirando en silencio hasta que el copiloto rompió a reír y le dijo al conductor:
-Solo es un fantasmilla. ¡Vamos! ¿Qué pasa? Estos dos caben juntos en el maletero.
Pero el conductor se me quedó mirando con expresión confusa. Por fin dijo.
-No es eso… ¡Ey, tíos! ¡No son estos, jodidos!
-¿Cómo que jodidos? Si lo has dicho tú.
-Pues sí, es que me he equivocado. ¿Pasa algo?
-Si te has equivocado no digas jodidos, que te has equivocado tú.
-Bueno, pues estos no son. No les hagáis nada.
-Y encima pregunta que si pasa algo. ¿De qué va este capullo?
Y a partir de ese momento los seis tipos siniestros que allí estaban empezaron una discusión en bucle, sobre quién se había equivocado y quienes podían o no llamar «jodíos» a los demás.
-¡Oye, que se van esos dos!
-Claro, claro, que se vayan. ¿No te digo que no son?
-Anda, que…. Anda, que… ¡Ya te vale!
-¡Menos mal que al final te has dado cuenta! -se iba oyendo la discusión cada vez más lejana mientras el desconocido y yo caminábamos cada vez más deprisa.
-Y encima nos llama jodidos, el tío.
-La habríamos cagao.
-No, tío, la habrías cagao tú. Y el jodío eres tú.
-¡Eso!
-¡Sí señor!
-¡Qué va, qué va! Que no, que habría mirado bien antes de disparar.
-¡Anda ya, tío, yo no puedo trabajar con éste! Acabaremos disparando a su puta madre, porque se confunde el cabrón. ¡Se confunde!
Al oír esto último me quedé helado.
-¿Has oído? Nos habían confundido con alguien a quien iban a disparar.
-¡Sí! ¡Vámonos, vámonos! ¡Más deprisa!
Seguimos andando a la velocidad de Meco en pleno maratón.
-¿Tú llevas pistola de verdad? -me preguntó.
-¿Quién yo? Esteee… Sí… Sí, sí.
-Dime la verdad, que no te voy a atracar.
-Llevo, llevo.
-¿Y vas a ir a un sitio literario o no sé qué a matarlos?
-No, voy a aprender a escribir relatos. No voy a matar a nadie, en principio, salvo que escriban «con todo mi ser» y «por todos los poros de su piel», que entonces no podré contenerme.
-Tú no llevas pistola.
-Que sí, que llevo.
-A ver, enséñamela. O dime qué tipo de pistola es.
-Como te pongas pesado te meto un tiro y se la cargan esa panda de idiotas.
-No llevas.
-Vale, ya está bien. Aléjate de mí. No somos amigos.
-¡Coño, si casi nos matan! ¡Eso une mucho! Pero está bien, si no somos amigos, dame el reloj y la pasta.
-¡Vamos, no me fastidies!
-¡La pasta!
-No veo tu arma.
-Ni yo tu pistola.
-¡Qué pesado! Llego tarde al taller de narrativa.
-¿El de Enrique Brossa?
-No, a otro. Pero me han dicho que ese está muy bien. ¿Lo conoces?
-Sí. Es por videoconferencia, desde tu casa. El jueves entraré gratis a una sesión a las 19:30 horas de Madrid. Es lo que deberías hacer tú en vez de atravesar andando este “pasadizo” de la muerte.
-Joder, pues dime cómo me apunto, venga, que sí que somos un poco amigos.
-Contacta con Enrique Brossa, por ejemplo, desde Facebook y le dices que quieres asistir gratis a una sesión. Y ya está.
-¡Qué fácil! ¡Vale tío! ¡Amigos, pues!
-Sí, sí, amigos. Y ahora dame la pasta.
-¡Dámela tú! ¡Que yo llevo pistola!
-¡Venga ya, tío! ¡Tú no llevas ni el boli!
-¡Andá, es verdad! Perdona, oye. ¿Tú me podrías dejar uno?
Taller de Escritura Enrique Brossa
Sesión gratis los jueves a las 19:30
Contáctame primero.
actividades@desafiosliterarios.com
por enriquebrossa | 10 10+00:00 May 10+00:00 2020 | Relatos
CRÓNICAS DEL FIRMAMENTO. Frito de estar en el cielo.
Bueno, pues estaba yo ya frito de estar en el cielo cuando de pronto se me acerca un tío mayor: barbudo, así como con barba blanca, muy musculado, como de gimnasio. Veo que viene directo hacia mí y me dice:
-¡Buenas!
-Hola, muy buenas.
-Soy tu Padre.
-¿Perdona?
-Dios Padre.
-¡Ah! ¡Bueno! Menos mal que lo has aclarado porque yo con mi Padre… pocas bromas.
-No me habrías podido pegar ningún puñetazo. Soy Dios.
-Como si eres la Virgen. Yo te digo que con mi padre no te metas.
Puso cara de estar así como muy por encima y me dijo.
-Bueno, dejemos eso que ya está aclarado.
-¡Eso! Dejémoslo, que más vale que lo dejemos.
-Bien.
-¡Muy bien! -contesté yo levantando el mentón.
-Como te estaba diciendo, yo soy Dios Padre.
-¡Me alegro! Encantado.
-Bien, como sabes yo conozco hasta tus más ocultos pensamientos. Y la verdad, todo lo que me llega de ti es que estás muy descontento con todo. Y claro, estar aquí y poder verme es un premio, pero si prefieres ir a otro sitio.
-Pues mira ya que lo dices, es así. A mí el cielo me ha decepcionado bastante.
-No tienes pelos en la lengua para decir las cosas sin rodeos.
-Es que no hay que tenerlos.
-Ya, pues hombre, sabiendo que todo esto lo he creado yo, podías plantearlo de otra forma, con un poco más de tacto, ¿no te parece?
-Yo es que soy muy directo.
-Bueno, y qué es lo que tanto te molesta del cielo.
-Pues es que… a ver: tú eres el que has creado esto, dices, ¿no?
-Si, claro, yo soy el que lo crea todo, ¿Quién si no?
-Y la Tierra, ahí abajo donde estaba yo cuando estaba vivo. ¿También la has creado tú?
-Claro. Todo. No ves que yo soy el alfa y el omega y…
-¡Ya, ya ya! Ya me lo sé, lo del alfa, el omega y no sé qué más. Pues no me lo explico.
-Qué es lo que no te explicas.
-Parece que lo haya hecho una persona completamente distinta. No me entra en la cabeza que quien ha hecho la tierra haya hecho el cielo.
-Vaya.
-Pues sí, la verdad. El mundo mola. Puede ser un poco fastidiado a veces, pero el mundo está chulo, la verdad. Vamos, yo algunas cosas las habría hecho de otra forma, pero vamos, está bien. En general, está bien.
-En general…
-Sí, en general. Está bien, sin entrar en detalles. ¡Porque hay cosas que no están bien! Pero te estoy diciendo que el mundo mola. Pero ¿esto? ¿Este cielo? Parece que el cielo se lo hayas encargado a algún inglés.
-No he encargado nada a nadie, ni a un inglés ni a alguien de ningún otro lado.
-Pues fíjate, que yo pensaba que sí.
-¿Por qué un inglés?
-Porque me recuerda mucho a las patatas esas cocidas que se comen con mantequilla, como tontos.
-Ay, Virgen Santa. Desde luego, todo en mí es infinito. Mi paciencia por ejemplo es infinita.
-Esto del cielo es sosisimo. Pero si no sabes aceptar las críticas no te digo nada y ya está.
-Pues eres el primero que se queja. Está todo el mundo contento y feliz, mirándome.
-¡Pero por favor! ¿Y tú dices que lo sabes todo? Lo que pasa es que no te dicen la verdad, por no molestarte, Dios, pero esto es un rollo. Una patata cocida, pero además sin sal. Solo con la mantequilla inglesa.
-Vale, pues te mando al infierno si lo prefieres.
-No me parece muy democrática esa actitud tuya, Dios. La verdad -dije yo bajando el tono.
-La verdad soy yo. Y la vida.
-Pues hala, lo que tu digas siempre, no se te pueden decir las cosas. Solo cuando todo es bonito y adorarte y eso, bien. Ahora, como digas que algo no te gusta te mandan a las calderas. Pues mal, qué quieres que te diga, mal, mal, mal. No es lo que se espera uno al venir aquí. Lo suyo es escuchar a tu cliente. ¿Quién es el usuario? Si no sabemos escuchar la opinión del usuario, vamos mal.
-Vale, pues dime que es lo que no te gusta.
-Hombre, te vas a la Tierra y te encuentras de todo. Leopardos, tigres, colores, chicas, olores, playas, frutas, motos, mascotas puedes esquiar…
-¿Me lo dices o me lo cuentas? ¡Que lo he hecho yo todo!
-¿Esquiar también lo has inventado tú?
-Bueno, la nieve.
-Pero no es lo mismo. ¡Y aquí qué hay! Esto es muy feo, todos aquí suspendidos es una nube, y no se ve más que todo blanco, no hay ni esquinas. Te dejas en algún sitio los kleen-Ex y ya los puedes dar por perdidos porque no sabes si vienes de aquí o de allá, yo aquí no me oriento. No me gusta nada. ¡Es soso y feo!
-¡Es decoración minimalista!
-Pues a mí no me va el minimalismo éste de las narices.
Se me quedó mirando Dios sin decir nada por un tiempo, que me pareció una eternidad, claro. Que ese es otro tema del que también le podría haber hablado…
-¿Sabes qué? -me dijo Dios Padre- Tú has tenido que ser algún error administrativo.
-¡A ver si al final va a ser verdad que eres mi padre!
por enriquebrossa | 10 10+00:00 May 10+00:00 2020 | Relatos
MUERTE EN LA LUNA
Yacer en la superficie lunar y abandonarse a la muerte era ya su única perspectiva. Estaba muy debilitado. Se había dejado caer sobre aquella superficie polvorienta y se levantó una nube de partículas que iban depositándose paulatinamente sobre su escafandra. El relieve lunar era paradójicamente una vasta planicie en aquella zona, por lo que Dobrovolsky solo podía ver el firmamento negro con estrellas, cada vez más difuminado, debido a las motas de arena que iban poco a poco cayendo sobre su visor. Le dolía la espalda, sentía el cuello incapaz de sostener el peso de su cabeza. Notaba las rodillas como si fueran de mayonesa. Su respiración resonaba agitada dentro de su traje espacial. Y el corazón latía tan fuerte que recordó cuando se mareó un día de niño al tomar café. Decidió dormirse y morir, no tenía fuerzas para otra cosa. Estaba seguro de que la nave que esperaba jamás vendría a buscarle. Y cerró los ojos. Pensó en su mujer y en sus hijos y dijo en voz alta:
-Adiós.
Fue su despedida lanzada al vacío.
Minutos después, abrió los ojos. Se sentía colgado en el firmamento y dio gracias por el privilegio de irse del mundo de los vivos en un escenario tan espectacular en vez de en una simple cama de hospital. Sin embargo, notó una molestia nueva, que probablemente le habría despertado. Una prosaica sensación que parecía contradecir lo mucho que tenía de solemne y sobrecogedor aquel momento de su partida. Tenía una gran necesidad de orinar. Pero qué más daba. Lo haría dentro de su traje. Es algo que estaba previsto, pero que él trataba siempre de evitar. Incluso el propio uniforme reciclaba el calor; y el agua en ciertas condiciones y era reintroducida en su cuerpo como un suero mediante el sistema de microcatéteres de la ropa interior, sin pedirle permiso. El ácido úrico prolongaba la duración de las baterías. Esto realmente podría darle algún rato más de vida, aunque eso le daba igual. Hora más, hora menos… ¿Qué cambiaba eso? Siempre evitaba evacuar en los depósitos flexibles previstos en el traje. Pero esta vez no lo dudó, y pronto notó el avance de un cálido y delicado recorrido junto a su muslo izquierdo. Y no pudo evitar sonreír al destruirse totalmente la magia del momento. Irse riéndose de sí mismo le pareció lo más adecuado. Había estado bien. Una última holganza, si se podía llamar así. Una liberación postrera.
Sintió que sus dolores se atenuaban. Trató de tranquilizar su corazón para reducir el consumo de oxígeno.
-Mensaje a la Tierra -dijo. Y una pequeña luz verde brilló en su visor confirmando que la computadora de su traje estaba lista para grabar y emitir-. Soy el comandante Mijail Dobrovolsky. Hoy es el día… ¡Decir día! -y la voz automática del traje se intercaló: «12 de agosto del año 2191 del calendario terrestre occidental. Son las 15:07.»
-Estoy esperando la muerte ya que nuestra nave principal ha explotado por motivos desconocidos cuando yo estaba fuera. Mis compañeros han salido en una subnave exploradora hacia la zona a investigar y supongo que al perder la señal están teniendo problemas para encontrarme, si bien la subnave tiene sus propios sistemas guía. Sea como sea, entiendo que si llegan tampoco podremos regresar a la Tierra con la subnave. Por lo tanto, solo puedo pedir que vengan a rescatarnos. Realmente no creo que me quede mucho tiempo a mí, pero ellos dentro del vehículo podrían sobrevivir bastante más tiempo. Por tanto, les solicito una acción para rescatarles urgentemente. Digan a mi familia que mis últimos pensamientos han sido para cada uno de ellos. Ruego a las autoridades que favorezcan su bienestar económico. Viva la Unión de Países. Fin del mensaje.
Dobrovolsky miró su mano gruesamente enguantada y la pasó por su visor para poder ver mejor las estrellas mientras se extinguía su aliento. A su izquierda pudo ver lo que imaginó que sería una lluvia de perseidas. Asintió tres veces con la cabeza, como si agradeciera esa oportuna visión de estrellas fugaces como un homenaje de fuegos artificiales a su persona en el momento de su final.
-¡Mi comandante, mi comandante!
La voz de uno de sus tripulantes se oía con una calidad tan perfecta que por un momento creyó que lo tenía a su lado. Se quedó tan aturdido que tan solo dijo.
-¡Qué! ¡Qué pasa!
-Mi comandante, su radio no está emitiendo por nuestro canal y deduzco que tampoco nos ha recibido. Sin embargo, hemos detectado su mensaje a la Tierra.
-¡Dios mío! ¿Dónde estáis?
-Aquí en la nave. Hemos apagado fácilmente el fuego y extraído los humos. Hemos logrado entrar y hemos comprobado que usted no estaba dentro como nos temíamos. Mi comandante, no nos dijo que fuera salir.
-Tienes razón, Guerásimov. Lo siento.
-¿Por qué lo hizo, Comandante?
-No soporto ir a la Luna y no pisarla. Es como esos ejecutivos que viajan a reunirse en distintas ciudades de la Tierra y no tienen tiempo de darse un paseo en ellas. Ahora, venid a buscarme.
-¡Dios, mi comandante, perdone que se lo diga, pero ha arriesgado usted nuestras vidas!
Un silencio fue la respuesta. Decidió que no podía reconocer demasiado claramente su negligencia.
-¿Cómo ha quedado la nave?
-No ha sido grave. Más espectáculo que otra cosa. Creemos que podremos regresar y en todo caso, aquí cabe esperar una operación de rescate.
-Debería echarme a llorar. Ya estaba convencido de que moriría.
-Mi comandante, somos militares.
-¿Cómo se atreve a recordármelo? Además de insensible es usted irrespetuoso.
– ¿Quiere que le dejemos morir aquí, comandante? ¿Le abandonamos?
-¿Cómo dice, capitán?
-Mi comandante, desde que le ha dado por escribir se ha convertido usted en una especie de sonámbulo. Todo lo hace mal. Parece usted drogado. Nos ha puesto en peligro. La nave ha explotado porque usted lo permitió al configurar erróneamente su salida. ¿Qué tal si le abandonamos aquí y usted se queda mirando las estrellas? ¿Le abandonamos? Tenemos parejas e hijos, proyectos y emociones tan importantes como las suyas. Mi comandante, es usted un irresponsable. ¡Quédese aquí!
-Si me abandonan acabarán en la cárcel todos. Y yo no podré escribir más.
-¿No podrá escribir más? ¿Es eso lo único que le importa?
Dobrovolsky guardó silencio.
Dentro de la nave, los otros tres tripulantes estaban tan irritados como Guerásimov o más aún y se miraron a los ojos como preguntándose unos a otros: ¿nos vamos?
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por enriquebrossa | 9 09+00:00 May 09+00:00 2020 | Relatos
Muchos individuos tratan de crearse una personalidad sobre las ruinas de los demás.
Esos que intentan siempre estropear el brillo de los otros: o los que se alegran del fracaso de los que valen más; los profesores que se ponen displicentes dando lecciones a los niños, se sienten geniales ante su audiencia favorecidos por la tarima; otro se crecen ridiculizando a su mujer; luego está la gente que pretende hablarte continuamente como si te diera instrucciones, consejos y hasta órdenes; el abogadillo que mantiene distancias y da la mano alargando el brazo como si alguien tuviera algún interés en abrazarlo; los amigos que ridiculizan siempre a un tercero; el hermano que trata de anular a otro hermano; las colegialas cool que amedrentan a sus compañeras; el patán que cree que lidera algo monopolizando las conversaciones en el restaurante y únicamente logra estropear todas las veladas; el empleado que genera críticas respecto a los compañeros con los que rivaliza; la vecina que cotillea de todo el mundo, trata de ser escuchada a base de desvelar vidas que no le pertenecen; las mamás que confunden la intimidad de sus niños con la suya y cuentan cualquier cosa de ellos cuando están con los papás de los amigos de sus hijos; el grupito de clasistas y nacionalistas que presume de tener prejuicios respecto de los foráneos o los pobres porque creen que eso les aporta un nivel social; el conservador que parece ser un ejemplo de moral pero desprecia a casi todo el mundo: los bobos que presumen de la gente a la que conocen, luego no ven nada interesante en sí mismos; el opinador cuya propaganda consiste en ironizar de manera tramposa, porque sabe que burlarse es más mucho más fácil que argumentar; los amigos competitivos que no pueden evitar portarse mal contigo en determinados momentos; los que toman tu educación por una debilidad; aquellos que intentan que se valore más su carácter que tu inteligencia; esos a los que les molesta tu personalidad; los que dicen eso de “quién se cree que es”.
Hay miles de ejemplos de indeseables que apenas hacen algo en su vida en favor de sí mismos que no vaya en contra de las personas concretas que les rodean, Tratan de generarse un espacio en el que dominar. Su seguridad tiene que manifestarse de modo molesto o dañino para los otros. Su autoconfianza se construye tratando de menguar la tuya.
Dan pena, porque eso es otra manera de manifestar su impotencia y sus limitaciones. Pero no merecen nuestra atención.
Que otros no se basen en ti. Básate tú en ti. Crea tu mundo. Hay otro tipo de seguridad que no tiene relación con la de los otros. Apoyada en tu pensamiento, y en ti. Se puede dejar de competir en ligas que no son del deporte que te gusta. Vete de las fiestas a las que no te interesa asistir. De hábitats que no corresponden a tu especie. Tú eres otra cosa. Como Desafíos Literarios.
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por enriquebrossa | 9 09+00:00 May 09+00:00 2020 | Relatos
Verás a los pájaros volar, y a las nubes, sobre estos, corretear como niños hasta enfadarse y llorar. Contemplarás los charcos reflejar como espejos los juegos de las nubes y las sonrisas serán para ti amaneceres. En los albores tibios y en el frescor de la noche percibirás las fragancias de cada estación del año. Vas a admirar el destello en las pupilas mucho más brillante, como estrellas asomando. Disfrutarás en cada momento de un regalo siempre renovado. Se llama instante, y es lo mejor de la vida, por su significado, en el cual reside el de toda la eternidad y el de todas las cosas. El creador jamás te permitirá revelarlo obligándote a olvidar las palabras necesarias. Sin embargo lo podrás sentir y comprender mediante vivencias y emociones. Gozarás de lucidez y de alegría al saber que ahora todo va bien. Que pase lo que pase, todo irá siempre bien. Eres como el universo, una maravilla inexplicable, un capricho de Dios, que os habrá creado a tu risa y a ti pletóricos de felicidad. Todo irá bien. Todo irá siempre bien. Ya sabes que la calidez que se siente al tomar una mano está hecha con las caricias del sol. Que todo es calor de algún sol. Sabes que, de aquella gran explosión que convirtió el vacío en millones de universos, dejando la nada salpicada de galaxias, tú eres la gota más bella, más bonita, que jamás haya surgido desde semejante ebullición.
Hijo mío, bienvenido.
por enriquebrossa | 9 09+00:00 May 09+00:00 2020 | Relatos
Parece que hay un tiempo que se estanca cuando las últimas horas del día han pasado ya. Desde aquí veo la carretera que rodea la ciudad, separándola del campo como una frontera que marca el principio del territorio de los monstruos y de los lobos. Veo la gasolinera, por la mañana destino de filas de coches, ahora parece un escenario de ciudad fantasma. Miro las farolas, y bajo ellas, diviso la quietud absoluta y helada. Ningún transeúnte profana ese desierto, hasta que se oye un rodar de neumáticos que se acerca y se va en instantes. Y el silencio se recupera: espeso, profundo, imponente. La noche en la ciudad desaparece mientras te acercas a ella. Porque la llenas.Poblando la zona en la que transitas la quebrantas. La contaminas con presencia y con movimiento. La pureza inapelable de la noche se aprecia mejor desde la lejanía de mi ventana, porque las zonas por donde no voy se ven vacías, como son siempre en realidad. Atisbo donde no estoy. Compruebo mejor desde lejos, cómo la vida ocupa provisionalmente lo que de día no podemos ver, que es el vacío entre los átomos sobre los que pretendemos caminar ingenuamente hacia algún sitio. Es el cosmos. El cosmos siempre vacante. Es la vida un musgo nacido en una grieta de la no-vida. Se piensa estridente en su rendija pero desde la altura es mudo como un hormiguero, rebosante de afanes sin sentido, pero silente y sordo. El día es un espejismo provocado por el sol. La materia es un mundo siempre en la noche. Siempre es en el fondo la noche. La luz es una anécdota de la creación. El universo entero es una continua e infinita nocturnidad.
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por enriquebrossa | 9 09+00:00 May 09+00:00 2020 | Reflexiones
Yo también he visto esas desoladoras habitaciones. El deterioro de personas y cosas. Es la ruina, que de una forma u otra, nos acecha. Como las cucarachas que normalmente no aparecen si detectan movimiento o luz. La ruina está callada siempre, mirándonos, espiando, mientras nosotros vivimos, pero nuestra vida la mantiene a raya. Seguir viviendo; amar la vida; dar vida; apoyar la vida de los otros, detiene el avance del derrumbamiento normal de las paredes,porque es afortunadamente lento, salvo catástrofe. En general, podemos con ella, con la ruina. La barremos cada día sin casi darnos cuenta. Retrocede si nosotros andamos. Es en realidad sencillo. Mejor será no observarla. Mirar hacia adelante y darte un paseo. Yo pago mis deudas con el pasado actuando cada día y confío en que así las paredes se pintarán solas, mis recuerdos no serán dolorosos y mi memoria estará menos desconchada. Eso y darle besos a quien se le debe, mantiene la casa a salvo.
Por si no lo sabes, yo, aunque nunca he puesto un ladrillo en su sitio, ni he dibujado unos planos, soy un experto mundial en paredes. Si no te lo he dicho antes ha sido por pura modestia
por enriquebrossa | 9 09+00:00 May 09+00:00 2020 | Reflexiones
La capacidad de concentrarse y la de no distraerse, he leído que no son la misma cosa. Yo pensaba que sí, que si no te distraes te puedes concentrar y que si no te puedes concentrar te distraes. Pues yo he leído que no es así. No me fio mucho de toda la ciencia de divulgación que pulula por internet, que normalmente no vale un pimiento. Cualquier boludo con un blog, como diría un argentino, copia, la copia, de la copia, de la copia, de un estudio, y en cada una de estas fases de transcripción, como es lógico el rigor no puede aumentar, solo salir más y más perjudicado cada vez. Es como ese juego del telegrama que al final no se entiende nada, al que juegan todos los niños y los comerciales. Los niños gratis; los comerciales, porque cobran los consultores miles de euros previo comisionamiento al director que los contrata. “Hoy vamos a hablar de la comunicación”. Que uno se salga del aula y el otro diga… Y los comerciales se hacen el harakiri de inmediato, así sentados como estaban. ¿Otra vez a perder el tiempo con chorradas? -se dicen. Da igual. Todos dirán al acabar el cursillo que la charla les va a venir de maravilla. Decir otra cosa estaría mal visto.
Pero bueno, me he ido del tema: me he distraído. Yo quería hablar de la concentración y de la distracción. Que parece ser que NO son las dos caras de la misma moneda. Yo tengo un enorme poder de concentración. Extraordinario. Si me interesa lo que estoy haciendo ya puede caer una bomba a mi lado que yo ni me entero. Sin embargo, según el boludo que tiene un blog al que he leído antes, con los años la tendencia a la distracción aumenta, al margen de la evolución de la capacidad de concentración. Y yo que también soy boludo perdido y hasta tengo varios blogs… ¿Qué voy a hacer? Pues repetirlo a mi manera y estropear más las conclusiones del estudio, si lo hubo, sobre este tema tan mollar.
¿Y todo este rollo para qué? Como diría Gila: ¡Y yo qué sé! No me acuerdo, me he distraído o desconcentrado, vaya usted a saber, si sabe por dónde, y no se distrae. “Que m´he liao”, como se dice ahora. Me distraigo.
La palabra distraer proviene del latín, que es de donde debe venir una palabra seria. El prefijo dis- di- ya lo conocemos todos, implica separación. Por ejemplo: diseminar, discutir, disgregar, distorsionar, disonante, discernir, diseccionar, discapacitar, distinto… Así podemos seguir hasta mañana. Quizá el español tenga más de 2.500 palabras que empiezan por dis-. O quizá no. Da igual. A mi me parece que es un prefijo estupendo. Hay un montón de palabras que me gustan que empiezan así, separando las cosas con dis-. Solo me da miedo el divorcio.
Y traer viene de trahere, que es arrastrar en latín. Una distracción te arrastra de otras cosas, separándote, aunque tú no quieras, de realidades o de objetivos. Las distracciones nos apartan de lo importante. Si no, no serían distracciones, sino cambios foco de interés. En el uso popular de la palabra una distracción y un entretenimiento pueden ser lo mismo: “niño, pinta un dibujito y así te distraes un rato”. Eso nos lleva a la idea de que hay distracciones voluntarias e involuntarias. ¿Si son voluntarias nos distraen de lo importante? Si son voluntarias podrían distraernos de algo tan importante como la soledad o el aburrimiento o el dolor. Hay mucho que aprender de estas tres cosas… Son importantes. Quien no les ha dedicado algún rato, se convierte en una cabeza medio vacía. Más contenta, eso sí… ¡Pero, bah! ¡Vacía!
Los americanos llaman al show bussiness también la industria del entertainment, como bien sabes: el entretenimiento. Pero ahora que estamos en la época de internet, y que con el COVID19 alcanza un estado apoteósico, la industria se debería llamar, no del entretenimiento, sino de la distracción. Internet nos distrae, en la mejor y en la peor de las acepciones. Nos arrastra, nos arranca de la realidad y hasta de nuestros principales intereses. Y el estado, el poder, no nos protege, sino que aspira a utilizarlo. Nos trata como a niños respecto a muchas cosas que nos prohíbe. Sin embargo, nos trata como adultos cuando podemos perder nuestra vida con las ludopatías en general, y en particular con esta nueva adicción compulsiva a consumir memes y memeces por internet, así como a transmitirlas a terceros. En vez de asistir a una asociación local de toxicómanos anónimos, pertenecemos a una gran masa global de adictos con seudónimo.
¿Qué es lo importante? ¿De qué no debo distraerme? ¿De quiénes no deberíamos distraernos? ¿Con quiénes no deberíamos distraernos? El tema tiene su miga.
No quiero perder de vista lo vitales que son algunas cosas. Y algunas personas, más. Y yo me lo estoy temiendo. Voy a pasar del estado de inmadurez al de senectud sin solución de continuidad. Antes me distraía porque era un inmaduro. Esto es cuando las mujeres dicen de alguien eso de “es que ése es un crío”. ¿Me estaré distrayendo ahora también por la erosión causada por los años, según el estudio que mencionaba aquel boludo en su blog? No lo sé. Pienso que nunca fui muy crío. Y ahora me siento más joven que cuando era más joven, si cabe. Sin embargo, me distraigo. Me confundo. Me pierdo. Te pierdo.
Te pierdo.
Te pierdo, y no quiero. Querría distraerme contigo y no distraerme de ti. Que nadie me arrastre lejos de mi realidad, que eres tú.
por enriquebrossa | 9 09+00:00 May 09+00:00 2020 | Relatos
Hace falta respirar de vez en cuando. Dejar pasar el aire que va corriendo de aquí para allá dando la vuelta al mundo en rachas, que son como bandadas de aves migratorias invisibles. Podemos morder la corriente con la boca, y arrancar un trozo de atmósfera para después procesarla y mezclarla con combustible para nuestras viscosas células y escupir el resto. La naturaleza tiene un nombre inapropiado, no debería llamarse naturaleza. Decimos que algo es natural cuando nos parece puro, sencillo y como debe ser. Sin embargo, la naturaleza es extraña. Es muy extraña.
Por ejemplo, los batracios. La primera vez que siendo un niño vi un sapo me sorprendió lo mucho que se parecía a un ser humano. Sus dedos, sus patas, sus ancas, su tripa… Era una versión reducida del portero de mi casa. Ese anfibio recordaba más a nuestro conserje que ningún simio. Un hombre obeso, de ojos saltones y una gran papada. Solía permanecer largas horas sentado sobre una silla negra de madera. De vez en cuando movía la cabeza en algo que pudiera parecerse a un saludo gestual y entonces temblaba todo su pellejo colgante que le unificaba la barbilla, el cuello, el pecho y la tripa. Era un solo saco fofo de vísceras con camisa rozada y corbata de luto; como un enorme escroto vacío con gafas, cuya continuidad se adivinaba por debajo del cinturón, hasta derramarse sobre los muslos. Respiraba con dificultad y con muchos silbidos, debido a que su sistema respiratorio había sido sacrificado con tesón por fidelidad religiosa al tabaco con el que mantenía continuas citas.
Don Sapo daba miedo. El aire no le nutría lo suficiente y dejaba el tragadero abierto, como si emitiera un grito mudo. Pero él seguía suministrado humo a su enfisema pulmonar. Siempre con la boca abierta, los ojos fuera de sus orbitas, no detrás de las gafas, sino asomados por encima de estas, casi desbordando sus lentes que resbalaban por su nariz, siempre brillante como de hozar en chuletas grasientas.
Hoy me duele la cabeza. Tengo asma. Soy grupo de riesgo para el coronavirus y he recordado a don Sapo, que ya nos dejó cuando yo era un niño todavía. Fue un día raro, como la naturaleza misma. Extraño, como es natural. Salí del ascensor y vi que su silla negra estaba vacía en la conserjería. La minúscula cabina del conserje, en aquel momento deshabitada, parecía una vitrina robada. Sobre la silla, un pequeño cojín muy aplastado, de color y antigüedad imprecisa, fue descubierto por los vecinos. Un cojín casi adherido a la silla por el mero efecto de la fuerte presión ejercida y soportada, del sudor de las posaderas y del tiempo casi infinito de una vida sin sentido. Aquel cojín, modesto, abrumado, fiel y digno como las viudas de antes, deseoso de acompañar al finado hasta el otro barrio. El presidente de la comunidad de vecinos estuvo a punto de mandar incinerar el cojín pues seguramente lo imaginó, superpoblado de microbios y miasmas, rodeado por una nube biológica de bacterias, efluvios malsanos y partículas fragantes orbitando alrededor, pero finalmente solo dio una instrucción escueta al suplente. ¡Tírelo! No habiendo un palo cerca ni unos guantes, el presidente no habría podido tocar aquel cojín casi adherido a la silla por el mero efecto de la apabullante presión soportada, el sudor y el calor de unas posaderas y de los infinitos instantes del tiempo de otra vida sin sentido.
Don Sapo no se fue del todo hasta que su almohadilla, desproporcionadamente pequeña en comparación con el abdomen del muerto, no se mezcló en el camión de las basuras con otros desperdicios.
No sé por qué lo he recordado hoy. Quizá porque creo que me iré de este mundo como don Sapo. Con la boca abierta, con ese gesto de grito ahogado de quien no puede respirar. Pero sin la admiración ni la entrega de aquel abnegado cojín, diminuto pero heroico, que siempre soportó su carga sin rechistar.
Yo también habría deseado que alguien atenuase un poco mi contacto con la dura realidad. Nada ha amortiguado nunca mi sufrimiento. Quien ha sabido calarme, sabe que mi existencia ha sido menos mullida de lo normal. No me han faltado momentos de felicidad, ni placeres, ni éxitos, ni satisfacciones, pero en general, he atravesado tormentos que la mayoría de la gente tiene la suerte de no poderse imaginar.
Pero don Sapo, a quien Dios mantenga en su gloria, no era mi modelo a imitar. El mundo está infestado de sapos vestidos, en todos los estratos sociales y profesiones. Casi todos tus vecinos lo son. Gente que come y espera; come y espera. Y saluda con la cabeza.
Yo acepté permanecer mal sentado, porque siempre he sido un dibujante, aunque no dibuje nunca, y quien así se siente, nunca va a empastar su trasero sobre una superficie acolchada, ya que, sea cual sea el asiento, todo artista afronta con orgullo su inadaptación.
No he sabido, ni sé vivir. No sabré nunca, ni quiero, ni querré saber vivir. La naturaleza es muy extraña, está demasiado poblada de invisibles aves migratorias y de batracios con la camisa rozada. No quiero amistad con este mundo.
Yo me ahogaré también, como cualquiera: respiraré sin respirar suficiente y agonizaré hasta desaparecer. Y si la tirana realidad tuviese conciencia de sí misma, debería reconocer que, pese a mi insignificante y pasajera existencia, fui rebelde a mi modo, y que mantuve mi gesto reticente y hostil.
Y que nunca me acomodé.
por enriquebrossa | 15 15+00:00 Sep 15+00:00 2019 | Reflexiones
Tengo en mi cuerpo una bala perdida y otra disparada a conciencia.
Y en mi conciencia, a un lado una duda afilada y al otro un hueco grande como mi cabeza.
Y en mi cabeza, recuerdos dolientes, un sueño sin esperanza y el ánimo a la altura de los pies.
Y los pies en alto, enredados en un laberinto, atados a un pesado manojo de contradicciones, lastrados por un pasado que nunca se aparta de mis ojos.
Y en mis ojos, una mirada cuatro veces perdida:; perdida por mi, extraviada por ti, mirando el cielo y observando la tierra sin poder entenderla.
por enriquebrossa | 14 14+00:00 Sep 14+00:00 2019 | Reflexiones
Aquella lámpara decimonónica con lágrimas de cristal olía aún como la piel avinagrada de su difunta abuela, fallecida hacía décadas. La había traído de aquella vieja casa de la familia, pero realmente no le gustaba nada. De pronto pensó que le traería mala suerte y deseaba destruirla. Le recordaba que del polvo venimos y que en polvo nos convertiremos. Pero luego se dio cuenta de que no era esa la causa de su aprensión. No tenía nada que coleccionar de aquel piso. Ninguna herencia emocionalmente significativa. Si al menos pudiera lograr que esto no les pasase a sus hijos… Pero eso sería como dar un sentido a la vida.
A la mañana siguiente, metió la lamparita en una bolsa de plástico para abandonarla en algún cubo de basuras. Su valor económico o estético no le importaba. Si su mujer preguntase por ella, le diría que la había guardado en algún lugar,hasta que se olvidase.
Sintió miedo de tropezarse con algún vecino en el ascensor, como si cualquiera pudiera darse cuenta de que estaba a punto de tirar un recuerdo de su abuela y despreciarle por ello. Se sintió como un psicópata cometiendo su primer asesinato, y acaso iniciando una corta serie.
La metió en el coche y circuló hasta una solar en construcción, rodeado de contenedores de obra. La idea primera había sido la de abandonar allí la lámpara de la abuela. Depositarla delicadamente, sin que se estropease, de modo que alguien pudiera rescatarla. Pero junto al solar, había un terreno baldío, una profunda cuneta, y más abajo, las vías de un tren. Empezó a caminar hacia allí y al llegar al punto más alto de la cuneta, sacó la lámpara de su bolsa. Abrió la mano y la bolsa voló empujada por el viento en paralelo a las vías férreas. Después, tomó aquel artilugio de anticuario y chillando lo lanzó hacia el cielo tan alto como pudo para luego verlo chocar contra uno de los carriles de acero y desparramar sus lágrimas entre los guijarros y las traviesas.
Sintió que había matado a alguien. También que era un animal. Y un cierto mareo.
Después desanduvo torpemente hacia el coche, entre los matorrales de aquel repecho inculto. Abrió la puerta de su auto y lo puso en marcha. Pero antes de meter la primera, aquel individuo desesperado rompió a llorar inútilmente apoyando su cabeza engominada en el volante, sobre el que cayeron algunas gotas de angustia. Se sintió por un momento extrañado al escuchar sus propios sollozos, como el bebé que descubre su propia voz en la cuna, pero segundos más tarde oyó cómo se acercaba el traqueteo del tren
por enriquebrossa | 9 09+00:00 Sep 09+00:00 2019 | Reflexiones
Se cómo te sientes. Como el día.
Hace mucho calor y notas la corriente fría del aire acondicionado en las piernas, y el sofoco del día continúa aferrado a tu cara, como si vinieras exhausta de un duro camino o de un romance histórico. Frescas las pantorrillas, pero el sudor aferrado a los pómulos y a las ingles, como un molusco.
Hay una mezcla de temperaturas en ti, como una mezcla de sabores. En realidad, tú eres una experta catadora de sinsabores. y por eso localizas distintos amargores en distintas áreas de la lengua y del paladar.
Amarguras. Amargores, es un plural raro que suena mal, pero tú mantienes los regustos separados, sin formar un único amargor, ni una única amargura.
Últimamente detecto tus sensaciones así, simultaneas, pero no unificadas: separadas. No se integran. No promedian. Nada se acaba de disolver ni de resolver. No eres capaz ni de diluir ni de eludir. Avivas recuerdos que no se derriten. Esperaba que fueran como el hielo y fluidificasen rápidamente, pero no. Décadas más tarde te escudas en que un iceberg no se licua tan pronto como un cubito para el gintonic. Cada cual sabe si ha colaborado en la fabricación de los hielos de su vida. Sabes que algunos malos recuerdos no se difuminarán jamás. Tú los cultivas. Corre en tu pecho un líquido espeso que no logras aclarar. Lágrimas que no emulsionan con las risas y andan revueltas en el mismo bolsillo , al alcance de tu mano derecha, como un heterogéneo manojo de llaves para entrar y salir de tu pasado. Rencores que no logras o no quieres desleír. Miedos corren, como grumos en tu sangre, que no acabas de disgregar. Odios reconcentrados que deberías aguar. Recuerdos que liquidar. Enormes pesos mal distribuidos cuelgan con dolor como enormes senos cuyas cargas no puedes nivelar. Emociones que otro dosificaría, te las tomas de un trago, como un bebedor de aguardiente, una y otra vez. Las piedras que guardas no son para rasar tu camino sino para volver a tropezar. Quieres volver a tropezar. Como no lo puedes reconocer, luego buscas un culpable. Pronto sueñas con clavarle dagas. Tus afrentas imaginarias son para ti más reales que la realidad. Quieres creer que las cosas son como tú te las cuentas. Pero en realidad te odias a ti y no a tus culpables. Algunos lo son. Otros inculpados sabemos que no. Que son inocentes.
Triste y contenta, feliz y desdichada, buena y mala a la vez. Disociada. Por un lado, te comprendes y te consuelas, te perdonas y te engañas y haces bien. Por otro… sospechas de ti. Unas veces lejanamente, como oyendo a tu pesar un eco interior, pero a la vez lejano, Otras veces de un modo consciente y claro. Sé que sospechas de ti.
No deberías sospechar. Porque sabes, es un hecho cierto. Llevas siempre contigo tu daga y tu veneno. Emponzoñas las aguas de tu propio rancho. Siento verte tan confundida.
Ahora quizás tú y yo sintamos lo mismo por ti.
Sentimos parecido
al acabar la cena
pena y miedo,
miedo y pena,
por tu daga
y tu veneno.
A veces, cuando cae la tarde cerca del mar, y la luz ya no te permite seguir con tus lecturas, te queda en el alma una caricia suave del aire. En ese momento eres para mí la que podría valer la pena. Pero es solo un instante. Ahí estás tú, mirando la orilla cuando empieza el anochecer. Sensitiva y sola. Sensitiva. Sola.
Y es entonces cuando lo adviertes y te serenas: hay paz allí, donde nada importa.
Pero pronto te olvidas precisamente de esa idea: la paz está donde nada importa.
por enriquebrossa | 9 09+00:00 Sep 09+00:00 2019 | Relatos
Lo primero que veo. La lámpara. Nada más abrir los ojos. ¡Zas! La lámpara. Ahí está, la lámpara esa. Sin piedad. El lamparón. Mira que me importa poco a mí lo que pueda colgar del techo. Como si son arañas, me da igual. Pero es que esta lámpara es como una enorme cucaracha colgando del techo. Ya sé que las que cuelgan son las arañas, no las cucarachas… Bueno, pues como una cucaracha araña. O una cucaracha gigante, como de veinte kilos, pendiendo de la telaraña de otra araña gigante. No sé qué puede parecer más raro, si un dormitorio con tanto bicho gigante o una sola cucaracha-araña… Es peor una cucaraña, suena muy repugnante… pero si son dos bichos son más. Es todo totalmente estúpido. No pienso más que estupideces.
¿Sabes? Cuando las cosas no van demasiado bien, pienso más tonterías de las corrientes, no sé por qué será. Así que motivos no me faltan para decir tonterías. Me despierto y pienso como un resacoso, como un borracho. En algún momento de mi vida tuve miedo de ser presa fácil de las drogas. No es que sea un estoico, pero ahora sé que eso no es en lo que yo voy a caer. No puedo. Como no tengo un euro… Pero si lo tuviera tampoco. Ese no es mi estilo.
Pero es que uno abre los ojos y se encuentra con esa lámpara y ya no puede salir nada bien. Luego miro los rincones donde se juntan el techo y las paredes. Dios, qué cuadros tan feos. Es mejor que cierre los ojos. Y los cierro apretando los párpados. Pero eso es una mentalidad de drogadicto. Querer dormir, querer estar atontado para no ver la cucaracha-araña que pende sobre tu cabeza.
Mi mujer compró esa lámpara en un anticuario. Mi mujer trajo la cucaraña, es la culpable de todo, la responsable de esta situación. La abeja reina llenó el panal de estos objetos retorcidos. Toda esta cantidad de cama, que parece un aeródromo vació, es por su culpa, por dejar la cama vacía. Estoy solo. Quedaré solo. Pero ahora debo ponerme de pie, sea como sea, debo levantar la cabeza. No es fácil. Una cabeza puede llegar a pesar mucho si está repleta de tonterías. Puedo asomarme al mundo. Acerco la nariz al precipicio, veamos… Desde la gran altura de mi cama, y sin separar mi maxilar de la sábana, diviso un suelo de parqué con zapatos, calcetines desperdigados… Bueno, todo es mío: mis calzoncillos están incrustados en mis pantalones y gracias a los agujeros por donde se meten las piernas, forman un ocho perfecto hecho de ropas usadas. O quizás sea el símbolo del infinito. Aunque la imagen no queda como muy edificante, lo del infinito si suena muy trascendente y espiritual o algo así, ¿no? Pues es lo que hay, y ahora sigo teniendo que levantarme. Pero… Oh, no. Oigo pisadas. Y una sombra alargada que se acerca. Lo que necesitaba. Un monstruo. Ojalá me devoré. Que me mate y ya está. La sombra se aproxima. Qué bien, voy a poder descansar en paz. La sombra está casi ya aquí, creo que veo algo oscuro asomarse a los pies de la cama. ¡Dios! Lo que me temía exactamente.
-¡Ven aquí, monstruo!
Es Rastas, mi perro. Un perro que no parece que vaya a matarme ahora mismo. Se parece al monstruo de las galletas. Va directo a olisquear mis calcetines y el símbolo del infinito.
-¡Quieto, Rastas! No me gusta que olisquees mi ropa sucia. ¡Quieto! Ven aquí.
Da media vuelta y me hace víctima de su saludo diario: tres lengüetazos en los dedos de cada pie. Un, dos, tres. Ahora el otro: uno, dos y tres. Hala. Ya ha acabado. Ahora viene hacia mí, iba a decir hacia mí, como si mi yo estuviera en mi cara en vez de en mis pies. Como si no pensase yo con ellos más que con la cabeza.
-¿Qué pasa, monstruo? ¿Quieres que te rasque?
Normalmente me muerde la manga para no hacerme daño. Pero ayer no tuve tiempo de ponerme el pijama, sufrí una crisis de sueño súbito. Me tumbé vestido y a las cinco un pie desnudó al otro hasta que cayeron al suelo mis calzados, que Rastas mira de reojo ahora. Luego me bajé el infinito completo y la camiseta la tiré por aquí… estará entre las sábanas. Tenía la boca muy seca. Hace calor seco estos días. Esta temperatura no me ayuda, no favorece que yo presente una respuesta decidida ante la lámpara que amenaza con lanzarse sobre mi cabeza.
-Qué lámpara tan fea.
Bueno, vamos al tema. Me pongo de pie.
-Rastas, no te quedes aquí comiéndote mis zapatos. Vamos, ven a la ducha.
El perro me mira y tuerce la cabeza como si quisiera enterarse mejor y traducir lo que le digo. Me habrá entendido, porque me sigue a la ducha.
Me miro en el espejo. Parezco un náufrago. Perdón. ¿Qué digo? Lo soy. Soy un náufrago.
-Lo ves, ¿no, Rastas?
El hocico de Rastas se pasea por mi pierna con ese tacto de terciopelo mojado.
Me siento en la bañera como el Pensador y Rastas apoya sus patas delanteras en mis muslos y empieza a chuparme la barba. Yo me protejo la cabeza entre los brazos.
-Rastas, me voy a convertir en uno de los personajes favoritos de mis relatos. Y lo peor es que en cierto modo me parece divertido. Pero sé que no lo es, Rastas. No he madurado,
Rastas empieza a chupar y mordisquear amistosamente mis cabellos y yo envuelvo la cabeza entre las rodillas y manos para defenderme.
-No he madurado. Es por la magia negra de los relatos. Cada historia que imagino se hace real en mí. Debería concentrarme en escribir sobre un millonario.
Tomo a Rastas en brazos. Se resiste un poco, porque sabe lo que va después. Nos metemos juntos en la bañera y cierro la mampara para que no se escape. No le gusta nada bañarse.
-Ven, deja que te despelote.
Le quito el collar y una vez desnudos los dos abro el grifo y el comienza a aullar en cuanto le toca el agua. Gasto en él medio bote de gel. Le froto bien toda su piel de borrego oscuro. Está tiritando, no de frío, sino de terror. Cuando acabo de bañarlo, abro la mampara y salta huyendo del rincón de la tortura y empieza a frotarse contra el suelo y los muebles. Y entonces me ducho yo.
Todos los veranos paso unos días solo. Es una tradición que ya va teniendo algunos años. Dejo de afeitarme y permito que el náufrago renazca, a medida que la organización familiar desaparece. Supongo que debería parecerme dura y aburrida tanta soledad, pero ni lejanamente es así. Rastas y yo vamos a la cocina a preparar el café, la fruta y las tostadas. Ponemos algo de música o noticias mientras tanto. Después organizó una interesante reunión en mi cama. Asisten conmigo, Rastas, el recién bañado, que se tumba en la cama y comparte mi desayuno. También asiste mi pc portátil y con él un montón de personajes que van apareciendo cada uno a su hora y se instalan en el ordenador y en el aire espeso del dormitorio. Y Rastas y yo solo nos levantamos a por más café.
Recuerdo cuando te conocí. A decir verdad no recuerdo cuándo te conocí, sino más bien, cuando te reconocí. Tuvimos unas conversaciones interminables que me impidieron finalmente escribir todo lo que hubiera querido. Pero no me quejo. Valió la pena avanzar en nuestro conocimiento mutuo. Yo había escrito ya mi mejor novela, esa que solo tiene una frase:
-Es difícil luchar desde la realidad contra un huracán imaginario.
No es un microrrelato. Es una micronovela. Condensa con tremenda economía la mayor de las peripecias humanas. Mientras Rastas me chupa los pies recién lavados, yo siento el huracán que da vueltas sobre mí, agitando al arácnido gigante sin lograr soltarlo del techo. Rastas parece entenderme, y me mira con cara de pena.
-Rastas, explícamelo tú, que todo lo sabes.
Pero entonces llegaste tú, que no tratas de ser correcta ni de dejar de serlo. Llegaste tú, y me pillaste desprevenido, con enormes ganas de hablar, ya que Rastas a veces es muy callado. Tras varios días de soledad y de sueños despierto, llegaste tú, desde el PC, con tu sonrisa de actriz de los años 50, y yo ya no paré de hablar ni de reír contigo
He tenido miedo a ser feliz y a matar al náufrago. Demasiados años tratando de sobrevivir a mi huracán. ¿Qué sería de mí si tu calmases los vientos?
Hoy sé, lo recuerdo muy bien, que por aquellos días recé por una tregua y me fue concedida. Y fue eso exactamente, solo eso. Una tregua. El náufrago vuelve con sus harapos más rotos, y su barba más desaliñada; sus pantorrillas manchadas de lodo y zozobra; su isla cada día más escasa y desierta, sacudida por más tifones; los tiburones saltan hacia la playa para dar dentelladas, no necesitan respirar, solo amenazar y mantenerme en vilo, sumido en la inquietud; y mi huracán imaginario sigue agitando las palmeras y arrasando mi endeble vivac.
btf
Y tú eres la única que trata de hacerme salir del barro. Sin juzgar cómo soy ni cómo debería ser. Eres el personaje imaginario más benéfico que jamás haya existido.
Rastas apoya el morro en mis pies.
-Vamos por tu collar. Daremos un paseo.
por enriquebrossa | 4 04+00:00 Jun 04+00:00 2019 | Reflexiones
Un paseo por Marrakech me hizo cambiar mi opinión sobre el país. Marruecos no lleva años de atraso respecto a Europa.Más bien está completamente detenida en los años 40.
Los gatos están famélicos. Están tumbados a la sombra y andan lo justo. Será una raza especial de gatos esqueléticos, pero como siempre digo, existe una realidad literaria, y he encontrado que todos los gatos parecían hambrientos. Yo no sé de caballos y no distingo los galgos de los podencos, pero creo que aquí los caballos llevan de jinete a La Muerte. Solo tienen huesos y una piel raída y polvorienta, nada que ver con la imagen de los carruajes que con turistas recorren ciudades como Sevilla u otras ciudades. En Marrakech dan verdadera pena los caballos. Se ven pocos perros. Me pregunto qué les pasará. Pero yo no soy animalista por culpa de los animalistas, y en cualquier caso, la sociedad formada por los humanos me parece un poco más importante.
He visto nubes de motocicletas, sonando como nubes de moscas, conducidas como si no hubiera normas de tráfico. Se meten por la medina y atraviesan los mercadillos callejeros por zonas donde puedes extender los brazos y tocar a la vez las tiendas que hay a un lado y al otro. Todo el zoco atestado de gente y entre medias, topas con motocicletas que van tocando sin piedad el pito tanto por delante como por detrás, dicho sea sin segundas interpretaciones, tanto en una dirección como en la contraria.
Tomar un taxi es como vivir uno de esos juegos en los que vas sorteando montones de vehículos que salen de todos los lados. Generas mucha adrenalina, y es uno de los mejores pasatiempos que he vivido en Marrakech. Es como realidad virtual, pero no, no: es realidad a secas. Mientras yo he estado dentro de un taxi, milagrosamente, nadie ha sido atropellado y creo que en ese sentido probablemente haya regalado buena suerte y habré podido salvar a varias personas de magulladuras y otros daños de distinta gravedad, ya que lo lógico es que hubieran ido quedando tumbadas bajo las ruedas recalentadas y mil veces recauchutadas.. La mayoría de esos cacharros, iba a llamarles máquinas, como hacen los comentaristas de fórmula uno, tenían 50 años o más. Coches viejísimos, destartalados, cerrados algunas veces con cadenas y candados en las manivelas; padres con casco que llevan a los hijos sin ninguna protección; niños incluso de meses, llevados en moto por sus padres, una mano al manillar, otra sujetando el pecho del bebé; ancianos escuálidos llevando cargas en bicicleta que les superaban en peso y tamaño; . He visto gente sonándose en la mano; balanzas de pesar el cordero poniendo y quitando pesos. De carnes expuestas en calles que están a 40 grados, ni hablamos, porque ese tópico ya lo sabíamos; también pescado, recogido al final del día con una pinta terrible… Hemos visto unos talleres de arreglos infames. Pasteles de miel rodeados de avispas, seis o siete avispas con las patas puestas en él y el vendedor de pasteles mirándolas impasible, aquiescente, ecuánime. ¿Será la influencia zen de Oriente?
Hay que regatear para todo. «¿Que cuánto vale? ¿Cuánto quieres pagar?» «¡Con eso no gano nada!» «Vamos, señores, lleve babuchas, estas son blancas, blancas como el Madrid.» «No poder bajar precio. Esto más barato que la Mercadona en Andorra.» «Señores ¿a dónde quiere acompañar yo? Yo, guía.»
Yo guía, yo guía, yo guía… Casi todos guías.
Las mujeres que he visto son finas, algunas muy guapas.
Pero de pronto descubres que han limpiado un plato en tu presencia con un papel usado, como me ocurrió a mí en el moderno y vistoso aeropuerto, en una boulagerie muy bonita que parecía de París. Pero no.
Se percibe cierto desdén mal reprimido hacia el turista en algunas personas. Justo es decir que he encontrado gente encantadora también. Los camareros delgadillos. Algunos marroquíes son habladores, tal vez un poco cínicos, y pese a lo lejos que estamos de la costa, Marrakech «la puerta del desierto», y lo cerca de la cordillera del Atlas, hay en el ambiente ese aire del mediterráneo, esa cultura de saber entender las ironías de la vida, especialmente en esos comerciantes cincuentones.
Los policías son los más chulos. Miran con desprecio y jamás responden, ni con amabilidad ni sin ella. Tú les dices gracias y por favor y ellos no reaccionan. Te toman los papeles y cuando te los devuelven no te miran a la cara. Es como si te perdonasen algo pero estuvieran a punto de arrepentirse. Parece ser su forma de mostrar autoridad.
Hay un exceso de personal inactivo, disponible pero ocioso, en todas las tiendas, hoteles, cafés… Siempre. Eso no evita ver un bar con las mesas sin atender y los turistas marchándose por no querer esperar más para tomarse una cerveza. Las mujeres que trabajan cara al público son más educadas que muchas europeas. Menos charlatanas también que los vendedores de los zocos. Algunos tipos son un poco «maromos», pero poco en comparación con lo que podrían ser ante un entorno que a nuestros ojos es terriblemente duro. Pero los que son preguntados por una dirección y saben poco francés se muestran muy cohibidos, casi avergonzados. Tímidos y humildes, esa es la impresión que dan aquellos Marroquíes que no viven de regatear con los turistas.
Algunos diálogos suenan a absurdo:
-¿Qué es aquello de allí?
-Un terreno.
-Um. ¿Y eso otro tan vallado?
-También. Terreno.
Aman su país, como todo el mundo. Y están convencidos de la gran fortuna que es vivir allí, porque gracias a las nieves del Atlas, no les falta agua. Eso el turista no lo percibe, porque la ciudad no está precisamente llena de puntos donde adquirirla. ¡Estábamos a 41 grados! Cuántos podrían vivir solo de vender agua a los turistas. Están muy orgullosos de Marrakech también porque el aeropuerto es pequeño, pero bonito. Hay hoteles del máximo lujo, como el Mamounia, a los que van personas muy importantes, aunque mi taxista no sabe sus nombres. Allí nos tomamos un cóctel una noche perfecta y en unos jardines preciosos, con un grupo de jazz como fondo musical.
Nuestro taxista parece tener la cara prematuramente envejecida, quizás por el sol. Se le ve joven, pero está lleno de arrugas, gruesas como surcos, como aquellos viejos labradores españoles de antes. Es un chofer muy intelectual. Le pregunto por qué, si estamos en pleno Ramadán, unos negocios tienen que cerrar y otros no y se queda pensativo unos segundos y me contesta en francés sintetizando mucho la idea: «La sociedad es compleja».
-¡Coño!
Aún estaba impresionado por las palabras de este conductor tan reflexivo, cuando nos hemos metido de noche en callejuelas y vericuetos que intimidan. No ha sido por mi espíritu de explorador esta vez, sino porque te engañan y te llevan por allí. Sales del taxi y se te acerca el niño de sonrisa angelical que te dice que te lleva a tu restaurante. Crees que le harás feliz con un euro. Pronto te ves en un inframundo de callejones vacíos o llenos de personajes que dan miedo. Y el niño te pide 100 dirhams delante de un amigo suyo adulto que llega en moto justo en ese instante. Temes que vas a acabar teniendo que pagar más al niño que al taxista. Al final, con serenidad y regateando se puede salir bien y con dignidad, porque el regateo les encanta. Son buena gente. Pero es violento estar continuamente así. A la salida del restaurante, pides un taxi y descubres que a la vuelta de la esquina estaba la parada. El niño de sonrisa angelical era un tunante prometedor que de mayor bien podría hacer carrera política en España.
He notado que la gente de Marrakech, de tanto abordar turistas, saben lo que sientes y piensas. Te leen el cerebro, Conocen tus dudas y tus desconfianzas por mucho que trates de disimular. Son psicólogos de sutil olfato.
Los monumentos… Bueno… No es Europa. Nada está muy bien conservado. Mucho quiere recordar el paraíso perdido en España, pero Marrakech no tiene ni el palacio de la Aljafería de Zaragoza, ni por supuesto La Alhambra de Granada.
Con esta descripción que estoy haciendo, que puede parecer negativa, mis hijos no comprenden por qué estamos deseando volver. Yo tampoco.
Es imposible no recordar la novela de Paul Bowles, El cielo protector. Va sobre cómo acaban unos niños bonitos snobs norteamericanos, que no saben dónde se meten, quieren explorar el Marruecos profundo. La novela pasó al cine gracias a Bertolucci. Con Debra Winger y John Malkovich. Gran novela y estupenda película también.
Marruecos es así, y sigue siendo así, como un abismo al que todos se quieren asomar. Te atrae aunque sabes que podrías dar un mal paso y caer. Quizás te atraiga por eso. Es el vértigo que produce un grupo de amigos inconvenientes o una amante peligrosa.
Sí, definitivamente, Marrakech tiene algo. Yo no sabría decir qué es. Pero sí, desde luego, quiero volver a Marrakech cuanto antes y voy a hacerlo. A descifrar la mirada de los viejos y la belleza de las jóvenes. A recorrer su zoco, a tomar una cerveza mirando el atardecer en la ciudad desde los áticos de la plaza Jemaa el Fna. Quiero conocer todos los puestos, recorrer exhaustivamente los tenderetes, como si estuviera censándolos, porque cada uno parece prometer un misterio distinto, una nueva artesanía, un libro secreto, la puerta a una aventura, el acceso a una sabiduría diferente, la apertura de un periodo vital inesperado. Excita tu imaginación. La siguiente vez iré definitivamente a hacer fotos. Fotos y más fotos. Compraré a mis hijas pulseras de Fátima, y cerámica para mi mujer. Y me gustaría conocer más a las personas de allí, y superar reticencias. Quiero saber qué piensan. Si son o no tan distintos o tan parecidos a nosotros. Beber agua helada y té dulce mientras me sofoca el sol. Y recuperarme en la piscina del hotel, tampoco estará nada mal.
Marrakech atrapa. Como esa tontería que ponen los nuevos escritores sobre sus libros en Amazon. «Una novela que te enganchará desde la primera página». Eso nos ha pasado a nosotros, nada más tomar la primera bocanada de aire en llamas de Marruecos. Marrakech nos ha atrapado.
Desde aquí, pese a mi punto de vista, seguramente torpe, de clásico ciudadano occidental, mando mi total respeto y mi aprecio a la gente de Marrakech.
Hasta pronto.
por enriquebrossa | 27 27+00:00 May 27+00:00 2019 | LIBROSSIANO
El día debería estar muy nublado. Sí, así es. El día debería estar muy nublado y hoy hace un tiempo estupendo. El cielo no se nubla por mí. Es como aquella vez en la que me castigaron sin recreo en el colegio. El resto de los niños salieron gritando al patio y se divirtieron mientras que yo tuve que permanecer de pie, por malo, junto a la cesta de la que sobresalían los sticks de hockey. El mundo sigue a lo suyo, dando vueltas como un idiota, y el sol brilla como si nada cuando tú recibes una información oscura. Oigo piar y veo los flecos del toldo de mi terraza temblando por las caricias de un aire limpio de montaña que se desliza por un azul intenso. Si esto fuera un relato el escenario sería disonante con mi peripecia. La atmósfera no respeta mi dolor y los astros tampoco.
-Será que no se han enterado, Enrique.
-Será por eso.
Me queda el recurso a la esquizofrenia de hacerme yo comprender, razonar, dialogar, conmigo mismo.
-Vamos, no te preocupes. Quizás nada de esto esté ocurriendo.
– Quizás no.
Y luego añado:
– Quizás sí. Quizás la realidad sea real.
– ¿Pero no ves el sol? ¿Crees que brillaría así si… ?
Me interrumpo y me hago callar:
– ¡Bah! Cualquier cosa cabe esperar del sol.
Suspiro.
Los flecos del toldo siguen saludándose con los de otras casas y mientras yo y yo, seguimos ambos conversando.
– ¿Y si me río?
– Sé lo que quieres decir. Te refieres a tu cinismo desesperado.
– Romper a reír ya que no logro llorar.
– No sé si eso te hace más o menos daño.
– ¿Más o menos daño que qué?
Pienso la respuesta y digo.
– No lo sé, la verdad, no lo sé.
-Algunas veces no hay alternativas.
Al final, ni yo mismo me puedo consolar a mí. Ahora somos dos yos sumidos en la perplejidad y la pena. Creemos que sí, que lo mejor será mi cinismo desesperado.
– ¿Y después?
– Estallará el obús.
Miramos al suelo.
-Sí.
El campo tiene un verdor brillante y renovador, es decir, que tampoco se compadece.
– A lo mejor el verde brillante y renovador es una señal que debes interpretar.
Y me contesto.
– A lo mejor no -con las cejas arqueadas y especulativas-. A lo mejor el verdor no es nada. Solo la función clorofílica y la estación del año.
– También puede ser. A lo mejor no es nada.
Callamos yo y yo. Uno de los dos ya se cansa y siente la necesidad de acabar la conversación e irse de allí.
– Me largo.
– Vaya, pues vete. Eres (soy) igual que los niños de mi clase -me reprocho-; igual que la atmósfera y los planetas. Indiferente a mi tragedia. Ni yo siento ya pena por mí.
– Es lo sano, y lo sabes. Eres fuerte.
– Vale.
Vuelvo a escuchar a esos pájaros. Me voy a pasear el perro mientras que yo me quedo pensando un poco más. Pero antes me digo:
– En algo te doy la razón.
– ¿En qué?
– Cualquier cosa cabe esperar del sol.
Y me voy dejando en el aire la gran frase pretenciosa de la mañana mientras yo me quedo en el sitio. De pronto me asalta una duda.
– ¿Pero eso no lo había dicho yo?