por enriquebrossa | 21 21+00:00 Nov 21+00:00 2014 | LIBROSSIANO, Mis autorretratos
Esto parece una mesa, con sus cuatro patas. Sí, sí, lo reconozco, es verdad que tiene toda la pinta de ser eso mismo. Comprendo que a mucha gente le pueda dar esa impresión, tan equivocada, por otra parte. Pero no. Ya te lo he dicho antes: es un mar. Es un mar, pero nadie lo ve. Sí. ¿No es un mar? Si, hombre, claro que sí. Y tú me dirás, Enrique, perdona, amigo, pero yo sé lo que es una mesa, y he visto muchas durante mi vida, y de pequeño, permítete que me remonte a tiempos pretéritos, ya veía mesas en casa, que teníamos bastantes y de distintos tipos: la del comedor, la de la cocina, la que estaba junto al sofá, y otras, así que estoy totalmente familiarizado con el concepto mesa y la estética de una mesa me es muy familiar también. Además he visto el mar mil veces y practico windsurf siempre que puedo, busco mejillones en las rocas… y, créeme, Enrique, jamás haría windsurf sin que hubiera algún mar debajo o sin un lago,quizás. Es por eso que te digo muy en serio, Enrique. Lo que tú dices que es un mar y que la gente confunde con una mesa, no es otra cosa, efectivamente, que una simple mesa, corriente y vulgar, de escritorio. Lo que se llama una mesa desde toda la vida, y no tiene nada, pero nada nada, de mar. Es solo tu mesa. Y yo te diré: ¿Cómo es que tú, (y gesticularé con los brazos como un profeta, un Moisés de Hollywood) tú que me conoces, tú, a quien tanto aprecio y valoro, como es que tú (decía) puedes estar tan, pero tan, equivocado? ¿Cómo puede ser tu vista así de superficial? No esperaba de ti que te quedases en la simple periferia de las cosas. ¡Si es un mar clarísimo! Llevo años bañándome en él; nadando en él; conduciendo mi lancha en este mar; y mi buque de guerra, y mi barco de vapor del Misisipi; persiguiendo contrabandistas; enamorando sirenas y buceando en él, y no voy a enumerar exhaustivamente todas las posibilidades de cosas que se pueden hacer en un mar tan maravilloso como éste, al que tú (y te señalaré acusador) llamas mesa, así, sin más. Tan frívolamente. ¡Pero hombre! ¡Y dice que ha visto mesas y mares, el listo! ¡Dios mío, qué levedad!

por enriquebrossa | 12 12+00:00 Nov 12+00:00 2014 | LIBROSSIANO, Mis autorretratos
Recuerdo perfectamente mi primer día de colegio. Yo tenía cuatro añitos, pero ya por aquel entonces, era más alto que los otros niños. No es que eso se me subiera a la cabeza pero… La verdad es que mis compañeros de clase me parecieron más infantiles que yo, que estaba interesado por las grandes corrientes culturales y sociales del siglo XX, partidas de poker y otras cosas así adecuadas para un párvulo. Sin embargo ellos querían jugar a indios y vaqueros. A mí eso, en principio me parecía bien. Pero claro, enseñaban el índice y el pulgar y eso ya decían que era una pistola. ¡Qué tontería! Y para disparar hacían un ruido con la boca ¡Y ya estaba! Si te disparaban, decían que te habían dado. Entonces te tenías que morir artísticamente. Por ejemplo, te llevabas las manos al corazón, cerrabas los ojos y decías: ¡¡¡Me muero!!!! Y te tirabas al suelo. Luego te veía llegar tu madre así de sucio y es cuando de verdad casi te mataban. Pero ¿Y si no te morías? Decías, «no me habías dado», o «me ha pasado rozando la bala por aquí debajo del brazo». Al final, siempre había un niño que se hartaba y decía: «se lo voy a decir ahora mismo a la señorita Querubina, que tú no te mueres nunca».
Así como ahora yo, lo reconozco, debería seguir en primero de carrera, porque no he madurado mucho más, en aquella época estaba «precoz». Me tenían que haber puesto con los de doce años, o no tenían que haber dejado a mis compañeros entrar en el cole tan críos. Porque, a ver. imagínate esto: «A la señorita vas: – y luego te acusaban -Señorita Querubina, «quesque» Enrique no se muere nunca». Vamos, no me fastidies. Tener que adaptarse a eso…
por enriquebrossa | 12 12+00:00 Sep 12+00:00 2014 | LIBROSSIANO, Mis autorretratos
La vuelta al colegio es dura para mí. Es cierto que ya no estoy en edad escolar, lo reconozco, pero mis hijos sí. ¿Y cuál es el problema? Que todas las mamás lo saben todo. Lo controlan todo. Están en los detalles. Yo llevo a mi hijo pequeño y solo sé cómo se llama él.
Por el camino al cole, en el coche, le pregunto:
-Entonces hijo, ¿qué curso vamos a empezar?
-Jo, Papá.
-¿Y a qué clase vas?
-No te enteras de nada Papi. Con razón dice Mamá que no escuchas. Voy a la de Inés.
-¿Eres muy amigo de esa niña?
-¡Que no, papá, que no te enteras! Que no es ninguna niña, que es la profesora. Me ha tocado la clase de Ia seño Inés.
-Hijo, como comprenderás, yo no conozco a todas las profesoras de tu colegio.
-Pero si es la misma del año pasado, Papá. Te reuniste con ella cuatro veces para hacer seguimiento de mi curso. Y me e dijiste que te caía muy bien.
-Ya… Es que no me acordaba. ¿Se llamaba Inés? Eso es lo que se me había olvidado. Inés. .. Me cae muy bien esa profesora.
Miro por el retrovisor y veo a mi hijo que levanta los ojos al cielo como pidiendo al Niño Jesús que lo arme de paciencia.
Llegoamos al patio del cole y me aturden los niños que se saludan efusivamente el primer día de clase. El patio está más lleno que nunca de niños, mamás y papás. Saludo a una mamá que me comenta que este año les cambian la agenda y que qué me parece a mí. Le digo que no tengo una opinión formada sobre ese tema y me mira con mucha atención para saber si le tomo el pelo, o soy un tarado. Le preguntaré a mi mujer, le digo, que ella sabrá más que yo sobre el tema.
Se me acerca el padre de un amigo de mi hijo y me dice:
-Tienes aspecto de moverte por aquí como un pez en el agua… -se burla- ¿Qué tal el verano?
Y mi chaval me dice adiós muy sonriente con la mano y se pierde en el barullo de niños, engullido por un remolino compuestp por cabezas infantiles en vez de agua. Se me va. Su padre es un despistado pero nota que se quieren mucho. Me extrañaría que todos los padres quisieran como yo. Y también que no lo hicieran me sorprendería. Todo me extraña. Todo es en cierto modo extraño.
-¿Me estás escuchando lo que te digo de la agenda del crío? – el otro papá me saca del ensimismamiento – Te veo un poco dormido.
-¡Ah! A ver. Perdona. Dime. Qué es eso de la puta agenda.
Mientras pienso en él, no me centro en ocuparme de él.
por enriquebrossa | 24 24+00:00 Ago 24+00:00 2014 | LIBROSSIANO, Mis autorretratos
Trabaja con rabia. Puede ser un sustituto eficaz de la ilusión, si necesitas ser productivo. Se ejecuta con ahínco; se avanza de modo implacable y concentrado. Las tareas no solo se realizan, sino que las matas
. Las etapas se van cubriendo con un sentimiento uniforme y agresivo. Implica una suerte de eficacia que tiene con la palabra satisfacción la misma dudosa y extraña relación que la palabra venganza. Sólo espero que, de vez en cuando, pueda volver a ser humano si te veo sonreír.
Ya conozco el secreto para pasar rápidamente de la sensación a la acción y viceversa. Es lo que quería y ya lo tengo. No te asustes. No te alejes. Tú tienes la llave para encontrarme a mí en mí. Suponiendo que la metamorfosis sea reversible, seguro que tú tendrás el rayo mágico que me devuelva a la naturaleza previa.
por enriquebrossa | 5 05+00:00 Jul 05+00:00 2014 | LIBROSSIANO, Mis autorretratos

Soy un hombre compasivo.
Que yo lo crea, no quiere decir que lo sea. Cambiaremos la oración:
Creo que soy un hombre compasivo.
Pero sí, tengo claro que soy mucho más compasivo que mucha gente en determinadas situaciones. Modificaré de nuevo la frase:
Soy un hombre generalmente más compasivo que la mayoría de la gente.
Hasta aquí, creo no haberme quedado con algo que no me pertenezca. Eso no quiero decir que no pueda llegar a ser implacable en ciertos momentos. Cuesta mucho agotar mi aguante ya que además de demasiada compasión, tengo excesiva paciencia. Parece lógico pensar que ambas cosas estén relacionadas, pero ese es otro tema. El caso es que quien logra agotar la segunda me conoce sin la primera.
No es bueno cargarme de razones para hacerme llegar a la intransigencia. En ese caso puedo actuar con pasión o con frialdad. Con pasión, me limito a lanzar información. Me impresiona el dolor que ocasiona un mensaje dañino. Cuando reacciono con frialdad, trazo un plan elaborado, como una jugada de ajedrez. Pero esto ya es muy raro en mí. Como veis, no soy nada perfecto.
Y este es mi dilema. Unos días creo que tengo demasiadas contemplaciones. Sé que es así. Otras veces reacciono, y pego,metafóricamente hablando. Entonces no me siento orgulloso de mí y llego a sentir de nuevo compasión por aquellos a los que objetivamente, tan bien les sienta que se les vuelva a poner en su carril y que sé que volverán a ser dañinos en cuanto puedan, lo que demuestra que realmente he hecho bien en ser duro.
No importa que no creas ni en Dios ni en el diablo: si has crecido profundamente cristiano, eso ya no tiene arreglo. Puede mejorar… pero poco.
Igual que un alcohólico que deja de beber, no será nunca un no alcohólico, sino un ex alcohólico, es decir, un alcohólico apartado de su adicción, si has sido adicto a la Esperanza con mayúsculas, si te has sentido alguna vez unido a los otros humanos compañeros de peripecia en esa barca frágil y a la deriva que es la existencia; si te han enseñado a amar a los otros; si crees que debemos sentir culpa por cada crucifixión… da igual que no tengas fe. Eres un cristiano. Un cristiano ateo quizás. A este modo de ser se le podrá llamar de otra manera, claro, pero yo lo llamo así. Ser cristiano. Yo soy un cristiano ateo.
Me pregunto si he hecho bien al educar a mis hijos en unas creencias que no admito con la razón, aunque sí las asuma con la emoción y con la acción, pero creo que soy yo más cristiano que muchos que sí que tienen fe. Creo que he formado a mis hijos en colegios católicos porque en el fondo prefiero que arrastren una existencia más difícil, lastrados por juicios morales, pero poder sentirme orgulloso de ellos. En cierto modo es egoísmo, porque he pensado más en mí que en mis hijos. Aunque quizás también he pensado en el mundo. Pero a ellos quizá les toque arrastrar mis mismas contradicciones. ¿Qué pensarán mis niños de mí cuando se lo diga? ¿Creerán que soy un hipócrita? Eso no sería justo. No lo soy.¿Y porque siento el deseo de hacer crecer mi condición personal? Condición que no sé seguro si es buena o mala, pretende ser buena, eso sí. Igual que un estúpido nacionalista cree que hay que engrandecer su país para que brille no se sabe qué, no se sabe dónde, ni ante quién, ni para qué, los cristianos ateos, que yo sé que hay más, somos tan tontos que queremos que nuestro pensamiento se expanda sobre la Tierra. Quizá porque al menos tratamos de no causar daño innecesario a los otros. Somos compasivos.
por enriquebrossa | 1 01+00:00 Jul 01+00:00 2014 | LIBROSSIANO, Mis autorretratos
He perdido unas gafas. Las de lejos. Las que menos necesitaba. Por eso las usaba poco y no he notado en qué momento han dejado de ser mías. Pero ahora las echo de menos. Tengo la vista cansada. Mi presbicia me está afectando ya a todas las distancias. En todos los sitios. Con cualquier luz. Siempre había mirado de lejos. El cielo, el mar, las montañas, el porvenir… Ahora llevo quince días mirando el mundo de cerca. Con las gafas de cerca sigo teniendo los ojos fatigados como casi todo lo demás. Tengo que forzar la mirada y apretar las cejas para ver mejor. Una profunda arruga separa los lados de mi frente como la grieta en un melón roto. Es de tanto marcar el gesto para poder ver lo que anda próximo a mi cara. Parezco enfadado. Y un gesto amargado va desde los lados de mi nariz a las comisuras de mis labios. Es por el asco de mirar lo que suelo encontrar forzando la vista. Letras de pulga. Números mezquinos. Pequeños insectos con diminutas patas delgadas y estilizadas en su minúscula proporción, como los zancos con los que desfilarían las estrellas del circo de las arañas. Patitas picudas y repulsivas. No son una amenaza si no sueñas pesadillas con ellas. De lejos todo parece limpio y azul. Pero si te fijas, descubrirás que el mundo es mucho más ocre y viscoso de lo que se aprecia a simple vista.
Dios ha empezado conmigo. Me ha quitado las antiparras de lejos. Sé que mis lentes valen para cualquier distancia. Pero te digo que no, que ya solo puedo mirar de cerca.
Querría un café con hielo y un cigarrillo y, recuperados mis primeros anteojos, mirar hacia las montañas, o al horizonte, o al mar, o al cielo. Hacia enclaves remotos; puntos indeterminados. Pero no puedo. Ahora estoy ensuciándome los dedos en una inmediatez más pringosa y adhesiva. Me convertiré en un ser de ínfimo tamaño y allí quedaré atrapado sin llegar nunca a poder separar todos mis pares de patas de esa untosa realidad por la que últimamente transito.