por enriquebrossa | 2 02+00:00 Jul 02+00:00 2015 | Escribir, LIBROSSIANO, Relatos
Cuando tenía siete años o así, me tocó leer en clase uno de los cuentos del libro de lecturas de mi colegio. Se llamaba algo como «El Rey de la Selva» y trataba de un león en sus horas bajas. El pobre estaba viejo, se le habían caido los dientes, y muchos e los animales que antes le temían y respetaban le molestaban ahora que no podía ni correr. No sé por qué insertaron una historia tan triste en un libro de lecturas para niños. El caso es que me tocó leerlo a mí.
Yo leía muy bien, no debería decirlo pero no leía como los otros niños de la clase que silabeaban como bebés tontos. ¿Algunos todavía lo harán? Yo había aprendido a leer bien. Y creo que por eso ahora me gusta escribir. Sigo usando lo que me enseñaron. A entender las palabras, y entonar los puntos, las comas, las interrogaciones y las exclamaciones o admiraciones. A usarlos como las notas musicales, porque para mi escribir es una cuestión de oído y de musicalidad. Los signos suenan, es evidente que están para representar sonidos. Pero las ideas también guardan una secreta correspondencia con ese lenguaje natural a todos los seres vivos, singularmente a los mamíferos, que alcanza los signos, los colores, los ruidos, los pensamientos, los sentimientos… todo es una misma cosa, y esa es la razón de ser de que todos entendamos y sintamos la música sin que nos la expliquen y que sepamos cuando un animal de otra especie llora, o amenaza.
Pero me estoy desviando. Lo que quería contar es que me tocó esa historia tan aciaga. Subí a la tarima del aula y comencé a leer. Lo hice lo mejor que pude.
Normalmente, cuando un niño acababa de leer la señorita pedía para él el aplauso de sus compañeros pero cuando yo acabé nadie aplaudió.
Levanté los ojos para ver si recibía mi merecida ración de gloria, pero todos estaban muy serios. Miré a la seño, y ella me dijo con cara de circunstancias, muy bien, siéntate. Bajé de la tarima decepcionado y al llegar a mi asiento vi que mi compañero de pupitre y amigo (muy bajito él), Pedrito, tenía los ojos enrojecidos.
Nunca he conseguido recuperar esa relato tan desdichado,y tan inapropiado para esas páginas párvulas. Si alguien lo encontrase un día, me daría una gran sorpresa si me lo hiciera llegar.
Cada vez me doy más cuenta de que la importancia de lo que leemos en enorme. A veces creo que esa lectura me influyó en algunos aspectos durante todo el resto de mi vida. Quizás ese día aprendí compasión, lo que sería bueno, pero también algo de pesimismo. Para poder cambiar nuestro destino necesitaríamos recuperar nuestras lecturas, pero como no podemos pasar nuestra vida releyendo lo ya leído (hay tanto por leer), nos hace falta reescribir cada día nuestros pensamientos y emociones. Porque la lectura más importante es la que hacemos de nuestra propia vida. Tengo que reescribir esa historia del león. Decirle a la gente que estuvo realmente feo que el chimpancé le tirase un coco a la cabeza cuando él se estaba muriendo y que el hurón le mordisquease los codos. Qué mal hizo el elefante de remojarle con su trompa. Todos trataron cobardemente de humillarle. Tengo que dar altavoz a ese león indefenso, o quizás debo escribir una historia con un final mejor para los reyes agonizantes, con los que deberíamos identificarnos todos.
Escribir ordena las ideas y las emociones. Convierte nuestro bagaje inmaterial en algo tangible, organizado, concreto y te ayuda a dar a cada cosa su justa dimensión al compartirlo con otros. Escribir nos ayuda a superar historias leídas y vividas. Nos emancipamos de argumentos ya abordados cuando ponemos un punto final. Eso nos hace crecer.
Te invito a que vengas conmigo a un viaje muy especial, leyendo y escribiendo conmigo. Iremos juntos cada uno a un sitio distinto. Parece paradójico, pero no lo es. Como si fuera una aventura de Julio Verne, yo le llamo «Viaje al centro de ti mismo»
¿Te apuntas?
por enriquebrossa | 12 12+00:00 May 12+00:00 2015 | Escribir, LIBROSSIANO
Es difícil luchar contra el silencio porque en cuanto dejas de chillar te planta cara. Es inagotable. Persistente. Cruza los brazos y te mira, más alto y fuerte que tú, que yo y que todos. No te deja avanzar. No te deja pasar. Viene del enorme vacío, ese tan famoso, del que pende el planeta y que todo lo envuelve. Esa falsa quietud, esa inmensidad insonora. Vivimos protegiéndonos del silencio en la rendijas del mundo, como los insectos y las cucarachas. Fuera de las grietas que habitamos está la ausencia más densa y pesada. El hueco más vasto y espeso. El vano gigante. Un abismo infinito. La selva inmaterial. Chillar, hablar, comunicarse es como querer empujar las olas hacia la mar. La comunicación solo son falsas palabras dibujadas en el agua.
Pero escribir es una actividad sorda y significativa. Solo escribir agota los mutismos. Las palabras se empapan con lo silencios y los absorben. Escribiendo no solo me libro del estruendo callado sin desgastar mi garganta. Es que me burlo de él. Si quieres refugiarte de tu existencia minúscula ante una realidad imponente, indiferente, implacable y muda, siéntate a mi lado. Ponte conmigo y empieza a escribir.
tallerderelatos@gmail.com
por enriquebrossa | 13 13+00:00 Abr 13+00:00 2015 | Escribir
A veces la gente se pregunta qué hacer cuando la inspiración no llega. Yo siempre hago el pino durante varias horas. Si me canso, voy a hacer algunas tareas caminando con las manos. Por ejemplo, me voy a la panadería y compro pan o me paso por el banco a pagar alguna multa de aparcamiento y luego voy al el supermercado y hago la compra. Antes me la llevaba a casa sujetando los paquetes con los pies pero ahora es frecuente que pida que me la lleven a casa, porque con el pan ya es mucho en un pie y el otro lo uso para gesticular si me encuentro con alguien y hablamos de algo en un café del barrio. Ahora mismo, estoy escribiendo con los pies y en mi móvil. Si veis alguna palabra rara… es que como llevo botas…
Otra cosa que va bien cuando no llega la inspiración es escribir una trilogía o dos de novelones de 800 páginas Al menos así no pierdes esa tarde sin hacer nada y evitas caer en la molicie.
Yo si no se me ocurre nada empiezo por los agradecimientos. Menciono a mi esposa e hijos, a mis padres. A la tía abuela de mi mujer, que es ciega pero luego se lo cuentan… Un día, estaba tan poco inspirado que a las 7 de la tarde ya le había dado las gracias hasta a don Pelayo por iniciar la Reconquista y favorecer así la consolidación del español como lengua franca peninsular. Después pensé en agradecérselo al público en general y busque en la guía de teléfono a todos los López del mundo, por empezar por los conjuntos más amplios… Las amigas esotéricas de mi hermana decían que agradecer mucho todo no sé qué producía en el universo que luego ya todo iba muy bien. Pero luego vi que eran demasiados folios de agradecimientos y quité a todos los lópez y a bastantes garcías.
En fin, estas cosas.
Como ves, si crees que te está faltando imaginación, empieza por decir tonterías hasta que notes que ya es suficiente. Puede que a partir de ahí comiences a escribir algo que valga la pena.
Empieza diciendo tonterías y llegarás muy lejos. ¿Verdad que se te ocurren muchos ejemplos?
por enriquebrossa | 30 30+00:00 Mar 30+00:00 2015 | Escribir, LIBROSSIANO, Mis autorretratos

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Un retrato literario no es una foto ni un análisis forense. Es una caricatura, pero una caricatura arbitraria, casi diría que aleatoria. Soy yo ante un espejo ondulado, deformador como los de las ferias. Si doy un paso me hago más largo, o más enano, delgado, gordo o paticorto. El fin de la literatura es la literatura misma, que es más importante que describirme a mí y mi irrelevante existencia en ese mundo posible de lo imposible creado por las palabras. Yo sólo soy real y no existo en la fantasía. El retrato literario pertenece a la creación inmaterial, yo soy solo un montón conglomerado de materia temporalmente viva.
por enriquebrossa | 27 27+00:00 Dic 27+00:00 2014 | Escribir, LIBROSSIANO
Un caballero español clásico viste bien sin que nadie lo note. Trata de tener buen aspecto, pero detesta que le digan que su camisa o chaqueta son una preciosidad, No quiere que alguien se fije en una prenda concreta. Al contrario que muchas mujeres u otro tipo de hombres que pueden sentirse felices si alguien elogia su vestido o su traje. Con esto no quiero dar a entender que los españoles seamos el ejemplo a seguir, pero vale la analogía.
Para mí, escribir es lo mismo: al leer las palabras no debo ver palabras. Debo ver ideas, sensaciones, belleza, emociones, música, acción, descripciones, reflexiones, estados de ánimo… Las palabras no deben distraer. No digo tampoco que solo debas usar palabras corrientes. No es eso.
Esconde tus palabras.
por enriquebrossa | 13 13+00:00 Dic 13+00:00 2013 | Escribir, Herramientas para Escritores, LIBROSSIANO, Mis autorretratos, Relatos
Veo un aeroplano aterrizando inesperadamente en el Paseo de la Castellana. Varios hombres se lanzan con cuerdas desde las torres de oficinas que flanquean la amplia avenida. Veo el río de la ciudad convertido en el Amazonas, surcado por mi lancha motora, alargada como un enorme lápiz, que casi vuela mientras los monos miran asombrados desde los árboles de las orillas. Los nativos me disparan lanzas, flechas, dardos…, ¡de todo!. Los cocodrilos acechan, el motor ruge y hay una enorme estela de agua que salpica casi con mayor profusión que las bombas que me disparan desde un cielo intenso, lluvioso, tropical.

Veo a un héroe, que podría ser yo mismo, que tira a puñetazos uno a uno a todos los que abordan mi barco desde otras lanchas enemigas. Hasta que finalmente, justo antes de que explote mi planeadora, salto hasta agarrarme a un helicóptero conducido por una hermosa y sofisticada mujer con gafas de sol.
Al terminar de trepar, mientras esquivo las balas, entro en la cabina y la atractiva piloto se sube las gafas de sol hasta el cabello, sonríe enigmática y se baja la cremallera de su mono mimetizado mostrando rotundas bombas de considerable calibre. Cierra los ojos, profundos como el mar y todo eso. La beso.

Y luego ella me pone una escafandra. Tras desprenderse de su mono, se queda en una delicada ropa interior y me dice: «¡Rápido!, tenemos solo unos segundos para vestirnos de astronauta». Nuestro helicóptero convertido en el Apolo XXII se dirige a la conquista del espacio. Yo aprecio el imponente cuerpo de mi compañera mientras se pone un traje espacial que le queda tan sexy que noto inmediatamente en cierta parte de mi cuerpo claros síntomas de la pérdida de la atracción de la gravedad. Nuestra cohete se aleja. La Tierra se ve más pequeña cada vez por los visores del cohete y la nave se recorta ya contra la majestuosa estampa de Júpiter que con sus anillos brillantes nos aguarda adornado de verbena, como un planeta en fiestas que nos diera la bienvenida.

Soy un soñador. Cuando estoy parado desarrollo una actividad frenética. El niño que hay en mí domina mi mente.Un privilegio y una desgracia.
Pienso en 3D, Dolby y sensorround y todas esas cosas que se quedan tan cortas siempre. Disfruto de realidad virtual sin dispositivo alguno. Alucino sin necesidad de narcóticos ni sustancias tóxicas.

Comprendo que me envidiéis, lo comprendo tanto como que os burléis de mí. Yo lo haría también. Siento que soy el primero del mundo al que le pasa lo que me pasa. Que nadie antes que yo lloró, ni río, ni besó, ni corrió contra el viento, ni comió pipas con sal. Vivo una aventura que no cesa. Y tengo que contárosla toda entera, para que tengáis la suerte de poder imaginar una existencia casi tan apasionante como la mía
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