Joystick

Joystick

Dios mío, estoy agotado. Tengo un sueño tremendo. Me siento muy bien, de maravilla tumbado en esta cama, pero se me cierran los ojos. Me fijo en los tuyos. Sonríen. Los cierro y de inmediato se mezclan mis pensamientos como si empezase a soñar. Digo algunas cosas incoherentes. Me encanta verte sonreír, pareces tan feliz que me contagias. Mi cabeza es como una coctelera llena de sensaciones agradables, que no se agita, pero se nota algún tipo de mensaje rítmico que de puro sopor no logro identificar. De nuevo, abro los ojos, no sé lo que me ha despertado, pero tu sigues ahí, con el joystick, divertida, como una reina, sentada sobre mis piernas dándole al videojuego, que es algo que a ti te encanta. Me miras y te encoges de hombros, con una mezcla de vergüenza, picardía y dulzura. Eres feliz. Tu mano derecha sigue tratando de ganar otra partida interactuando a través del mando. Pero el juego no parece estar en un momento que te sea propicio. Has ganado una partida hace solo un minuto. Nos miramos… Si me quedaran fuerzas me levantaría para darte un beso enorme, pero en vez de eso lo sueño y me duermo con la risa en los labios. La habitación está silenciosa, todo me relaja. Y tú sigues con la palanca de mando.

No sé cuánto tiempo ha pasado, creo que han sido solo algunos minutos, pero he dormido muy profundamente, Me he despertado y me mirabas sonriente, pero vuelvo a caer inconsciente. Y ahora, otra vez igual: te veo de nuevo con el control del juego en la mano, Tu bastón de mando. Mientras lo manejas, te entregas a él, como si fuera un símbolo de Dios. Sigues sonriendo…

-¿Sigues sonriendo?

Me dices que sí con la cabeza, calladita, como una niña tímida, riendo y moviendo el joystick. Hasta que por fin me noto algo más descansado, te veo, sentada sobre mis muslos, desnudos ambos. No ambos muslos, se entiende, sino tú y yo. Sigues sujetando el mando y apretando con el pulgar. Pero yo te digo sonriendo…

-Ya me incorporo otra vez al juego.

Y tú te lanzas sobre mí cuerpo y me besas.


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El croissant de la mañana

El croissant de la mañana

Seguramente nos hemos despertado los dos al mismo tiempo. He levantado la cabeza y tú has abierto los ojos levemente , porque la habitación no estaba del todo oscura. Tus mejillas estaban calientes en la cama como un pan horneado bajo el edredón. Tus labios hinchados, aún más bonitos. He apretado mi frente a la tuya y tú te has enroscado en mi cuerpo como un perezoso en su rama, como un dormilón a su almohada. Parecías disfrutar de una sensación muy confortable. Te he destapado un poco y he subido la camiseta de tu pijama y han aparecido tus senos llenos de dicha, aunque un poco rezongones, como tu boca. Has protegido uno de tus pechos y he tenido que bebérmelo. Te has tapado más, pero remolonamente: dejándome hacer. He tirado de tu pantalón hacia abajo, hasta tus rodillas, y has vuelto a hacer un vago ademán de evitarlo y de esconder la curva de tu cadera y tu trasero a la vista, descubierto, a la intemperie. He apartado tus manos de tu seno y tu pubis y las he puesto sobre tu cabeza, juntas tus muñecas, como a una cautiva, y has abierto un instante los ojos.

-¿Qué me haces, cochino?- has dicho con una leve sonrisa sin casi despegar los párpados.

-Comerte un poco más, -beso su cuello -,ahora que estás recién hecha, recién salida del horno- y beso tus tentadores labios, y tus pechos tan disponibles, mientras ocultas tus ojos bajo un brazo -. Estás calentita… -y te beso otra vez -. Estás crujiente – y me apodero de tus tetas.

-¿Crujiente? -sonríes.

-Y sabes dulce. Y hueles muy, muy bien -chupándola por todo-…a cruasán… o a pan de leche… o a bollo de azucar, o algo así. -Y empiezo a olfatearte por los rincones. Ahogas una risita y respondes en voz baja, como avergonzada:

-¡Cochino, cochino, cochino, cochino, cochino… !- y me abrazas y lames mi oreja mientras con un pie empujas piernas abajo tu pantoloncito de pijama,  que queda enredado en el otro pie, pequeño, y medio desnudo.

-Con un poco de miel…croissant

Tu cuerpo huele a mí.

Tu cuerpo huele a mí.

 

Hueles mucho a mí. No importa lo mal que te sepa mi recuerdo; aunque sientas la rabia que sientas.Todos mis olores están en ti. No hay parte de tu cuerpo ni en tus prendas que no esté impregnada. Tu nariz no deja de percibir distintos momentos y sucios matices. Especialmente, tu pensamiento, sigue recorriendo los aromas que querrías detestar. Cierra los ojos, abre la boca, y recuérdame. Respírame. Inhala otra vez aquellos instantes. No puedes evitarlo. Estoy aquí. Aunque te duela, sigo dentro de ti. Moviendo tus labios y manos. Durante un tiempo vas a ser mía. Tardarás años en olvidar.

Tobillos o ¿Por dónde entra el frío?

¿POR DÓNDE ENTRA EL FRÍO?
¿Cuál es la parte del cuerpo que más nos expone al frío? Hay muchos puntos de vista sobre este controvertido tema.
Durante años se ha tenido como aspecto imprescindible la protección de la zona lumbar. De ahí los tradicionales fajines de los trajes típicos españoles, frecuentemente de color rojo que sobre la también típica barriga agropecuaria del habitante de la península ibérica, generaba una imagen no demasiado liviana. Las fajas pierden terreno con los años, pero todos seguimos usando el cinturón. Ya lo dice un tío de no sé qué pueblo: «yo si me quito el cinturón, estornudo».
Pero, poco a poco, padres y madres llegaron a la conclusión de que los pies jugaban un papel clave. De ahí el célebre: hijo, cálzate de una vez si no quieres que te de una bofetada.
No sería hasta finales del siglo XX cuando este humilde… este humilde metafísico, logra descubrir el punto del cuerpo que debe protegerse prioritariamente del frío para no sufrir catarros. Son los tobillos. Sin duda. El frío entra por los tobillos, lo tengo claro. Y sobre esto puedo narrar miles de anécdotas. Por ejemplo, la que os voy a contar:
Yo tenía veinte años cuando estaba una noche con una amiga en mi coche. Una buena amiga, sin más, nunca habíamos tenido nada más que amistad. Era una zona poco transitada. Estábamos hablando de temas comunes y puse la radio del coche. Empezó a fluir una música dulce, tranquila, amorosa… Ella llevaba una faldita muy ligera, estábamos en septiembre y ya se sabe: calor por la tarde y fresco por la noche. Mi amiga estaba bien, ya me había dado cuenta antes… De pronto los dos nos quedamos callados. La música seguía sonando. Le pasé la mano por un hombro. Ella se me quedó mirando callada, con sus ojos redondos y oscuros. Me atreví a besarla por primera vez. Bajó la cabeza. La volví a besar, y está vez ya nada bajó, todo fue en aumento, incluso el vaho empañando las lunas del coche, que nos aisló del resto del mundo. Tanto fue así, que a los pocos minutos, alargué la mano hasta la palanca del asiento y recliné su respaldo.
-¿Qué estás haciendo? -dijo ella tratando de incorporarse para no quedarse tumbada.
-Ponerte más cómoda, así ¿Ves?.-le respondí empujándola suavemente en dirección al respaldo. Ella apoyó la espalda pero dijo:
-Ya. No, por favor. Vámonos de aquí. Tengo un poco de frío.
-No me extraña. -le dije dándole un beso.
-¿Por qué no te extraña?
-Tus tobillos. No los llevas nada abrigados. Por eso se enfría la gente… -y le di otro beso.
-¿Por los tobillos? -recibía mis besos como dudando…
-Claro, mujer -otro besillo- Proteger los tobillos del frío en fundamental. Deja que te los tape un momento y verás qué diferencia.
Mis manos se metieron bajo su falda y tras acariciar entre los muslos por unos segundos, tiraron hacia abajo de su braguita. Pero como estaba sentada, al primer tirón se resistieron. Al segundo, ella levantó dócilmente el culete y la prenda íntima se dejó llevar suavemente por sus piernas en dirección a sus pies. Mientras ella, tendida, estiraba el cuello para ver cómo se alejaba su braguita de encaje.
-La dejaremos aquí, en los tobillos, para que no te enfríes. Ya verás qué diferencia, con los tobillos así bien tapados.
Volví a besarla.
Al cabo de unos treinta minutos, sacó de su bolso un par de cigarrillos y tras aspirar y soplar con placer el humo de uno de ellos, me dijo la chica riéndose satisfecha:
-¡Oye, pues sí!