por Enrique Brossa | 14 14+00:00 Feb 14+00:00 2017 | Desbrozando a Brossa
Podrías quizás tener un perro. Un perro bonito adorna mucho a una mujer atractiva. Sí, sí, mejor que salir a correr, porque perseguirte podría justificar cierta alarma, podrías tener una gran perro y salir esta noche los dos, el animal y su ama, a caminar desafiando el viento y el frío. Tú con tu cabello largo y él con sus espesas lanas caninas. Estaría bien. Y estaría bien que yo necesitase fumar. Hace años que lo he dejado, pero… pongamos que yo lo necesitase de pronto. Y que esta noche, yo fumando y tú paseando el perro, nos conociéramos por casualidad junto a un árbol, y charlásemos mientras tu perro regase un parterre. Acariciaría al animal, cuando el animal hubiese acabado de holgarse en el tronco, claro. Le rascaría las orejas al bicho y tú ya sabrías que estaba adorando al santo por la peana. Te ofrecería tabaco, y charlaríamos.
Yo te preguntaría, ¿A qué horas sueles sacar el perro? Y tú me dirías, ¿Y a qué hora sueles fumar tú? Tus ojos y dientes brillarían en la oscuridad y yo bajaría mi cabeza para poder mirarte por encima de mis gafas, empañadas por la niebla suave. Te acompañaría a casa quizás, y como no sería normal pedirte el teléfono nada más haberte conocido, nos daríamos algunas pistas para el siguiente encuentro casual.
De vuelta a casa, con la alegría del simple, sacaría la mano del bolsillo del abrigo para arrancar cualquier hoja de un seto o de una yedra, y hacerla trocitos nerviosamente pensando en ti. Y me sentiría tonto y feliz, a diferencia de cómo me siento ahora, tonto también, pero infeliz, por estar soñando contigo, sin saber si existes. Seguiría camino a casa, arrancando hojas y partiéndolas, y como los guijarros de Garbancito para poder volver hasta ti, iría sembrándolos por la acera, perfectamente idiota. Estaría bien.
Pero todo esto son fantasías imposibles que debí haber olvidado a los diecisiete. No voy a soñar más encuentros. Aunque… ¿Y si yo también me comprara un perro? Por si acaso existieras…
por Enrique Brossa | 4 04+00:00 Feb 04+00:00 2017 | Desbrozando a Brossa, Erótico
Dios mío, estoy agotado. Tengo un sueño tremendo. Me siento muy bien, de maravilla tumbado en esta cama, pero se me cierran los ojos. Me fijo en los tuyos. Sonríen. Los cierro y de inmediato se mezclan mis pensamientos como si empezase a soñar. Digo algunas cosas incoherentes. Me encanta verte sonreír, pareces tan feliz que me contagias. Mi cabeza es como una coctelera llena de sensaciones agradables, que no se agita, pero se nota algún tipo de mensaje rítmico que de puro sopor no logro identificar. De nuevo, abro los ojos, no sé lo que me ha despertado, pero tu sigues ahí, con el joystick, divertida, como una reina, sentada sobre mis piernas dándole al videojuego, que es algo que a ti te encanta. Me miras y te encoges de hombros, con una mezcla de vergüenza, picardía y dulzura. Eres feliz. Tu mano derecha sigue tratando de ganar otra partida interactuando a través del mando. Pero el juego no parece estar en un momento que te sea propicio. Has ganado una partida hace solo un minuto. Nos miramos… Si me quedaran fuerzas me levantaría para darte un beso enorme, pero en vez de eso lo sueño y me duermo con la risa en los labios. La habitación está silenciosa, todo me relaja. Y tú sigues con la palanca de mando.
No sé cuánto tiempo ha pasado, creo que han sido solo algunos minutos, pero he dormido muy profundamente, Me he despertado y me mirabas sonriente, pero vuelvo a caer inconsciente. Y ahora, otra vez igual: te veo de nuevo con el control del juego en la mano, Tu bastón de mando. Mientras lo manejas, te entregas a él, como si fuera un símbolo de Dios. Sigues sonriendo…
-¿Sigues sonriendo?
Me dices que sí con la cabeza, calladita, como una niña tímida, riendo y moviendo el joystick. Hasta que por fin me noto algo más descansado, te veo, sentada sobre mis muslos, desnudos ambos. No ambos muslos, se entiende, sino tú y yo. Sigues sujetando el mando y apretando con el pulgar. Pero yo te digo sonriendo…
-Ya me incorporo otra vez al juego.
Y tú te lanzas sobre mí cuerpo y me besas.
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por Enrique Brossa | 14 14+00:00 Ene 14+00:00 2017 | Desbrozando a Brossa
Hace tiempo que hay cosas que me enfadan. Pero no tiene ningún sentido que os las cuente a vosotros, porque ni os interesará mucho el tema ni yo obtengo nada con poner mis trapos al sol. Además luego hay buena gente que me manda mensajes: ¿Enrique, estás bien? ¿Puedo ayudarte? Sin embargo, a esas mujeres tan cariñosas debo decirles que no necesito ahora de muchos mimos, que eso debilita el espíritu del guerrero, y que sí, que de verdad, que efectivamente estoy bien, que no lo duden. No quiero algodón entre la realidad y yo. Tolero bien el roce.
No me pasa nada. Tengo sueño y trabajo. Lo normal. Hay órbitas de las que querría alejarme y otras que están demasiado apartadas de mi vida. Ya no quiero complacer a nadie con el tipo de cosas que solía escribir en años pasados. No es por fastidiar. Sino porque el universo, quiero decir, el mío, está cambiando.
De pequeño creo haber entendido en algún momento de mi educación la barbaridad de que la felicidad no era lo importante. De joven recuerdo haberme encontrado en , sobre una cama, con una estudiante a la que acababa de conocer en una fiesta de colegio mayor universitario, y, estúpido de mí, le dije totalmente ebrio que era más importante comprender que ser feliz. Evidentemente la señorita se escapó viva en el ultimo segundo. ¿Qué querría yo comprender? Se fue como asustada, yo que pretendía parecer interesante… ¿No quería yo comprender? Pues comprendí.
Ese fue el joven Brossa de entonces. El joven Brossa de ahora, con treinta años más de experiencia en juventud, puede decirlo. Sus objetivos están cubiertos. Tengo la sensación de que ya comprendo el mundo. Y el mundo era simple. Simple, chato y feo como un perro pequinés.
Juan José Millás tuvo éxito con una novela que se llamaba «La soledad era esto». Gran título. «Era esto». Nuestra magnifica e insuperable lengua española -otras lenguas también son estupendas- usa el tiempo pretérito en este caso, no para indicar una acción del pasado, sino para relacionarlo con una expectativa desaparecida. «Era esto». Existir «era esto». Y sigue siéndolo, pero yo creía que sería o era otra cosa -sigo usando el pasado-, pero solo era «esto». Es como si llegas a la capital de un país exótico que esperas y deseas que te apasione, y luego resulta que hay un par de zocos mugrientos, y poco más. Resulta que esto era todo.
El mundo es simple. Es un montón de apariencias de cosas que no son como al principio creíamos que «eran», pero que no tienen mucho misterio tampoco. A pesar de la física cuántica, las cosas son sencillas en el fondo. Cuanto más elemental y primario seas, mejor adaptado estarás para la vida. Porque todo es obvio, hasta para el más idiota. Más obvio cuanto más idiota eres. Yo he debido de volverme idiota, porque ahora ya lo entiendo todo.
A esa chica que se escapó corriendo en el último minuto por culpa de mi momento de falsa lucidez alcohólica, aunque no pueda recordar ni su nombre, ni su cara, ni ella a mí seguramente, quiero decirle que tenía razón. Que querer comprender cosas es de gente rara. Y que no te lleva muy lejos, Sin embargo, no tengo arreglo. Ahora querría ser feliz, Pero no quiero ser feliz para ser feliz, sino para descubrir otra manera de vivir y de pensar. Un camino distinto. Un nuevo misterio que desentrañar. Me empeño en encontrar lo que no hay.
De verdad te lo digo, no te molestes. Déjame. No me respondas, no me comentes nada. No me aconsejes nada hoy. Además, salgo en este momento y me voy a ver dónde puedo comprar tabaco a estas horas.
Photo by clari burn 
por Enrique Brossa | 3 03+00:00 Dic 03+00:00 2016 | Desbrozando a Brossa
Aire caliente
Solo queda el horizonte.
Persisten el sol y la tarde.
Ecos lejanos de actividad. Hierbas secas en las cunetas. Parecen estar muertas, pero revivirán cuando yo no exista. Cuando mis hijos no vivan ya.
Aire caliente.
El mundo se ha aclarado mucho, es verdad. Todo ha resultado ser más simple. Más chato. Pero queda el misterio de las grandes explanadas vacías que están dentro de mí.
A lo lejos, oigo un tren. Lleva ilusiones, expectativas, afanes de otros. Antes llevaba los nuestros.
Un grillo se ha callado. Un motor, a lo lejos. Un vaso con un hielo casi derretido.
Notas en la pared que nadie ha leído. Unas fotos. ¡Que mayores se han hecho! Los juguetes que regalamos. El perro que murió. Hermanos que no valía la pena tener. Besos desvanecidos y olvidados. Amigos de otras partes. Memoria borrada. Perdidas la indignación y el asombro. Extraviados el dolor y la tristeza. ilusiones dilapidadas.
Aun quedamos algunos. Como yo, que persisto como el sol y la tarde. Y la voluntad, que me mantiene seco bajo el peso del aire caliente, listo para arder y renacer cada año, igual que la hierba en las cunetas, señalando al horizonte.
Aire fresco
Antes solo había horizonte y soledad pero ahora también hay paisaje. Antes solo hierbas secas a los lados de la carretera. Ahora decoran la vía filas de árboles que crecen hacia la luz como mi vida desde que te has paseado por este camino. Los has plantado antes de que lleguemos juntos para que aumenten en tamaño y número como
ilusiones. Rompen la linea de esa explanada enorme y vacía que tenía dentro. Ahora creo oír un tren que lleva mis afanes, que viajan con los tuyos, juntos no sé aún hasta qué estación.
Gracias a ti he vuelto a renacer después de estar seco, como la hierba en las cunetas. El camino está más claro y hermoso. Dejo atrás una ciudad oscura y me dirijo contigo, compañera, a conquistar nuevas tierras y cielos. Eres el sol y la tarde, eres tú; mi caminar desde el principio del día; aire fresco para la nuca y la frente. Tu guiño significa la amistad y la risa para nuestro viaje en este espléndido otoño.

por Enrique Brossa | 26 26+00:00 Nov 26+00:00 2016 | Desbrozando a Brossa
A él, el poder de tus pupilas no se lo pone fácil. Dicen que las neuronas se ponen más robustas cuando tienen que esforzarse. Entonces, seguro que tus ojos hacen que su mente supere algún límite, porque los quiere descifrar. Él puede mirarlos, mirarlos fijamente. Lo que le cuesta es definir su misterio, el motivo de su influjo, de las perturbaciones que le provocas. Tu vista es puntiaguda, pero no lacerante. Él te ve algo de bruja, y algo de bruja tienes, seguro, pero yo creo que de Caperucita, tienes aún más. Todas las explicaciones del porqué le despiertas tal atracción se le quedan, más que insatisfactorias, enanas y rancias. Le digo yo que serán tus labios bonitos, de sonrisa chispeante y picuda, en vez de ese brillo bajo las pestañas que tanto menciona. Él me contesta que acaso sea la combinación de ambas partes de tu rostro, y yo le doy la razón, si claro, evidentemente, y esos hombritos desnudos y estrechos que mueves al sonreír. Pero él sigue dándole vueltas al tema, como tratando de sacar de la chaqueta un cartabón con el que medir los ángulos que forman las líneas maestras del recuerdo de tu cara, divertida y triste a la vez. Pero hombre, ¿porque no le explicas claramente que te gusta tanto? Y me responde, enfadado como un niño que se impacienta, que porque no le da la gana. ¡Para qué contarle nada! Me pregunta: ¿Te crees que no lo sabe? ¿Tú crees que con esos ojos no se percatará de todo?
Mi amigo es de cuando los españoles llevábamos capa. Tanto le impresionas, que no te lo sabe decir. Pero yo sí sé… Así que me burlo y le digo:
-Pues entonces, amigo… Solo te queda escribir.
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