


De nuevo la filosofía
Creo, lo presiento, lo noto venir. Como a un tren lejano, si apoyas la oreja en la vía: vuelve la filosofía. Vuelve con fuerza echando vapor como una nostálgica locomotora. Está a punto de llegar. Viene a llenar las cabezas vacías que vamos paseando sobre los hombros sin sentir pudor ni vergüenza, ofendiéndonos porque nos lo recuerden. Contestando sin educación: yo llevo mi cabeza tan estúpida como me da la gana, me gusta así. ¿Qué pasa?.
Ahora que hay escritores que hasta presumen de no leer. Ahora que está más reconocido el derecho a producir y consumir basura literaria, que el de tener la pretensión, -¿quién se creerá éste que es?- de intentar hacer algo bueno, de pensar y de hacer pensar, de escribir bien. Hace falta mucha humildad para tratar de pensar, para tratar de filosofar, y para intentar escribir bien, porque es inevitable que casi nunca llegues a donde querrías. Te vas a quedar sin tocar el sol, seguro. Para colmo, si lo haces bien, aburres a la mayoría . ¿A quién le importa?
Tiene que volver la filosofía, tiene que volver la cultura, la profundidad, porque si no, al agacharnos para atarnos las botas, nuestros cráneos suenan huecos como sonajeros, ya que no hay en ellos casi nada sólido, Solo cuatro sentencias aprendidas de facebook y muchas horas de telebasura.
En fin, solo me has hecho un comentario de seis palabras y yo he empezado a pontificar a borbotones. Como ves, sintetizando mi respuesta: sí, tienes razón: me gusta filosofar. Y lo practico con esa libertad que solo tiene el diletante. O el estudiante.
Aplaudan sin mí.
Se juntan unas adversidades con otras, igual que se amontonan las letras para escribir. Ya lo dice nuestro refranero, siempre influenciado por ese pesimismo tan castellano: las desgracias nunca vienen solas. Y es cierto. La situación nos exige poca cosa. Solo paciencia, que es una virtud que hoy día es admirada con mucha moderación. Paciencia, ante todo, para mantener una cierta estabilidad psicológica. Hablar de la prudencia, se puede, claro que sí, es importante, pero tampoco hace falta una gran sabiduría para lavarse a menudo y respetar dos o tres normas lógicas. La paciencia va a ir evolucionando, cambiará de color. Se tornará en entereza. Porque algunas malas noticias llegarán, debemos hacernos a la idea. Necesitaremos entereza, no lo dudes. Yo ya estoy mirando con gesto de tipo duro, porque soy de los tiempos en los que amábamos las películas del Oeste. Espero que estos días de entereza mantenida en el tiempo se incorporen a mi carácter, como los anticuerpos del coronavirus a mi sangre. Algunas personas me van a confundir con otro que no soy. Me verán frío, o inexpresivo, o simplemente insensible. Nada más lejos de la realidad. Es entereza muy adelantada, porque por ahora no tengo a mi alrededor ningún asunto al que hacer frente. Solo la reclusión. Se trata de un ejercicio anticipado de estolidez, y hieratismo. Hay quien acude a mí, por medios telemáticos, claro está, a encontrar el consuelo en compartir sufrimiento y a mi me ve relativamente impasible. ¿Qué quieres que haga? Esto no ha hecho más que empezar. Hay una zona colindante entre la solidez emocional a la que aspiro y una extraña falta de emociones que empiezo a acusar.
Queridos agobiados y agobiadas. Queridas desconsoladas y depresivos. Temerosos, hipocondríacos. Amantes separados por el confinamiento. Familias partidas… O forzadas a convivir más de la cuenta. Soy uno más. Igual que vosotros.El virus nos obliga a vivir bajo techo. Como en todas las películas pos-cataclismo, la civilización se refugia en lugares sin luz. Si el virus nos obliga a estar sumergidos, no sabemos cuánto tiempo, es mejor no consumir el oxígeno en aspavientos. Ahorra energía. Es mejor que no lloremos. No hay más remedio que empezar a administrar las emociones.
Tampoco me siento inclinado a lo de los aplausos. Es admirable la actitud de los sanitarios y envidiable, porque muchos querríamos poder hacer algo… Yo no aplaudo, Lo siento, no me esperéis. No he podido ir. No contéis conmigo. ¡Que no! A los sanitarios y a mucha gente les sobran méritos. Pero los humanos en general me empachan. No necesito resquebrajar mi actitud inalterable con una emotividad grupal. Los humanos en general somos muy estúpidos. Yo no quiero compartir mi estupidez con nadie que no considere de mi familia. El virus es la cerilla, pero la estupidez es aquí la estopa sobre la que ha prendido el fuego. No estaríamos así si la gente tuviera un poco de sentido común. Si no defendiera a personajes vacíos. Si no fuera tan aficionado al folclore de lo emocional. Manifestaciones inaplazables, apoyos políticos insólitos a personajes de tercera, insensatez supina de quien se va a comprar unas fresas a Mercadona, que es un momento, que no pasa nada y hay que seguir viviendo. El pensamiento tonto, hipócrita, inconsistente y malvado ha favorecido esta situación. Pues ahora no me pidáis que cante con vosotros el «We are the world, we are the children» desde el balcón. Somos una especie de idiotas. Y lo que me gustaría no es sentirme unido a todos los idiotas de la Tierra,
Solo quiero trabajar. Qué gran refugio es el trabajo. Trabajar y esperar a que escampe.
HACIA DELANTE
Yo también he visto esas desoladoras habitaciones. El deterioro de personas y cosas. Es la ruina, que de una forma u otra, nos acecha. Como las cucarachas que normalmente no aparecen si detectan movimiento o luz. La ruina está callada siempre, mirándonos, espiando, mientras nosotros vivimos, pero nuestra vida la mantiene a raya. Seguir viviendo; amar la vida; dar vida; apoyar la vida de los otros, detiene el avance del derrumbamiento normal de las paredes,porque es afortunadamente lento, salvo catástrofe. En general, podemos con ella, con la ruina. La barremos cada día sin casi darnos cuenta. Retrocede si nosotros andamos. Es en realidad sencillo. Mejor será no observarla. Mirar hacia adelante y darte un paseo. Yo pago mis deudas con el pasado actuando cada día y confío en que así las paredes se pintarán solas, mis recuerdos no serán dolorosos y mi memoria estará menos desconchada. Eso y darle besos a quien se le debe, mantiene la casa a salvo.
Por si no lo sabes, yo, aunque nunca he puesto un ladrillo en su sitio, ni he dibujado unos planos, soy un experto mundial en paredes. Si no te lo he dicho antes ha sido por pura modestia
DISTRAERME DE TI
La capacidad de concentrarse y la de no distraerse, he leído que no son la misma cosa. Yo pensaba que sí, que si no te distraes te puedes concentrar y que si no te puedes concentrar te distraes. Pues yo he leído que no es así. No me fio mucho de toda la ciencia de divulgación que pulula por internet, que normalmente no vale un pimiento. Cualquier boludo con un blog, como diría un argentino, copia, la copia, de la copia, de la copia, de un estudio, y en cada una de estas fases de transcripción, como es lógico el rigor no puede aumentar, solo salir más y más perjudicado cada vez. Es como ese juego del telegrama que al final no se entiende nada, al que juegan todos los niños y los comerciales. Los niños gratis; los comerciales, porque cobran los consultores miles de euros previo comisionamiento al director que los contrata. “Hoy vamos a hablar de la comunicación”. Que uno se salga del aula y el otro diga… Y los comerciales se hacen el harakiri de inmediato, así sentados como estaban. ¿Otra vez a perder el tiempo con chorradas? -se dicen. Da igual. Todos dirán al acabar el cursillo que la charla les va a venir de maravilla. Decir otra cosa estaría mal visto.
Pero bueno, me he ido del tema: me he distraído. Yo quería hablar de la concentración y de la distracción. Que parece ser que NO son las dos caras de la misma moneda. Yo tengo un enorme poder de concentración. Extraordinario. Si me interesa lo que estoy haciendo ya puede caer una bomba a mi lado que yo ni me entero. Sin embargo, según el boludo que tiene un blog al que he leído antes, con los años la tendencia a la distracción aumenta, al margen de la evolución de la capacidad de concentración. Y yo que también soy boludo perdido y hasta tengo varios blogs… ¿Qué voy a hacer? Pues repetirlo a mi manera y estropear más las conclusiones del estudio, si lo hubo, sobre este tema tan mollar.
¿Y todo este rollo para qué? Como diría Gila: ¡Y yo qué sé! No me acuerdo, me he distraído o desconcentrado, vaya usted a saber, si sabe por dónde, y no se distrae. “Que m´he liao”, como se dice ahora. Me distraigo.
La palabra distraer proviene del latín, que es de donde debe venir una palabra seria. El prefijo dis- di- ya lo conocemos todos, implica separación. Por ejemplo: diseminar, discutir, disgregar, distorsionar, disonante, discernir, diseccionar, discapacitar, distinto… Así podemos seguir hasta mañana. Quizá el español tenga más de 2.500 palabras que empiezan por dis-. O quizá no. Da igual. A mi me parece que es un prefijo estupendo. Hay un montón de palabras que me gustan que empiezan así, separando las cosas con dis-. Solo me da miedo el divorcio.
Y traer viene de trahere, que es arrastrar en latín. Una distracción te arrastra de otras cosas, separándote, aunque tú no quieras, de realidades o de objetivos. Las distracciones nos apartan de lo importante. Si no, no serían distracciones, sino cambios foco de interés. En el uso popular de la palabra una distracción y un entretenimiento pueden ser lo mismo: “niño, pinta un dibujito y así te distraes un rato”. Eso nos lleva a la idea de que hay distracciones voluntarias e involuntarias. ¿Si son voluntarias nos distraen de lo importante? Si son voluntarias podrían distraernos de algo tan importante como la soledad o el aburrimiento o el dolor. Hay mucho que aprender de estas tres cosas… Son importantes. Quien no les ha dedicado algún rato, se convierte en una cabeza medio vacía. Más contenta, eso sí… ¡Pero, bah! ¡Vacía!
Los americanos llaman al show bussiness también la industria del entertainment, como bien sabes: el entretenimiento. Pero ahora que estamos en la época de internet, y que con el COVID19 alcanza un estado apoteósico, la industria se debería llamar, no del entretenimiento, sino de la distracción. Internet nos distrae, en la mejor y en la peor de las acepciones. Nos arrastra, nos arranca de la realidad y hasta de nuestros principales intereses. Y el estado, el poder, no nos protege, sino que aspira a utilizarlo. Nos trata como a niños respecto a muchas cosas que nos prohíbe. Sin embargo, nos trata como adultos cuando podemos perder nuestra vida con las ludopatías en general, y en particular con esta nueva adicción compulsiva a consumir memes y memeces por internet, así como a transmitirlas a terceros. En vez de asistir a una asociación local de toxicómanos anónimos, pertenecemos a una gran masa global de adictos con seudónimo.
¿Qué es lo importante? ¿De qué no debo distraerme? ¿De quiénes no deberíamos distraernos? ¿Con quiénes no deberíamos distraernos? El tema tiene su miga.
No quiero perder de vista lo vitales que son algunas cosas. Y algunas personas, más. Y yo me lo estoy temiendo. Voy a pasar del estado de inmadurez al de senectud sin solución de continuidad. Antes me distraía porque era un inmaduro. Esto es cuando las mujeres dicen de alguien eso de “es que ése es un crío”. ¿Me estaré distrayendo ahora también por la erosión causada por los años, según el estudio que mencionaba aquel boludo en su blog? No lo sé. Pienso que nunca fui muy crío. Y ahora me siento más joven que cuando era más joven, si cabe. Sin embargo, me distraigo. Me confundo. Me pierdo. Te pierdo.
Te pierdo.
Te pierdo, y no quiero. Querría distraerme contigo y no distraerme de ti. Que nadie me arrastre lejos de mi realidad, que eres tú.
Salmos laicos. La bala perdida. Pendiente de revisar.
Tengo en mi cuerpo una bala perdida y otra disparada a conciencia.
Y en mi conciencia, a un lado una duda afilada y al otro un hueco grande como mi cabeza.
Y en mi cabeza, recuerdos dolientes, un sueño sin esperanza y el ánimo a la altura de los pies.
Y los pies en alto, enredados en un laberinto, atados a un pesado manojo de contradicciones, lastrados por un pasado que nunca se aparta de mis ojos.
Y en mis ojos, una mirada cuatro veces perdida:; perdida por mi, extraviada por ti, mirando el cielo y observando la tierra sin poder entenderla.