Cómo enderezar las polainas en los tiempos de Salomón (La ley de Dios)

Cómo enderezar las polainas en los tiempos de Salomón (La ley de Dios)

LA LEY DE DIOS

Otro día, Salomón fue a los jardines traseros del palacio, con la esperanza vana de no sentirse observado. Estaba cada día más cansado. Habían dedicado tantos años de entrega a su pueblo… Y si, su tiempo sería juzgado por la historia como una época de esplendor. Pero él sabía la verdad. Su poder político y el de su reinado eran importantes pero su pueblo no había asimilado nada de su sabiduría y Salomón había comprendido que la plebe nunca aprendería nada. Eran necios como bestias de carga. Había soñado un imposible. Hacer un pueblo más fuerte por su cultura. Pero sintió que era un iluso. Su mayor error había sido amar a sus súbditos.

Mientras contemplaba el crecimiento de algunas plantas apareció por allí, Sadoc, su sacerdote y fiel partidario.

-Quería felicitarte, oh mi rey, por…

-Ya vale, ya vale.

-Por el modo magistral en el que resolviste ayer…

-¡Qué ya vale!

-¡Pero que es verdad! ¡Eres sabio!

-Deja ya de adularme, Sadoc, o enterraré tu cabeza en las arenas hasta que mueras, como hice ya con Abiatar, tu antecesor. Tus halagos me ofenden. Seré sabio por cuanto conozco sobre los libros sagrados. No por saber de antemano que una buena madre no partiría su bebé en dos. Eso lo sabe el más bruto de los beduinos.

-Salomón, mi rey. Sois sabio por todo, pero más por saber de antemano que una mala mujer puede preferir matar a un niño antes que permitir que no sea suyo. Eso es abominable. Inimaginable. ¡Un indefenso recién nacido! Pero tú lo sabías, mi rey. Yo nunca osaría compararme, pero si lo hiciera, habría de reconocer que jamás hubiera creído que pudiera existir una reacción así. Y sin embargo, pudiste leer los ojos de aquella alimaña humana que se pretendía madre. Así que, con el debido respeto, podéis enterrar mi cabeza. Seguro que bien hecho estará, ya que sois sabio. Para mí lo sois. Siento ofenderos.

Salomón sonrió.

-Te voy a mandar azotar, sacerdote, si esperas que vaya a consolarte como a una de mis esposas, ofendida por mi desconsideración. Mi sabiduría no tiene mérito alguno. Sabes que también hice ejecutar a mi propio hermano, Adonías. O al confiado Joab. Yo sé cuánto dolor arbitrario he creado. He sido capaz de infligir más castigos que los que deseaba. Y aun no sé cuánto más puedo ocasionar en el futuro.

-Se te recordará por tu justicia sin embargo. Por juicios como éste de las dos madres. El pueblo te ve más cercano cuando zanjas disputas de mujeres, que cuando construyes palacios y templos, como el de Jerusalén. Tardan muchos años en erigirse. Demasiados inviernos para ellos. Aunque son importantes para adorar a Yahvé, naturalmente.

-Esos templos durarán siglos erectos.

-Eso es realmente admirable, mi rey… pero la mayoría de los hombres y mujeres no precisan algo tan prolongado.

-Seguir la recta ley de Yahvé nos hará fuertes, sacerdote. Ya está haciendo grande a Israel.

-Lo sé. Pero es bueno que dediquéis parte de vuestra atención a estos menesteres del pueblo.

-¡Vah! Menesteres domésticos. Maté a mi hermano para ser rey. ¿Para esto? ¿Crees que puedo dedicarme a estas peleas de barriada a las que llamáis juicios? Te diré una cosa, Sadoc. Yahvé se me apareció.

-Lo sé, mi rey, lo sé. Me lo has contado tantas veces… como la anciana tía de mi madre el día de su violación.

-Y no quiero pensar que no me crees, porque si no crees a tu rey, tendré que…

-Enterrar mi cabeza en la arena. Ya. Pero os creo. No os molestéis.

-Yahvé se apareció a tu rey y dijo: «Pide lo que quisieras»

-El corazón de nuestro Dios es grande.

-Y Salomón, tu rey, o sea, yo, dije: «Da pues a tu siervo un corazón magnánimo para juzgar a tu pueblo, para discernir entre lo bueno y lo malo y así para poder gobernar.

-¡Oh! ¡Qué bien estuviste, Salomón, mi rey! ¡Cómo se quedaría Yahvé con esas, tus sentencias!

-¡Cállate, necio!

-Perdón.

-Y respondió Dios: «lo he hecho conforme a tus palabras: he aquí que te he dado corazón sabio y entendido.»

-Pues ahí lo tiene, mi rey: sois sabio porque lo ha querido Dios.

-Y yo debería aplicar a mi reino de Israel los diez mandamientos. En eso consiste mi sabiduría. La ley de Dios. Una misión histórica y hasta sobrenatural. Y no atender a peleas de vecinos. Ni matar a mi hermano y a otros muchos. No estoy contento, Sadoc.

-Qué duramente os juzgáis. ¡Pero si Adonías solo era medio hermano!

-¡Callad, estúpido! Cada día comprendo menos por qué te he otorgado tan alto puesto. No sé si sois un cínico o un idiota. No vale la pena hablaros. Déjame Sadoc. Debo seguir inspirándome aquí entre estas flores y estas palmeras, y pensar mis proverbios.

-Pero mi rey… Han llegado desde el lejano Egipto dos mujeres atraídas por la fama de tu justicia.

-¿Otras dos mujeres? Sadoc, te voy a despellejar.

-Y un hombre.

-¿Qué les pasa? ¿Otro niño a repartir?

-No. Es el hombre. Las dos mujeres afirman que lo aman más que la otra. Cada una de ellas quiere servirle en exclusiva.

-¿Y qué dice de eso el varón?

-Dice que con gusto las entregaría para vuestro harén. Dice que le ponen la cabeza cual tambor en festejo. No son mal parecidas. Pero él solo busca la Paz. Y con ellas no podría encontrarla.

-Ah, es un místico.

-No, mi rey. La Paz es una joven de Ofir.

-Comprendo. Ofir… Eso está en la ribera del Éufrates. ¿verdad?.

-No, mi rey. Más bien en la del Mar Rojo.

Salomón se quedó mirando con ira a Sadoc y éste al punto agachó la cabeza como si revisase sus babuchas.

-¡Hazlos pasar!

-¿Aquí en mitad del jardín?

-¿Qué te pasa, Sadoc?

-No sé…

-¿Qué te pasa, Sadoc?

-Mi rey, esteeee…

-Sadoc, vas a hacerme blasfemar como no me respondas de una sagrada vez.

  • Pues es que… Yo lo haría sentado en el trono, vamos… No aquí con el hombro apoyado en la palmera. Con un poco más de relumbrón, Salomón, más boato. Que sois el hijo de David y Betsabé. Vestid con vuestro manto, la corona, el cetro… Poneos derechas esas polainas, que no parecen seguir la recta ley de Yahvé. Calzad algo más rico y limpio… En fin, de otras maneras. No vais a impartir vuestra justicia salomónica portando en vuestra mano esa hazadilla embarrada de jardinero, o de niño explorador. Y luego esas…

-¡Basta! ¡Me da igual! ¡Obedece, maldito sacerdote! Tráelos aquí inmediatamente, que yo mientras iré pensando de qué modo voy a ocultar mi hazadilla embarrada en tu blando y panzudo cuerpo.

Al poco tiempo, accedieron a los jardines del palacio las dos mujeres y su hombre.

-Majestad, oh, mi rey Salomón. Si os parece, hablaré yo, que soy el varón.

-No me parece, fíjate qué cosas. Aquí no va a hablar nadie más que yo. Hala. Hoy voy a dictar justicia directamente:

Todos quedaron sorprendidos, pero el monarca alzo la mano y el paisano corto su charla de inmediato.

A este hombre, que lo azoten por venir a importunarme con estas historias de tan bajo perfil.

-Pero, mi rey, yo solo…

-¡Azótenle! Y que no aparezca más por aquí este pendón.

Las mujeres, que parecíeran ser enemigas, se miraron y se sonrieron agradeciendo con muchas reverencias la clarividencia y rapidez de Salomón.

-En cuanto a estas dos hermosas damas…

-¿Las ponemos en tu harén? -sugirió Sadoc.

-Ni hablar. Eso desean ellas. No las quiero. Tengo ya más de mil esposas, adrables unas, impresionantes otras, entre ellas la princesa de Saba y la de Egipto. ¡Qué poco lucirían aquí esas dos! ¡Que las maten!

-¡Pero mi rey, por qué! -decían las dos mujeres aterradas- Hemos venido hasta aquí confiando en tu sabiduría y justicia.

-Mi sabiduría dicta que si el varón fuera hijo de alguna de las dos, al menos una lo habría tratado de salvar. Pero como es solo vuestro sueño de falso amor, con tal de que no sea de otra, lo partiríais en dos hasta matarlo. ¡Siempre están con estas cosas de celos y despechos, este tipo de señoras. ¡Son lo peor! ¡Parecen una canción de Malú! Ya está bien. Realmente no lo quisisteis nunca. En realidad, tácitamente habéis acordado utilizar a ese hombre ingenuo para llegar hasta mí. Que las maten, ya. ¡Cuanto antes, mejor!

-¡Pero no nos has preguntado a nosotras, mi rey! Dejadnos explicar…

-Ni me hacía falta hacerlo. Lo tengo claro. Id y que os maten. No importunaréis más con vuestras cosas.

Se llevaron al hombre a azotar y le hicieron jurar que jamás volvería a estar cerca de Salomón y que se iría a la ciudad de Ofir, donde quiera que eso estuviera, a pasar el resto de sus días con su verdadera amada sin fijarse jamás en otra. Y a las mujeres las ahogaron atándoles piedras al cuello y las piernas y arrojándolas al río.

Salomón se enderezó por fin las polainas, dejándolas rectas como la ley de Dios y sacudió satisfecho el polvo de sus ropajes. Pero entonces vio a Sadoc sonreír. Sadoc se estaba diciendo a sí mismo que un rey debería ser consciente de la maldad o la torpeza humanas, valga la redundancia, porque la maldad es la mayor de las torpezas. Salomón la veía aflorar rápidamente y con nitidez. No era mal rey, o al menos, no lo sería por eso.

  • ¿De qué ríes, sacerdote? Ahora que me acuerdo de ti ¿no teníamos algo pendiente con una hazadilla?

  • ¿Que de qué me río, Salomón? -Sadoc sacudió la cabeza como si negase algo- Y luego diréis que no sois sabio… Os dejaré con vuestros proverbios.

Y se retiró prudentemente andando hacia atrás y haciendo grandes reverencias mientras el monarca trataba de ocultar su sonrisa.

¿Quién falta? (partes 1, 2 y 3)

¿Quién falta? (partes 1, 2 y 3)

¿TE INTERESA ESTE TEXTO?

VOTA CON ESTRELLAS ROJAS EN LA WEB Y CON “LIKES” EN FACEBOOK.

Si vemos muchas estrellas, interpretaremos que quieres saber cómo sigue.

Gracias.

¡Y gracias por compartir!

Aquella noche mandaron al niño a dormir, porque la película era de dos rombos. El niño se fue a la cama. Se quitó una bota y la dejó caer ruidosamente. Luego la otra. Se quito un calcetín… y llegó el trance. Quedó en un estado mitad dormido, mitad despierto. Cuando empezaron los anuncios, su madre fue a ver si se había acostado. Tenía un pie sobre la rodilla con un calcetín colgando del dedo gordo. (Los verdaderos brossistas, saben lo que eso significa. es un misterio solo al alcance de unos pocos iniciados y continuados. Solo lo saben los elegidos). El caso es que la madre le reprendió por no estar entre las sábanas con el pijama puesto y se sentó con él para asegurarse de que no volvería a dormirse con el siguiente calcetín a medio quitar. El niño estaba muy serio.
-Mamá, ¿quién falta?
Su madre no entendía la pregunta.
-Tiene que faltar alguien, ¿no?
La madre no logró entender a qué se refería el chaval.
-¿Quién crees que falta?
-No sé, mamá, pero falta alguien más.
-¿Te refieres al niño Jesús?
-A lo mejor. Pero no me refería a él. Alguien falta.
-Hijo, no sé. Estamos todos.
-No mamá. Aquí falta alguien.
-Siempre estamos los mismos. Tu papi, tus hermanitos… Creo que estabas soñando algo. Vamos duérmete ya.
-Pero, Mamá, aquí falta alguien.

A partir de aquel día, este diálogo se repetía continuamente.

-Mamá, es que aquí falta alguien.

Nadie podía entender al crío. Sus hermanos empezaron a decir que el niño estaba loco. Una tarde, su madre llegó a perder la paciencia:
-¡Basta ya con eso!

Aquella misma noche, ella habló con su marido:
-Adolfo, yo creo que lo que le está pasando a Sergio es que tiene obsesiones.
-Pepa, lo de la bici no es obsesión. Es lo normal a su edad.
-Pero está muy pesado.
-¡Va!
-¿No será que le prestas poca atención?

El domingo siguiente proyectaba las habituales líneas blancas de luz sobre las paredes. Era el sol que se filtraba de las contraventanas de madera. La luz era fuerte, no era la neblina de las primeras horas. Sin duda era un domingo soleado y sería media mañana.

Su padre, se asomó desde la puerta del dormitorio.
-¿Qué hace el peque? ¿Se despierta?
Se sentó en la cama y comenzó a hacerle cosquillas.

Fue un domingo raro. Su padre no fue con toda la familia a pasear al parque, sino que le puso un casco y se lo llevó en moto, provocando las protestas de sus hermanos. Se dieron un largo paseo los dos. Fueron al quiosco y compraron dos periódicos y dos tebeos, unas gominolas y un paquete de Winston. Después se sentaron en un banco mirando a la gente que paseaba perros. Un hombre lanzaba lejos un plato de plástico y su perro salía corriendo a por él, metiéndose en el estanque si era preciso. Lo estaban pasando bien.

-Papá, no fumes.
-Tienes razón, hijo. Debería dejarlo.
El hombre se quedó mirando su cigarrillo encendido en la mano.
-Oye, hijo, si me hablas de ese que dices que falta tiro el tabaco a la basura.
-Qué te voy a contar. Como no viene nunca, no sé nada de él.
-¿Y entonces como sabes que falta?
-Porque tiene que haber otra persona. ¿Tú lo notas, papá? ¿Notas que falta alguien?

Acabado el cigarrillo y un cierto reparto de gominolas subieron a la moto.
-Papa, ¿te imaginas que los cascos que llevamos fuera una escafandra de un traje espacial? ¿Y que nos subiéramos a tu nave y vinieran unos marcianos a atacarnos?
-Corre, corre, agárrate fuerte, que sale el cohete.

La moto salió disparada y el muchacho siguió soñando despierto que paseaban en una moto lunar por un planeta recién descubierto, sin tocar el suelo. Hasta que al parar en un semáforo el padre se volvió a decirle:

-¿Puede ser que eches de menos a tus abuelos?
-El niño se soltó un momento las manos para darle una palmada en la espalda a su padre, y le dijo:
-Papá, no te obsesiones.

2

Días más tarde, el niño fue llevado al psicólogo. Se trataba de una amiga de su padre. Ya que sus padres estaban ocupados, le acompañó, “Fito”, su hermano mayor, que pese a ostentar el nombre de Adolfo como su padre, era un adolescente descontento y pesimista que se quedó en la sala de espera tecleando su teléfono móvil.
La psicóloga en cuestión era una argentina muy atractiva de unos cuarenta años. Junto con su acento, imprimía a sus palabras cierto aire de superioridad, incluso cuando trataba de ser cariñosa con el chiquillo.
-¡Guao, qué niño tan reguapo! ¿Cómo te llamás?
-Sergio.
-¡Sergio, qué bonito nombre! Fíjate que yo tengo una niña de la misma edad que vos.
Sergio apenas sonreía.
-¿Querés un dulce? ¿Un caramelo?
-¡Vale!
-¿Sabés por qué estás aquí? ¿Qué te dijeron tus papás?
-Me dijeron que era bueno charlar con usted, porque tengo mucha imaginación.
-¡Ah, qué bien te lo explicaron! ¡Qué listo es tu papá!
-La que me dijo eso fue mi madre.
-Sí, pero esteeee… tener imaginación es bueno, es muy bueno, ¿vos lo sabés?
Sergio se metió el dedo en la boca para tratar de despegar el caramelo de sus muelas.
-Dejate la boca, Sergio. Es feo urgarse la boca cuando te están hablando. Dejátela ya.
-Es que se me ha quedado pegado…
-Vamos dejátela, Sergio, por favor.
Sergio obedeció y ella trató de recuperar el tono adecuado para la conversación, mientras Sergio empezó a empujarse el caramelo pegajoso con la lengua intentando limpiarlo. Por eso, mientras ella hablaba, esta vez en un tono de dulzura excesivamente obvia, Sergio comenzó a hacer unos gestos extraños con la boca y al final, con toda la cara, de tan entregado que estaba a separar el caramelo con su lengua, o a tratar de aspirarlo, haciendo ruiditos. Entre tanto, Andrea Bonarotti empezaba a impacientarse, porque Sergio le distraía con sus muecas.
-Está bien, Sergio. Sacá los restos de caramelo con el dedo si querés. Yo pienso de que acabaremos antes.
El niño lanzó su dedo índice a la caza y captura del dulce de café con leche, mientras ella se levantó y retocó la colocación de su título académico, como quien disimula para apartar la vista de algo obsceno.
-¡Ya está! -avisó el niño con una amplia sonrisa de agradecimiento.
Andrea se sentó de nuevo a la mesa y abordó directamente el tema:
-Decime, Sergio. ¿Por qué decís que falta alguien en tu casa?
-Me lo parece.
-Sí, pero ¿cómo lo notás? ¿Querés decir que antes había otra persona más en casa?
-No me acuerdo.
– ¿Entonces?
El niño vio sobre el escritorio un cubilete vacío y le preguntó.
-Andrea, ¿no pones lápices en ese cubilete?
-Pues algunas veces.
Andrea se quedó pensativa.
-Vaya que eres inteligente. Ya se a quién has salido. Querés decirme que se nota que faltan lápices aquí, aunque no los has visto antes. Me impresionas.
-No, no lo decía por nada. Pero mi hermana tiene uno parecido y pone sus lápices.
-Ya, ya, ya… Sos endiabladamente relisto.
Andrea se quedó mirando al muchacho con sus ojos verdes tan abiertos como su boca, porque realmente se había quedado deslumbrada. También se sintió algo insegura.
-¿Crees que en tu casa hay una especie de hueco para alguien más, como mi cubilete para los lápices? ¿O quizás para sustituir a alguien de la familia?
-No creo… No.
-¿En qué habitación de la casa viviría esta persona que falta?
-No lo sé. A lo mejor no quiere vivir en casa. Como no sé quien es…
-¿Es hombre o mujer?
-Es que no lo he visto nunca, que yo recuerde.
-¿Pero tú cómo te lo imaginas?
-Que no lo sé, que no lo he visto nunca.
-Pero ahora hablamos de imaginar, no de haber visto. ¿Como te imaginas a esta persona?
-Es que no lo sé.
Suspiraron los dos a la vez.
-Dime una cosa, Sergio. ¿Te da miedo?
Sergio lo pensó unos segundos:
– No.
– ¿Nada, nada de miedo? ¿Ni un poquito?
-Nada. ¿Y a ti te da miedo?
Andrea apoyo la espalda en el respaldo y a partir de aquel momento perdió la poca naturalidad de la que podía hacer gala.
-Yo tampoco lo conozco. Quiero decir… Sergio, esto es como un sistema para cuidar de tu imaginación y funciona de modo que las preguntas las hago yo. Y las haré todas yo. ¿Entendiste?
-Vale.
Andrea se estaba poniendo nerviosa y empezó a garabatear como si estuviera tomando notas. Había perdido el hilo.
-Sergio, entonces es bueno. Si no te da miedo será que es bueno.
-En mi clase hay un niño muy malo que siempre escupe y pega a otros niños. Pero no me da miedo.
-Es cierto, podría ser malo y no darte miedo. Quizás es malo.
-Pues creo que no.
-Bien. ¿Crees que es chico o chica? ¿Viejo o joven? ¿Es un niño?
-Yo creo que no es chica… pero yo no…
-Ya, ya, no lo conocés.
-Ni viejo tampoco. Ni niño. No me pega eso.
-¡Es un joven, entonces!
-Eso ya no lo tengo tan claro.
Andrea se quitó las gafas y se frotó la nariz.
-¿Sabés lo que se me ocurre? Lo vas a dibujar. ¿Te gusta dibujar?
-Mucho.
-¿De verdad? A mí también me rechifla dibujar. Y la gente que dibuja bien es mi favorita. Mira. En este papel vas a dibujar a papá, mamá, tus hermanitos…
-¿A Pumbi?
-Claro, a Pumbi, el lindo gatito también.
-¡Vale!
-Y a esa persona que falta.
-¡Vale!
Vaya, esta vez no le había dicho que no podía dibujarle porque no le había visto nunca. Eso le dio una cierta sensación de victoria a la psicóloga. Para no interferir con el niño, decidió hacer una llamada de teléfono. Comenzó el parloteo:
-¡Leandro, que hiciste! -dijo tras llamar a un amigo suyo. Soltó muchas carcajadas y, mientras hablaba, miraba la evolución del dibujo del niño. Parecía una habitación. Había una mesa, un cuadro en una pared y una puerta. Pintó lo que podría ser su padre y su madre. Después dibujó a sus hermanitos mientras escuchaba la conversación de la psicóloga. Andrea siguió hablando con el tal Leandro un buen rato:
-¡Claro que lo conozco! Está cerca de mi despacho. Algunas veces como por allí o me tomo un café… Qué cosas… ¿Pero y no se sabe qué hace allí? No sé si es para tomarlo en serio o a risa… ¡Claro! Ayer me tomaba yo allí un café.
Pero al acabar la conversación, Sergio seguía pintarrajeando la pared de aquella supuesta habitación. Entonces llamó al papá de Sergio y salió del despacho. Su voz adquirió una dulzura especial.
-Sí, aquí lo tengo dibujando. Tu hijo es tan relisto como vos. Me confunde… Sí, también como vos… Debe de ser genético… Bueno, de otra manera. Sí, sí… No me extraña… ¿Comemos mañana? Y lo hablamos… Sí, sí… De momento no le he sacado nada… ¡Dale! Bueno. ¡Dale! Te digo otra cosa. Hablé con mi amigo Leandro. ¿Te acordás que te hablé de él? Me dice que por casualidad ha visto un programa de televisión, “Ahora En Directo”… Sí, pues sale nuestro bar, donde tomamos café. Realmente no dicen nada del bar. Solo que sucede que hay un hombre allí que se ha encerrado con cinco mochilas en los lavabos… sí. ¿Ah? No se sabe. No se sabe nada… Los de Ahora en Directo dicen que es una vergüenza que no desalojen la zona, porque podría ser un terrorista o un suicida con una bomba… Si claro, también puede ser un terrorista suicida, muy gracioso. Están los guardias, pero no hacen nada…
Andrea miraba por la ventana, hacia un lado, por ver si veía algo de gente o coches de policía por lo del bar próximo del que estaban hablando. El cielo tenía una tonalidad metálica muy extraña, manchada de ocre. <<Debe de estar a punto de caer una buena tormenta>>
Cuando Andrea volvió a su sillón, Sergio le dijo que ya había terminado. Andrea miró con la mayor atención el dibujo del chaval.
-Sergio. El dibujo es precioso. Está regio, diría yo. Pero fíjate que está faltando el otro personaje.
El pequeño lo miró con atención, como si tuviera que comprobarlo.
-Sergio, falta el otro personaje. ¿No lo ves? Habíamos quedado en que lo ibas a dibujar también.
El chico levantó la mirada hacia la profesional
y dijo:
– ¿Te das cuenta?
-¿De qué, querido niño?
– ¿Lo ves cómo falta? Tú misma has dicho que falta. Siempre falta.
– ¡Sergio! ¡Pero es porque no lo dibujaste! ¿Te estás riendo de mí? ¿Acaso querés visitar a la amiga bruja de tu mamá? ¡Quiero que lo dibujes ahí, como si estuviera!
Andrea se sentía muy indignada. Su cara de mujer de telenovela pareció acumular de pronto diez años más y su voz reflejaba una irritación que Sergio parecía no comprender.

3

Cuando Fito regresó a casa con Sergio, Pepa llamó inmediatamente a su marido.
-Adolfo, que ya han vuelto.
-Ah, vale.
-¿Por qué no llamas la psicóloga esa a ver qué te dice?
-Ya hemos hablado.
-¿Y qué ha dicho?
Adolfo le explicó que Andrea Bonarotti no había logrado sacarle nada. Y que no le dieran importancia, porque era solo un niño y solo trataba de captar la atención de todos. Pronto se le olvidaría.
En realidad, Adolfo estaba inventándose ese juicio de Andrea, ya que lo que estaba expresando era su propia opinión. Pero su mujer le preguntó:
-¿Entonces para qué tiene que volver Sergio la semana que viene?
Adolfo comprendió que Andrea le había dicho eso a Fito, y Fito se lo dijo a su madre.
-Bueno, ya sabes cómo son los psicólogos, siempre quieren tener visitas semanales…
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Que si le llevamos otra vez o no?
-Pues quizás…
-Nunca me ha gustado esa Barbie.
-¡Vaya! Seguro que se habrá tomado mucho interés…
-Sí, ya…
Adolfo hizo como si no percibiese lo que su mujer estaba pensando, y le dijo que tenían mucho trabajo, que ya lo hablarían en casa.
-Una cosa, Pepa. Ni se te ocurra llamar a la bruja Maruja esa.
-No es ninguna bruja.
-Te lo digo muy en serio. No quiero a nuestro hijo envuelto es sus majaderías esotéricas.
-A lo mejor son majaderías para ti, pero para otras personas no.
-¡Mira, Pepa, no me fastidies!
La discusión fue corta porque es esas cosas Pepa simplemente no le hacía ningún caso a su marido.
-Pepa, que alto tienes el televisor. Casi no te oigo ¿Qué estás viendo?
-“Ahora en directo”. No sé qué dicen de un terrorista encerrado en un váter de un bar. Por cierto, cerca de tu oficina.
-Vale, ya me lo han contado. Te dejo, que yo tengo trabajo y no tengo tiempo de ver la tele.
Ese comentario que encerraba un reproche no hizo más que animar a Pepa a ignorar más a su marido, así que, acabada la conversación, Pepa tomó de nuevo el teléfono.
-Hola, Marujita, guapa. ¿Cómo estás, amiga mía? ¿En el más allá o en el más acá? ¿Te pillo en buen momento para poder hablar o estás con clientes? … Sí, bueno, contarte algo referente a mi hijo Sergio.
En aquellos mismos momentos, Fito y Sergio caminaban en dirección a su casa.
– ¿Qué tal con la psicóloga esa?
-Bien.
-¿Qué habéis hecho en su despacho? ¿Te ha hecho muchas preguntas?
-Algunas. Pero he estado dibujando casi todo el tiempo…
-Es que creo que por los dibujos se puede saber si alguien esta majara como tú. ¿Y te lo ha dicho ya?
-¿El qué?
-Si estás loco.
-No. Dice que tengo que volver.
-¡Vaya psicóloga! Para qué tantas reuniones. Si se te nota al kilómetro que estás como una regadera.
-¡Pues tú más!
-¡Mira aquello!
Cerca de donde estaban, había mucha gente. Vieron un coche de policía aparcado en segunda fila con sus luces azules y rojas intermitentes.
-¡Qué chulo! ¿Vamos a verlo?
-¿Y si es peligroso? -dudó Sergio.
-Mira, hay un coche de la tele.
-¿Eso es lo que llaman una unidad móvil?
-¿Qué habrá pasado? Vamos a mirar.

¡Hazte ya miembro del Club!

Un club de escritores y lectores.

  • Si escribes bien, puedes ser miembro del club y tener un espacio para tus textos y beneficiarte del 100% de  las ventajas de Desafíos Literarios
Quiero ser miembro del Club Desafíos Literarios

¿TE INTERESA ESTE TEXTO?

VOTA CON ESTRELLAS ROJAS EN LA WEB Y CON “LIKES” EN FACEBOOK.

Si vemos muchas estrellas, interpretaremos que quieres saber cómo sigue.

Gracias.

¡Y gracias por compartir!

¿Cuál es la mejor hora para los acúfenos?

¿Cuál es la mejor hora para los acúfenos?

La hora de los acúfenos llega tanto a las 12 de la noche, como a las 10 de la mañana, o en cualquier otro momento, siempre que haya silencio a mi alrededor. Ya sabes a qué me refiero. Son una sensación auditiva no provocada por un sonido exterior. De modo prosaico se les atribuye ser indicadores de algún cambio en el flujo sanguíneo. Eso es mentira, y hay que decirlo así de claro. Los acúfenos ni tienen explicación ni falta que les hace.

Puede parecer algo misterioso pero esos ruidos no son una presencia fantasmagórica venida del más allá para entrometerse en mi normalidad cotidiana, porque yo no sé si tengo de eso, quiero decir, si poseo algo como normalidad y cotidianidad. Además, no creo en espíritus. Tampoco siento estos ruidos como una avería en mis tímpanos ni como un batallón de trompetas de infantería que anuncian con honores la llegada de los primeros achaques. Al contrario: tal como yo lo vivo, se presentan para aportar a mi vida una banda sonora que yo, como crítico musical, calificaría de posminimalista y experimental, de gran calidad artística. Es un zumbido que puedo interpretar de distintos modos. Puede ser inquietante como de película de psicópatas; puede ser relajante y zen; quizás puedo tomarla como ambiental, como una nueva versión de aquello que llamábamos Hilo Musical, pero solo para mí. Hay veces que es un «tinnitus pulsátil», que marca un ritmo perfectamente acompasado con mis latidos. Eso mola. Otras veces es como un soplido en el pabellón auditivo: da gustirrinín. O oigo un silbido. Yo soy un gran silbador, y me prodigo lo mío entonando una especie de segunda voz silbada de lo que ponen en los 40 principales, y ahora con los acúfenos llegaré a ser un virtuoso del tema. Lástima no poder grabarlo, claro. Frecuentemente oigo como un murmullo. Eso genera el ambiente previo al inicio de cualquier evento, como de nervios y sudoración fría en las manos, pero como a mí me gusta mucho hablar en público, pues me viene perfecto, porque son como los susurros de antes del inicio de una gala, de modo que algunas veces me muevo por mi casa haciendo discursos. A mis hijos les extraña, claro, que estén hablando conmigo y de pronto me oigan decir por el pasillo: “damas y caballeros, ante todo, quisiera agradecer su presencia en esta estimulante velada con la que tanto honran a mi humilde persona…”

-¡Papá, pero qué dices!

Se creerán que estoy loco. Pero no. ¡Qué va! Nada más lejos. Eso es todo por los acúfenos.

He tenido mucha suerte con los tintineos que me han correspondido y, por supuesto, no pienso prestarme a ningún tipo de tratamiento. No me los quiero curar. ¿Recordáis la canción de Atahualpa?

Porque no engraso los ejes
Me llaman abandona’o
Si a mí me gusta que suenen
¿Pa qué los quiero engrasaos ?

E demasiado aburrido
Seguir y seguir la huella
Demasiado largo el camino
Sin nada que me entretenga

No necesito silencio
Yo no tengo en qué pensar
Tenía, pero hace tiempo
Ahora ya no pienso mas

Los ejes de mi carreta
Nunca los voy a engrasar

Seguramente no tienen cura. A lo mejor podrían ponerme Spotify, con un canal chill out o algo más convencional todavía. ¡Ni hablar de eso! Calcula lo que supondría tener un pianista metido en cada oreja. Imagina que por culpa de tus acúfenos te toca escuchar uno de esos pianistas tristes que interpretan magistralmente todo tipo de canciones en la melancolía de los halls de los hoteles de lujo para ejecutivos. Esos pianistas Incitan a practicar un sexo blue, sí, sexo azul, azul oscuro petróleo, como de blue velvet, pero sin llegar a tanto. Un  sexo amargo y desesperado entre desconocidos. Esos pianistas incitan también al alcoholismo. Esas canciones sí que hacen que te sientas solo y fuera de tu casa, pero para mal. Yo no necesito que me injerten esos sentimientos que de por sí, siempre me han perseguido. Prefiero la compañía mis acúfenos, porque son cultos, vanguardistas, sutiles, como de película de serie de las buenas. Hay un remoto esnobismo, reminiscente, como en esos cuadros que son basura, que no son nada, salvo feos, pero circulan por todas las exposiciones e incluso encuentran algún petimetre que asegura sentirlos, comprenderlos y hasta los compra. Mis acúfenos son también una melodía desestructurada e indescifrable, sonidos sin sentido, y, como un test de Rorschachs, me permiten proyectar otros sonidos acordes con mis pensamientos, y escuchar en sus zumbidos lo que primero me brinque a la mente. Debería escucharlos más, prestarles más atención. Y poder subir el volumen, porque esa es una limitación importante que te impide oírlos bien en la ducha o en la calle, y espero que las siguientes actualizaciones me permitan sustituir una configuración tan básica por otra que prevea la posibilidad de conectar con los altavoces del coche.

Mis acúfenos… No te acomplejes si tú todavía no los disfrutas. Quizás en el futuro… No hay que desesperare. Son un lujo, otro nivel, otra categoría… Tanto es así, que no sé yo si podré preservar mi natural campechanía, y mi modo de ser, asequible, directo y majetón. Temo que mi personalidad de tan llana cordialidad se vea afectada por estos ruiditos tan elitistas, y que mi temperamento buenazo no sea compatible con la elegancia de los zumbidos que se generan en mi sistema auditivo. Que se me suban a la cabeza y me vuelva más tonto de lo que a lo peor ya soy. En realidad, no tengo de qué presumir. Es una música progresiva que no he compuesto yo. Es como si de pronto presumo de que la Fulls Overture sucede en mis oídos.

Una cosa que me preocupa es que este fenómeno tenía más sentido cuando pensaba que yo era el protagonista de mi vida y todo lo demás era atrezzo. Ahora que ya sé que la protagonista de mi vida eres tú, ¿Debería escuchar tus acúfenos en vez de los míos para tener la banda sonora apropiada? Esta noche acercaré bien mi oído al tuyo, y ya verás: en esta época en la que tanto se airean las perversiones, nosotros vamos a salir despuntando con esta nueva modalidad de acoplamiento de orejas y vamos a captar toda la atención que quede por ahí suelta todavía. Sé que incurriré en cursilería si te digo lo que creo: que tus acúfenos serán como el sonido del mar que se escucha en las caracolas. ¡Toma ya! O quizás en ti se oiga como cuando te metes mi oreja en la boca y la ensalivas, con ese ruido de chapoteo y mojadina que hacen las cabras antes de deglutir una porción del prado, «con fruición y glotonería». No podría resistir la escucha de tus acúfenos durante  todo el día, si esa fuera la sensación que me provocase. Cada cosa en su momento y los nabos en adviento.

¿Cuántas parejas sucumbirán ante un problema de incompatibilidad de sus respectivos acúfenos, que suenan de modo desacompasado, inarmónico y con mutuas discordancias? ¡Madre mía! ¡Hay que ver lo que da de sí este tema y lo poco que se preocupa la administración!

Buscamos

Buscamos

Buscamos.
Arrugando los ojos, buscamos.
Conversando con nosotros mismos.
Buscamos.
 
Pero el secreto aparece solo
por un instante,
al sonreír.
Tu propia sonrisa es la que te revela más.
 
Buscamos.
Hay sonrisas que no nos sirven…
Pero otras producen ese efecto mágico.
 
No lo entendemos, pero al menos lo sentimos.
Solo ciertas sonrisas aportan luz.
Las nuestras.
Y seguimos buscando.
Pero ahora  con la percepción de que el misterio
se está desenredando.
 
Para indagar.
Para inquirir.

o explorar.

Sonríe y sabrás más.
El principio de un viaje

El principio de un viaje

Sentir es la antesala de construir.

Lo apasionante de la emoción se debe a que no es un destino, sino el punto de partida.

Un sentimiento es el principio de un viaje.

Prueba una sesión

del taller de Enrique Brossa

¡Apúntate!

Por videoconferencia.
Manda un whatsapp pulsando el icono del telefono verde que puedes ver abajo y te explicaremos cómo funciona y el horario que te interesa.
¡Manda tu whatsapp ya!

¿En qué sección te gustaría escribir?

9 + 8 =

Vamos a premiar

un libro y anuncios gratis al autor que más estrellas rojas consiga este mes.

Se multiplicará el número de votos por el promedio de puntos obtenidos. No cuentan promedios inferiores a 3 estrellas rojas ni textos con menos de 6 votos

¡¡Vota ya por tus favoritos!!

El extraño caso de las 5 mochilas (2), por Enrique Brossa

El extraño caso de las 5 mochilas (2), por Enrique Brossa

La historia empieza clicando aquí:

El extraño caso de las cinco mochilas (1)

El policía más grande salió por la puerta, seguido por el otro, de aspecto más quebradizo, pero también más cruel.

– ¿Qué te pasa, Paco?

Paco volvió a tocarse el bigote y con cara de enfadado empezó a otear la calle por un lado y por otro, escudriñando a todos aquellos que pudieran estar parados. Su compañero Tito lo miró irónicamente. Paco le provocaba simultáneamente respeto y risa. Por un lado, era un gran tipo, un gran policía por muchos conceptos y en parte, Tito habría querido ser como él, fuerte y fiable, pero se sentía a su lado solo un pequeño pillo. Pero desde otro punto de vista, se burlaba de Paco. De las caras que ponía de duro cuando barría las calles con su mirada de águila para tratar de detectar el mal. Paco se sentía siempre protagonista de una película policiaca. Tito en cambio estaba frustrado. Ser policía para él era una mierda. Quería meterse cada día más dentro de un sindicato policial, para tener otro tener otro tipo de poder, más interesante. Además, los políticos no les dejaban hacer su trabajo. En vez de patadas en la entrepierna, acabarían repartiendo besitos a los delincuentes.

Paco siguió dirigiendo su aguda y recelosa mirada por las aceras, pero no vio nada sospechoso.

-Que qué te pasa, Paco.

Paco hinchó sus pulmones, contuvo la respiración y miró el cielo, que parecía una lata roñosa. Siguió haciendo esperar su respuesta a Tito, que esperaba con mirada irónica. Por fin, soltó el aire.

-Tenemos un día raro -dijo.
-¿Me quieres decir por qué no le has dicho al majadero del váter que está detenido y que salga o tiramos la puerta abajo?
-Ya te lo estoy diciendo. Tenemos un día raro. el cielo está raro, yo estoy raro, y… -por fin empezó a sonreír mirando a Tito- y no me digas que lo del tipo del váter no es raro.
-Sí que está raro el cielo, parece que vaya a nevar… Aquella nube parece un ovni. Igual es un marciano. Pero con tanta mochila… ¿Tú crees que un marciano vendría a la tierra con cinco mochilas y se haría fuerte en los váteres de este barucho? Será solo un tarado más.
-Seguramente. Pero ¿y las mochilas? ¿Qué hay dentro de esas mochilas?

Tito se quedó callado de pronto, como si le hubieran olvidado las mochilas. Pero reaccionó y le propuso tirar la puerta, que luego ya revisarían ellos todo.
Paco se lo quedó mirando inexpresivo, y Tito comprendió que se lo había pensado poco.

-Las mochilas… -dijo Tito tratando de adivinar lo que pensaba Paco- Pueden ser muchas cosas. Puede ser un terrorista. Un terrorista imbécil, porque… Puede ser alguien que está destruyendo papeles comprometedores en el váter… Puede estar deshaciéndose de un cargamento de drogas u otro tráfico prohibido…
-¿Qué otro tráfico?
-¡Yo qué sé, joder! Puede estar disfrazándose de fallera. ¡Yo qué sé! Puede estar convirtiéndose en vampiro.
– Lo mejor será hacer una llamada, como he dicho antes.
Tito se dio media vuelta y llamó a José Luis.

-¿Podrían cortarle el agua?

Las protestas de José Luis y Fermín no se hicieron esperar. Más cuando Tito era incapaz de explicar el porqué de aquella iniciativa suya. Pensó que el lugar en el que se había encerrado aquel tipo solo podía aportar dos cosas. Agua e intimidad. Quizás si le faltaba una de las dos cosas, optaría por largarse. Pero la teoría le pareció tan floja a su propio autor, que decidió no explicarla. Finalmente, José Luis accedió y tuvieron que cortar el agua a todo el bar, pues la llave de paso de los lavabos estaba justamente allí, bajo un lavabo.
Paco hizo su llamada. Cuando acabó estaba de mal genio.

– ¿Qué te han dicho?
– Que nos quedemos aquí.
– ¿Cómo que nos quedemos aquí?
-Que nos quedemos aquí y no hagamos nada.
-Vamos, Paco, no me jodas. ¿Y si es un terrorista cargado de bombas y muere toda esta gente? O peor. ¿Si solo es un idiota y por su culpa nos pasamos aquí todo el día?
-Que sea un terrorista no les preocupa, Tito. Al menos no tanto como que sea un okupa.
– ¿Un okupa? Vamos, no me jodas. ¿Un okupa que solo okupa un cuarto de aseo? ¿Domínguez te ha dicho eso?
-Domínguez está harto de tener problemas por enfrentarse a algún okupa porque el alcalde parece creer que son lo mejor de la sociedad.
-Pero, Paco, no le vamos a hacer caso, ¿verdad?
-Vamos a esperar…
– ¿A qué?
-Ya sabes que Domínguez pide permiso a la superioridad hasta para orinar. A ver qué le dicen.

Tito dio un fuerte puñetazo a la persiana y empezó a maldecir. ¡Esto era ser policía! ¡Esto era! ¡Tragar y tragar sapos cada día! Arriesgarse mientras otros inútiles que no sabían por dónde andaban les trataban a su vez como si lo tontos fueran ellos. ¿Un okupa de váteres? ¡Qué broma era esa!
José Luis se acercó y con modales exageradamente cuidadosos les preguntó a los señores policías si habían pedido refuerzos para sacar al estreñido del váter o le habían pedido permiso al Presidente del Gobierno. ¿Iban a venir los GEO?

-No podemos ni beber ni mear -apostilló Fermín.

Tito no dejó de darles la razón, mientras que Paco decidió que para estar en su lugar de policía perfecto no debía delatar lo que estaba pensando de su estúpido jefe.

-Ustedes lo ven absurdo y nosotros… nosotros nos tenemos que callar, porque es nuestro trabajo -decía Tito.

Poco a poco, el bar se iba llenando de mirones ya que el coche de policía aparcado en doble fila presagiaba acontecimientos. Gente que pedía un café como excusa para poder seguir allí, conociendo de primera mano lo que estaba sucediendo. Jubilados que solían «supervisar» la zanja abierta en la calle para instalar la tubería del gas, habían visto el coche policial y allí estaban encantados de verlo todo en primera fila. Fermín les instaba a pedir para que José Luis viera que hacía lo posible para aumentar el negocio. Al menos estaban saliendo cortados y cigarrillos de la máquina expendedora.
Habían pasado más de dos horas y media desde que todo el incidente había comenzado. Paco, seguía más preocupado por lo que pasaba en el exterior, siempre en la puerta, revisando los coches aparcando con alguien dentro. Disimuladamente empezó a hacer fotos con su teléfono. Tito lo vigilaba:

-¿Pero qué narices buscas, Paco?
-Hazme un favor. No te muevas de al lado de la puerta del servicio y trata de escuchar todo lo que sucede ahí.

No se oía absolutamente nada. José Luis preguntó:

-¡Eh, oiga! ¿Va usted a salir?
El público se calló de inmediato para poder escuchar la respuesta del extraño del váter.
-Sin duda, sin duda… Pero bueno, ahora mismo, no.

La gente se reía mucho. Algunos jubilados no lo habían oído bien y preguntaban al anciano de al lado, menos duro de oído y el otro se lo contaba admirado por la incomparable dotación glandular de quien así respondía, muy refinadamente, «sin duda, sin duda».
Cuando las risas ya se estaban calmando, añadió el hombre.

-Créanme, no les engaño. Al final saldré. Lo que pasa es que ahora mismo no voy a salir.

Tiito fue a hablar con Paco. Aquello era un ridículo de dimensiones históricas. Era como para dejar la pistola y la gorra allí mismo y largarse. En el sindicato lo contaría y… De pronto se calló.

-Ay, Tito, qué día tan raro. A ver si rompe a llover de una puñetera vez. Yo creo que es este cielo tan extraño, que nos vuelve a todos idiotas.
-Paco, demos publicidad a esto.
-Eso no nos corresponde.
-A nosotros no. ¿Pero a tu amiga, la rubita del telediario?
Se miraron los dos. La rubita era una amiga de Paco que habían conocido cuando ella informaba de un suceso callejero en el que Paco estaba asistiendo. Si eso salía en informativos, algún idiota tendría que tomar una decisión.
-No sabía que tú pensabas, Tito. Lo has estado llevando en secreto todo este tiempo. ¡Tú piensas! No nos habíamos dado cuenta nadie. De verdad que no sabía nada de que tú hicieras eso. Si decimos que ha venido la prensa, tendrán que tomar decisiones. Hoy has desayunado bien.
-¡Venga, genio, llámala tú! Voy a la puerta del servicio.
Llamó a la periodista rubita y le dijo que esas cosas estaban bien para el noticiario local, donde aprovechaban cualquier cosa para convertirlo en noticia. Ella dudó al principio.
-Un tío que tarda en salir de un bar…
-Un tío que no sale ni por orden de la policía y que está encerrado con cinco mochilas de las grandes.
Pero debía ser secreto que él la había llamado. Diría que se había enterado por casualidad.

Más de tres horas habían pasado. Hasta los jubilados se aburrían de tanta inacción. Pero llegó la rubia y un cámara y el ambiente se electrizó. Todo era más importante si salía en la tele. Ella iba a darle dos besos a Paco, pero él la detuvo disimuladamente.
-Ahora no nos conocemos.
Fermín le dijo a su suegro que les iba a ofrecer unos cafés a los dos policías, a ver si así les salía algo de nervio a esos cachazas.
A los pocos minutos Fermín fue con un café a la puerta para ofrecérselo a Paco, y se cruzó con la periodista.
-Éramos pocos y… -dijo Fermín.
-Hay que ver, cómo se enteran de todo, los reporteros estos…
-Una cosa, agente. Si el dueño del bar, mi suegro, decide darle una patada a la puerta, que es su puerta -dijo marcando mucho el «su»- de su baño., de su bar… ¿Verdad que nadie se lo puede prohibir?

La historia empieza clicando aquí:

El extraño caso de las cinco mochilas (1)

SI TE INTERESA ESTA HISTORIA, VOTA CON ESTRELLAS ROJAS EN LA WEB Y CON «LIKES» EN FACEBOOK.

Si vemos pocas estrellas,  interpretaremos que esta historia no os interesa. Gracias.
¡Y gracias también por compartir!